Las manos, entrelazadas, las cobija entre sus muslos. La mirada la fija en el suelo de la sala de vistas. El pelo se le ha ido crespando con el paso de los días. El contorno de los ojos, los pómulos, incluso los labios los tiene inflamados. 10 minutos después, Ana Julia Quezada mantiene esa misma posición. Hierática. Como una escultura de cera. De repente, algo la saca de su letargo y mira a la jueza. Vuelve a ser ella, la mujer a la que la madre del niño que mató le dijo con los ojos clavados en los suyos: "Eres rematadamente mala". Aquello ocurrió la tarde del martes, cuando declaró Patricia Ramírez. Desde entonces, Quezada es otra.
Este viernes, durante la quinta sesión del juicio en Almería por la muerte de Gabriel Cruz, la única acusada no ha llorado, como sí hizo en las cuatro jornadas anteriores, ni tampoco ha mirado la televisión durante el visionado de las imágenes de cómo se encontraba el cadáver del niño cuando la Guardia Civil lo halló en el maletero del coche que ella conducía el 11 de marzo de 2018.
“La cara estaba cubierta de barro”, contó uno de los agentes que aportó pruebas periciales al sumario del caso. Al niño no se le veía el rostro con detalle, añadió. Ana Julia ni se inmutó al escucharlo. Este viernes ya era otra mujer distinta a la presunta asesina que el lunes pasado se plantó en la Audiencia Provincial de Almería con el pelo alisado con plancha, una leve capa de maquillaje y una vestimenta cuidada.
Ya no es la misma. O quizás sea esa la verdadera Ana Julia, a quien el juicio le está sentando como una losa. Entonces se mostró optimista. Nerviosa, pero optimista. Ayer era la imagen de la asunción de una realidad que se le antoja irreversible. En un par de ocasiones que se mostró ‘despierta’ se tapó el rostro con las palmas de sus manos. No ha de resultar sencillo ser testigo de tu propia maldad.
Ana Julia Quezada dejó un capítulo de gestos de abatimiento para el recuerdo. Resopló. Miró al techo. Cerró los ojos durante unos segundos que parecieron interminables. De haber podido, no hubiera escuchado a los dos agentes de la Guardia Civil que practicaron la inspección ocular de la finca tras su detención. Contaron al jurado que Gabriel estuvo 12 días enterrado en una fosa de 10 centímetros de profundidad, 40 de ancho y 60 de longitud. Esas imágenes se mostraron ayer al jurado. Resultaron duras para sus nueve miembros y dos suplentes, a tenor de sus gestos faciales. Ella, en cambio, no giró el cuello hacia la pantalla.
Ayer se supo un detalle que arroja luz al caso. Ana Julia Quezada permaneció tres horas y 19 minutos en la finca de Rodalquilar (Níjar, Almería) la tarde que mató a Gabriel. Durante dos horas no usó su teléfono móvil. Llegó al lugar a las 15.45 de la tarde del 27 de febrero de 2018. Salió de allí a las 19.04. Antes, a las 18.55, recibió la llamada de Ángel Cruz, su novio y padre del niño al que le había quitado la vida. Su pareja le contó que el menor había desaparecido de Las Hortichuelas, donde se suponía que estaba jugando con los nietos de una prima de su abuela, y le pidió que se fuera hacia allí.
Entre las 15.45 y las 17.39 horas no tocó el teléfono. Luego, lo volvió a usar, pero se desconoce para qué porque en ese momento las llamadas todavía no estaban intervenidas. Así lo acreditaron los investigadores de la Guardia Civil que comparecieron como peritos en la quinta sesión del proceso en base a las evidencias obtenidas por los repetidores de señal de telefonía de la zona.
