El 17 de diciembre de 2018, un vecino de El Campillo (Huelva) que paseaba por los montes que rodean el pueblo encontró el cadáver de Laura Luelmo. El hallazgo se produjo sobre el mediodía. El cuerpo de la joven apareció en unos terrenos a unos 15 kilómetros de distancia de su casa.
13 días antes, la chica, de 26 años y nacida en un pueblo de Zamora, había llegado hasta la localidad onubense para cubrir una baja en un instituto de Nerva, una localidad vecina. Pero la mujer, una profesora con raíces andaluzas en su familia y enamorada de Andalucía, acabó muerta y su cuerpo, semioculto entre maleza. Un asesino le segó la vida a 500 kilómetros de Villanueva del Puente, donde vino al mundo.
Tras instalarse en El Campillo, Laura empezó a dar clases de Plástica en el IES Vázquez Díaz. Pero el 12 de diciembre, en torno a las cinco de la tarde y después de que la joven profesora realizara una pequeña compra en un supermercado del pueblo, Bernardo Montoya, un ex convicto de 50 años recién salido de prisión por asesinar a una mujer y por intentar violar a otra, la secuestró metiéndola en su propia casa, que estaba a diez pasos de la que Laura había alquilado a una compañera de instituto. Allí, la golpeó y la agredió sexualmente. Luego, se deshizo del cuerpo en un paraje a las afueras de El Campillo. Los forenses señalaron que la víctima murió en las primeras ocho horas posteriores a la agresión.
EL ESPAÑOL inicia con el caso de Laura Luelmo una serie sobre los sucesos que mayor impacto han causado en la sociedad española en el último año natural o bien cuyo devenir judicial se conocerá en los próximos meses. Un periodista y un fotógrafo de este medio han regresado al lugar del crimen, la localidad en la que Laura Luelmo fue a perder la vida a manos de un asesino reincidente.
La casa del horror, en venta
El Campillo es un pueblo de 2.000 habitantes ubicado en la cuenca minera de Huelva. El paisaje que le rodea visto desde el cielo es una enorme extensión de tierra rojiza con inmensos cráteres abiertos por el hombre con maquinaria pesada y dinamita. La casa que Laura Luelmo le alquiló a una compañera de trabajo se encuentra en la parta alta de la localidad, en el número 13 de la calle Córdoba. Se trata de una vía en pendiente y estrecha por la que apenas pasa nadie caminando. El inmueble, de una sola planta y techo de tejas, fue su hogar durante apenas una semana.
Son contados los vecinos que residen todo el año en esta zona del pueblo. La mayoría de las viviendas cercanas se encuentran cerradas. Muchas son segundas residencias en manos de personas que residen en Huelva o en otros pueblos más grandes y con mayor actividad laboral, por lo que sólo vienen aquí los fines de semana, los puentes y en vacaciones de verano.
La vivienda donde Bernardo Montoya se había instalado desde su salida de prisión mes y medio antes de matar a Laura Luelmo está en la acera de enfrente a la que alquiló la chica, en el portal número 1 de la calle Córdoba. Él, sentado en un banquito de hormigón contiguo a su casa, miraba a la profesora cada vez que la joven salía o entraba de su vivienda. Como aquella tarde en la que Laura llevaba un pequeña compra en las manos y él, antes de que ella pudiera llegar hasta su nueva residencia, la introdujo por la fuerza en la suya.
Han pasado siete meses desde aquel suceso. Las dos viviendas continúan cerradas. La casa donde vivió Laura Luelmo no se ha vuelto a alquilar. Su dueña, profesora también, se la compró hace años a Manuel Montoya, padre de Bernardo, que vendió una y se quedó con la otra ya que ambas eran de su propiedad.
Ahora, la propietaria del inmueble acude de vez en cuando, pero no ha vuelto a meter a ningún inquilino nuevo. En cambio, la casa donde se alojó el asesino tras salir de prisión está en venta. Desde que la Guardia Civil salió de ella nadie ha vuelto a entrar. Semanas después del crimen algunos vecinos arrojaron piedras sobre el cristal del portón de entrada y alguien rompió el precinto que habían dejado los investigadores. Una parte del techo amenaza con derrumbarse y las paredes de la fachada se encuentran agrietadas por la humedad.
