El 25 de septiembre de 1962, tras varios meses de sequía, descargó una tremenda tromba de agua sobre la provincia de Barcelona. Más de 200 litros por metro cuadrado durante tres horas. Provocó una inundación que todavía hoy es la mayor catástrofe natural documentada de la historia de España. Oficialmente hubo 815 muertos. La mayor parte de ellos, en los suburbios de Terrassa y Rubí. Entre las víctimas, muy pocos apellidos catalanes.
Los damnificados fueron principalmente los charnegos. Los más de un millón de inmigrantes llegados a Cataluña desde el sur de España en dos olas migratorias entre los 40 y los 60. El lumpenproletariado que hizo posible el milagro industrial catalán, pero que era confinado en los márgenes de las ciudades de la corona metropolitana de Barcelona. De Santa Coloma, de Sabadell, de Sant Adrià. El charnego era la mano de obra de una ‘Cataluña rica y plena’, que malvivía en infraviviendas construidas en cualquier lado. En barrancos y torrentes. Y por la noche, porque eran clandestinas y había que evitar a la policía. Las levantaban ‘destrangis’, que cantaba Estopa, el grupo charnego por antonomasia.
El charnego es parte esencial de la Cataluña actual. Un término insultante por definición. Etimológicamente procede, según la RAE, de la palabra ‘lucharniego’. Un perro que cazaba de noche. El que le traía las liebres al ‘senyoret’ catalán. La RAE, en cambio, se queda con una definición obsoleta. Únicamente considera charnegos a aquellos “inmigrantes residentes en Cataluña y nacidos en otras partes de España”. Pero en la actualidad, los charnegos son (somos) los hijos de aquellos que sobrevivieron a la riada. Catalanes de pleno derecho, pero miembros de una casta muy baja si esto fuese la India. Un grupo social con identidad propia… al menos hasta la fecha.
Y es que tal vez estemos asistiendo a la extinción definitiva del charnego tal y como se conoce. Por un lado, el acoso independentista contra el charneguismo de toda la vida. Por el otro, el triunfo electoral de un ‘charnego agradecido’ (así se refería la escritora Juana Utrera) como es Gabriel Rufián en los últimos comicios del 28 de abril. Son los indicios que pronostican un cambio de paradigma.
Acoso contra lo charnego
El pasado 13 de abril se celebró en Barcelona la primera edición del Festival de Cultura Txarnega. Un acto cultural y reivindicativo de aquellas raíces, de esa identidad propia, del rol que desempeñaron en la Cataluña actual los emigrantes del sur. Pues el evento acabó en ciberlinchamiento. Brigitte Vasallo, la directora del festival, tuvo incluso que dejar Twitter por unos días. ¿El motivo? La cantidad de insultos y críticas recibidas por haberlo organizado. Un bullying indepe en toda regla.
¿Imaginan una ola de indignación porque los gallegos de Madrid celebren una fiesta? O los pakistaníes del Raval. O los afroamericanos de Harlem. Pues con los charnegos acaba de pasar en Cataluña. La directora del festival no se lo explica: “Nunca hubiera pensado que un festival de cultura (…) pudiese provocar un alud de insultos tan grande ni que, pasadas dos horas, me tuviera que retirar de las redes sociales”, lamenta Vasallo.
“Xarnego [el texto original es en catalán] siempre ha sido un insulto y aunque se nos dice una y otra vez que no existe, nuestra experiencia es que el insulto sigue vigente y mucho”, cuenta la organizadora del festival. No solamente ella ha sufrido este acoso, sino el grueso de los participantes. Para muestra un botón: desde el Ayuntamiento de Barcelona se disculpaban ante el EL ESPAÑOL porque no han conseguido que ninguna de las personas que formó parte de aquel festival quiera hablar del tema. Al menos en este momento. No quieren más ataques. Y es que no solamente han llegado desde las redes sociales. Autores han llegado a escribir columnas justificando su rechazo a que se organice un festival charnego. Lo quieren invisibilizar. Lo quieren asimilado por el nuevo identitarismo indepe.
