Hubo un tiempo en que Lisbeth vivió en un pueblo en el que las mujeres eran vendidas como ganado. Su familia la casó cuando era solo una niña de ojos negros, atándola en matrimonio a un rico anciano de la zona. Tenía 17 años. Ahora cumple 23. No recuerda exactamente su edad, pero sabe que aquel hombre sobrepasaba con creces los 60. "Allí las mujeres no se valoran para nada. Era un matrimonio forzado con un viejo con mucho dinero de la zona. Sabía que esa vida no era lo que yo quería. No tenía amor de padre ni de madre. Así que decidí marcharme como fuera".
Lisbeth no se llama Lisbeth, pero utilizaremos ese nombre por varias razones: por preservar su intimidad, por su seguridad en España y porque a día de hoy es testigo protegido de la Policía Nacional. Nació en un pequeño pueblo de Nigeria. Cuando la unieron con ese hombre, decidió que tenía que huir a cualquier precio. Terminó cayendo en las redes de las mafias. La engañaron. La atemorizaron con magia negra. Más tarde la violaron. La enviaron a Madrid. Hizo meses y meses de calle. La obligaron a ejercer la prostitución. La obligaron a vender su cuerpo tal y como su familia había hecho años atrás en su aldea natal.
Tiempo después de caer en esa telaraña, Lisbeth logró abandonar esa red gracias a la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP). No recuerda el día en que un autobús la vomitó junto a otras compañeras en la estación de autobuses de la Avenida de América, en el centro de la ciudad. Sí tiene grabado como en acero el rostro del hombre que ejerció como su putero. Dice que en los últimos años ha vuelto a encontrarse con él.
Desde que logró salir Lisbeth colabora con APRAMP ayudando a salir de la prostitución a otras mujeres. Sigue pateando la calle, aunque ahora de otro modo: las horas transcurren para ella patrullando las sórdidas calles del polígono Marconi, informando y ofreciendo ayuda a las chicas que pasan los días enteros a la intemperie.
Para prevenir y erradicar esta lacra, Tribune for Human Rights celebra la semana que viene una Cena de Gala y Subasta Benéfica en el Teatro Real de Madrid cuya recaudación se destinará a los proyectos de APRAMP. Será el 24 de junio por la noche. El evento ha sido organizado por la abogada Cruz Sánchez de Lara, especialista en derechos humanos y violencia de género, quien colabora con APRAMP desde hace más de quince años. "Tuve un momento malo y lo superé gracias a la ayuda de los demás. Me siento en deuda con la vida", declaró.
Con motivo de esta ocasión, Lisbeth relata a EL ESPAÑOL en una larga conversación el modo en que las mafias juegan con vidas como la suya a su antojo hasta romperlas. Son como un fino cristal que, muchos años después, todavía se está recomponiendo.
La otra cara de la Gran Vía
Hay ciertas orillas a las que el mar de los turistas del centro de Madrid no terminan de llegar. Los márgenes de la Gran Vía, por ejemplo, en las calles Desengaño, Ballesta, Tudescos y Luna, son una playas distintas, poco transitadas por los foráneos. Son las arterias que conectan la trasera de ese gran casino del consumo que es el edificio del Primark con el reverso más sórdido de la ciudad.
Junto a los soportales, donde no se ven los pijamas a precio de saldo, ni las joyas o las tiendas de ropa deportiva cara, se apostan las prostitutas. Cada mañana aguardan sentadas, o de pie, o de cualquier modo, o acodadas en un bar desangelado que las surte de cafés en las largas pausas, a la espera de un nuevo cliente. Entretanto, son varios los hombres que no le quitan el ojo de encima a lo largo de toda la jornada.
Tan solo unas cuantas estrechas arterias conectan dos mundos separados por un abismo: el de esa marea líquida cuyo objetivo es asaltar todas las tiendas, hacerse todos los selfies posibles; a pocos metros de esa marabunta, unas pocas mujeres venden sus cuerpos cada mañana y cada noche. Es la cara oculta de Madrid, el callejón de sueños rotos en la trastienda de la Gran Vía.
