El día en el que todo cambió, José Luis estaba haciendo lo que más le gusta: volar. Lo había hecho muchas veces antes, pero ese vuelo del 9 de mayo de 2015 marcó su vida. A dos minutos del despegue, un fallo en el motor hizo que el avión, un Airbus A400M en vuelo de prueba, se precipitase sin remedio en el extrarradio de Sevilla. Fallecieron cuatro de los seis tripulantes. “Pienso en ellos todos los días”, confiesa José Luis de Augusto, ingeniero de ensayo en vuelo, piloto de vocación y uno de los dos supervivientes. Ahora, pese a la paraplejia que lo tiene anclado a una silla de ruedas, ha conseguido volver a volar a los mandos de una aeronave. “En el aire no hay discapacidad, soy libre”.
José Luis bromea antes de subirse a la aeronave que hoy pilotará junto a los reporteros de EL ESPAÑOL. “Por estadística, ya he tenido un accidente; entiendo que ya dos veces… es complicado”, resuelve esbozando una sonrisa.
El piloto deja la silla de ruedas en la plataforma y se sube a la aeronave impulsándose con fuerza por el ala derecha, en una zona transitable, desde donde va arrastrándose en una maniobra en la que se ve el esfuerzo necesario para completarla. En el Piper PA-28-161 Warrior II, un avión monomotor, que hoy pilotará hay cuatro plazas. Él se sitúa delante, en la parte izquierda. Sus piernas no tienen fuerza, por eso se ayuda con la ayuda de las manos. Una vez instalado en su sitio, no hay diferencias entre él y el resto de tripulantes.
El piloto suma cientos de horas de vuelo, tiene 35 años y ha sido padre de su primer hijo hace once meses. Se mueve en silla de ruedas, con naturalidad, por la plataforma en la que están estacionadas las aeronaves en el aeropuerto San Pablo de Sevilla. El cielo está despejado, pero en la torre de control avisan de la presencia de turbulencias.
De la mochila que lleva a la espalda sobresale mínimamente un trozo cilíndrico de metal negro. “Este es el invento que me permite volar”, explica José Luis. La pieza es aparentemente sencilla, de unos cincuenta centímetros y doblada en varias partes para adaptar los pedales de la aeronave —que solo son necesarios para las maniobras en tierra— a una forma de conducción manual. “Llegué a pensar que no volvería a volar jamás”, insiste el piloto.
De niño, José Luis se subía a la azotea de su casa, cercana al aeropuerto, para ver pasar los aviones. Desde allí, sentado esperando sin saber cuándo pasarían, prestaba atención a las maniobras de aproximación a la pista. “Ese era mi hobbie”, recuerda con los ojos brillantes. “Sentarme y esperar a que pasaran”, detalla. “Sentía admiración, interés por saber cómo podían volar —desvela—; y, mira, al final eso me llevó a ser ingeniero aeronáutico y piloto”.
Voló por primera vez, como pasajero, siendo un niño. “A Canarias”, recuerda. Estaba fascinado por el hecho de que aquella mole se elevara rápido al cielo. Desde entonces, y a pesar de su trágica experiencia, asegura que el aire es su estado natural. “No siento estrés o ansiedad como otra gente, en el aire experimento una sensación de bienestar, cuando vuelo es cuando más tranquilo estoy”, puntualiza José Luis.
El camino hasta cumplir su sueño de convertirse en piloto no fue fácil. José Luis compatibilizó los primeros años de la carrera de ingeniería aeronáutica con la titulación de piloto de transportes y líneas aéreas. Todavía no había acabado sus estudios universitarios y ya volaba y ejercía como piloto instructor de vuelo. Siendo de Sevilla, una ciudad con notable tradición aeronáutica, empezó a trabajar en Airbus, que ensambla en la capital andaluza el A400M, un avión de transporte militar de largo alcance. Primero en el departamento de certificaciones, en tierra firme, y luego como ingeniero de ensayo de vuelo, en el aire.
“Fue duro, bastante duro”
Así, desde dentro, cumplía su sueño de volar por partida doble. Por la mañana en los A400M, con picos de dos vuelos por semana; y por la tarde, en pequeñas aeronaves de mil kilos como jefe de la escuela e instructor de vuelo en el Real Aeroclub de Sevilla. “Si te gusta… nunca llega a ser una obligación”, afirma José Luis.
—¿En qué momento fue consciente de que no iba a volver a volar?