Pujol y la mayor humillación de la historia
Es una más en la lista de agravios de la identidad charnega. El periodista Enric González considera que la mayor afrenta pública de un señorito catalán a un charnego tuvo lugar en Santa Coloma, en 1988. La protagonizó Jordi Pujol. Un grupo de emigrantes de Can Franquesa se manifestaban por las paupérrimas condiciones de vida de un barrio que no tenía ni agua corriente. Pasó por allí el President para inaugurar una ruta senderista y hacerse la foto. Unos vecinos le tiraron piedras. Ahí llegó la gran humillación.
“Pujol bajó del coche, se encaró con uno de ellos e hizo un despliegue de autoridad. Mandó callar y callaron. La prensa, en especial la conservadora, se entusiasmó con la exhibición de poder del presidente de la Generalitat. Otros interpretaron la escena como la humillación de unos pobres ciudadanos charnegos, cargados de razón en sus reivindicaciones, ante el gran señorito catalán”, relata González.. Aquel duelo era desigual. El President contra un obrero sin estudios. “Cállese. Ya le daré la palabra. No le corresponde ahora”, le ordenó el ‘Molt Honorable’ al vecino con el que se encaró. Se llamaba Gabriel y se calló. Pasó varios días sin dormir, avergonzado por tal humillación.
Aquellos charnegos, aquellos ‘Otros catalanes’ que retrató el escritor Paco Candel en su libro en 1964, aquellos que sobrevivieron a las inundaciones… tuvieron hijos y nietos. Nos tuvieron a nosotros, a la generación de la inmersión lingüística. A los que tuvimos al catalán como lengua vehicular en el colegio porque así lo decidieron por nosotros. A los que veíamos cómo la tele pública sólo celebraba los goles del Barça con un dibujo animado llamado Jordi Culé, discriminando a pericos y merengues. Los charnegos siempre hemos sabido que no teníamos hueco en la programación de TV3.
Somos los charnegos unos desarraigados que, por lo general, nunca hemos tenido sentimiento de pertenencia. Ni por nuestra tierra de nacimiento, ni por la de nuestros padres. Y cada uno ha interpretado a su manera su rol de charnego. De ser insulto se ha pasado a hacer bandera. Algunos, para reivindicar las raíces. Otros, para fundirse con el nacionalismo catalán y procurarse un buen puesto.
“Síndrome del charnego separatista”
Es el caso de Gabriel Rufián (Santa Coloma, 1982). Buscando charnego en Google, la primera imagen que aparece es la del político de Esquerra. Pero no es un charnego al uso. Rufián respondería a ese perfil de ‘charnego agradecido’ al que se refería Utrera. O lo que llama el periodista Francisco Gil Ibáñez, “el síndrome del charnego separatista”. Un hijo de emigrantes entregado a la causa separatista, más incluso que los catalanes de raíz. La fe del converso.
Rufián es charnego, pero no ha recibido insultos por ello desde la bancada independentista de la que es adalid. También su asesor Bernat Castro ‘Berlustinho’, que es hijo de murciano. Igual que Antonio Baños, de las CUP. Ellos son ‘bons catalans’. Trabajan por la independencia y rechazan al estado español. Rufián, por ejemplo, dice que es aficionado del RCD Espanyol, pero no escatima en tuits ensalzando al Barça, a Messi o a Piqué y ridiculizando al Real Madrid. Además, considera que la palabra charnego "es utilizada por los sectores más reaccionarios del unionismo". Es decir, que no existe. Luz de gas.
El charnego no contó para los nacionalistas catalanes hasta los inicios del Procés. Fue entonces cuando desde la sala de máquinas del independentismo tomaron buena nota de los fracasos de los referéndums por la independencia de Quebec, perdidos por pocos votos. Se dieron cuenta de que necesitaban a más gente en la causa. Cualquier voto era bueno. El andaluz, el murciano, el marroquí, el pakistaní, sus hijos... Todos cabían, todos eran necesarios para sumar. Y ahí llegó Rufián, para asumir el papel de charnego revisado. Y de qué manera.
Desde la ortodoxia charnega, si es que eso existe, se critica que figuras como Rufián perpetúan de algún modo la imagen más negativa del charnego en la sociedad catalana. Por ejemplo: no verán a Tardà sacando una impresora o unas esposas en el Congreso. Para eso ha estado siempre el charnego. Lucharniego. El perro que le traía la liebre al ‘senyoret català’.
