Cuando a Agustín Zamarrón se le pregunta que dónde está el interruptor, que cuándo fue que se hizo socialista, el recuerdo le rompe la voz. El que fue el presidente del Congreso, de manera temporal, el pasado martes, cuenta que viene de una familia de médicos, acomodada, y se traslada a un día de Reyes cuando su infancia corría por las calles de Segovia y a él le habían traído los regalos que quería. “En la calle había una mujer muy humilde que arrastraba a un niño del brazo”, recuerda. El niño había entrado en una rabieta porque quería un pastel que había visto en un escaparate y la madre le dijo: “¿Por qué eres tan malo? ¿Por qué te pones así? ¡Con el lápiz tan bonito que te han traído los Reyes!”.
Y lo dice emocionado y tiene que parar de hablar para volver a juntar sus piezas. Todavía le late. “La culpa es suya por hacerme hablar de esto”, le achaca al periodista. “¿Qué quiere decir esto? Que uno es socialista por naturaleza, porque se cae del caballo de camino a Damasco”, responde. “Cuando uno ve que hay niños en la pobreza y que el futuro están en los que se han ido porque los hemos echado, uno no puede decir que no”.
Nacido en Segovia pero originario de Miranda de Ebro, en Burgos, donde ha ejercido de médico, Zamarrón sólo es diputado desde las elecciones del pasado 28 de abril. Pero, por casualidades de la vida, fue a él al que le tocó presidir la cámara baja al ser el parlamentario de mayor edad. Cuenta con 73 años a sus espaldas. El médico tuvo sus minutos de gloria el pasado martes como tercera autoridad del Estado. Y, a pesar de las anécdotas que regaló la vuelta al cole política, fue Zamarrón el que se convirtió en protagonista por su apariencia y palabras.
“Dejen expedito el pasillo izquierdo porque tenemos que ir con la sacra urna a ver a Pablo Echenique” y “Hemos creado una cola más grande que la del pan en la época de la carestía” fueron algunas de las intervenciones que dejó caer y que le metieron dinamismo a un proceso que por lo general es puro ralentí. Todo ello recogido a través de su apariencia, con barba que le cae al pecho y gafas redondas, que han llevado a que se le compare con Valle-Inclán o Dumbledore, según la generación a la que pertenece el que compara.
Un médico curtido en Cataluña
En el barrio El Crucero de Miranda de Ebro la tarde está tranquila y Ana Moña, una anciana de 82 años, se despide de su nieta pequeña que ya está colocada en el sillín del coche. Mientras su hijo espera para arrancar, Ana cuenta que, para ella, la sorpresa no fue la misma que la de toda España. Ya está acostumbrada a la apariencia y a los hablares de Zamarrón. Lo más llamativo, tanto para ella como para el resto de vecinos, fue ver al médico del Hospital Santiago Apóstol, al de toda la vida, en la televisión poniendo firme a todos los diputados.
“Vino mi hija corriendo a casa y encendió la televisión y me dijo ‘¡mira, mira quien es!’”, relata. Y ahí estaba, en el púlpito del Congreso de los Diputados, el médico que estuvo pendiente de su Julio, tratándole el cáncer que le acabó matando. “Fue como hace 14 años, teníamos que ir a Burgos a que Julio recibiera la quimioterapia pero aquí, en el Hospital Santiago Apóstol, recibía el resto de tratamientos”, relata. “Y siempre fue Zamarrón el que le trataba. Recuerdo de él que era muy directo, que decía las cosas como las tenía que decir y no nos daba rodeos”, algo que agradecieron para sobrellevar lo difícil de esa enfermedad.
Aunque la figura del neófito diputado ha sido todo un descubrimiento de la nueva legislatura, en Miranda ya todos lo conocían de sobra por su profesión. Nunca ha adoptado un segundo plano, no por protagonismo, sino porque siempre ha estado ahí. Zamarrón jugó un papel importante en la construcción del centro donde trabajaba como jefe del servicio de Medicina Interna y por sus camillas ha pasado la mayoría de la localidad.
Aunque nació en Segovia, en 1946, Zamarrón se fue a estudiar medicina y cirugía a la Complutense de Madrid. Ahí se graduó en el año 1969 y se especializó en el aparato digestivo y en medicina interna. Sus notas le dejaban elegir la plaza que quisiera y comenzó su periplo profesional en el hospital San Carlos de Madrid, hasta que en 1973 aterrizó en Barcelona, en el Hospital Príncipes de España, en Hospitalet.
Ahora que Cataluña es un dolor de cabeza para muchos de sus compañeros políticos, Zamarrón, él atesora ahí parte de su época dorada. No en vano fue ahí que conoció a su mujer, Teresa Portus, también médica, y se casó con ella. “La experiencia que tuve en Cataluña conviene consignarla en los tiempos que vivimos”, dice, contundente, Zamarrón, en conversación con EL ESPAÑOL. “Han conducido la situación a una escisión grave que habrá que retrogradar y ese es uno de los motivos por los que estoy aquí en vez de sentado en el banco de un jardín”, aclara.
