Vacío, el quirófano de Las Ventas parece el atrezzo de un hospital. Máximo García Padrós, el cirujano jefe, trabaja desde hace 53 años en la plaza de toros, recorre las dependencias en solitario, como si enseñara el decorado. No hay nadie en las camas. El ordenador del despacho tiene preparada la hoja en blanco del parte médico. La televisión donde ve las corridas está apagada. No queda rastro de las cornadas que han salpicado este año San Isidro por las paredes y el suelo verdes, once heridas, seis de ellas graves, más que las dos últimas ferias juntas. Una hora antes de la corrida, recibe a su equipo y a algunos amigos, que charlan tranquilamente. Cuando aumenta la tensión en los pasillos, se acercan las furgonetas de los toreros, la enfermería es sólo una enfermería. Sin caras lívidas, femorales sinuosas o gritos de auxilio.
Cinco días antes, al filo de las 20.30, la sangre del matador de toros Román dejaba un rastro de gotas por los túneles que conducen al hospital. La comitiva producía la estela de la tragedia, manejando con cuidado la arteria seccionada, como si fuera a derramarse el torero. Todavía no lo sabían, pero huían de la muerte. El joven matador –tiene 26 años– llegó a la enfermería pidiendo que le durmieran. Otro toro de Baltasar Ibán, decía, “como Fandiño”. “¿Me voy a morir?”, preguntó antes de que le hiciera efecto la anestesia.
-¿Cómo se tranquiliza a un hombre así?
-Primero había que atender a la hemorragia, no a lo que decía. Contuvimos la hemorragia haciendo presión por debajo de la herida, porque se vio que la pérdida que tenía era de sangre venosa. Preguntaba cuándo le dormíamos, que fue inmediatamente. Recordaba que era la misma ganadería que había matado a Fandiño, que qué casualidad, decía. Pasó a este quirófano y fue intervenido [mira alrededor]. Vimos que tenía una lesión arterial importante. No tenía latido, no llegaba el pulso al pie. Nos pusimos en contacto con el equipo de cirugía vascular ya concertado, en el Hospital San Francisco de Asís. Allí se le practicó el angiotac para conocer el alcance de la lesión vascular.
-Es difícil explicar que alguien con una herida de esa gravedad esté al día siguiente en planta. No hay milagros, ¿no?
-Milagros no hay. Es cuestión de restablecer el riego a esa pierna, simplemente. Bueno, simplemente. En fin. Ahora el problema que tiene no es el de la circulación. Es una de las cornadas con más destrozos musculares que se han visto aquí. Todo eso quedó reparado en la enfermería. Ya tiene buen riego del pie, puede andar, apoyar algo.
-¿Exageran los partes médicos?
-Los míos, no. Cuando ponemos muy grave es que el pronóstico es ese. Hay que tener en cuenta que el torero no esté afectado por otras cornadas. Que no tenga vena safena de otra vez, que haya que poner un tubo de material extraño. Son otro tipo de operaciones que complicarían más las cosas.
Un San Isidro especialmente sangriento
Después de Román, al día siguiente, al colombiano Sebastián Ritter, otro toro le partió “la vena safena interna”, según el parte médico. “Ritter”, recuerda el doctor, “tiene una cornada que atraviesa el gemelo, la pantorrilla. Tenía mucho dolor cada vez que movía el pie. Por suerte, va evolucionando bien”.
La primera cornada grave la sufrió Gonzalo Caballero, entrando a matar. “Su lesión nos tuvo preocupados, porque el pitón contusionó el nervio ciático. Le impedía mover completamente el pie. Todo eso ya ha pasado”, tranquiliza. Fue herido también Manuel Escribano, por un toro de Adolfo Martín. Le cabía en la herida el puño de un compañero. “Su cornada fue parecida a la de Román, sólo que no toca la arteria: la contusiona ligeramente, separándola de la vena. El destrozo muscular también es parecido. Ya ha comenzado la rehabilitación, haciendo recuperación funcional del miembro”.
