Él o ella siempre está ahí, en la puerta del edificio o en el interior de la portería, como si se tratase de un guardián. Vigilantes de todo lo que ocurre a su alrededor, ellos lo saben todo sobre los vecinos y lo saben todo sobre usted. La presentadora Patricia Conde ha conocido esta semana lo que eso puede llegar a significar. En su caso, ser condenada a pagar 135.000 euros. Hacienda ha multado a la periodista, tras ser delatada por sus porteros, por deducirse el IVA de hasta su ropa interior en 2007 y 2008, cuando era presentadora en Sé lo que hicisteis.
Y es que, aunque suene irónico, nadie mejor que sus porteros sabían lo que hacía la presentadora. El nombre del propio programa de humor que durante años presentó Conde se ha convertido en su realidad y el micrófono ha acabado en boca de sus bedeles. Sus testimonios han sido fundamentales para que el fisco pillase a la periodista.
No ha trascendido si había tenido o no problemas anteriormente con sus delatores. Tal vez ahora, con razón, no se vuelva a fiar de ninguno. Y usted, ¿confía plenamente en su portero? Esa persona que controla todos sus movimientos, los de su familia y que vela a su vez por su seguridad. Si no se fía de su sombra en la portería, puede que haga bien.
Todos, incluso los que no hayan tenido esta figura en sus casas, saben lo que hace un portero en su edificio. Muchos, puede que la mayoría, pensarán en Emilio Delgado (Fernando Tejero). Ese portero de la calle Desengaño 21, que se encargaba de fregar rellanos, escaleras y de recoger el correo, pero sobre todo de ser el corre, ve y dile de esa infernal comunidad de vecinos. Aquí, aquí, aquí no hay quien viva. Aquí no, aquí no... Dejando a un lado la ficción, el mito de los porteros cotillas, de los que se creen dueños y señores del edificio o de los que se venden al mejor postor es uno de esos clichés que, en muchos de casos, se ha correspondido con la realidad.
En los barrios madrileños de Salamanca, una de las zonas más adineradas de Madrid, Chamberí o Chueca muchos porteros han hecho de las suyas.
Rafael (31 años) trabajó durante un año en un edificio de la calle Velázquez. Tal era la confianza que habían depositado en él los inquilinos, que tenía las llaves de la mayoría de los vecinos. Todo el mundo hablaba maravillas de él; era atento, encantador, servicial... Al poco tiempo, varios vecinos echaron de menos objetos de valor de sus casas. Pero, quién iba a pensar que el bueno de Rafa era el verdadero culpable. Muchos vecinos incluso llegaron a despedir a su personal de servicio pensando que habían sido ellos los autores de los robos en sus casas.
Medio millón en joyas
El portero actuaba con tranquilidad, le daba igual que fuese un día laborable o el fin de semana, tenía controlado a todo el vecindario. Tal era su confianza que era él mismo el que alertaba a los vecinos cuando había robos. "Han vuelto a robar otra vez", decía con cara de pena. Todo cambió cuando una vecina denunció y la Policía municipal empezó a investigar. Los agentes siguieron su pista durante diez días. Cuando registraron su casa, el valor de todo lo que este buen hombre había sustraído alcanzaba el medio millón de euros. Joyas, enseres de lujo y ropa de marca habían sido sus objetos de deseo.
Similar es la historia de Juan, un madrileño de 65 años que fue portero toda su vida en la calle Bravo Murillo, 3. Le faltaba un año para jubilarse y para que su hijo Antonio, que se había criado en esa comunidad de vecinos, heredase el puesto de su padre. De pronto, los vecinos empezaron a darse cuenta de que se producían pequeños robos en el edificio. Antonio, que ya se preparaba para el oficio, le preguntó a su padre: "¿Te has enterado de lo que dicen los vecinos? Están desapareciendo cosas. Su padre, indiferente, le dijo que no había notado nada. Un día, Antonio le dijo que se iba a la Universidad para despistarle y pillar a su propio padre con las manos en la masa.
