Autorretratos fantásticos en óleo. Un Juicio Final, emulando a Miguel Ángel, pero en un particular y delicado formato cómic de miniatura, hecho simplemente con un lápiz. Retratos gigantes de Sylverster Stallone caracterizado como Rocky Balboa. Decenas de esculturas trabajadas en barro, de rasgos primitivos, evocando a las máscaras tribales de Pablo Picasso en las "Señoritas de Avignon". Una reproducción majestuosa, empleando la mejor técnica del claroscuro, de La Piedad del maestro de Florencia. Es solo una pincelada de su genio, de su arte, y de la basta obra que dejó David Guerrero Guevara, el niño pintor, tras su desaparición.
El pasado otoño se realizó en Málaga la primera exposición de un artista precoz y cumbre con tan solo 13 años. En una ciudad en la que el pintor Pablo Picasso es institución y tótem incuestionable, cada poco surgen jóvenes prometedores a quienes se les coloca el apelativo de "El nuevo Picasso". Ninguno de ellos tan misterioso y tan sonado como David Guerrero Gueva ra, niño pintor, niño prodigio. Y protagonista de una de las desapariciones sin resolver más sonadas de las últimas décadas.
El caso en Málaga es conocido por todos. Por eso este martes se ha producido un pequeño seísmo al revelarse que hay una prueba sobre la mesa que podría conducir hasta él. Un mensaje anónimo que le ha llegado a la familia y que apunta a una persona que podría saber qué fue de aquel brillante chiquillo de tan solo 13 años de edad. Todos se preguntan ahora quién es ese tal Gervasio que pertenecía, supuestamente, a la peña El Cenachero, donde el pequeño acudía a diario a ejercitar su don, a cultivar su avanzada pintura.
Aquella muestra pictórica revelaba por fin la obra que el pequeño dejó tras de sí antes de desaparecer. Se exhibieron carboncillos, pasteles, dibujos y también óleos. Promovida por sus hermanos, Jorge y Raúl, se trata del reflejo de una época, la de los 80, la de David en la Málaga que comenzaba a despuntar.
El caso fue catalogado como desaparición extrema por la Interpol. Es decir, con muy pocos cabos de los que tirar para poderlo resolver. Ahora un nombre podría comenzar a desenredar el enmarañado hilo que conduce a uno de los últimos niños prodigios que se recuerdan. Y a su paradero.
Recabando pistas durante años
Lo que lo cambió todo fue el mensaje anónimo, pero también las investigaciones de la familia. Desde hace algunos años, la madre, Antonia Guevara, así como su hijo Jorge, investigan junto al periodista malagueño Daniel Carretero todos los aspectos del caso.
"Hemos entrevistado a más personas que la propia policía en 32 años", explica Daniel a EL ESPAÑOL. Estos frutos han sido cosechados en los últimos meses. Los nuevos datos apuntan ahora a la antigua peña en la que el pequeño recibía sus clases de pintura. Ese sería el epicentro de los hechos, y no el resto del recorrido del joven hasta su aula. Ahí es donde surge el nombre de Gervasio.
El escrito anónimo llegó a mediados de 2018 a la casa de los padres del niño prodigio desaparecido. En él se mencionaba ese nombre. Y se decía que la atención se había desviado del epicentro de los hechos: el lugar al cual el pequeño acudía a pintar prácticamente a diario. La familia y el periodista han podido situar a un Gervasio, que debe de ser el mismo que aparece en ese mensaje anónimo, en el círculo de la peña El Cenachero. A día de hoy, este edificio se encuentra ocupado por un bufete de abogados en su parte superior. En la parte inferior, a pie de calle, un bar de tapas y pinchos típico de la ciudad, en plena calle Granada, en el corazón del casco histórico y lisérgico malagueño.
Este lugar, que ya no existe, se encontraba ubicado en la intersección de las calles Ángel y Granada, en el casco antiguo de Málaga. Ahí es donde el pequeño se dirigía cada tarde a sus clases de pintura. Para llegar allí tenía que recorrer una cierta distancia, luego coger un autobús y más adelante caminar.
Se trata de una antigua peña ya disuelta. En cuanto tuvieron ese nombre sobre la mesa, la familia comenzó a preguntar por él en el entorno de los antiguos miembros de la peña. Varias personas coincidían en que ese nombre les sonaba. Dos antiguos miembros de la peña les situaron el nombre en la órbita de aquellos años.
Ninguno conoce los apellidos, ni la profesión, ni demás referencias en cuanto a este individuo. 32 años después, es casi como buscar una aguja en un pajar. Pero la familia del niño pintor lo sigue intentando.