“A mí, en Barcelona se me acogió extraordinariamente. Recuerdo que se me hablaba sólo en catalán, pero era para poder aprenderlo, de idioma romance a idioma romance”, cuenta. “Lo que noté con eso es que la exquisitez de trato no hacía que se usara un lenguaje, que es comunicación, como un elemento de distanciamiento”, dice, con nostalgia de que las cosas ya no se sientan así.
Orgulloso de haber pertenecido siempre a la pública
Pero la aventura en Barcelona, y también en las grandes ciudades de España se le acabó cuando él y su mujer decidieron tener hijos. Querían alejarse de los núcleos urbanos, caer en una ciudad pequeña. Y aunque él podía elegir plaza, Teresa no, y acabaron en Miranda de Ebro, una localidad de 35.000 habitantes y rodeada de la naturaleza castellanoleonesa de Burgos. Era 1979 y aterrizó en el Hospital Santiago Apóstol, en el que siguió como jefe de Medicina Interna hasta que se jubiló hace ocho años.
Aunque se creó en 1988, el Hospital Santiago Apóstol sigue luciendo un aspecto más o menos renovado. Como muchos hospitales de provincias, es un complejo grande, localizado a las afueras, y con escasa actividad, para fortuna de la salud de los burgaleses. Por esos pasillos todavía recorre el fantasma de Zamarrón. Muchos de los médicos fueron alumnos suyos cuando llegaron al centro.
En una consulta de urgencias, el jefe de la sección, Joaquín Fernández-Valderrama, lo recuerda con cariño. “Yo ya era alumno de él en 1986, antes de que se construyera este centro, en otro más viejo que había en el centro de Miranda”, comenta Joaquín. “Era una persona que se le veía comprometida completamente para lograr el bien público y lo único que hacía era entregarse a los demás”, añade. “Y él siempre mostró con orgullo haber trabajado para la Sanidad pública y para nadie más”, comenta.
En los pasillos, Joaquín se encuentra con Encarna Ruiz, la digestóloga del centro. “Fui elegida por él”, resalta ella con orgullo. Ellos también comparten la idea de que la sorpresa de España, por las apariencias y palabras de esta resurrección de Valle-Inclán, ellos ya lo tenían muy visto. “Las frases que dijo en el Congreso, como lo de la sacra urna, a nosotros no nos chocaron”, dice Encarna. “Lo que sí que nos sorprendió mucho es que nunca le habíamos visto con un discurso tan breve”, comenta riéndose.
Y ese fue el comentario jocoso entre los trabajadores del hospital. “Cuando salió elegido tras las elecciones generales, todos le decíamos que el presidente de las cortes le mandaría callar en todas las intervenciones”, añade Joaquín. Al final, el presidente le tocó a él. Aunque por un periodo corto de tiempo, ahora, en todo caso, será Meritxell Batet la que tendrá que mandarle callar.
“Mira, hay una anécdota que define bastante bien su forma de ser”, rescata Joaquín. “Él se jubiló hace ocho años, pero tenía su contrato renovado hasta los 70, que es algo que los médicos podemos hacer. Sin embargo, tenemos una compañera, Mariola, que estaba de baja de maternidad y cuando se fue a incorporar su contrato ya había vencido y él dijo: ‘yo me jubilo y la contratáis a ella”. Y así fue.
El hospital y el concejal que casi fue fusilado, su inicio político
Cuando Zamarrón llegó a Miranda, en 1979, justo cuando España estaba en el despertar democrático, el Hospital Santiago Apóstol en el que aterrizó no tenía nada que ver con el que hay hoy en día. El original era un centro antiguo, localizado en pleno municipio, en la ciudad vieja. El trato sanitario era un desastre y era una época de cambios.
Fue pujando por un nuevo centro sanitario cuando Zamarrón conoció a Gonzalo Casanova, el mentor que le sacó la política de la cabeza y se la coló en los actos. Casanova era el concejal de Sanidad de Miranda tras las primeras elecciones municipales celebradas en el marco de la democracia y juntos -Zamarrón ya como jefe de Medicina Interna- empezaron a viajar a Madrid para pujar por un nuevo centro, manteniendo reuniones con Ernest Lluch, ministro de Sanidad en la época de González. Juntos lo consiguieron y lo pudieron inaugurar en 1988.
“En el hospital ahora hay una placa a Lluch, para su honor. Esa placa la puso el municipio bajo el gobierno del Partido Popular. Esto es importante que se diga. En ocasiones te pisan la mano y me alegro de que se nos hayan adelantado. Es algo muy honoroso para el Partido Popular de Miranda”, apuntala Zamarrón.
