Una de las cosas de las que estaba más orgulloso un matrimonio de sexagenarios mallorquines era su cuadro de Miró. El pintor catalán conoció al hombre en su juventud y le dedicó un cuadro que ahora valdría una fortuna. Él lo lucía en su chalet del interior de Mallorca hasta el pasado 28 de octubre, cuando su hijo lo troceó y le obligó a que se lo comiese.
“He venido a mataros”, le dijo el hijo a sus padres. Él no debía estar allí; le habían impuesto una orden de alejamiento del matrimonio. Pero la noche del 28 de octubre se la saltó y se plantó en la residencia que sus padres tienen en Felanitx, un pueblo del interior de Mallorca, a 50 kilómetros de Palma.
El joven, F.J., entró por las bravas. Sabía que allí no era bienvenido, así que se saltó el protocolo de llamar al timbre. Eran las once menos cuarto de la noche cuando el matrimonio escuchó un fuerte golpe en la entrada. Era su hijo, que había roto la puerta, el marco y el bombín. No pudieron escapar, todo pasó muy rápido: F.J., un treintañero consumidor habitual de cocaína y de temperamento muy violento, llegó hasta donde estaban sus atemorizados progenitores. Agarró a su padre por el pelo y lo derribó. Lo arrastró por el pasillo hasta que llegaron a las escaleras. Allí lo tumbó boca arriba y él se puso encima. Se sentó encima de su abdomen, le puso los brazos en cruz y se los inmovilizó con las manos. La rodilla se la puso en el cuello. Y cada vez que el hombre intentaba decir algo, F.J. le propinaba un fuerte puñetazo en la cara.
Una navaja en el cuello
No era la primera vez que agredía a sus padres. Ese era el motivo por el que le habían impuesto la orden de alejamiento. Pero esta vez era distinto: Había venido a matarlos, les dijo, y parecía bastante dispuesto a cumplir su amenaza. Si no era él, otros los quitarían del medio: “He venido a mataros. Tengo que mataros”, les insistía a sus padres, mientras los agredía con una violencia inusitada. También les aseguró que había pagado 2.000 euros a un sicario para que matase a su hermano Alberto. “Pero a vosotros os mato yo”
La ira de F.J estaba focalizada en su padre, pero cada vez que su madre intentaba interceder e intentar que cesase la paliza, ella también recibía golpes en la cara. Hijo de puta, ramera, cabrón, imbécil… F.J. estaba fuera de sí, absolutamente descontrolado. Tanto, que al final sacó un arma blanca. Del bolsillo desenfundó una navaja y se la puso a su padre en la mejilla, con intención de rajársela. De ahí se la puso en el cuello y siguió intimidándolos: “Lo que voy a hacer es quemaros con gasolina”, les atemorizaba sin cesar las hostias y sin dejar de escupirles.
F.J les echaba en cara que, siendo ellos una familias de buena posición y con alto poder adquisitivo, tuviera él que haber dormido en la calle. Estaba totalmente fuera de sí y agarró una de las botellas de vino caro que guardaba su padre en la pequeña bodega, la descorchó y se la derramó al herido por encima de la cabeza. Luego sacó un mechero y le quemó los pelos de la barba.
Ir al poblado a por cocaína
La situación, con el hombre tirado en el suelo y el hijo agrediéndolos a los dos como un poseso mientras los isultaba, se prolongó durante tres interminables horas. Hasta entonces no permitió F.J a su padre que se incorporase. El hombre se sentó con muchos esfuerzos en una silla y empezó a vomitar. La lluvia de palos que había recibido le habían destrozado. Le dijo a su hijo que se encontraba muy mal, pero F.J. no le estaba prestando atención: se dirigió a su madre y le exigió que le diese el número PIN de la tarjeta de crédito, porque necesitaba cocaína e iba a ir a pillarla al poblado chabolista de Son Banya, el supermercado de la droga de la isla.
La madre se lo dio, pero eso no fue óbice para que su hijo siguiese con su recital de destrucción. Empezó a lanzar los objetos preciados de la casa contra las paredes y el suelo. Así se cargó el teléfono fijo, el móvil, un televisor LG, los mandos de dicha tele y hasta el router. Estaba dispuesto a provocar el mayor destrozo posible. Por eso se fue a la nevera, la vació y lanzó todos los alimentos por los suelos.
Fue entonces cuando llegó al Miró. El orgullo de aquella casa. El hombre no tenía una gran galería de arte, pero era aficionado a la pintura y dos eran las joyas de su pequeña corona: uno era de un pintor llamado Mayol. El otro, un Miró auténtico. El hombre conoció al pintor catalán en su juventud, en la isla, y Miró le dedicó un cuadro personalmente. Una obra de valor incalculable que significaba todo lo que F.J. odiaba: la fortuna y el orgullo de su padre.
"Cómete tu cuadro de Miró"
Fue entonces cuando lo destrozó. Serían más de las dos de la madrugada cuando F.J. descolgó el cuadro de la pared y procedió a destrozarlo. Desgarró el lienzo en pequeños trozos y luego obligó a su padre a que los ingiriese. “Cómetelo. Cómete tu cuadro de Miró”, le decía mientras proseguía con los puñetazos en la cara. “Yo soy el puto amo aquí, ahora sabréis lo que es dormir en la calle”, sentenció.
F.J. no se fue de casa de sus apaleados padres hasta altas horas de la madrugada. Huyó de allí dejando a sus padres destrozados, sabiendo que la Guardia Civil iba a ir a por él. De hecho, casi lo pillan. En un descuido debieron avisar los padres de lo que estaba pasando, y una patrulla se desplazó hasta el chalet. Cuando se vio acorralado, saltó por la ventana y se refugió en una finca cercana, amparado en la oscuridad de la noche. La benemérita lo detuvo al día siguiente y desde entonces permanece F.J. en la cárcel.
Ahora le piden 12 años de cárcel por diversos delitos: quebrantamiento de condena, amenazas, lesiones, allanamiento de morada… y daños. Los peritos han tasado en 925 euros los destrozos causados por F.J. la noche de la ira. Pero ese el dinero relativo a la tele, al router, el móvil. El Miró no se ha tasado. Una millonada que era el orgullo de la casa, y que acabó a trocitos e ingerida por su dueño .