Resulta paradójico que el cuartel general de APRAMP se encuentre apostado en ese enclave, como la resistencia de la última aldea gala. Las mujeres que hacen la calle conviven con las voluntarias de la asociación como dos vecinas que comparten el mismo rellano. Muchas veces, las prostitutas se acercan y les piden materiales preventivos. A las once y media de la mañana una de ellas deambula por uno de los laterales de la calle Ballesta, luciendo shorts vaqueros apretados y una blusa roja. A pocos metros, como observando un espejo que devolviera el reflejo deformado de su propio pasado, se encuentra Lisbeth. "Están absolutamente explotadas, en una situación terrible de trata y de sumisión". Y luego procede a contar su historia.
El vudú como método de intimidación
Lisbeth recuerda cómo le despojaron de todas sus ropas. Que estaba asustada. Y que hizo todo lo que pidieron porque no le quedaba otro remedio.
-Las nigerianas creemos mucho en el vudú. No puedes romper el juramento. Si hablas y lo rompes, malo para ti. Y te dicen que si se lo cuentan a tus padres, que van a morir. Y que tus hijos van a morir también...".
Su situación hace unos años en Nigeria era tan complicada que decidió huir de su casa y de su matrimonio fuera del modo que fuera. Un amigo le escribió por Facebook y le ofreció huir a España. Había varias condiciones. La primera era que no contase nada del viaje a sus padres. La segunda que tenía que acudir a una reunión a la ciudad más cercana. Allí se encontró, poco después, con él y con dos personas más. A cambio de 40.000 euros le ofrecían un pasaje aparentemente seguro a través del continente hacia lo desconocido. Ella intuía que iba a ser el principio de un futuro mejor. Le hicieron creer que esa cantidad sería equivalente a 40.000 nairas, la moneda oficial de Nigeria.
-No lo sabía en aquel momento, pero aquella persona había estudiado a fondo mi vida: sabía cuál era mi situación, lo de la boda, todo. La condición para que el trato siguiera adelante era que no dijese nada a nadie, y que lo jurase durante un ritual de vudú.
El vudú es más que brujería. Se trata de algo que está enormemente arraigado en la sociedad nigeriana y, según las fuentes consultadas, ampliamente utilizado por las mafias. A las mujeres se las engaña para ir a Europa a cambio de una alta cantidad de dinero que nunca llegarán a pagar. La contrapartida consiste en sellar un trato a través de un ritual de magia negra con el que compran su silencio.. Ellas no lo saben en el inicio de su viaje, pero meses o años después llegarán a Europa y serán obligadas a ejercer la prostitución. Lisbeth no fue la única.
Los rituales de magia negra, conocidos como "juju", dejan a las víctimas con miedo a que sus familiares enfermen o mueran si desobedecen a sus traficantes o si no pagan sus deudas. Las mujeres víctimas de la trata y las mafias quedan así atemorizadas para siempre. Después de eso, nunca acudirán ya la Policía.
Llegó entonces la fecha de someterse al ritual. Recuerda que se produjo de día.
-Me dijeron que tenía que haber un testigo, así que vino conmigo mi hermana mayor.
-¿Le parecía bien que vinieses a España?
-Sí, porque sabía por lo que yo estaba pasando, sabía que yo no quería estar casada con ese señor, que me quería marchar, que quería prosperar, y mejorar, y estudiar.
-¿Qué querías estudiar?
-Mass comunication, comunicación digital. Todo relacionado con las nuevas tecnologías.
Durante el ritual le quitaron las ropas y le pusieron una tela blanca, grande e inmaculada como una sábana nueva. La despojaron de su ropa interior. Se quedaron con sus bragas usadas y su sujetador. Le cortaron pelo de la cabeza, de las axilas y del pubis. Luego el brujo lo metió todo en una bolsa. Si Lisbeth trataba de escapar en algún momento del trayecto a España, si rompía el acuerdo, ellos tenían algo muy personal suyo con lo que coaccionarla.
Después, llegó el momento del sacrificio. El brujo hizo pasar a una gallina cuya sangre iba a ser vertida para sellar el pacto sagrado con Lisbeth. Así esta podría, en apariencia, realizar su viaje sin problemas. Conservaron la sangre y el corazón del animal para la tercera parte: la chica iba a tener que comérselos para acabar de rubricar el acuerdo.
Luego llega el juramento.
