Entrevisté a Neus Català en 2007 y de inmediato se convirtió en uno de mis personajes favoritos de todos los tiempos. No sólo por haber sido una superviviente dos campos de concentración nazis (Ravensbrück y Holleischen), que también. Fue por su buen humor. Yo trabajaba en el Diari de Terrassa y ella vivía en Rubí, el municipio de al lado. Le concedieron el galardón de 'Catalana de l'any' a sus 92 años. Todos los medios importantes de Cataluña se pusieron en contacto con ella para entrevistarla, pero decidió hablar primero con nosotros, "porque éramos casi vecinos".
Llegué a media tarde con el fotógrafo, Nebridi Aróztegui, al pequeño piso del barrio obrero de Les Torres de Rubí donde ella residía sola (a pesar de su avanzada edad). Nos sorprendió la vitalidad de aquella mujer tan mayor. Tuvimos que interrumpir varias veces la sesión de fotos y el inicio de la entrevista porque no paraban de entrar llamadas a su teléfono fijo. Eran todos medios de comunicación.
Ella, con mucho esfuerzo recorría todo el pasillo hasta llegar al aparato, las atendía a todas y se excusaba por no poder concertar una entrevista en ese momento, porque precisamente le estábamos haciendo una.
A la tercera o la cuarta interrupción, hizo una especie de gesto de hastío abriendo las manos y mirando al cielo. "Estoy muy cansada", nos dijo. "¿Por el trajín del premio de estos días?", le preguntamos. Nos miró a los dos y con una media sonrisa nos soltó: "Qué va. Es que este fin de semana he estado de juerga en El Perelló (Tarragona) y a mi edad cuesta mucho recuperarse".
Los tres reímos la ocurrencia (que era rigurosamente cierta) y así seguimos durante toda la entrevista. Esperábamos, dado lo crudo del tema, una conversación dura y lacrimógena. Pero nos estuvimos riendo toda la tarde. Hasta nos hicimos un par de fotos de broma con el premio de 'Catalana de l'any', mientras el teléfono no cesaba de sonar. Me sorprendió su buen humor constante en unos momentos en los que cualquiera se hubiese agobiado bastante. Por el buen humor le pregunté y me respondió con una frase que jamás se me olvidará: "El buen humor me mantuvo con vida en los campos de concentración. Nunca me he reído tanto como en los 18 años que pasé aquel infierno".
Con esa secuencia empecé la entrevista que reproduzco aquí tal cual quedó. En efecto, Neus Català se convirtió después de aquello en uno de los personajes favoritos de todos los que he entrevistado en mi vida. Y ya no solamente por el humor. Me sorprendió su tremenda personalidad cuando me confesó que ella, anticlerical y republicana, hizo la comunión por su propia voluntad, porque el cura era muy buena persona. Aprendí mucho en aquella charla.
Todas les veces que nos vimos después nos volvimos a reír recordando aquella tarde. Hace ya doce años, pero ni ha cambiado lo que Neus pensaba de su terrible experiencia, ni está nunca de más recordarnos que una persona que pasó las peores penurias durante casi dos años en un campo de concentración utilizó la risa como salvavidas.
Buen viaje, Neus.
¿Cuál es el secreto para conservar ese buen humor, tras tantos años de penurias?
Es parte de mi carácter. El buen humor me mantuvo con vida en los campos de concentración. Nunca me he reído tanto como durante los 18 meses que pasé en aquel infierno. Era un sistema de autodefensa, una especie de cortina para resistir los tormentos que sufría a diario. En realidad, un campo de concentración tiene muy poco de cómico.
¿Qué se saca en positivo de una experiencia tan trágica?
Se vuelve una más humana. Desarrollas el sentido de la solidaridad y consigues reafirmarte en tus convicciones. Tus principios se hacen más fuertes. Quizás por eso seguí en la resistencia tras la guerra, haciendo de enlace entre Francia y España. Los nazis fueron derrotados en 1945, pero el fascismo continuaba mandando en España y yo seguía trabajando en la clandestinidad. Pasaba la frontera de noche, caminando, en coche, en tren, repartiendo propaganda… Cualquier acción era buena para combatir y seguir en la lucha.
¿Y no se pasa miedo, tras una experiencia tan brutal en un campo de concentración?
Se sobrelleva, probablemente porque piensas que lo peor ya ha pasado. Las aberraciones sufridas se superan, pero las convicciones morales, los principios, es algo que siempre te queda. Además, yo había estado al borde de la muerte varias veces. A mí me llegaron a condenar a muerte, pero la orden de ejecución no llegó a tiempo desde Berlín.
Guerra en España, guerra en Francia, guerra en Alemania… Siempre ha estado marcada por el estigma bélico.
Parece que me perseguía. Siempre he ido unos metros por delante de la guerra (ríe). Recuerdo que cuando salí de España en 1939 ejercía de responsable sanitaria en un hospital para niños. La noche que cruzamos la frontera teníamos un mal presentimiento. Tras marchar, los fascistas tardaron media hora en bombardear el recinto. Siempre he vivido huyendo de la guerra y luchando.
¿Esa capacidad de lucha es innata o se adquiere?
Con eso se tiene que nacer. A mí me viene de familia. De mi padre, que era republicano, revolucionario y anticlerical. Todas esas convicciones las heredé yo. Pero... ¿sabe una cosa?Yo hice la comunión con 13 años y por mi propia voluntad.
¿Un paréntesis religioso en su vida?
Nada de eso. Por el cura de mi pueblo, Els Guiamets (Tarragona), que era persona muy querida por todos. Soy republicana, pero nunca estuve de acuerdo con que se matasen sacerdotes. Había buenas personas. Como tampoco estoy de acuerdo con la política que está llevando ahora Israel, con todo lo que pasó el pueblo judío en su momento.
¿Cree que es el pueblo más oprimido de la historia?
Totalmente.Y aunque la gente no lo recuerde, aquí en España también se mataron muchos judíos en tiempos de la Inquisición. Una vez, en Francia, me negué a recoger un premio que llevaba por nombre ‘Isabel la Católica’. No quiero distinciones con el nombre de una reina sangrienta.
Hablando de premios, enhorabuena. Es usted“Catalana del Año 2007”.
Hay tantos catalanes del año...Y sobretodo, tantas catalanas del año. Pero lo que no puedo negar es que me ha hecho muchísima ilusión. Es un premio que vas valorando a medida que pasan los días, porque te das cuenta de que no se trata sólo de un reconocimiento a tu persona, sino de un homenaje a todos los compañeros que lucharon por unos valores y que acabaron pagando con su vida.