—Es curioso, cuando tienes un accidente de estas características, inicialmente estás contento por haber sobrevivido. Después se desencadena un proceso de asimilación donde empiezas a entender las repercusiones que tiene tu lesión. No sé con certeza cuándo lo descubrí, pero sí sé que llegó ese momento y vi que era un antes y un después dentro de mi vida profesional. Fue duro. Bastante duro. Porque era algo vocacional, algo para lo que me había preparado muchísimo, porque estaba en un punto de mi vida ideal y de pronto, de buenas a primera, me vi en una silla de ruedas sin poder ejercer mi profesión, con dolores, limitaciones… se hace duro.
José Luis tiene diagnosticada una gran invalidez por una lesión medular que le afectó a las vértebras de la zona lumbar. “Una paraplejia”, resume el joven sevillano, galardonado con la Medalla de Andalucía en el año 2018. José Luis recuerda el antes, el durante y el después del accidente, pero por respeto a las familias de los fallecidos prefiere guardarse los detalles para él. Sí reconoce que fue consciente de la situación antes del choque, que siguió trabajando para reconducir la situación hasta el momento final, cuando según la investigación los pilotos decidieron un aterrizaje de emergencia en una zona de cultivos. La mala suerte quiso que impactaran antes con un tendido eléctrico. Las consecuencias fueron fatales.
Fallaron tres motores del avión MSN23 —vendido a las Fuerzas Aéreas Turcas y con fecha de entrega a poco más de un mes vista—, que quedaron congelados en pleno vuelo a los pocos minutos de despegar. El fallo nunca podía haberse detectado en tierra, y una vez en el aire la situación fue irreversible, sin siquiera la posibilidad de llegar a la pista de aterrizaje.
Las cajas negras señalaron que el fallo estuvo en el software que transmite las órdenes a los motores. Así lo dictaminó la Comisión para la Investigación Técnica de Accidentes de Aeronaves Militares (CITAAM) y así lo corroboró el responsable de estrategia y Marketing de Airbus, Marwan Lahoud, que directamente señaló a fallos en el ensamblaje en la factoría sevillana.
La retahíla de investigaciones, declaraciones y polémicas pilló a José Luis en mitad de su recuperación. El ingeniero estuvo dos días en coma en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, luego dos semanas en la Unidad de Cuidados Intensivos, seis meses ingresado en planta y poco más de un año adicional en tratamiento ambulatorio. Actualmente sigue su proceso de recuperación con la rehabilitación junto con los fisioterapeutas y demás servicios médicos.
Volver a ser piloto
“A los dos meses fui consciente de que no iba a volar más”, confirma el piloto. Y sigue: “No es algo inminente, igual que el hecho de saber que no vas a volver a andar más. El cuerpo es inteligente y va a asimilando paso a paso todas esas circunstancias. No es algo que se hace de golpe, de un minuto a otro. Es paulatino. Así sí se puede afrontar”.
—Pero volvió a volar.
—Sí, aquí estoy, de nuevo volando como piloto.
Contra todo pronóstico, José Luis ha sido capaz de sobreponerse incluso a su paraplejia y ponerse a los mandos de una aeronave, como antes del accidente. Fueron sus compañeros de Airbus los que en su último día como trabajador de la compañía le pusieron a su alcance la opción de volar. A la colecta en la que muchos participaron le siguió una investigación sobre las opciones que tenían en Europa pilotos con lesiones similares a la de José Luis.
Encontraron una asociación suiza de handi fly —vuelos para personas con discapacidad— que está dando la vuelta al mundo en un avión adaptado. A través de ellos también localizaron a un piloto italiano que después de un accidente haciendo paracaidismo había conseguido volver a pilotar como instructor de vuelo en Estados Unidos y en Italia. Ambos se conocieron en Sevilla y juntos, en un avión adaptado, volvieron a volar.
“Imagina la sensación de poder de nuevo estar en el aire, con los mandos de una aeronave… fue una maravilla”, recuerda el ingeniero. “Lo recuerdo con un momento de gran alegría —insiste—; después vino lo difícil, ¿cómo hacerlo en España?”.
Volar para “romper barreras”
José Luis fue la primera persona en silla de ruedas en solicitar el certificado médico que exige la Agencia Española de Seguridad Aérea (AESA) para obtener el título de piloto privado. En paralelo, los compañeros de su antigua empresa siguieron ayudándolo en conseguir el kit necesario para adaptar la aeronave a su nueva situación. Conseguido este trámite y después de un vuelo de prueba, con un instructor y un examinador, el sevillano consiguió el título que le devolvería las alas.