Hay un episodio de Los Simpsons en el que Homer funda una empresa de internet. Cuando empieza a funcionar, aparece Bill Gates con dos esbirros y le hace una oferta de compra. A la que Homer acepta, Bill Gates y sus hombres lo destrozan todo y se largan. Eso es lo que ha venido a hacer el nacionalismo catalán con los charnegos. Intentar asimilar esa subcultura para absorberla definitivamente y hacerla desaparecer. El charnego que colabora con el separatismo tiene futuro. Pero si quieres montar un festival para reivindicar esas raíces, prepárate para el insulto, para la mofa y para el escrache virtual. Porque el charnego clásico ya casi no existe a ojos del independentista. Está en vías de extinción.
“Hoy no puedo jugar, madre, son todos castellanos”
Aunque se pretenda invisibilizar, el charnego existe. Tiene una fisonomía sociocultural propia. Incluso un acento característico. El hecho de que la mayor parte de los emigrantes procediesen de Murcia y la Andalucía Oriental (Jaen, Almería, Córdoba y Granada), le confieren una tonada mucho más abierta que si la emigración masiva hubiera llegado, por ejemplo, de Cádiz o Huelva. Eso, mezclado con el catalán, construye un acento propio que no se encuentra en ninguna otra parte de España. Ese mismo que Marta Ferrusola no soportaba oir. La mujer de Pujol confesó que a veces llevaba a sus hijos a jugar al parque y a menudo regresaban compungidos para decirle: "Avui no puc jugar, mare, tots són castellans" ("Hoy no puedo jugar, madre, todos son castellanos").
Pero, finalmente, esa primera generación de charnegos nacidos en Cataluña rompió las limitaciones. Estudiamos en la facultad, nos sacamos carreras universitarias y salimos del gueto. Llegó Buenafuente, y Évole, y Estopa, y Jorge Javier. Llegó Montilla al poder y los éxitos en moto de Marc Márquez, que también fue criticado por cuestiones independentistas: cuando ganó el Mundial, se negó a salir a celebrar al balcón del Ayuntamiento de Cervera con una pancarta por la libertad de los políticos presos.
Y ahora, a última hora, ha llegado Rosalía. Que aunque no es charnega, fusiona el flamenco y el trap en un estilo que podría reivindicar la nación charnega catalana. Es nacida en Sant Esteve de Sesrovires y se ha convertido en una de las artistas más conocidas del mundo. En la última ceremonia de los Grammy, donde salió triunfadora, tuvo que aguantar los ataques de algún medio independentista catalán, que le criticaba que no se hubiese referido en su discurso a los políticos presos.
El charnego siempre votó al PSOE. Ese es uno de los motivos por los que hay ciudades como Terrassa en la que sólo han gobernado los socialistas desde que hay democracia en España. Los socialista lograron el hito de colocar al primer charnego de President de la Generalitat: el cordobés José Montilla (eternamente ridiculizado por los indepes a causa de su pronunciación cuando hablaba en catalán). Eran otros tiempos.
“Fora xarnegos”
Ahora las cosas han cambiado… a peor. Tenemos un presidente xenófobo, Quim Torra, que nos califica de bestias y que considera que tenemos un bache en el ADN. “Com uns bruts vau arribar a Catalunya i així marxareu si no us integreu. Fora xarnegos” (“Como unos sucios llegasteis a Cataluña y así marcharéis si no os interáis. Fuera charnegos”), amenaza un cartel de Bandera Negra, una de las numerosas corrientes de extrema derecha indepe que están surgiendo en Cataluña los últimos tiempos.
Por su parte, ERC ha arrasado en los últimos comicios. La Cataluña separatista ha hablado. Y ha dicho que quiere al charnego asimilado. Al agradecido. Al que es un ‘bon jan’ (buen chico) y se alinea con el independentismo. Al que acabará difuminando sus raíces españolas, si no renegando de ellas. El resto, el que no está por la causa separatista u organiza un festival cultural sin pretensiones, es acosado e insultado.
Las últimas elecciones han sido un réquiem para el charnego clásico. El de toda la vida, al que el nacionalismo pretende invisibilizar y enterrar. No nos han ido a mejor la cosas, treinta años después de que Pujol humillase a un emigrante de Santa Coloma recordándole que allí mandaba el señorito. “Cállese. Ya le daré la palabra. No le corresponde ahora”, le dijo Pujol al charnego. Y el charnego se calló.