-¿Qué se jura?
-Se dice: "Cuando llegue a mi destino tengo que pagar el dinero que debo". Me dicen que si voy contra ellos, que si hablo con la policía o con alguien, que van a morir mis padres, mi hija.
El brujo la advirtió también con otra amenaza. Si se iba de la lengua o trataba de escapar terminaría por volverse loca. "Yo soy cristiana, pero siempre tienes un pie en esa religión y otro fuera. Pero el vudú siempre está ahí. Allí es algo normal, como un trato, como firmar papeles. Especialmente se hace para venir a España".
En la casa de vudú estaba presente la madame, una suerte de celestina que rige las voluntades y los destinos de las mujeres víctimas de la trata en las ciudades y los países de origen. Allí comenzó su viaje hacia Europa.
La huida a España
Dentro de la tragedia, Lisbeth tuvo algo de suerte. En apenas dos meses recorrió medio continente y entró en España. Otras muchas compañeras se quedan estancadas a lo largo del camino y nunca consiguen alcanzar las fronteras europeas. Muchas permanecen años deambulando, como perdidas, en las ciudades que se van encontrando. Otros, directamente terminan vagando eternamente por las dunas del desierto. Y otros, las peores tragedias, perecen ahogados en las aguas del Mediterráneo.
Primero huyeron hacia el norte de Nigeria. Después, hacia países limítrofes, de corte musulmán, en los que ella y el resto de víctimas tuvieron que ir vestidas como las mujeres practicantes de esa religión porque las obligaban a pasar desapercibidas.
Durante esos dos meses atravesando en autobús y a pie toda África hasta llegar a Melilla, Lisbeth fue violada en dos ocasiones. Cuando quiso apartarse de la caravana que las llevaba directas a Europa, y huir para siempre, ya era demasiado tarde. En todo el trayecto los vigilantes no le quitaron nunca el ojo de encima.
Cruzó a España por Melilla, oculta en el salpicadero de una furgoneta. Se trataba de un vehículo grande, especial amoldado a las exigencias de estos grupos. Las organizaciones que trafican con personas en el continente africano los acondicionan de tal modo que al llegar a la frontera ocultan a los migrantes durante los controles de los agentes.
-Fui ahí metida durante horas y me quemaba ropa en el cuerpo. Hacía mucho calor. Iba conmigo una niña, a la que escondieron en el doble fondo de uno de los asientos de la furgoneta. Pasamos sin problemas, los policías no se enteraron. Al rato de estar ahí dentro, me desmayé. Luego desperté en una habitación pequeña. Había varios marroquís con nosotros. Nos Los días después me violaron y nos dieron palizas. También violaron a la niña. Era virgen.
Madrid, una ciudad desconocida
Meses después de aquello, en Madrid, la madame la puso en el centro de una habitación, le hizo girar sobre sí misma para observar su cuerpo y la envió a trabajar a la localidad de Parla. Los primeros días se negó. Y por eso la encerraron en un cuarto sin comer y sin beber hasta que aceptase ejercer la prostitución. Terminó cediendo. La mandaron a las calles y a los polígonos. Allí pasaba cinco o seis horas al día, a veces más. Atendía a los clientes y más tarde, antes de irse a casa, entregaba el dinero al putero para pagar la deuda que según ellos había contraído al viajar a Europa en una de las caravanas de las mafias.
Antes de llegar a España nunca había oído hablar de Madrid. Ya aquí tampoco tuvo ocasión de conocer la ciudad. Tan solo probó el amargo sabor de quien patea cada día el asfalto.
Ese largo calvario terminó meses después cuando logró huir y esconderse gracias a APRAMP. Ahora sabe castellano, está estudiando como siempre quiso, y ayuda a otras mujeres a salir de la situación en la que ella estaba. A veces tienen que sobreponerse a situaciones violentas: "Nos dicen que no nos acerquemos a las mujeres, que no les hace falta de nada, que tienen de todo. Los puteros nos vigilan y nos amenazan con pegarnos".
-¿Es violento?
-Sí, a veces nos han llegado a tirar piedras en los polígonos a los que vamos. Pero no pasa nada porque terminamos llamando a la policía.
Lo que todavía no ha conseguido es conciliar el sueño por las noches.