Al francés Juan Leal lo levantó uno de los castaños de Pedraza de Yeltes por la espalda, como si lo aupara, taladrado por el pitón. “Tuvo mucha suerte”, dice Máximo García Padrós. “La cornada le provocó una luxación del coxis hacia el recto. Era ascendente”, señala con la mano la dirección que tomó el pitón. “Le dejó todo el sacro al aire”. Al mexicano Luis David Adame “dos cornadas perianales”. Y por último, el banderillero Pirri, el miércoles, atacado al alcanzar las tablas. “La cornada le entra por el pliegue del glúteo y le sale por la cresta ilíaca anterior superior”, la cadera. “Al principio no parecía dar esa sensación. Hay una foto cenital de la cámara de arriba del canal Toros donde se ve perfectamente cómo entra el pitón e intenta sacarlo del burladero”.
La habitación más pequeña de la enfermería tiene dos televisiones. Varias fotos de toreros la decoran, mezclados con homenajes, esas formas que tienen los premios de las peñas taurinas, sobre un mueble. Un retrato de Matías Tejela domina la estrecha estancia. Máximo García Padrós se sienta en frente de la televisión. El resto, a los lados. “El equipo está compuesto por mi hijo, Máximo García Leirado, que es traumatólogo pero lleva 20 años operando conmigo y está interesado en este tipo de intervenciones. La doctora Asenjo, médica de medicina interna. El doctor Pascual, que también es cirujano, además de los anestesistas y los ATS, que también están en otras plazas”.
Él entró en Las Ventas “a los tres años” y parece que no se ha ido desde entonces. “Esto lo conozco muy bien. Mi padre entró aquí en el año 42 como ayudante del doctor Jiménez Guinea, segundo jefe que hubo en la plaza. El primero fue el doctor Jacinto Segovia. Yo entro en el 66, al terminar la carrera, como segundo ayudante. Bien, pues mi padre se hace cargo en el 72. Y en el 85 me toca a mí. Mi hijo es el cuarto Máximo”, su nombre aparece ya firmando la descripción de las heridas.
-¿Por qué no ve la corrida en el burladero, como los cirujanos de otras plazas?
-La pasamos aquí porque lo veo mucho mejor. Cuando estás en el burladero te entretienes, hablas con uno, hablas con otro. No estás pendiente de los toros.
-Trabaja en Las Ventas 70 tardes al año. ¿Le quedan ganas de ir a otras plazas?
-No, ninguna gana. Con las corridas de aquí ya tengo bastante.
-¿Qué características tiene una cornada respecto a otras heridas?
-Bueno, es diferente a las heridas por arma blanca o arma de fuego que vemos en el hospital. El agente agresor, el toro, cuando coge a la persona, al herido, lo levanta. Hace que pierda el centro gravedad. El toro derrota para quitarse su peso. Y en ese momento, hace varias trayectorias en la herida. Si te dejas una trayectoria sin explorar vas a tener graves infecciones. Es un caldo de cultivo de infecciones muy importante, claro. Si cierras una herida de esas empieza a generar gérmenes que salen cuando no hay oxígeno, gérmenes anaeróbicos. Esas grandes infecciones han provocado las muertes de muchos toreros por culpa de la gangrena gaseosa o el tétanos.
-¿Qué ha sido lo más espeluznante que ha visto en la plaza?
-En 50 años hemos visto muchas cosas. He tenido la cornada de Campeño, en el 88. Fue un arrancamiento de cuello. Entró... [señala sobre su cuello] Arranca el tiroides, la carótida común, las dos yugulares... Y alcanzó la base del cerebro. Entró en parada cardíaca. A la enfermería vino prácticamente muerto. Lo sacamos de la parada, salió y murió a los ocho días en el Hospital 12 de Octubre por un edema cerebral impresionante. Luego, hemos tenido muchas cornadas aquí muy grandes. Qué te voy a decir. Recuerdo la de Emilio Oliva padre, las dos, una abdominal y otra en el tórax, como la de Curro Vázquez, Julián de la Mata o Perera. La de Julio Aparicio fue muy aparatosa. Entra un pitón por la base del cuello, sale por la boca, pues siempre piensas lo peor. No pasó nada: sólo rompió todos los dientes por delante, del maxilar superior. Una vez reparado el cuello se le practicó cirugía maxilofacial para sujetar todo eso, pero ya en el hospital.
