He aquí el último acontecimiento militar de la Guerra, el gran desfile militar de la Victoria en Madrid por el Ejército del centro ante su excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los ejércitos nacionales. El Caudillo (...) atraviesa Madrid entre las aclamaciones de una multitud que desde la madrugada invadía las calles de la capital.
La voz exaltada que narra sobre las imágenes en blanco y negro es de sobra conocida. Es la de un temprano Matías Prats Cañete que locuta el Desfile de la Victoria en Madrid. 120.000 hombres pasan frente a Franco, firme y en la tribuna laureada con el vítor, haciendo el saludo fascista y regalando imágenes similares a las que se vieron con Hitler y Mussolini. Corría el 19 de mayo de 1939 por las calles de la capital, la guerra acababa de terminar y el caudillo había logrado convertir el ¡No pasarán! en un pasaron hasta el fondo. El desfile significaba que venían a quedarse y ahí se quedaron otros 40 años.
Este mayo de 2019 se cumple el 80 aniversario de esas imágenes. Sin embargo, la paradoja radica en que Franco va a volver a protagonizar un desfile. Pero el de ahora será la antítesis de la victoria, será el de salida del Valle de los Caídos que él construyó. Si en mayo de 1939 se consagró como caudillo, ahora se cierra un ciclo largo. Tomando prestada una idea de Rafael Reig en Todo está perdonado, lo que va a ocurrir evidenciará que ellos ganaron la guerra pero no han sido capaces de ganar la paz.
La victoria de Pedro Sánchez en las pasadas elecciones generales que se celebraron el 28 de abril ha despejado el camino para que se materialice la exhumación de los restos del dictador. Aunque Sánchez no ha podido hacerlo con la rapidez que le hubiera gustado, ya que la familia Franco ha logrado mantener un pulso judicial al Ejecutivo socialista, todo apunta a que será definitivamente el 10 de junio. Todo ello al menos que el Tribunal Supremo lo suspenda de forma cautelar, algo que, aunque probable, sería una sorpresa.
La consolidación de Franco como caudillo, en 1939
El Desfile de la Victoria de 1939 no fue una celebración por que sí. Habían ganado la guerra, sí, había motivos para celebrarlo, sí, pero sin embargo apuntaba a un significado mayor más profundo. Era la consagración del dictador como poder supremo. “Ese desfile fue el tributo de las Fuerzas Armadas a Franco, donde se le declara la Cruz Laureada de San Fernando, la mayor condecoración militar de España”.
El que habla es el historiador Enrique Moradiellos, Premio Nacional de Historia en 2017 y experto en la época que abarca desde el arranque de la Segunda República hasta que llegó la Transición tras la muerte del dictador. “Fue un desfile que se hizo para los vencedores de la guerra y significó que la guerra continuaba aunque ya no hubiera operaciones militares”, comenta. “Esto es porque el franquismo es el régimen de la victoria”, añade.
“Hay que entender que el 1 de abril de 1939 terminó la Guerra Civil pero no llegó la paz, llegó la victoria. Lo que vino después fue ajustar cuentas al enemigo para que no se revocara el significado del resultado de la contienda”, dice, en conversación con EL ESPAÑOL. “Hay que tener en cuenta que media España estuvo con Franco, que no fueron tres generales, dos banqueros y cuatro obispos, sino que el país estaba partido por la mitad. Y el desfile fue la consagración de Franco sólo ante su pueblo, no ante los demás”, añade.
Para Moradiellos, además, hay un evento que tuvo también la misma importancia. Se produjo justo un día después del Desfile de la Victoria, el día 20 de mayo, y fue el Te Deum que el caudillo recibió en la iglesia de Santa Bárbara de Madrid. Bajo una ceremonia para la que se trajeron reliquias de todas las puntas del país y que era de un tono medieval y fanático, Franco abarcaba todo el Estado para sí.
“Con el Desfile de la Victoria, Franco es jefe de los ejércitos, y con lo de Santa Bárbara se hacía jefe de lo religioso”, aclara Moradiellos. “Con ello, se hace literalmente caudillo por la gracia de Dios, porque lo militar y lo religioso son las dos instituciones del nuevo estado franquista. A partir de ese momento, él solo era responsable ante Dios y ante la Historia”, añade. “Se veía que era un régimen soberano y constituyente que iba a durar”.
-¿Y qué cree que significaría para Franco que un gobierno socialista, con el apoyo de los que algunos llaman “los que quieren romper España”, le exhumen en el aniversario de su Desfile de la Victoria?
-No sé que pensaría, sería aventurarse. Lo que sí creo es que nunca pensó que tras su muerte iba a venir lo que vino. Franco nunca pensó que fuera a venir la democracia y que el Rey iba a hacer lo que hizo. Porque la reforma posterior fue reforma, pero fue rupturista.
La exhumación en 2019, el fin de un ciclo 80 años después
En el Valle de los Caídos todo tiene un aura como de estar en el tiempo de descuento. Es jueves, 2 de mayo, y en la puerta de la basílica se cruzan aquellos que salen de la homilía con aquellos que, vestidos de turista, hacen cola para entrar a ver la tumba del dictador. Parece que acuden al ocaso de un ídolo.