Manuel Montoya le ha puesto precio a la vivienda donde su hijo cometió el crimen: 6.000 euros. Pero nadie se ha interesado por ella hasta el momento. Ahora quiere que el Ayuntamiento se la quede. En El Campillo son muchas las voces que dicen que el padre del asesino confeso -aunque luego se desdijo- ha amenazado al alcalde actual, Juan Carlos Jiménez, con instalar allí a su otro hijo condenado por asesinato, Luciano, una vez salga de prisión. El regidor de El Campillo, consultado por este periódico, declina hacer declaraciones al respecto. “El pueblo ha quedado muy tocado con esto. Lo siento”.
El vecindario: "Salvó a otra"
Rosa es una de las pocas vecinas que se deja ver por los alrededores de la calle Córdoba. La mujer tiene una vivienda en la plaza Arriero, 20 metros más arriba de donde está el inmueble que alquiló Laura Luelmo. Rosa reside en Huelva, aunque viene a El Campillo con frecuencia. Tiene dos hijos. Una de ellas, de 15 años. Durante las semanas posteriores al crimen, la adolescente no quería venir con sus padres hasta aquí. Su madre cuenta que, si puede, evita pasar caminando por delante de la casa de Montoya.
“Este pueblo ya no es el mismo. Sabemos que Bernardo ya no está, pero hay una sensación de miedo instalada aquí. Ya no verás a un niño solo ir por la calle. Fue una pena lo que le pasó a esa chica”, explica Rosa delante de la puerta de entrada a su casa. Mientras habla con el periodista, su vista y sus gestos señalan de forma inconsciente hacia la vivienda de la profesora muerta. “Se lo digo a mucha gente porque lo pienso así: Laura vino a esa casa para salvar a otra mujer del pueblo. Se puso delante de la boca del lobo”.
La casa de Bernardo Montoya se encuentra entre dos viviendas que pertenecen a dos hermanos. Ambos han declarado en varias ocasiones ante la Guardia Civil y en el juzgado. Ninguno escuchó nada: golpes, gritos… Nada, han insistido cada vez que les han preguntado. Cuando tocamos a la puerta de uno de ellos sale un joven treintañero que declina hacer declaraciones. “Todo lo que tenía que decir ya lo he dicho”.
El instituto: la sustituta
Laura Luelmo estuvo una semana trabajando en el instituto de Nerva en el que había obtenido plaza como profesora de Plástica. Había estudiado Bellas Artes en Salamanca. La tarde que desapareció le envió un mensaje a su novio, Teófilo, diciendo que hacía viento y que no sabía si saldría a practicar deporte por el campo. Días antes le había comentado que un hombre “me miraba mal”, según explicó después el propio chico a los investigadores.
El paso de Laura Luelmo por el IES Vázquez Díaz de Nerva fue efímero. La dirección del colegio tuvo que volver a buscar a otro docente para impartir las clases de la joven zamorana. El director del centro, Isidoro Romero, también vecino de El Campillo, explica que Luelmo estaba “muy contenta, alegre y feliz desde el primer día. Enseguida empatizó con el alumnado, quienes la han echado mucho de menos”.
El centro 'Laura Luelmo'
En El Campillo son pocos quienes se lanzan a hablar con los periodistas sobre el suceso que conmocionó a un pueblo que desconocía el pasado criminal de Bernardo Montoya, cuya familia reside en Cortegana, también en la provincia de Huelva. En marzo pasado la anterior corporación municipal decidió rebautizar con el nombre de la profesora fallecida el centro multifuncional de la localidad, cuya fachada pintaban este miércoles dos operarios. “Con el cariño del pueblo de El Campillo”, se lee sobre los azulejos de una pared.
