Iván y Carolina (nombres ficticios) llevaban tres años saliendo. Vivían en Madrid, tenían una vida sexual bastante activa y hacían todo lo posible para no caer en la rutina. Los problemas aparecieron cuando a Iván le destinaron a Alemania. Su nuevo contrato le suponía tener que vivir en una ciudad cercana a Hamburgo durante dos años. Decidieron intentarlo y seguir con la relación. Para que la llama no se apagase, se enviaban el uno al otro fotos picantes a través de WhatsApp. Los días de suerte se veían por Skype y todo ocurría en directo. Carolina se masturbaba para él. Iván para ella. Les encantaba. El amor se acabó a los pocos meses y ambos siguieron con sus vidas. La pareja se comprometió a guardar bajo llave el material pornográfico y esas fotos estaban prácticamente olvidadas.
Sin embargo, ese contenido sexual sigue dentro de sus teléfonos móviles. Ni Iván ni Carolina han decidido abrir la caja de Pandora y difundir las imágenes del otro. Y tampoco han recibido ninguna pornovenganza. Se trata de una situación que puede ocurrir. Cada día son más las personas que se suman a la moda del sexting - intercambiar mensajes con contenidos sexuales - y más son las víctimas de la pornovenganza. Parece que, en el siglo XXI, todos somos un poco más sexuales. Y menos consecuentes.
Más conectados con nosotros mismos
"Hace 50 años las parejas no se preocupaban como se preocupan ahora. La mujer no era tan partícipe en el sexo como lo es ahora. Ese equilibrio y ese intercambio era inviable para muchos. Esas preocupaciones dentro de la pareja, como por ejemplo, el bajo deseo sexual, era lo normal. Hoy por hoy sabemos que no tiene por qué ser habitual. Hay personas de 70 años que están acudiendo a terapia", explica la sexóloga Naiara Malnero a EL ESPAÑOL a través de una conversación telefónica. "Ahora todos estamos más conectados con nosotros mismos y con lo que nos importa en nuestra vida", añade.
Las cartas, las llamadas subidas de tono o la ropa interior escondida por casa ha dado paso al intercambio de este tipo de contenido erótico. De hecho, según un estudio publicado por la revista JAMA Pediatrics realizado a 110.380 jóvenes, un 14,8% de ellos reconocía haber enviado este tipo de mensajes, mientras que un 27,4% decía haberlos recibido.
Y más, en verano. Según una encuesta realizada por Boston Medical Group, uno de cada tres españoles afirma que practica sexo tres veces a la semana entre los meses de junio y septiembre, y dos de cada diez asegura que mantiene relaciones todos los días. Más sexo, más vídeos.
"Cualquier cosa que mejore la comunicación y la sexualidad es sano. Por lo tanto, el mandarse mensajes invitando a lo que va a pasar o contenido picante es bueno para cualquier pareja", cuenta la sexóloga y añade que "hay muchas cosas previas antes de llegar, como poner post its por casa, solo que ahora tenemos más a mano sacarnos una foto que poner el adhesivo".
Excitados nos cuesta pensar
Según un estudio realizado en la Universidad de Windsor, Canadá, tanto a hombres como a mujeres nos cuesta más tomar decisiones cuando estamos excitados. Los investigadores observaron que los participantes actuaban de forma más arriesgada después de haber consumido pornografía. Lo comprobaron al ver que aquellos que estaban excitados fueron 13% más propensos a poner en riesgo su dinero jugando al Blackjack.
Lo mismo ocurre en otras situaciones, como por ejemplo a la hora de ponerse un preservativo o de mandar a alguien una foto desnudo. "Puede ser perfecto en una pareja para avivar la pasión, o para mejorar el deseo y la creatividad erótica. Todo puede ser fabuloso. Sin embargo, también está la cara B", sostiene Malnero.
Pornovenganza
El caso de Verónica, la trabajadora de Iveco que se suicidó el pasado mayo después de que, supuestamente, un amante difundiese un vídeo sexual suyo entre sus compañeros de trabajo, es un ejemplo de la otra cara de la moneda a la que se refiere la sexóloga.
Se llama pornovenganza y a la italiana Tiziana Cantone le pasó algo parecido. Ocurrió una noche de verano en 2014 en Nápoles, Italia. La joven treintañera le practicó una felación a un hombre. Al ver que este apuntaba hacia a ella con un móvil ella contestó: "¿Estás grabando un vídeo? ¡Bravo!". La mujer pasó la grabación a un grupo reducido de amigos, incluido un exnovio al que, supuestamente, quería poner celoso. Este se vengó e hizo la grabación sexual viral. La difusión del vídeo llegó a todos los puntos de Italia. Se llegaron a hacer camisetas con la frase. Se crearon canales de Youtube para ridiculizarla. Dos años después, después de mudarse e incluso cambiarse de nombre, Tiziana se quitó la vida.
"Evidentemente hay que tener un compromiso de que eso no se va a compartir porque es un delito aunque ya sabemos que los pactos, a veces, nos los saltamos a la torera. La mejor medida de seguridad es no sacar la cara o cualquier objeto reconocible, como por ejemplo tu perro o una ventana en la que se pueda ver donde está situada tu casa", recomienda Malnero.
Olvido Hormigos, exconcejala del municipio toledano de Los Yébenes, también sufrió la difusión masiva de un vídeo sexual suyo. Sin embargo, gracias a su caso se cambió el Código Penal con el fin de castigar este tipo de actuaciones contra la intimidad personal.
