Michael (37) lo prepara todo con mimo en una mesa, en el salón de su casa. Los móviles, delante, ordenados por antigüedad; los dos ordenadores, detrás; las fundas, accesorios y reproductores de música, entre medias. Son sus juguetes. Desde hace tiempo, los guarda en su casa; los cuida y los mima. MacMike –así lo llaman sus conocidos– colecciona iPhones. Perdón, iPods. Perdón, Macs. Perdón, Airpods. Perdón (de nuevo). En realidad, lo colecciona todo siempre que sea de Apple. Es su diversión. Un día, le mordió la manzanita y quedó ‘hechizado’. Ahora, ya no hay vuelta atrás.
– Esto cuesta una millonada.
– Pues yo no lo vendería ni aunque me diesen 8.000 euros. Tiene que ser mi jubilación (ríe).
Su colección es de un valor incalculable –mucho más según pasen los años–. Sólo en iPhones –tiene 10–, calcula que se ha gastado hasta 6.000 euros. “Si sumamos el resto de cosas, quizás llegue a 8.000”, espeta. O quizás más. Michael no lo sabe exactamente. No es un friki, con cariño, al uso. Es decir, él no pasa noches en las tiendas de Apple ni hace colas. No compra inmediatamente los productos ni se vuelve loco por tener el último dispositivo en su casa. No, él espera. “La mayoría de estos móviles –explica, mientras los señala– los he financiado en contratos con las compañías de teléfono; otros, los he pillado de segunda mano”.
-¿Y el último, el que ha salido esta semana, será el siguiente?
-No me lo pienso comprar. Y te voy a contar por qué. La única diferencia del iPhone 11 (en sus tres versiones: básica, Pro y Max), con respecto a este, el XS Max, que me costó 1.300 euros, es que tienen una cámara más y que tiene más batería. Me voy a esperar al 12 porque este me dura otros dos años.
Fascinado por el diseño
Michael (Maracay, Venezuela, 1982) sabe de lo que habla. Creció entre ordenadores. “Mi padre era ingeniero de sistemas y, desde bien pequeñito, los he visto en mi casa. Recuerdo aquel 386, luego el Windows… y así sucesivamente”, cuenta a EL ESPAÑOL. Entonces, involuntariamente, fue desarrollando cierto gusto por la informática –aunque acabara estudiando diseño gráfico. No hablaba mucho –de hecho, sus padres creían que era autista–, y padecía miedo escénico. Pero ya sabía lo que le gustaba; eso nunca lo dudó. “Coleccionar, por ejemplo”, recuerda, riéndose. Eso le encantaba.
Por eso, desde niño, Michael empezó a acumular cosas sin parar: cromos, llaveros, gorras, latas de Coca-Cola, monedas… Y, ya de mayor, sumó un vicio más: coleccionar productos de Apple de todo tipo. “En mi casa, teníamos la costumbre de regalarnos un ordenador cuando empezábamos la universidad. Y mi hermano, en un viaje a Miami al que fuimos a comprar piezas para mi padre, llegó y me dijo: ‘Aquí tienes’. Fue el primero. Luego ya llegaron los iPod touch, otro iPod Nano...”. Ya no hubo quién le parara.
Al llegar a España, en 2008, sintió que algo le faltaba. En Venezuela, dejó todas sus colecciones y, claro, decidió empezar a acumular productos de Apple para sentirse, de nuevo, como en casa. “Con mi primer sueldo, que gané al empezar a trabajar en Madrid, me compré el primer móvil, el 3G, que costaba unos 600 euros. Me lo gasté entero, aunque lo financié con una compañía telefónica”, recuerda. Ese fue el primer iPhone. Después, llegaron el 4, el 5… y así sucesivamente. Hasta conseguir 10.
Ese hobby lo mantuvo en aquellos primeros días en España. “No voy a negar que fue duro cambiar de país. Llegas aquí y empiezas de cero. Nadie te conoce y tienes que subsistir y salir adelante”. Y él lo hizo. En plena adaptación, fue sumando dispositivos: ordenadores, iPod, magic mouse… De todo.
-¿Por qué Apple y no otra marca?
-Es posible que mucha gente me diga que estoy loco o que crea que soy un friki, pero a mí, que soy diseñador gráfico –trabajo de director de arte en Marketinet–, me produce fascinación su diseño. A la hora de crear un elemento, Apple lo cuida todo al máximo. Luego, además, por su calidad, por todo…
De segunda mano
Pero Michael, al contrario de lo que se pueda pensar, no se vuelve ‘loco’ por tener en su casa los productos de Apple. “Yo entiendo que, los que tienen capacidad adquisitiva, van el primer día a la tienda y lo compran. Y ya está. Yo, en cambio, voy cogiendo cosas de segunda mano, arreglo algunos productos… y así sucesivamente”. Por eso, él no va a comprarse el tan esperado iPhone 11 en ninguna de sus tres versiones.
Da igual que, como todos los productos de la marca, fuera presentado esta semana a bombo y platillo. Él esperará. No caerá ni ante la 'increíble' cámara ni ante el aumento de memoria. Otros muchos lo han podido hacer a partir este viernes en internet y lo harán desde el 20 de septiembre en las tiendas en seis colores diferentes (rojo, negro, violeta, amarillo, verde menta y blanco). ¿Su precio? Desde 809 euros a 1.659. No está, desde luego, al alcance de cualquiera. Y tampoco lo está al de Mike, que, a pesar de estar fascinado por Apple, ve cómo, desde que Steve Jobs falleció, la compañía “va como pollo sin cabeza”.
-¿Y qué va a hacer con toda esta colección?
-Ya veremos. Hay algunas cosas que las tengo nuevas, sin abrir, y dentro de unos años pueden costar mucho dinero. Por ejemplo, aunque yo no lo tenga, un 2G empaquetado se puede vender ahora, sobre todo en Estados Unidos, por 4.000 o 20.000 euros.
Y esa, aunque difusa, puede ser su intención a largo plazo. De momento, seguirá acumulándolos sin que le engañen. “Por ejemplo, cuando los compras por Internet, te puedes dar cuenta de si son verdaderos o falsos por el empaquetado. Apple lo hace en horizontal y los chinos, en los picos”. Hasta ahí llega su conocimiento. Lo sabe todo sobre Apple y sobre los iPhone. Es, más allá de un coleccionista empedernido, un friki de su tecnología.
Por eso, los mima, los cuida, los quiere y los guarda como si fueran su tesoro; se pierde en terminología de Apple, recomienda compras y reparaciones; y lo vive. Eso, sin duda. En sus ojos, en cómo los coge entre sus manos, en cómo los coloca y en cómo habla de ellos. Es un friki de esto, un coleccionista. Y con mucho orgullo. Ya quisieran muchos. “Hay quien sale a la calle a cazar Pokémon. Pues estos son los míos, los tengo aquí y, cuando salgo de casa, le digo a mi mujer que cierre la ventana”. Y no es para menos.