Pepe Barahona Fernando Ruso

Peter es un niño arrollador. Quien lo ve de primeras, en los pocos momentos en los que se está quieto, percibe equivocadamente una personalidad tímida, relajada y esquiva. Una falsa impresión, porque ninguno de esos tres adjetivos casa con él. De buenas a primeras, agarra un micro y empieza a entonar canciones de Amy Winehouse. Súbitamente para y cuenta con una retahíla de detalles cómo el General Grievous, uno de los personajes de Star Wars, ha inspirado sus coreografías. O habla de la influencia de las Monster High en sus caracterizaciones. Porque Peter, Peter Princesa Arcoíris, es un chico arrollador. Fuera de lo normal. Con once años, el primer drag kid español. 

Es viernes y hoy toca subirse al escenario en la fiesta del Orgullo de Jerez. “Los días de actuación dejamos que duerma todo lo que quiera”, explica Richard a los periodistas de EL ESPAÑOL, desplazados a Jerez de la Frontera (Cádiz), la localidad natal del chico, para documentar la transformación de Peter en Peter Princesa Arcoíris.

Peter, el primer 'drag kid' de España con 11 años: “¿estoy diva? Es mi forma de expresarme”

 

“Hoy es un día de mucho jaleo”, asegura Carmen, que calcula las horas que faltan para llegar al momento de la actuación y todo lo que les queda por hacer. “¡No llegamos!”, confirma con el vértigo ya en su cuerpo. Superada la prueba de sonido, justo a la hora de comer, empieza la maratoniana sesión de maquillaje. De fondo se oye a su padre, Richard, que lee un comentario en Instagram de Peter: “Esta noche se lía”.

La familia vive a las afueras de Jerez, pide no revelar los datos exactos de su ubicación como precaución a las posibles visitas de alguno de los seguidores de Peter, que incluso le mandan regalos, dibujos o cartas. La casa es amplia, con un imponente jardín por el que corretean los dos hijos del matrimonio: Peter, el primogénito, y Lola, de siete años. También Luna, la perra de la familia, que no pierde detalle de los movimientos de los más pequeños.

Richard y Carmen presumen —con motivo— de que su casa está hecha con sus propias manos. Él se dedica a montar casas de madera, es un manitas; y ella siempre ha estado vinculada a la compra y venta de antigüedades. Por eso la casa es una amalgama de retales perfectamente integrados en un espacio armonioso en el que se contiene el caos creativo del arrollador Peter. 

La casa no es un lugar ajeno para quienes siguen a Peter Princesa Arcoíris en Instagram. Cada pintoresco rincón ha servido de improvisado set de fotografía. “Cada vez que juegan a maquillarse hay que acabar con una sesión de retratos para Instagram”, apunta Carmen, que da rienda suelta a la creatividad de ambos hijos. Y así consiguen cientos de likes.

“Esta es la cuenta de un artista, aquí no discutimos, los comentarios negativos —pocos— se borran automáticamente”, detalla Richard, el padre. “Tenemos una cuenta muy limpia, contestamos a todos”, sigue narrando. “Me gusta que los fans sepan que estamos ahí”, zanja.

@peterprincesaarcoiris

"Los días de actuación dejamos que duerma todo lo que quiera", dicen sus padres. Fernando Ruso

Richard creó la cuenta de Instagram de su hijo Peter cuando su hijo tenía siete años. “Papá, quiero un Instagram; papá, quiero un Instagram…”, insistía el menor. Pero su padre siempre estuvo reacio. “Le respondía que era muy pequeño”, recuerda. Al final, a los nueve años, la crearon. De ahí surgió el personaje. 

“No sabíamos qué nombre ponerle y pensé en la Princesa Arcoíris, un personaje de dibujos animados —resuelve el chico, menudo, de cara afilada y pelo rubio y larguísimo—; me gustó: Peter Princesa Arcoíris”.

—Peter, ¿por qué querías una cuenta de Instagram?

