Dicen los vecinos del número 2 de la calle José Zamoray (Zaragoza) que de madrugada, cuando en el bloque (casi) todo el mundo dormía, desde el 3ºB se escuchaban alaridos. Gritos de terror de una niña de 4 años pidiéndole a su madre que dejase de golpearle. “Mama, no me pegues más que no lo vuelvo a hacer”.
Era el grito desgarrador de S., una niña de 4 años que ahora se debate entre la vida y la muerte en el hospital Materno Infantil de Zaragoza, a causa de los golpes recibidos en su propia casa. Su madre, Elena Yebra, española de 35 años, ha sido detenida por este motivo. También Constantin Mircea, su novio rumano de 30 que ha confesado haber sido el autor de la última paliza. La que mandó a la chiquilla a la UVI, casi muerta, con contusiones graves en la cabeza. “Esta vez se me fue la mano”, le confesó a los agentes que le arrestaron.
Lo más incomprensible del caso de la niña S. es que se veía venir. Las palizas y los malos tratos son habituales en casa de Elena. Tanto, que le retiraron la custodia de sus otros dos hijos. Dos varones de 11 y 9 años a los que tuvieron que sacar de esa casa en 2010 para proteger sus vidas. La pequeña S. no tuvo tanta suerte, aunque se podría haber evitado. ¿Por qué nadie hizo caso de los gritos de auxilio de esa niña? En el Gobierno de Aragón no quieren dar explicaciones. En el Ayuntamiento aseguran que ellos estaban trabajando en un “informe de valoración de posible desprotección”. Pero mientras se redactaba o no ese informe, a S. han estado a punto de matarla.
Peligro en el barrio
El número 2 de la calle José Zamoray es un ejemplo representativo de cómo se vive en la zona de Pignatelli, tal vez la más desfavorecida del centro de Zaragoza. Y es que el barrio está cabrón: son varios vecinos los que se han organizado en entidades para intentar mejorar las condiciones de vida: “Estamos sufriendo robos de móviles y bolsos con extrema violencia. Venta de drogas, casas okupa, edificios insalubres, plagas de ratas y chinches, basura por todos los rincones, peleas, ruidos…”, cuenta Oscar Baeta, de la plataforma vecinal Calles Dignas.
Este ambiente infernal se calcaba en la casa de Elena, la vecina más conflictiva del 2 de José Zamoray. Una persona con un trastorno límite de la personalidad, peleada con sus padres, consumidora de drogas, sin trabajo conocido y viviendo de una ayuda de la administración. “Una loca”, resume una rumana (que no quiere dar su nombre) que lleva 20 años en España y vive en el mismo rellano que la detenida. Había mantenido numerosos conflictos con Elena “por nada en especial. Elena es una persona problemática. Nos grita y se pone chula sin motivo. Si me ve cogiendo las cartas del buzón, ella me las quita de las manos por si hay en el montón alguna carta suya”, cuenta, repasando su último encontronazo con Elena.
Esta casa es un infierno
A Elena la tenía bien fichada la policía, que constantemente aparecía en su casa por quejas vecinales. “En esa casa entraba gente a todas horas. Se vendían drogas. Se montaban fiestas”, cuenta María, otra vecina rumana que asegura que cuando Elena abría la puerta para entrar en su domicilio se apreciaban un montón de colchones tirados en el suelo del comedor y muy pocos muebles. Unas condiciones de vida indignas para una cría a la que querían en todo el edificio.
Así como Elena no se hablaba con nadie del edificio, su hija S., de 4 años, “hablaba con todo el mundo. Muy cariñosa. Te cruzabas con ella y te saludaba, te sonreía, hablaba contigo....”, cuentan sus vecinas de rellano. Pero cuando la cría interactuaba con ellas, la madre le reñía para que se callase. Doina también es rumana y también vive en el mismo rellano del tercer piso. No habla español perfectamente pero representa con gestos cómo trataba Elena a su hija: “La llevaba ‘así’ por la calle” dice, mientras imita a una persona tirando con mucha fuerza del brazo de alguien.
Elena no tenía problemas sólo con sus vecinos. También con sus parejas. Elena estuvo varios años con un rumano llamado Ioan, con el que tuvo dos niños. Los dos se los quitaron. La policía acudía constantemente a la casa por los altercados constantes. Peleas, gritos, agresiones… Al final a Ioan le impusieron una orden de alejamiento y a ella le quitaron la custodia de sus dos hijos varones. Pero Elena siguió protagonizando incidentes con la hija a la que inexplicablemente le dejaron a su cargo: “La policía la cacheaba por la calle por si tenía drogas cuando iba con la niña”, coinciden sus vecinos.
El nuevo novio al que nadie conocía
Esther les gritaba a sus vecinos que ella odiaba a los rumanos, una comunidad que es mayoría en su edificio. Pero a pesar de verbalizar ese odio contra la gente de esa nacionalidad, tuvo dos hijos con uno de ellos. Y ahora estaba ennoviada, desde hacía pocos meses, con Constantin Mircea, otro rumano de 30 años del que los vecinos no conocen apenas nada. “Venía por aquí desde hace poco y no sabemos nada de su vida”.
Para la pequeña S., que su madre cambiase de novio no significaba que cesasen los malos tratos. Estos siempre se mantuvieron. “A la niña la veías algunas noches sentada descalza abajo en el portal. Te decía que no podía subir hasta que se lo dijese su madre porque la había castigado por portarse mal”, cuenta indignada una gitana zaragozana que vive a dos calles del lugar de los hechos y que asegura que “la justicia no ha hecho nada. La justicia la van a hacer ahora los presos cuando pillen a estos dos en la cárcel”.
