Los 58 muertos de Gil, pionero de escándalos en España: “Nunca nos pidió perdón por el derrumbe”
Hablan los hijos de las víctimas del desastre de Los Ángeles de San Rafael en su 50 aniversario. Gil fue condenado a cinco años de cárcel. Fue indultado y sólo cumplió dos.
23 junio, 2019 01:25Noticias relacionadas
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Jesús Gil decía ser “comunista a las nueve de la mañana, socialista a las diez y de derechas a las once”. Era, sin duda, “el hombre más perseguido”, “el opio del pueblo” y el único ‘aspirante’ al Gobierno dispuesto a “limpiar España”. Así lo manifestó, de una u otra forma, con micro en mano (o sin él), en diferentes contextos. Por eso fue (y será) todo aquello: un tipo sin limitador en la lengua, con la dote oratoria de la campechanía ibérica y el gracejo como coartada. Pero también con sus muchos desvanes, conflictos y escándalos. El primero, ubicado en Los Ángeles de San Rafael (Segovia), en aquel complejo turístico que, aquel fatídico 15 de junio de 1969, acogió, en una ampliación del restaurante, la convención de la cadena de supermercados holandesa Spar. Allí, acudieron 500 personas: 58 de ellas murieron y otras 150 resultaron heridas. Fue una tragedia; el peor (e imperdonable) trago de su vida. “Un hachazo para todos los que lo vivimos”, lamenta Mariano, superviviente, a EL ESPAÑOL.
El Pionero, como lo ha bautizado HBO en una serie que se estrenará el próximo 7 de julio, fue condenado a cinco años de cárcel por homicidio imprudente. Promotor y propietario del complejo turístico, empezó las obras de ampliación de su restaurante sin tener licencia y mandó adelantar la inauguración para poder acoger la convención de Spar. Jesús Gil no quiso asesores ni nadie que le dijera cómo construir aquello. “Las obras, sin cálculo ni estudio facultativo de ninguna clase, no fueron proyectadas ni dirigidas por ningún arquitecto ni aparejador ni ningún técnico de otra clase (…) Por lo que él había visto en su profesión y actividad como constructor al frente de la inmobiliaria, (se creía) capaz de idear, construir y dirigir nada menos que una nave de ampliación de un restaurante”, recogió la sentencia de la Audiencia Provincial de Segovia.
Gil fue condenado, pero apenas si supo de la ausencia de libertad. Sólo cumplió dos años de pena entre prebendas y manjares. Siempre se habló, entre las víctimas de la tragedia, que comió lo que le “traían de Madrid” y que nunca le faltó de nada, ni siquiera “puros”. Franco lo trató bien y le indultó poco tiempo después de que pisara la cárcel, de la que salía, cuentan los mentideros, con asiduidad. Nadie sabe por qué de esa laxitud cuando se cumplen 50 años de la tragedia. Hoy en día, sigue siendo un misterio. Lo cierto es que aquel día, el polifacético empresario, oculto bajo unas gafas de sol negras, emergió como una figura sin matices ni aristas. Jesús, con su irreverencia, asaltó los telediarios contra la indiferencia.
Los que no han cambiado su veredicto ni su recuerdo son los familiares y asistentes al salón de la infamia. Es imposible. Bien lo sabe Mariano Redondo (Cuéllar, 1949), que perdió a sus padres, pero sobrevivió junto a su hermano. O María del Carmen Torquemada, que también tuvo que superar la pérdida de sus progenitores. “Les di un beso a las 13:30 horas de la mañana y no los volví a ver con vida”, recuerda al ser preguntada por EL ESPAÑOL.
Mariano vio caer el suelo
Aquel día cambió la vida de muchas familias. Por ejemplo, la de Mariano. Él, que estaba preparando las oposiciones de magisterio, partió desde Madrid. “Mis padres tenían un establecimiento de alimentación en Cuéllar (Segovia) asociado a la cadena Spar. Nos invitaron a todos. Ellos fueron desde el pueblo con mi hermano y yo estuve a punto de perdérmelo”, recuerda en conversación con EL ESPAÑOL. Pero, aunque sobre la bocina, llegó. Su tío lo recogió en Puerta de Hierro y lo dejó en Los Ángeles de San Rafael.
“Aquello era un simulacro de comedor. Se veían los ladrillos y no tenía aspecto de nada”, prosigue. El menú estaba preparado. Consistía en entremeses, langostinos, trucha, ternera, tarta y helado; vinos, champán y café marca spar; copa de coñac o anís y puro de despedida –aunque no llegaron a probar nada–. Y fuera, en el complejo turístico, las atracciones. Todo listo para disfrutar. Pero sólo en teoría…
En la práctica, lo que pasó lo cuenta Mariano mejor que nadie. “El comedor estaba lleno cuando nos estábamos sentando. Yo estaba al lado de mis padres, Mariano y Josefa, y de mi hermano. Y, de pronto, se abrió el suelo y el techo. En unos segundos, quedamos sepultados completamente. Yo estaba al lado de mis padres y no sabía nada de mi hermano. No sé qué hora sería”.