Unos portales más abajo en la misma calle, el escándalo del portero también fue mayúsculo. Marcos (30 años) tenía buena relación con los que consideraba sus 25 jefes, los propietarios de todas las viviendas. Tenía las llaves de todos los vecinos y con ello, controlado cuando unos vecinos iban, venían o estaban de vacaciones. Se creía poco menos que el dueño del cortijo. Margarita y Felix, un verano, volvieron un día antes de sus vacaciones, ante la sorpresa de Marcos. Cuando entraron a su propia casa, el portero estaba practicando sexo con la empleada de la limpieza en la cama de los propietarios.
El portero del edificio en el que vive el exministro y exportavoz del Gobierno Iñigo Méndez de Vigo, en el barrio de Chueca, en cambio, no ha provocado ningún escándalo dentro del edificio, sino fuera. Algunos comerciantes lo llaman la bestia negra al sentirse intimidados por sus formas de actuar. Al parecer se siente la prolongación de la autoridad.
Si considera algo ilegal, toma fotografías o amenaza con poner denuncias, ya sea a discotecas próximas al edificio que regenta, por el volumen, o a bares por la suciedad que generan. Según cuenta el propietario de un bar, el portero llegó a barrer un gran número de colillas y las situó en la puerta de su local. Es un gran personaje del barrio que hace que cada día en el edificio sea como un capítulo de una serie de televisión, dicen algunos vecinos. Aquí no hay quien viva.
'Topos' y guardianes
Detrás de este oficio hay otros aspectos que la gran mayoría de personas seguramente también desconoce. Uno de ellos es su papel como topos de las inmobiliarias en los edificios donde viven y trabajan. Según ha podido saber este diario, los trabajadores de este tipo de empresas, en varias zonas de Madrid, se ganan la confianza de los porteros para que les chiven qué pisos están libres o en cuales vive gente de avanzada edad.
Las inmobiliarias suelen llevar a cabo este tipo de estrategias para ampliar su cartera de negocio. Algunos vecinos que ya conocen el modus operandi de estas empresas, tiene prohibido al portero que dejen pasar a estos trabajadores. En otros edificios, las empresas de venta y alquiler de pisos se ganan la confianza de los sus bedeles invitándoles a desayunar o a comer para que en un futuro ambos actores puedan beneficiarse del negocio.
Pero no todo es oscuro en este oficio que comenzó a gestarse a principios del siglo XX en las vecindades de Madrid y Barcelona para encargarse de las tareas de limpieza y sobre todo vigilancia para que no se cometieran delitos dentro de las fincas. Aunque este tipo de trabajo parece abocado a la extinción -o relegado a un segundo lugar por cámaras de vigilancia y empresas del sector-, quedan porteros y porteras que han dedicado su vida a sus edificios. Incluso poniendo su vida en riesgo para evitar robos en viviendas, estafas o incluso ayudar a la Policía a desmantelar narcopisos o redes de trata de seres humanos.
Agustín (61 años) se mantiene firme y vigilante en el número 115 de la calle Alcalá, la puerta de su trabajo y de su casa desde hace más de 30 años. Trabaja desde las 09.00 hasta las 20.00 horas y descansa dos horas. Su sueldo -como el del resto de porteros- no es especialmente alto: 1.100 euros. Pero vive en la portería del edificio, soterrada bajo las escaleras principales del portal , junto a su mujer, que limpia un inmueble cercano, y hasta hace unos años junto a sus hijas, que ahora ya se han independizado.
Oriundo de Torrenueva (Ciudad Real), desde su cubículo, en el que reina una imagen de la Virgen de la Cabeza, patrona de su pueblo natal, sentado en su silla, Agustín hace un resumen a EL ESPAÑOL en poco menos de una hora decenas de años de trabajo. Para él no hay trabajo que sea más cómodo que el suyo. Se levanta diez minutos antes de ponerse a trabajar. "¿Quién puede decir eso hoy en día en Madrid?", dice riendo este manchego, que ya tiene en mente dejar en herencia este trabajo a su yerno.
Su papel en la Policía
El trabajo, a simple vista, parece rutinario: limpiar el rellano y las escaleras por las mañanas, abrir y cerrar la puerta, hacer algún que otro arreglo en el edificio, ser amable y sobre todo, vigilar quién entra y quién sale. Pero este oficio también ha puesto en verdaderos aprietos a este portero. Ocasiones en las que se ha tenido que enfrentarse a ladrones, estafadores y otras en las que su testimonio era recogido por la Policía, sobre todo en la época de los 90, para dar con algún etarra que iba a cometer-o había cometido- un atentado en la ciudad.
