Cayetano Belso Candela (Crevillente, Alicante, 1993), de pequeño, observaba con atención cómo su madre metía los huevos en un táper junto a la trufa para que cogieran sabor. “Se pasaban allí dentro una semana. Era un proceso muy largo”, pensó, entonces. Por eso, poco a poco, sin ambición –aunque con hambre (en todos los sentidos)–, se planteó la posibilidad de agilizar el proceso. “¿Y si conseguimos hacerlo más rápido? ¿Y si industrializamos todo esto?”, se preguntó. Tiempo después, ha confirmado sus sospechas: “Sí, se puede”. Tras muchas pruebas –muchas de ellas, en su propia cocina–, ha sacado al mercado los primeros huevos de sabores. En concreto, de trufa, jamón, ajo y queso azul. Primero, con la complicidad de Lanzadera, la aceleradora de empresas de Juan Roig, dueño de Mercadona; y después gracias a Carrefour, donde están disponibles sus productos.
¿Cómo? “No se puede decir mucho”, avanza, de primeras, Cayetano, en conversación con EL ESPAÑOL. Aunque, después, desvela, a grandes rasgos, el proceso: “Generamos un ambiente a partir de productos alimentarios y hacemos que cojan sabor a través de la porosidad de la cáscara”. Es decir, lo que hacen en Koroko –nombre de la empresa– es, sencillamente –y para que se entienda–, meter los huevos en una caja –digamos, gigante– y hacer que estos, en un día, sepan a trufa, queso azul, jamón o ajo.
No quieren entrar en más detalles sobre el proceso. Cayetano es el primero en hacerlo en España y guarda con recelo su secreto. De hecho, en Koroko ni siquiera remiten fotos a los medios de cómo el huevo coge el sabor. Él tiene la idea, ha creado la fórmula –aunque con la ayuda de una aceleradora de empresas– y ha conseguido que funcione. En sólo dos años, vendió más de 200.000 huevos de sabores en hostelería, y en enero empezó a comercializarlos en mercados de la Comunidad Valenciana y en grandes superficies. En concreto, se pueden adquirir –en una expansión que irá a más en los próximos meses– en diferentes Carrefour de Madrid, Barcelona, Girona y Valladolid (a 1'65 euros el par). De momento, eso sí, no quieren dar datos de ventas. “Hemos empezado hace poco”, aluden desde la empresa.
¿Verdaderamente saben?
En EL ESPAÑOL hemos cocinado los cuatro sabores disponibles en supermercados, hemos puesto la mesa y los hemos probado. ¿Y cuál ha sido el resultado? A grandes rasgos, satisfactorio. Aunque con matices –y con la subjetividad propia de cualquier redactor (comensal)–. Pero toca ir por partes. ¿Cómo los hemos cocinado? ¿De qué forma?…
No hemos hecho, obviamente, nada extraño. Como si fuéramos principiantes –pongamos que hablamos de un soltero (o estudiante) que acude al supermercado y decide innovar–, los hemos cocinado fritos y cocidos. No les hemos echado ketchup, ni sal, ni mayonesa, ni nada que pudiera quitarles el sabor. Los hemos comido sin aditivos ni mezclas: los huevos se han hecho solos y con un pequeño hilo de aceite. Ni más ni menos.
El resultado ha sido dispar. No se esperen –como muchos podrían pensar– que los huevos sean parecidos a las patatas de sabores. No, no tienen nada que ver. Entre los fritos hay diferencias. Los de trufa y ajo –por causas evidentes– tienen un sabor más fuerte –aunque sin exagerar– que los de queso azul y jamón –prácticamente imperceptibles–.
La diferencia es abismal cuando se hacen cocidos. De esta forma, todos (queso azul, trufa y ajo) tienen un sabor fuerte, perceptible con tan solo partir y echarse un trocito a la boca. Todos, sí, excepto los de jamón. Estos últimos son muy ligeros (no se esperen que sepan a pata negra). Nos ha faltado, eso sí, probarlos en una tortilla o revueltos con patatas. Eso ya queda para las pruebas de cada uno.
Cayetano, ADN de empresario
Cayetano, por ejemplo, se crió con la tortilla de huevos trufados de su madre. Esa fue una de las primeras cosas que empezó a hacer. A partir de ahí, siguió la estela familiar. Sin ser un estudiante sobresaliente, salvando los muebles “el último día”, pasó el colegio con suficiencia hasta alcanzar la universidad. “Entonces, ya era otra cosa. Entré en EDEM (Escuela de Empresarios) y, como me gustaba, despunté”. Allí, coincidió con Juan Roig, dueño de Mercadona, profesor e inspiración. “Me ayudó mucho a abrir la mente”. Con un objetivo claro: montar su propia empresa. Eso es lo que había querido siempre y eso es lo que hizo.
Antes, eso sí, ya le habían enseñado lo que conlleva ser emprendedor. “Mi abuelo montó hace mucho tiempo una compañía de tejidos para bolsos, zapatos y revestimiento de interiores. De hecho, todavía sigue funcionando y va muy bien”. El negocio familiar lo heredó su padre y él, a los 13 años, empezó a hacer sus primeros pinitos. “Iba a las ferias con él, me dejaba preguntar, atender y metía la cabeza donde me dejaban”. Como hermano mayor –aunque tan solo tenga 25 años–, ha ido abriendo camino. Metido en todo y en nada, “ayudaba en el pueblo (Crevillente), por ejemplo, en Semana Santa. Donde me dejaran”, explica.
Mientras tanto, probaba. Tenía la idea en la cabeza. Sabía lo que quería hacer en el futuro y se puso manos a la obra en la Universidad. En segundo de carrera, en el piso compartido, empezó a hacer sus 'inventos'. “Liaba unas… Hacía pruebas para ver cómo podíamos conseguir que los huevos cogieran sabor a gran escala y dejaba todo el piso oliendo a trufa”. Después, mediante el “prueba-error”, dio con la fórmula.
Pero la idea no empezó a germinar hasta que terminó la universidad. Terminó su trabajo fin de grado y entró en una aceleradora de empresas –Lanzadera, la de Juan Roig, dueño de Mercadona– y empezó a invertir recursos para llevar a buen puerto su idea. Primero, vendiéndolos a la hostelería, viendo que funcionaban. Y, a partir del año pasado, ya en otra aceleradora (KM ZERO), rediseñó la marca, le dio otro aire y buscó la manera de ampliar su negocio comercializándolos en supermercados.
En enero, empezó a hacerlo en Carrefour y, en la última semana, a raíz de su irrupción mediática, Cayetano reconoce que le han llegado más de 100 mails pidiéndoles información para vender su producto. Y en eso está. Dedicado 24 horas a su empresa, con Delivering Hapiness como libro de cabecera (recomendado por Clemente Cebrián, copropietario de El Ganso), que cuenta la historia sobre el dueño de Zappos; y con el deporte (correr y jugar al pádel) como su único vicio confesable. Y, claro, cocinar. “Unas patatas pobres con trufa” con huevos Koroko. No podía ser de otra forma.
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