Mariano, de buenas a primeras, recuerda estar en el Hospital de La Paz. “Vi a mi hermano en las camillas del pasillo y después me pusieron en la habitación con él”, prosigue. Se rompió el omóplato y, durante varios días, estuvo sin saber nada de sus padres. Él y su hermano estaban en una habitación aislados de todo. No sabían qué ocurría en la calle ni podían escuchar la radio o encender la televisión. “Nos esperábamos lo peor y… Finalmente, nos lo dijeron: ‘Han muerto’”, recuerda, con dolor.
Paralelamente, María del Carmen, que había acudido a otras convenciones junto a su familia, perdió a sus padres, dueños de un establecimiento de Spar y otra tienda de alimentación. Ella se quedó en casa, pero, a las 15:00 horas, se enteró de lo que estaba pasando. Segovia era un caos. Circulaban las Ambulancias y los coches de Policía. Adolfo Suárez, entonces gobernador civil de la ciudad, condujo hasta Los Ángeles de San Rafael; y Jesús Gil, encerrado, esperó en una habitación a la espera de que se calmaran los ánimos.
Y, a las 17:00 horas, María del Carmen recibió la peor de las noticias posibles. Uno de sus hermanos dio con su madre en el hospital, pero no había nada que hacer: estaba muerta. “Guardábamos la esperanza de que mi padre, al menos, siguiera con vida, pero a las ocho supimos que se encontraba en El Espinar, también fallecido”, prosigue. “Todos llegaron desconsolados a mi casa. Fue muy duro”, lamenta en conversación con EL ESPAÑOL. María y Juan murieron a los 52 y 57 años respectivamente.
La vida tras la tragedia
Mariano tuvo que rehacer su vida. Él siguió con las oposiciones de magisterio, pero no pasó el segundo examen y se puso manos a la obra para llevar a buen puerto el negocio familiar: la tienda que sus padres habían levantado y cuidado hasta su muerte. Lo hizo junto a su hermano Luis Eduardo (Cuéllar, 1952). Y su hermana Charo (Cuéllar, 1956), obviamente, ayudó en lo que pudo y, después, apoyada por sus hermanos, estudió, trabajó en verano en el negocio y, al final, hizo su vida en Zaragoza. “Mi padre tenía sólo 50 y mi madre 42 años. Justo cuando estaban empezando a disfrutar, ocurrió aquello”, lamenta.
No fueron los únicos. María del Carmen, a su vez, se hizo también cargo, junto a otros dos de sus cinco hermanos, de los dos negocios de alimentación de sus padres. Jesús Gil nunca les pidió perdón. “Lo único que le preocupaba era salir de la cárcel”, apostilla Mariano, que se erigió en uno de los líderes a la hora de pedirle responsabilidades al que, posteriormente, fuera presidente del Atlético de Madrid y alcalde de Marbella. “Voy a echar a todas las putas de aquí”, dijo entonces, al tomar el cargo en el Ayuntamiento.
Antes, negoció con los afectados una indemnización que todavía hoy no ha salido a la luz. “A los cuatro días de una reunión en la que le había pedido responsabilidades a su mujer, me llamó al teléfono de mi casa. Creo que era para sobornarme”, desvela Mariano. Pero, finalmente, se llegó a un acuerdo. “Había gente con muchas necesidades. Eso nos hizo cambiar y aceptarnos, porque yo era partidario de que fuera a juicio con todas las responsabilidades”.
Jesús Gil salió ‘vivó’ de su primera gran crisis, del peor escenario posible. De hecho, Los Ángeles de San Rafael no quedaron en el olvido tras aquello. El pasado fin de semana, las víctimas se volvieron a reunir para homenajear a los que se quedaron allí. Y hoy en día, el Atlético de Madrid sigue acudiendo al complejo turístico para realizar la pretemporada de verano con todas las comodidades posibles. Un día, el remanso de paz segoviano fue un infierno. Entonces, España conoció a Gil. Después, lo acabó aborreciendo entre fichajes y negocios de dudosa legalidad. Levantó el telón, cogió el micro y no lo soltó. Daba igual que fuera para llamar a todos “hijos de puta” o, en concreto, catalogar a la prensa como “carroña”. Él, al fin y al cabo, sólo idolatraba a Jesús, a Franco y al Che Guevara. Precisamente, el segundo evitó que pasara cinco años en la cárcel. Qué cosas.