Recibo un email tardío, de esos que no quieres recibir, que me hubiese gustado se fuese al spam. “No sé si te habrás enterado que George Green, de Hearst Magazines International, murió de complicaciones de una neumonía el 5 de agosto.” La noticia me llega al estío ibicenco el jueves 29 de agosto y me entristece profundamente. No sé por qué pensé que Green viviría siempre, como el maestro Yoda que fue.
George Green, licenciado por la universidad de Yale, me dio la oportunidad para arrancar mi carrera de editor al concederme la licencia de Esquire en abril de 2007, con la ayuda de mis amigos Kim St clair Bodden, Jorge Planas y Jay McGuill. A todos los estaré siempre profundamente agradecido. Todos querían como yo a George y todos como yo protestamos mil y una veces de su carácter gruñón y sabelotodo. Era de esos cascarrabias que daban ternura.
Frank A. Bennack Jr, vicepresidente de Hearst lo fichó junto a Gil Maurer y le puso al cargo del desarrollo internacional de revistas. Recomiendo a todos los interesados en saber como hemos llegado hasta aquí en el mundo de la edición el último libro de Bennack Deja algo sobre la mesa (Simon & Chuster). Green agarró Cosmopolitan, hoy en busca de su nueva voz, e inventó el sistema de licencias y joint ventures. Con sus viajes alrededor de todo el mundo, su instinto para elegir con que socios trabajar, y sus ganas de hacer dinero, hizo a durante los 35 años que trabajó para Hearst aún más ricos de lo que eran. Cuando llegó a su puesto de trabajo heredó 28 licencias cuando fue sustituido por mi amigo el ingles Duncan Edwards dejó más de 200 licencias y joint ventures en 55 países, en 36 idiomas, un máquina de hacer dinero en ocasiones superior al negocio en la propia Norteamérica.
Para Steven R. Swartz, Presidente y CEO de Hearst, apadrinado por Bennack, “Green fue un visionario con un instinto feroz para los nuevos mercados”.
Green llegó a Hearst rebotado del semanario The New Yorker donde trabajó como presidente desde 1973 donde fue elegido para sanear el negocio por el consejo de administración. Durante su presidencia hizo crecer la acción de la editorial de los 7 dólares a los 160 hasta que S.I. Newhouse, dueño de Advance Communication, propietarios de Conde Nast se encaprichó de la revista pagando en 1985, 200 dólares por acción. Todos dijeron que estaba loco. No está claro que The New Yorker haya sido rentable para los Newhouse.
George, con su Coca-Cola para desayunar en la mano, vecino de Park Avenue (cuantas veces en Hearst me hablaron de su maravilloso “apartment” al que se accedía directamente al abrir la puerta del ascensor) siempre aceptó todos los cargos de representación a los que fue propuesto, desde la presidencia del FIPP (la asociación de editores de revistas) al Magazine Publishers of America (MPA) y tantos otros. Todo la industria lo reconoció siempre como el gran innovador.
Su viuda Wilma H Jordan se dedica también al negocio editorial donde defiende una firma de brokers que compran y venden media. Tuvieron juntos dos hijas.
Siempre recordaré cuando vino a la presentación de Spainmedia en otoño de 2007, sin que nadie intuyésemos aún la profunda crisis económica a la que nos íbamos a enfrentar, George me dijo: “La fiesta es preciosa, Andrés, lo harás muy bien pero... ¿quién ha pagado el convite? No gastes en bebidas, invierte todo en la revista”. Gracias George, siempre tenías razón.