Les seducía con su lujoso yate y con su gama de coches deportivos. Los llevaba a su casa o a alguna cala escondida de la ría de Vigo, debajo del puente de Rande. Luego abusaba de ellos. El hotelero Carlos Viéitez, también conocido como Papuchi, ha sido condenado a 36 años de prisión por abusar sexualmente de 16 menores.
La Fiscalía pedía para él 54 años, y una de las acusaciones que se había personado, más de 120. La sentencia se conoce ahora, dos meses después de la celebración de uno de los juicios más mediáticos de los últimos años en la ciudad olívica y cuyos hechos ocurrieron en el marco de las altas esferas de la ciudad.
La condena, según ha podido saber EL ESPAÑOL a través de fuentes jurídicas, llega impuesta por la Sección Quinta de la Audiencia Provincial de Pontevedra. El personaje era conocido en la ciudad, regentaba una famosa pizzería en la calle Montero Ríos, cerca del casco antiguo y junto a la zona de Rosalía de Castro. Allí entraba, muchas veces, en contacto con los menores. Les invitaba a cenar, los metía en el reservado habilitado en el local.
Luego los llevaba a su yate. Muchos sabían de sus andanzas desde hacía años, o por lo menos habían escuchado hablar de ellas. De cómo llenaba los pasillos y los camarotes de su barco de adolescentes.
Papuchi no perdía ocasión. A veces invitaba a los adolescentes a su apartamento. La sentencia explica que organizaban allí sesiones de cine porno. A algunos los tocaba.
"El Vladimir"
Iba a todas partes con ellos. También en esos días en su embarcación en los que, según los agentes que llevan meses investigándole, les sugería ver películas de contenido sexual y desnudarse para poder hacerles fotografías. Papuchi incluso había llegar a montar un grupo whatsapp en el que todos intercambiaban fotos eróticas y comentarios sexuales con los menores.
Que fueran menores resultaba para él indispensable, como explica la sentencia. Eso le permitía que sus víctimas fuesen "más fácilmente maleables". Y el aparejo que utilizaba para capturar a sus presas era, además de su restaurante italiano, las redes sociales: Instagram, Whatsapp y Snapchat.
Su táctica era sencilla: para ganarse la confianza de los menores, asumía "un comportamiento como de adolescente". Por las mañanas, les enviaba fotos de sí mismo, desnudo frente a un espejo, o sentado en el váter. En todas mostraba su pene "tanto relajado como en erección". A veces las fotos las mandaba desde la cama, tapando sus partes: a esas instantáneas las denominaba "tienda de campaña".
Luego venía la coacción. A los destinatarios les animaba a que "no se rajaran", y que le correspondiesen con fotos de ellos desnudos. Estos intercambios sucedían por las mañanas, por las tardes, pero también por las noches. A esas altas horas, invitaba a los menores a hacer "un Vladimir" que, según explica la sentencia, "consistía en que el menor se masturbara y se fuera para la cama a dormir". El acusado ponía estas conductas en escena para "captar la voluntad de los menores", y para conseguir confianza con ellos. Eso le permitía abrir la puerta a posteriores y oscuros propósitos por los que también ahora ha sido condenado.
Una vez accedía a ellos, llegaban los agasajos: entradas para partidos del Celta de Vigo, paseos en coches de lujo, bebidas alcohólicas en su casa, en su bar, entradas en reservados de discotecas caras de la ciudad... Y los paseos en su yate.
“Les iba a recoger en su Maseratti al colegio”
En la sentencia se detallan toda clase de situaciones de abusos y de tocamientos. Incluso pasajes en los que Viéitez conduce a los jóvenes a prostíbulos de la ciudad. Papuchi llega incluso a abalanzarse sobre uno de los menores. Ambos estaban vestidos. Él hacía gritos y gestos como si estuviera manteniendo relaciones sexuales con el chaval. A los gritos del menoress acudieron dos amigos que estaban cerca. Ambos empujaron de la cama al acusado y salieron de allí.
Estos pasajes son tan solo algunos de los más suaves de la sentencia. Hace dos años, EL ESPAÑOL desveló la identidad del ahora condenado en un reportaje. Distintos menores implicados o conocedores de los hechos se pusieron en contacto con este medio. En Vigo, todo el mundo se conoce, y Papuchi no pasaba desapercibido.
Era un tipo que iba siempre guapo, bien arreglado. Aseado y delgado, con gafas de sol y ropa de marca, con zapatos náuticos y camisas buenas. Entraba a hablar a los jóvenes con confianza, y a partir de ahí establecía relación con ellos.
Entre otros negocios hosteleros poseía la pizzería La Fiorella, situada en el paseo de Montero Ríos, a un paso del Club Náutico de la ciudad en el que tenía su yate. Es la mejor zona, un lugar repleto de bares siempre llenos de día y de noche. Nunca le faltaba demanda. Allí, y en otros lugares según los investigadores, invitaba a bebidas y a comer a los chavales.
Los chavales lo veían con mucha frecuencia. Según contaban, el hombre, siempre hablador y cercano, se acercaba cada vez que llegaban al bar para entablar con ellos conversación. Al tiempo, acababa cayéndoles bien y los diálogos con los chicos se hacían normales. Eran algo reiterativo. Si estaban ellos en el local y estaba él también, se acercaba para charlar un buen rato.
Desde ese momento, la relación entre el hombre y los jóvenes iba aumentando. De algún modo, se hacía con su número de teléfono y desde ese momento contactaba con ellos de manera frecuente. “Los miércoles por la tarde, cuando salían del colegio al mediodía, les iba a recoger en su Maseratti para llevarlos a comer. Les invitaba en su cafetería a comer gratis”.
Las escapadas de los jóvenes llegaban hasta tal punto que, en una ocasión, el director del colegio se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Le pareció muy raro todo aquello, así que decidieron informar a los padres de lo que ocurría. Decidieron llamar a Viéitez al colegio para saber qué era lo que estaba pasando.
“Le dijeron que tomaría medidas como no parara. Pero él se hacía el chulo y pasaba de todo”, explicaba a este periódico una de las jóvenes, que testificó en contra de Viéitez en la investigación de la policía. “Los llevaba a todos a su barco. Era él allí, con chavales de 10 a 15 años”.