A la niña la mandaban castigada a la calle. Y cuando le dejaba entrar, los gritos. Se escuchaban con nitidez en el tercer y el cuarto piso. “No era llorar. Eran gritos con la niña pidiendo que le dejasen de pegar, que ya no lo haría más”, explica Doina medio en español, medio en rumano traducido por sus vecinas. Creen todas ellas que cuando Elena o su pareja de turno se colocaban, la emprendían a palos con la niña.
Así pues, el escenario es: un hogar desestructurado, una mujer de 35 años con un posible trastorno y consumidora de drogas y dos hijos varones cuya custodia le retiraron. La policía acudiendo constantemente a esa casa por los problemas que provocaba. Los vecinos quejándose casi a diario de los líos que montaba. Y en esa casa, una niña de 4 años maltratada por sistema.
¿Por qué nadie intervino?
Es aquí donde surgen mil interrogantes: ¿Detectaron desde Servicios Sociales está situación? ¿Nadie vio que la niña se estaba criando en un ambiente irrespirable y que podía temerse por su vida? ¿Por qué consideraron que Esther no estaba capacitada para criar a dos niños varones de 11 y 9, pero sí a una niña de 4? ¿Se le estaba practicando algún tipo de seguimiento especial a causa de sus antecedentes?
EL ESPAÑOL se ha puesto en contacto con Servicios Sociales del Gobierno de Aragón. Allí nos atienden con malos modos. “No pienso darte información porque es una menor de edad”, se enroca varias veces una mujer que no da su nombre. “Nosotros no queremos información de la niña, sino de la madre. Queremos saber si con estos antecedentes y dos custodias retiradas, se le estaba practicando algún tipo de seguimiento especial o había alguna alerta al respecto”, insistimos hasta en 5 ocasiones. La respuesta es siempre la misma: “No vamos a darte información porque es una menor de edad”, repite con nerviosismo esta técnica de Servicios Sociales. Es como darse con una pared.
En el Ayuntamiento de Zaragoza son bastante más amables y al menos dan las explicaciones pertinentes. La potestad de retirar una custodia no es de ellos, pero sí que estaban detrás del caso: “Estábamos realizando un estudio de valoración de posible desprotección”, cuenta Irene, de Servicios Sociales. Pero el dichoso informe no llegó a tiempo y se desencadenó la tragedia la noche del domingo 29 de abril.
La noche de la tragedia
Nadie sabe qué pasó esa noche en el 3ºB. Los gritos de la chiquilla se habían convertido en habituales, por lo que nadie en el bloque dio la voz de alarma. Lo que se sabe es que al día siguiente, alguien avisó a la policía de que la niña estaba mal. Creen los vecinos que fue él, Constantin, el que después se confesó autor de la paliza.
“Cuando llegó la policía, no había nadie en casa que pudiera abrir. Al final abrieron los agentes y se encontraron a la niña medio muerta”, resume una vecina de rellano, que creía que la intervención se debía a “alguna redada, porque en este bloque se vende droga y hay prostitutas. Pero al ver que era en mi rellano ya entendí que era ‘la loca’ otra vez”. Después llegó la ambulancia. Doina, la vecina del 3ºD, dice en un rudimentario español que vio a los sanitarios sacar a la niña en brazos. “Parecía muerta”.
S. no falleció, pero estuvo muy cerca. Estaba abocada a la muerte cerebral. Fue operada de urgencia por unas contusiones provocadas en la cabeza. Cuando los médicos reconocieron a la niña, también le detectaron signos de haber sufrido golpes previos en la zona del tórax. “Me han dicho que la pediatra que la atendió en el hospital se pasó toda la noche llorando de pena”, cuenta el empleado municipal que se encarga de la limpieza de esa calle.
Tanto Esther como Constantin fueron localizados y detenidos por la policía. Ella en un principio no quería declarar. Fue él quien acabó confesando ser el autor de esa última paliza que mandó a la niña al hospital, asegurando que se le fue de las manos y que asumía que le iba a tocar pasar una buena temporada entre rejas. Ella, después, declaró a la policía que no decía nada porque tenía miedo de Constantin, que les pegaba a las dos.
Desprotegida
Pero aunque Constantin se haya confesado culpable, lo que los vecinos veían día sí y día también es que Esther no estaba en condiciones de cuidar a una niña de 4 años. Que le pegaba a la niña y la estaba criando en un entorno irrespirable. Lo vieron también los servicios sociales en 2010, que le retiraron la custodia de sus otros dos hijos, ahora tutelados por el gobierno de Aragón. ¿Por qué nadie se dio cuenta a tiempo del peligro que corría la pequeña S.?
La niña ya está fuera de peligro. La operación fue un éxito y S. salvará su vida. Lo que nadie asegura es que no vaya a sufrir secuelas permanentes provocadas por las palizas que recibía. De su madre, del novio de su madre o de cualquiera que se emplease en una niña cuya vida se había convertido en un infierno. La pequeña S. lanzaba un SOS cada día. Pedía ayuda desesperada cada noche, a gritos, cuando recibía las palizas. Todos la oían, pero nadie la escuchaba. Mientras tanto, la administración redactaba informes previos. Estudios de valoración de posible desprotección. En efecto, S. estaba desprotegida. Pero no sólo por su madre y el novio. También por esa misma administración que no actuó a tiempo.