—Porque quería expresar lo que hago al resto de la gente. Cuelgo fotos, hago stories… también hablo con mis seguidores [siempre bajo la tutela de sus padres], que me apoyan mucho y yo se lo agradezco un montón.

Richard todavía se sorprende por la acogida que el lanzamiento tuvo en la Red. “La puse a mi nombre y empezamos a subir algunas fotos”, explica el padre. “Lo tuvimos muy parado al principio, hasta que su madre y yo decidimos que esto había que enseñarlo”, detalla Richard, al que su madre bautizó como Ricardo porque el cura no le permitió ponerle un nombre inglés. 

“Peter hace cosas que no suelen ser habituales entre los niños: bailan, juegan al fútbol, cantan… pero ¿drag? Queríamos enseñarlo”, rememora Richard. “Ahora la red crece sola —sigue—; aunque trabajamos en ella, porque hemos detectado de que los seguidores quieren verlo en su salsa”.

Suena el I want to break free de Queen. Carmen maquilla el ojo de Peter. Richard responde algunos de los mensajes de los más de 12.261 seguidores de la cuenta de su hijo en Instagram. En la casa se respira una falsa calma que se deja notar más cuanto más avanzan las manecillas del reloj. A las nueve de la noche deberá estar sobre el escenario de la plaza de las Angustias de Jerez, es la actuación estrella en el gran día para el Orgullo de la ciudad. 

“No se puede dar siempre el cien por cien”

Lejos de los escenarios y de la exposición en Instagram, Peter es un niño de once años con una vida normal. “Como niño, Peter es muy sensible, muy cariñoso, mimoso, el hijo que toda madre querría tener —describe Carmen—; como artista, es muy personal, quiere hacerlo todo a su gusto y lo mezcla todo: canta, baila, pinta, diseña…”. “A veces tenemos que pedirle que frene, que no se puede dar siempre el cien por cien”, apostilla Richard.

Su madre recuerda cómo solo con tres años le quitaba la ropa y se vestía de mujer. “Pasó de ser muy pequeño y que le gustaban los trenes a sentir pasión por las muñecas Monster High —apunta Carmen—; se las pidió para Reyes, y ahí empezó su mundo de fantasía”. 

En la casa de los Jiménez Escobar hay un cuarto repleto de muñecas Monster High. Todas tienen los mismos rasgos característicos: maquillaje extravagante, zapatos de tacó y vistosas vestimentas. Podría decirse que son drag en miniatura. 

“Cuando las vi por primera pensé en que quería ser como ellas —narra con pasión el drag kid; hoy tengo 45”. Las guarda en el primer cajón de una repisa con otros tantos juguetes de Star Wars, justo al lado de un perchero de barra del que cuelgan vistosos vestidos multicolor y zapatos de plataformas de la talla 36, tres números más que el habitual en Peter. Ni siquiera supliéndolos con plantillas es capaz de rellenarlos. Eso sí, los maneja con maestría. Andando de puntillas, como un bailarín, y abriéndose de piernas en el suelo con una elasticidad asombrosa.

Peter vive en Jerez de la Frontera. Los padres no quieren dar la dirección para que no les molestan los 'fans'. Fernando Ruso

Mientras, siguen los preparativos para la actuación que está por llegar. “Todo esto tiene muchas horas de trabajo: maquillaje, vestuario, diseño de looks… y la elaboración de baile y de cante o aprenderse las canciones”, explica Peter mientras que prepara la ropa que vestirá por la noche. Siempre con la ayuda de sus padres.  

“La gente piensa que nosotros lo fomentamos para crear un producto”, defiende la madre. “Nos dicen que nosotros se lo estamos inculcando, pero no —desmiente tajante Carmen—; nosotros tenemos la tranquilidad de que Peter hace lo que quiere. Disfruta de esa libertad, fluye solo, nosotros solo lo acompañamos. Lo apoyamos. No hay producto creado o montaje posible. Ha ido surgiendo y fluyendo porque Peter es así”. 