El teléfono móvil de la procesada emitió señal durante las más de tres horas que estuvo en la finca. Sin embargo, durante una hora y 54 minutos no fue “usado ni manipulado” pese a ofrecer pulso a la antena de telefonía. Un detalle a recordar es que el informe de la autopsia al cadáver del menor señala que la víctima murió entre las 15.30 y 16.30 horas, por lo que la presunta asesina habría matado al menor durante los primeros 45 minutos de su estancia allí junto al niño.
Restos de ADN en el hacha
El análisis científico del hacha encontrada en la finca de Rodalquilar reveló restos de ADN del menor en la superficie lateral superior de la parte roma del mango y también en la cabeza del objeto. No obstante, las pruebas no han permitido concretar qué tipo de contacto se produjo con ella. Lo que quedó acreditado es que no se encontró sangre en ella.
Los peritos que han analizado el hacha contaron que únicamente se encontró restos del perfil genético de la víctima. A preguntas del letrado de la acusación particular, Francisco Torres, señalaron que la causa por la que aparece material genético del menor en la parte superior podría ser "compatible” con que se le “golpeara en la cabeza" al niño con ella, pero también dijo que hay más hipótesis. “No podemos decir cómo llega hasta el hacha. Sólo sabemos que llega”, señaló uno de los agentes de la Guardia Civil que practicaron dicha prueba.
Según la versión que la acusada ha mantenido desde que se la detiene, la muerte del menor se produjo de forma “accidental” tras una supuesta discusión debido a que el niño jugaba con el hacha. Posteriormente, la acusada habría empleado la herramienta para terminar de ocultar el cuerpo del niño en la fosa porque su muñeca se quedaba fuera.
Los peritos de la Benemérita han constatado la existencia de sangre de Gabriel en una mancha localizada en la puerta de la estancia donde Ana Julia acaba con su vida, en el calzoncillo del niño y en una de las camisetas que la acusada arrojó a un contenedor de vidrio para deshacerse de algunas pruebas.
Por su parte, los agentes que inspeccionaron el coche de la acusada, un Nissan Pixo gris, ratificaron la existencia de unos guantes negros y una mochila en el asiento del copiloto, que entre otros efectos contenía varios fármacos. También encontraron un cubo de fregona en el hueco entre los asientos delanteros y traseros.
La bolsa de farmacia contenía una caja con un blíster de Lorazepam de un miligramo, un blíster de ibuprofeno, un blíster de aprazolam y restos de un blíster de lorazepam, además de una caja más de lorazepam con dos blísters de dos miligramos. A todos ellos les faltaban comprimidos.
La quinta sesión del juicio volvió a contar con la protesta de la defensa de Quezada, el abogado Esteban Hernández Thiel. El letrado solicitó por enésima vez intervenir en último lugar para formular sus preguntas a los testigos, petición que de nuevo rechazó la presidenta del tribunal del jurado, Alejandra Dodero, para atender al orden fijado previamente.
Este viernes se conoció que el dispositivo desplegado durante los 12 días que estuvo desaparecido Gabriel Cruz tuvo un coste de 200.203,38 euros. Lo detalló el coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Almería. El investigador realizó dicho informe a instancias del juez que instruyó el caso, Rafael Soriano.
El coronel jefe detalló que su balance económico se basa en un "presupuesto de mínimos" por la complejidad para estimar algunos gastos de los trabajos que propiciaron la detención de Ana Julia Quezada la mañana del 11 de marzo de 2018 y el hallazgo simultáneo del cadáver del niño.
Dicho informe está dividido en dos conceptos generales: gastos de personal -que contempla el cómputo total de los efectivos desplegados de varias unidades, algunas de ellas procedentes de otras provincias- y los gastos en recursos materiales -como embarcaciones acuáticas, helicópteros, vehículos del cuerpo, hospedaje o perreras para los perros rastreadores del Servicio Cinológico de la Guardia Civil-. Ana Julia no prestó demasiada atención a las palabras del coronel. Era lo que menos le importaba de los cinco días en que ha sido testigo de su propia maldad.