Cuando aparece Román a la enfermería, se inicia un protocolo. Los médicos ya están preparados cuando el hospital se llena del sonido que hacen los trajes de luces al rozarse. Las pisadas de los subalternos, sus voces, los jadeos tras transportar corriendo al matador corneado. “Nos lo traen a esa habitación”, señala desde el quirófano. “Es la sala de exploración. Primero, se desnuda completamente al torero, que es complicado. Con Román fue facilísimo. Cortamos la taleguilla de arriba abajo. También se desmontó la chaquetilla, como si fuésemos sastres”, aclara. “Justo después hay que ver el estado de gravedad. Siempre pensamos que es un politraumatizado. Depende de cómo haya caído puede tener más lesiones. Hay veces que han llegado con tres o cinco cornadas. En ese caso, la prioridad es empezar por la más grave. O atender al más grave, que algún día ha habido tres toreros cogidos. La experiencia te hace actuar rápido”.
¿Las trayectorias se descubren con el dedo? “Lo que no puedes hacer es meter una pinza a ciegas y pinchar lo que no está roto. El dedo es el ojo del cirujano. Te va guiando y si has visto cómo ha sido la cornada, es mejor. Si lo ha ensartado, el pitón ha podido llegar a sitios muy lejanos”. Busca un ejemplo. Le sale a bote pronto: Fernando Cruz. “Le entró el pitón por el triángulo de Scarpa y llegó al páncreas. 60 centímetros de cornada”. O un espontáneo, al que tuvo que abrir “casi en canal”, para descubrir el camino que dejó el toro en la carne. “Le entró por la pierna izquierda, rompió el anillo inguinal, la vejiga y la arteria iliaca del otro lado”, pasa el dedo dibujando una ese sobre el abdomen. “En esos casos, vas abriendo, metiendo el dedo, viendo lo que ha roto el pitón”.
"La cirugía de una plaza es un baño de especialidades"
Al despacho han llegado dos señoras, que se sientan con total confianza. Es la Marquesa de la Vega de Anzo y una amiga. Quedan 20 minutos para que empiece la corrida. Los toros de Cuadri rumian la oscuridad del chiquero. Ellas esperan como si estuvieran en el ambulatorio. Una de ellas tiene las espinillas marcadas por tres o cuatro apósitos. Están muy morenas, como si vivir fuera veranear. “Me caí en la plaza”, dice la afectada, “y el doctor me ha dicho que venga cada cuatro días a curarme las heridas. Es muy cercano”. “Este año”, comenta la marquesa, “ha sido un San Isidro duro. La cornada de Román fue...” y se calla. “Pensé que se moría”, baja la voz. Máximo García Padrós también atiende a toreros. “Lo que no ves en un hospital, lo ves aquí”, dice. “El otro día una señora se puso de parto. Si eres cirujano, no ves un parto. No tuvo al niño pero la evacuamos. Sabes qué hay que hacer”.
-¿Cuál es la diferencia con un hospital?
-Los heridos se atienden al momento. Si va a un hospital, primero tienes que pasar por recepción, comprueban a ver a quién le corresponde, le hacen una analítica, el electro y operas a las seis horas, aunque sea urgente. Si se ha bebido un vaso de agua, el anestesista no lo anestesia. Aquí no haces nada de eso. Se opera de forma inmediata. Por ahora [toca la cama de operaciones con dos dedos, haciendo el gesto de los cuernos] no ha pasado nada.
-¿Cómo ha cambiado la cirugía taurina?
-Esto había que verlo hace... Era completamente distinto. Ahora tenemos muy claro qué se puede hacer y qué no en la enfermería. Te juegas la vida de otro. Hay que ser pragmático, no tener el ego de pensar que puedes con todo. Los que somos más mayores conocimos otra medicina. Ahora, con los médicos tan especializados, hay cosas que no podemos hacer. La cirugía de una plaza de toros es un baño de especialidades.
-¿Es consciente la sociedad del esfuerzo que hacen los toreros?
-No, la sociedad no es consciente del esfuerzo que hacen los toreros. A los que no les gustan los toros anatemizan a los aficionados. Viene ya de hace muchos siglos. Fíjate que hasta se prohibía la sepultura eclesiástica a los que morían por heridas de asta de toro porque era considerada una muerte voluntaria. Al ponerte delante de un toro...
-Recopila en fotografías todas las heridas que ha visto. ¿Cuántas lleva, tres mil?
-O cuatro mil. Desde el año 64, he visto todas las cornadas que ha habido en el sanatorio de toreros y Las Ventas.
-¿Va a publicar la recopilación?
Llevo ocho años escribiendo un libro pero no hay manera. Cuando tienes ganas de escribir no sabes qué escribir y cuando no tienes ganas, aparecen las ideas.