Pese al paso del tiempo, la rabia todavía se palpa en localidad. También un cierto aire de venganza. Un hombre casado y con un hijo que prefiere mantenerse en el anonimato reprocha a las autoridades locales que no se informara a los vecinos cuando Bernardo Montoya se instaló en el pueblo. “Hay tragedias que son evitables. Y esa era una. Mató a Laura Luelmo, pero podría haber muerto otra persona. Y quienes vivimos aquí, y más en un pueblo tan pequeño como este, tenemos derecho a saber quién es ese con el que nos cruzamos cada mañana si estamos hablando de un monstruo. Será mejor que por aquí no vuelva ningún Montoya. A cualquiera que no tenga mucho que perder se le puede ir la cabeza”.
El asesino: "No me soltéis"
La Unidad Central Operativa de la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación. Desde el ‘minuto cero’ las pesquisas se centraron en Bernardo Montoya. “Acababa de salir de prisión, su pasado delictivo lo señalaba, se había instalado en una casa a cinco metros de la de la chica y se notaba muy nervioso en su forma de actuar”, explica una fuente de la Benemérita. “Pero había que encontrar el cadáver”.
Cuando se le detuvo, Montoya confesó el crimen. Al salir de los juzgados de Valverde del Camino, donde se instruye el caso, el delincuente dijo mirando a las cámaras y rodeado de agentes de la Guardia Civil: “Pido disculpas a la familia. Lo siento”, señaló antes de entrar al furgón policial.
Ante el juez, Montoya había pedido que no le dejaran salir de prisión “jamás” porque lo volvería a hacer. “Dejadme encerrado toda la vida”, añadió, según contó Espejo Público, de Antena 3. Desde entonces, el acusado se encuentra en la prisión de Morón de la Frontera (Sevilla), donde espera la fecha de celebración del juicio. Aunque tras confesar ha intentado inculpar a su exnovia, Josefa, a la que conoció en la prisión de Huelva, los investigadores y el juez descartan la participación de ésta en los hechos ya que la relación entre ambos estaba rota desde hacía tres años.
Los padres: 'Nuestro yo acuso'
Los restos de Laura Luelmo se incineraron tres semanas después del crimen en Gibraleón (Huelva). Su familia los trasladó luego hasta Zamora. A finales del pasado enero enviaron una carta a las Cortes de Castilla y León tras la celebración, días antes, de un minuto de silencio por parte de los grupos parlamentarios en un pleno.
En ellas, los padres de Luelmo cargaron directamente contra el Estado, al que acusaron de haber “fracasado estrepitosamente al no ser capaz de garantizar el derecho a la vida y a la integridad física de nuestra hija al exponerla a un ser monstruoso que, habiendo pasado por instituciones penitenciarias con el fin último del cumplimiento de su pena y su total rehabilitación para la inserción social, en el momento en que sale en libertad comete de nuevo, en la persona de nuestra hija, los dos actos (asesinato y agresión sexual) por los que fue anteriormente condenado”.
En la misiva se mostraban a favor de la condena permanente revisable para casos como el de Bernardo Montoya. “Los monstruos y seres perversos no pueden convivir en una sociedad a la que odian y contra la que van a seguir actuando (...). “Sientan, piensen, reflexionen (...) Actúen”. Pero nadie lo hizo antes de la muerte de Laura Luelmo. Su asesino volvió a reincidir. Esta vez fue ella. Pudo ser cualquiera.
(1) LAURA LUELMO: LA MÁRTIR DE EL CAMPILLO, EL PUEBLO DONDE LOS NIÑOS NO SALEN SOLOS A LA CALLE
Ficha
La víctima: Laura Luelmo, 26 años. Villanueva del Puente (Zamora). Estudió Bellas Artes en Salamanca. Se instaló en Huelva para cubrir una baja de profesora de Plástica en un instituto de Nerva.
El asesino: Bernardo Montoya, 50 años. Cortegana (Huelva). Era un viejo conocido de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. En 1995 entró por primera vez en prisión por un asesinato. En 2016 volvió a la cárcel por un robo.
El pueblo: El Campillo. 2.000 habitantes. Ubicado en la cuenca minera de la provincia de Huelva.