En 2016 dos futbolistas del Eibar, Anonio Luna y Sergi Enrich, fueron denunciados por difundir un vídeo que hicieron los dos mientras mantenían relaciones sexuales con la misma joven. De hecho, en la grabación la mujer se da cuenta de que uno de ellos está filmando y dice: "para eso, eh". Un año después, un exfutbolista del Real Avilés fue condenado a un año de prisión por algo parecido: difundir el vídeo sexual que se hizo con una profesora de colegio.
Ciberviolencia de género
Sara G. Antúnez es abogada penalista y presidenta de Stop Haters, la primera asociación española sin ánimo de lucro contra el ciberacoso. La labor del grupo es asistir a las víctimas de esta clase de hostigamiento por Internet. En relación a la difusión de este tipo de contenidos sexuales, la abogada explica que "cualquier coacción entra dentro de las posibilidades de la violencia de género".
Cuando esto ocurre es crucial no hacerle saber al difusor que nos está afectando. "Es muy importante no dar pie al extorsionador a continuar. Evidentemente vamos a sufrir cuando nos extorsionen, pero cuantas menos pistas le demos de que esto está pasando, mejor. Ese es su fin", cuenta Antúnez.
El primer paso cuando alguien nos sextorsiona es bloquear a esa persona. Después hay que hablar con el entorno más cercano para informar de que existe un problema. "Es importante que la gente avise de que le ha llegado este tipo de contenido para medir hasta donde está llegando la extorsión", sostiene la experta. Sin embargo, lo más importante es denunciar "lo antes posible".
Tres años de cárcel
Lo que pasa después depende de cómo se han obtenido este tipo de imágenes y cómo se han difundido. “Todo depende de la difusión que haga, pero si alguna de las fotos se convirtiera en viral el delito es mas grave y podría ir hasta tres años a prisión", explica durante una entrevista telefónica con este periódico el abogado Josep Serra Ruaix.
"Lo hice para gustarle a él"
Aunque no fuésemos novios, él me gustaba mucho. Habíamos pasado cinco meses juntos muy intensos, pero sentía que le estaba dejando de atraer. Íbamos a estar varios meses sin vernos y para que no se olvidase de mí pensé que sería buena idea decirle que nos mandásemos fotos y vídeos masturbándonos. A él le encantó la idea y lo hicimos varias veces. A mí no me excitaba nada, lo único que me gustaba era que me sentía deseada por él... hasta que lo compartió.
Clara (nombre ficticio) tenía 21 años y envió esas fotos al chico que le gustaba con el fin de que ese amor fuese recíproco. No lo consiguió, pero en su mente quedan esas minutos de pasión que supuestamente disfrutó a través de la pantalla. Su testimonio, recogido por este periódico, demuestra lo que el sexólogo Alejandro Villena sostiene: "En ocasiones, esta necesidad de la mujer de gustar al hombre y de hacer prácticas que puedan excitarle o que puedan estar al nivel que ella espera de sí misma pueden hacer que, por complacer, envíe fotos sin ser consciente de que lo está haciendo desde una herida o una carencia".
Para él, el sexting es un reflejo de la pornografía y de la cultura machista. "Es un espejo de una sociedad en el que la mujer se somete y el hombre la sexualiza", explica a este periódico el sexólogo. "Normalmente el hombre recibe más, pero la mujer envía más", añade.
Aceptación social y baja autoestima
Villena explica que no es lo mismo intercambiar estos mensajes a los 21 años que a los 40. Jóvenes como Clara lo suelen hacer por "una necesidad de autoafirmación, aceptación social, presión de grupo o para reforzar su autoestima. No son siquiera conscientes de por qué lo están haciendo", explica el sexólogo. "El sexting se ha convertido en una manera de venganza. No sabemos al 100% que podamos confiar en nuestra pareja para siempre", añade.
Banalizar el sexo
Muchos son los estudios que sostienen que mantener relaciones sexuales es muy beneficioso para la salud. Mejora nuestro sistema inmune, el estado de ánimo, la fertilidad y nuestro estado físico, entre otras muchas cosas. Sin embargo, no lo es todo.
"El sexo es importante, pero no podemos dar por sentado que las relaciones personales únicamente se basan en el morbo y en el placer. Si pensamos que lo primero que hay que hacer es conectar sexualmente con una persona excluimos dimensiones que tienen que ver con la construcción emocional y afectiva entre la pareja", cuenta Villena."Si construyo la sexualidad desde lo genitalizado hace que la infravalore en sí y la trate de una manera muy banal", añade.
Efímero placer
El sexólogo coincide con Nayara Malnero en la idea de que el sexting puede ayudar a que se mantenga un contacto sexual con la otra persona. Sin embargo, el problema está en la lucha entre la tecnología y la privacidad. "Existe un riesgo de exposición de la intimidad y una huella que, a veces, se deja de por vida", confiesa Villena.
"Puede reavivar el deseo, pero al igual que la pornografía da placer, el sexting nos da una efímera satisfacción que puede tener consecuencias. La chica de Iveco es el claro ejemplo de que estaba con una pareja, pero al final parece que el mal que le hizo esa persona es inmensamente mayor al placer que pudo derivar de mandarse esas fotos. ¿Hasta qué punto podemos recibir ese placer que no podamos obtener de otras maneras?".