La liturgia del maquillaje va finalizando a medida que el reloj sigue avanzando acuciante. Dos horas antes del inicio de la actuación las prisas empiezan a aflorar. Repaso de coreografía y comprobación de la música. Solo Peter se subirá al escenario, pero los nervios son de todos. “¡Vamos tarde!”, recalca en tono de broma el padre. “No digas eso, que me pones nerviosa”, replica la madre.

“Encima del escenario se transforma mucho y sabe captar la atención del público desde el primer momento; y en terreno personal las reacciones están siendo muy buenas”, desgrana Carmen, testigo privilegiado de la mutación de su hijo a drag kid

En casa ya todo ese proceso es algo normal. Y también normal lo es para sus compañeros del colegio o el resto de amistades. “Creo que precisamente porque él es el primero que va normalizándolo todo”, agradece la madre. “Él no se esconde, lo ve normal y el resto de amigos también lo ven de la misma forma —sigue Carmen—; alguna vez ha habido algún problemilla, pero se ha solucionado sin esfuerzo. Hay comentarios y gente a la que no le gusta lo que hace Peter, pero lo asumimos. No podemos gustar a todos, pero estamos contentos por las reacciones, de la buena acogida que está teniendo”.

Tres giros con el pintalabios rojo y ¡listo! “¿Estoy diva?”, pregunta Peter, ya convertido en Princesa Arcoíris. 

Ser 'drag' “no tiene nada que ver con el género”

“Peter es un ejemplo para todos”, sentencia Richard, encargado de tutelar las comunicaciones de su hijo por Instagram. “La gente me pregunta si es niño o niña, yo suelo responder que es un niño que se transforma en drag. No tiene nada que ver con el género, sobre el escenario es un drag, un drag kid. El género todavía no existe para él. Y a nosotros tampoco nos importa”, argumenta el padre.

—Y, Richard, ¿en algún momento has tenido miedo?

—No, para nada. Mi único miedo es que él no sea feliz. En esta casa todo está normalizado, pero fuera es donde puede haber esa incertidumbre. Hay gente buena y menos buena, y esa es la que nos preocupa, pero él sabe defenderse. Se toma las cosas con mucha filosofía, porque digan lo que le digan, sabe que en casa está apoyado. 

"El género todavía no existe para él. Y a nosotros tampoco nos importa". Fernando Ruso

Las caracterizaciones de Peter beben de Star Wars, en la cantante Lady Gaga, las Monster High o del videjuego Mobile Legends Bang Bang, al que juega para templar los nervios antes de la actuación. “Hemos disfrutado de eso, junto a él, desde el primer momento —explica Carmen—; no nos hemos planteado no animarlo, prohibirle… Y si hay que jugar con muñecas, se juega; si hay que jugar con espadas, también se juega”.

Porque para Peter, todo es un juego. “Yo hago drag kid, que consiste en crear un personaje”, asegura el chico. “Crear a otra persona diferente a ti, imaginarlo, caracterizarse… ser extravagante”, describe. “Me gusta esa transformación porque estás en el cuerpo de otra persona”, confirma.

—¿De mayor qué quieres ser?

Drag Queen. Es mi forma de expresarme. 

A pocos kilómetros de su casa está el escenario en el que actuará este viernes. En el público habrá unas trescientas personas, aunque a Peter eso no le importa. Ante una impotente bandera arcoíris, el drag kid empieza a desplegar su espectacular coreografía. Tiene once años, pero enciende con sus piruetas a un público asombrado y entregado. Y todo, sobre veinte centímetros de zapatos de plataforma.

Se siente una estrella, lo reciben y aplauden como una estrella porque Peter, Princesa Arcoíris, es una estrella. Lola, su hermana, y Carmen, su madre, esbozan la canción de Amy Winehouse que tantísimas veces han visto ensayar en casa. Richard graba con su teléfono móvil y emite en directo para los fans de Instagram

Peter canta. Y baila. Y gira, se lanza al suelo, se retuerce en coreografías imposibles y demuestra lo que todos ya han advertido. Es un niño arrollador.