Más allá de la relación profesional que mantuvieron el ahora diputado y su mentor Casanova, el personaje del concejal le caló más hondo. Casanova fue uno de esos socialistas de los de antes. Le tocó la Guerra Civil, la cárcel, la dictadura y casi sale fusilado, pero se le escapó la muerte por esas cosas que tiene la vida. “Casanova fue un elemento ejemplar para mí. Por él fue que luego me inscribí en el PSOE. Aunque siempre tuve las ideas, me inscribí muchísimo más tarde”, comenta Zamarrón.
“El día del alzamiento, Miranda de Ebro se despertó republicana pero la Guardia Civil fue a manifestarse a Burgos y volvió nacionalista, si es que se puede llamar así a unos sublevados”, dice. “En ese momento, a Casanova lo detuvieron y la cárcel estaba tan llena que lo llevaron preso a un convento”, añade. En el convento se olvidaron un poco de ellos. Se olvidaron de fusilarlos, pero también de darles de comer.
“Un día, llegó un sargento y dijo que todas esas personas debían estar fusiladas”, cuenta Zamarrón. Pero al poco tiempo nombraron a Franco Generalísimo y los paseillos al paredón se pausaron. Es como aquello que escribió Cervantes: “puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte…” pero la parca esperó un poco más para Casanova.
Sin embargo, no se le acabó el peligro. “Después de la guerra, Gonzalo se sentaba en un sillón de su casa todas las noches, vestido con chaqueta pero sin corbata porque los obreros no la llevaban, a esperar la muerte”, le contó Casanova a Zamarrón. Pero se libró, toda la dictadura, porque era muy buen electricista y sabía como nadie hacer el bobinado de motores. Fue un empresario alemán el que le tenía contratado y le protegía de que tuviera que pagar el precio de las ideas que llevaba por dentro.
El tiempo ha pasado y Zamarrón sólo guarda dulzura para ello. “Se habla de que soy médico por vocación”, reconoce el político. “Pero yo lo soy de oficio. Mis bisabuelos, mis abuelos y mis padres lo fueron y a mí me lo pasaron. En casa éramos cinco hermanos y los cinco acabamos de médicos”, añade. Pero para él la cosa ha ido más allá: “Yo ahora soy del PSOE porque no se puede ser de otra cosa. Desde mi punto de vista, no hubiera sido médico si no hubiera sido socialista y no tuviera en mí la virtud de la solidaridad”.
El médico que no quería entrar en la política
A pesar de que, tal y como no ha dejado de remarcar cada vez que ha tenido oportunidad, Zamarrón es socialista casi de nacimiento, tardó en dar el salto a la política práctica. Aunque en su trabajo no ocultaba su ideología con sus compañeros, con los pacientes no hablaba de política y no quería que las aspiraciones pudieran interrumpir su labor sanitaria.
El secretario general del PSOE en Miranda, Miguel Adrián, llevaba tiempo intentando convencerlo para que diera el salto, para que fuera el segundo en la lista del PSOE de Burgos al Congreso, un puesto que suele estar reservado para el candidato de Miranda. Pero no, él no quería. “Él me decía que en el trabajo oía a muchos pacientes hablar de política pero que consideraba hacerles un feo identificarse políticamente”, cuenta Adrián en conversación telefónica. “Siempre decía que al jubilarse, que antes tenía servidumbre”, recuerda.
Y cuando Zamarrón se jubiló para que contrataran a Mariola, el secretario general lo vio claro. “Le dije que ya no tenía esa servidumbre y que podía dedicar una parte de su vida a la política”, cuenta. Y, al fin, dijo que sí. Total, tenía la esperanza de que el puesto no saliera, nunca las papeletas habían ascendido al número dos de la candidatura socialista. Y ahí pasó, de perfil bajo, por las elecciones de 2015 y 2016 hasta que el pasado 28 de abril la cosa cambió. Entró como diputado nuevo y, paradójicamente, como el más viejo. Y el resto, como dicen, es historia.
“Es cierto que presidió el Congreso sin más mérito que la edad”, dice Adrián. “Pero me causa una sensación muy agradable porque podría no haber ocurrido si hubiera alguien que hubiera nacido dos días antes. Habría sido una pena que un personaje tan particular no hubiera trascendido y se hubiera quedado como un diputado más en su escaño”, añade.
-¿Y usted, Agustín, cómo ha vivido todo esto?
-Vivo en una confusión absoluta porque esto no debería haber pasado. Ahora tendré que regenerar mi nombre. Lo que sí, está bien como un cuento, como una persona sencilla del pueblo que puede ocupar un lugar tan alto, y darse cuenta de su poca cosa y que todos se pueden encontrar así, como yo me he encontrado.
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