“Hacía mucho tiempo que no venía y como lo van a sacar pues aprovecho”, comenta David. Viste una camiseta del Real Madrid, tiene la cabeza rapada, el brazo lleno de tatuajes y unas zapatillas de la marca Adidas. Es el prototipo de la estética skin, pero no es un exaltado sin más. “Yo soy muy nacionalista pero Franco me parece un asesino como cualquier otro. Aun así, yo creo que deberían respetarlo”, comenta.
“Es parecido a Rusia, que tienen a Lenin en la Plaza Roja de Moscú. Al que le gusta va, y al que no, no va. Pero hay que respetar la Historia”, dice. “A mí, lo que más me preocupa es la parte del negocio. Aquí trabaja mucha gente y si sacan a Franco seguro que no viene ni Dios. Al final se lo llevarán a otro sitio y la familia hará el negocio ahí”, añade.
Al igual que David, muchos reconocen acudir por el mismo motivo, que los días para verlo parecen contados. Según datos que Patrimonio Nacional ha facilitado a este diario, en los cuatro primeros meses de 2019 las visitas son un 67,02% más que en el mismo periodo en 2018. En enero hubo 19.686 visitantes; en febrero, 24.705; en marzo, 36.893 y en abril, 36.757.
Y todas estas cifras responden a los tiempos de la política. En septiembre de 2018 las visitas fueron un 113% más que en septiembre de 2017. Esto se debe a que tras la moción de censura que Sánchez ganó a Mariano Rajoy ya comunicó su intención de exhumar a Franco. Y la diferencia entre enero y febrero de este año radica en que en el segundo mes del año se puso la fecha definitiva: el 10 de junio.
En la cola para entrar a la basílica, los comentarios de los turistas no son o blancos o negros, siempre oscilan en la escala de grises. “Que se quede, que se quede”, dice una extranjera con los hábitos de monja. “¿A quién le molesta? Que saquen a los pobres de la calle”, dice una señora que ha salido de la misa. “El monumento es una pasada arquitectónica, que esté Franco a mí me es irrelevante”, comenta Carlos, que viene con su hija por primera vez. “No me preocupa porque esto va a seguir siendo un lugar de culto”, asegura el responsable del parking, ante la pregunta de si considera que va a perder el trabajo.
La familia mantiene la esperanza en el Supremo
Sin embargo, entre la familia de los Franco reina la esperanza. Ellos creen que no se va a proceder a la exhumación del Valle de los Caídos y posterior inhumación en el cementerio de Mingorrubio, en El Pardo. “Si tuviera que hacer un pronóstico jurídico, creo que el Supremo va a suspender esta misma semana la exhumación. Porque lo deberían hacer antes de que comience la campaña de las elecciones municipales para no interferir. Si no se suspende, carecería de finalidad el recurso de la familia”, dice Luis Felipe Utrera-Molina en conversación con EL ESPAÑOL.
Utrera-Molina es hijo del ex ministro franquista y secretario general del Movimiento (Falange Española y de las JONS), José Utrera-Molina. Siempre ha estado muy ligado a la familia desde que su progenitor le llevó a ver al jefe, al dictador, cuando tenía seis años, y Franco le dijo: “Sólo te pido una cosa, que seas tan bueno como tu padre”. Ahora, con los años habiendo corrido, fue el designado como albacea por Carmen Franco para que tutelase su herencia y es el abogado que ha conseguido que al Ejecutivo se le haga cuesta arriba la exhumación.
“Al decir que creo que lo va a suspender no estoy haciendo una expresión de mis deseos”, matiza Utrera-Molina. “Ya hay un antecedente cuando Estrasburgo condenó al Gobierno polaco por la exhumación de las víctimas del accidente de 2010 que sufrió el avión presidencial. Ahí condenaron al Gobierno por no paralizar la exhumación y se provocó un daño irreversible, porque un cadáver no es un mueble y después de inhumarlo no van a sacarlo para volver a meterlo en el Valle de los Caídos”, añade.
“Además, no es lo mismo que pasó con Sanjurjo y Mola porque en esos casos se dejaron los sepulcros por si la sentencia era revocada. En este caso, el proyecto del gobierno prevé el relleno del sepulcro. Y eso no cabe en una cabeza normal, jurídicamente hablando”, comenta por teléfono el abogado. Y Utrera-Molina no cree que el Supremo dicte la sentencia definitiva, sobre si acepta la exhumación o no, antes del 10 de junio, que es la fecha prevista por el Gobierno para llevarla a cabo.
De todas formas, el abogado confirma que tienen todos los escenarios posibles estudiados al detalle y que si en esta fase algo no sale como quieren, acabarán recurriendo al Tribunal Constitucional. “Vamos a agotar todas las vías posibles”, asegura Utrera-Molina. Y aclara un par de puntos: “Si el Supremo no se pronuncia para rechazar la suspensión, eso significaría que los acuerdos del Consejo de Ministros estarían suspendidos per se ya que es la doctrina del Tribunal Constitucional. Además, si el Supremo llega a suspender la exhumación, ello no implica una victoria de la familia porque aún habría que esperar a la sentencia definitiva".