—¿Fue difícil?
—Muy complicado, pero yo entiendo la situación. Llega una persona en silla de ruedas y te dice que quiere volar. La primera pregunta es ‘¿Sí?’. Y más después de haber tenido un accidente aéreo. Imagino que la gente piensa que para qué quiero yo volver a volar. Ha sido un periodo de darles confianza, que estoy en condiciones psicofísicas aceptables como para poder volar con la adaptación como cualquier otra persona, de manera segura.
—¿Y para qué quiere volar?
—Principalmente para romper barreras. Las capacidades no tienen porqué verse afectadas por el hecho de estar en una silla de ruedas. Estarán limitadas, pero no más. Y con esto quiero abrir el camino a otras personas que están en mi misma situación, darles el proceso para conseguir volar.
Esa mentalidad ha calado en el Real Aeroclub de Sevilla, que ha programado entre sus actividades una escuela de formación de personas con discapacidad. “Y estamos bastante avanzados, haciendo algunas modificaciones en los aviones para que dentro de poco podamos volar”, explica José Luis. Ese nuevo proyecto se llama New wings, nuevas alas en inglés.
José Luis hoy está a los manos del un Piper PA-28-161 Warrior II, un avión monomotor para cuatro plazas. Deja su silla junto al ala derecha, por la que se accede a la aeronave, y avanza arrastrándose e impulsándose con las manos a la cabina. En pocos segundos se sitúa en la parte izquierda, la de los pilotos.
“No hay que tenerle miedo a volar”
José Luis hoy está a los manos del un Piper PA-28-161 Warrior II. El de hoy es un vuelo más para él, incluso se permite bromas con las que amedrentar el ánimo de los reporteros de EL ESPAÑOL. “Hay poca gasolina, pero creo la justa para subir”, explica con guasa. Cuando la torre de control le da el beneplácito, la aeronave sube mecida entre las rachas de viento. Desde el aire, José Luis va narrando sus sensaciones. A dos mil pies de altura, sobrevolando el río Guadalquivir, es un tipo feliz.
—¿Nunca ha tenido miedo?
—Siempre digo que no hay que tenerle miedo a volar, hay que tenerle respeto. Y saber que hay que cumplir los procedimientos, haciendo lo que hay que hacer, el mundo aeronáutico es un mundo muy seguro. Y no hay que tener miedo.
—¿Y en tu entorno hay miedo?
—Si lo ha habido no me lo han demostrado, siempre he tenido el apoyo de todos, también de mi mujer para volver a volar.
—Volar es seguro, pero ha vivido en primera persona un accidente aéreo.
—Sí, efectivamente. Las estadísticas están ahí. Cada cierto número de horas, que son muchísimas, hay un accidente. Es un mundo seguro, muy seguro, se diseña previendo la capacidad de fallo, con duplicidades, por triplicado incluso. Se invierte muchísimo dinero en seguridad y podemos decir que es un mundo seguro. Existe una regulación bastante confiable.
Tardó dos años en asimilar que había tenido un accidente. Desde entonces ya no se levanta sobresaltado de la cama y a su mente ya no vuelve de forma recurrente el suceso en el que fallecieron los dos pilotos y dos ingenieros de vuelo. “Se saben los porqués y eso hace que tenga cabeza tranquila porque hicimos lo que debíamos”, asegura José Luis.
Pese a todo, el ingeniero sevillano ha sacado una lección positiva del accidente que le cambió la vida. “Estamos aquí para hacer cosas para los demás, para quitarnos egocentrismo”, razona. “No hay nada mejor que este tipo de cosas para ponerte los pies en el suelo, al menos durante algunos años”, ironiza. “Y en el hospital he podido ver a gente que lo pasa peor”, confirma.
Sabe que nunca volverá a ser ingeniero de ensayo en vuelo. “Soy realista, igual que me he sentido capacitado para volar, sé que no lo estoy para hacer mi trabajo de antes —argumenta—; lo tengo aceptado y no hay mayor problema”.
—¿Y qué sientes como superviviente de un accidente aéreo?
—Todos los días doy gracias por estar aquí. Por desgracia hay cuatro compañeros que ya no están y me acuerdo de ellos todos los días. Me siento agraciado por la posibilidad de haber sobrevivido y con la intención de vivir el tiempo que me quede de vida. Y seguir volando.