Lo cierto es que los porteros y porteras conocen mejor que nadie todas y cada una de las caras que desfilan por las -sus- calles cada día. Por este motivo, muchas veces son ellos los que alertan de la posible comisión de ciertos delitos a la Policía o es este cuerpo el que recurre a ellos para avanzar en sus operaciones.
En la Jefatura Superior de Policía de Zaragoza, los porteros de algunos edificios han ayudado a resolver decenas de casos. Según revelan fuentes policiales, en una ocasión, una llamada de alerta de un portero de la calle Avenida Constitución fue la pista clave para desarticular una red de tráfico de drogas en la capital aragonesa. Una vez se entrevistaron con él, el portero les facilitó todos sus movimientos, los teléfonos e incluso las matrículas de los coches que utilizaban los criminales. Tras ello, los agentes organizaron una operación que finalmente se saldó con la detención de todos los traficantes. Estos agentes zaragozanos también han contado con la colaboración de estos trabajadores para desarticular redes de trata de seres humanos y de robos en domicilios.
El pasado martes, un portero de un edificio de la calle Ortega y Gasset, en el barrio de Salamanca de Madrid, también logró retener a unos ladrones a los que sorprendió robando dinero en un despacho de abogados de su edificio. Al sospechar que estaban dentro bajó corriendo a echar la llave del portal y llamó a la Policía, lo que impidió que se fugasen y permitió a los agentes detener a los cuatro butroneros, que pretendían reventar la caja fuerte del bufete con herramientas de oxicorte y palancas. Los porteros pueden ser soplones, pero también héroes.
"Son mis niños"
Begoña (50 años) no ha colaborado, por el momento, con la Policía, pero sí puso en orden al edificio cuando llegó hace 15 años. "Todo era un show, pero ahora ya estamos más tranquilos". Esta extremeña es la quinta generación de porteras que hay en el número 43 de la calle Santa María de la Cabeza en el barrio de Arganzuela (Madrid). Antes de ella, estuvo su tía Paca, que tras jubilarse pensó en "el don de gentes" de Bego, en ese momento en el paro, para que fuera su sucesora. Aceptó encantada.
Cuando este periódico llama a la portería, Begoña abre la puerta del portal y pregunta con seguridad:"¿Quién va?". Al principio, no se fía mucho de este periodista, pues ella se sabe el nombre de cada vecino y de todo aquel ajeno que puede entrar al edificio. Poco después, ya con una sonrisa, Begoña cuenta que ser portera es el "trabajo de su vida" y los inquilinos de los pisos "sus niños más queridos".
Este edificio es lo más parecido a una gran familia repartida en 28 viviendas. Incluida la suya, la portería, al lado de los ascensores, donde nació su hijo, de 10 años, y en la que vive junto a él y su marido. En la puerta de su casa, en la que se escuchan el ruido de la televisión, que está viendo su hijo, esta portera cuenta a este diario que trabajar en el mismo lugar en el que vive es poco menos que "una bendición", y más residiendo en Madrid. En algunas ocasiones, se ha tenido que enfrentar "a estafadores del gas", sin otra cosa que la palabra, e incluso a algunos vecinos que no permitían una convivencia pacífica. "Yo siempre muy tranquila, en un tono suave, intento mediar entre todos los vecinos", explica. Sea como sea, lo único que quiere es la felicidad de dueños e inquilinos, a quienes mira como si fueran sus 150 niños.
Ser portero o portera, aunque pudiesen pensar lo contrario antes de leer este reportaje, no parece una profesión tan sencilla como nos han hecho ver en series de televisión o en películas. En algunos casos, como habrán podido leer, los tópicos sí se cumplen, sino que se lo digan a Patricia Conde. Pero en otros, este oficio sigue siendo muy útil, no solo para los que viven en el edificio, si no también para los que pasean delante de él y, en definitiva, por todas las calles de la ciudad