Un prodigio desaparecido
David vivía con sus padres y sus hermanos Jorge y Raúl (15 y 10 años, respectivamente) en una casa de la barriada malagueña de Girón. No se trataba ni mucho menos de una familia adinerada. Su padre se ganaba el salario de su modesto empleo en una fábrica de confección de prendas de vestir, como dependiente de Cortefiel. La madre se encargaba de la casa.
A las 18.40 de la tarde, aquel 6 de abril de 1987, David, en quien muchos advertían un Picasso redivivo, salió de su casa. Le esperaba una tarde verdaderamente ajetreada; tenía muchos compromisos, todos ellos relacionados con su genio con el pincel. Sin embargo, el recorrido era el habitual, porque todos los destinos a los que tenía que acudir estaban cerca del lugar donde después ejercitaba su pintura.
De ese modo, David recorrió los 250 metros que le separaban de la parada de autobús del mercado de Huelin y tomó uno de los vehículos que le conducía a Muelle Heredia. Solo llevaba el bonobús y su carnet de estudiante. Allí habitualmente se bajaba, y acudía a su lugar de aprendizaje. Pero en esta ocasión tenía que realizar una parada previa.
El joven prodigio torció su rumbo destino a la galería de arte La Maison, en la calle Duquesa de Parcent. Allí tenía concertado un encuentro con un periodista que quería entrevistarle para una radio local. Acababa de rematar el cuadro dedicado al Cristo de la Buena Muerte. Después, el joven prosiguió su camino hacia la peña. Llevaba dos años asistiendo allí a clases de pintura. Es lo último que se sabe de él. Después, David desapareció.
No hubo ni una sola carta, ni una llamada. A la madre, Antonia, cuentan los vecinos de la época, se le echaron los años encima, y permaneció abatida durante semanas. Su padre preguntó en la academia. "David hoy no ha venido", le dijeron. Nadie supo responder a esa pregunta.
En ese punto es donde se sitúa, presuntamente, al tal Gervasio, y la desaparición del niño pintor. Su padre fue a buscarlo a la clase, como de costumbre, pero al llegar le dijeron que no le habían visto por allí. En la galería de arte tampoco tuvo noticias. La entrevista para la que había quedado nunca se llegó a realizar. Y ninguno de los miembros de la pinacoteca declararon saber dónde se encontraba el chico. Fue como si se lo hubiera tragado la tierra.
Niño modelo
-"David se puede decir que pintaba ya desde el vientre de su madre".
Hubo quien pensó que se había marchado por su propio pie. Otros que una chiquillada. En el semanario El Caso abrieron el reportaje con esa frase pronunciada por José Guevara, tío, mentor e instructor en las artes del óleo. Aquel día apenas le dedicaron espacio en portada, a diferencia con lo ocurrido al niño de Somosierra diez meses antes. Pensaron que se trataba de una desaparición voluntaria. Y parecía que todo se solucionaría pronto.
Las cosas se fueron complicando conforme pasaron las horas, los días, las semanas y los meses. El director de la galería La Maison, donde David exponía aquellos días una serie cuya temática era la Semana Santa, dijo que el joven pintaba "demasiado bien para ser un niño.
Su obra con la cabeza de Cristo fue colocada en el mejor lugar de la galería en la que la estaban exponiendo justo después de la desaparición. Se trataba de una copia al natural, en pastel, del Cristo sevillano de la Buena Muerte. Miles de críticos y aficionados la observaron y la analizaron. Muchos acudieron a admirar su delicadeza. Otros la querían comprar; el precio de salida, 60.000 pesetas. A su desaparición, la cotización de la obra se multiplicó por cuatro.
El tiempo transcurría sin noticia al respecto. Por eso en los meses siguientes los progenitores de David peinaron la provincia, establecieron contactos con videntes y médiums, realizaron toda clase de pesquisas... Se gastaron dos millones de pesetas en imprimir fotografías y pasquines con el semblante risueño de un chico de pelo castaño claro y ojos verdes, que colocaron por calles y plazas de España. Llegaron a ofrecer una recompensa de un millón a quien facilitara alguna pista fiable. Todo ello gracias al dinero aportado por familiares y amigos, dada su apretada situación económica.
El resultado fue nulo. Ahora el hilo del que tirar ese tal Gervasio, sin apellidos, sin nada más que poder hilar para llegar así a desentrañar una de las desapariciones más inquietantes y con menos respuestas de las últimas décadas. Sin embargo, como las pinceladas de un paisaje esbozado al óleo, no deja de ser un nombre en medio de un océano de decenas, o de miles. Un esbozo más que se añade al misterio.