Escena 1
"Perdón, perdón, señoría. Me gustaría plantearle una última pregunta al testigo antes de que se marche de la sala". La jueza Alejandra Dodero, que preside el juicio de Ana Julia Quezada, tuerce el gesto al escuchar la petición de Esteban Hernández Thiel, abogado de la acusada.
La magistrada, con aparente desgana, acaba concediendo la petición a Hernández, lo que obliga al capitán de la Guardia Civil que acaba de testificar a maniobrar con su silla de ruedas y volver a situarse justo enfrente de ella. "A ver, pregunte, pregunte…"
Escena 2
"Por favor, señor letrado, no pregunte en esta sala por detalles que ya se han respondido antes. No es la primera vez que se lo digo durante las tres sesiones que llevamos celebradas".
Para Esteban Hernández Thiel no está siendo un juicio fácil el que alberga desde este pasado lunes la Audiencia Provincial de Almería. Ejerce como abogado de oficio de Ana Julia Quezada junto a su compañera Beatriz Gámez. En sus intervenciones se le ve espeso, y los planteamientos que expone antes de preguntar a su defendida o a los testigos son enrevesados, cuando no sencillamente confusos.
- A ver, señor letrado, concrete la pregunta. ¿Qué quiere preguntar exactamente?-, le ha llegado a repetir en varias ocasiones la magistrada.
Esteban Hernández se enfrenta a un ochomil sin sherpas, a un Tourmalet judicial con la rueda pinchada. Ha de convencer al jurado popular de que Ana Julia no es una asesina, que sólo mató a Gabriel sin pretender hacerlo, que le tapó la boca con sus manos y cuando se dio cuenta el niño ya no respiraba.
Pero durante las tres primeras sesiones del juicio no se le ha notado optimista. Al contrario. En los pasillos de la Audiencia, durante los recesos, se muestra receloso a hablar con los periodistas. Va de aquí para allá. Luego, en sala, hasta el momento no ha sido capaz de mostrar con sus cuestiones que su defendida sea una homicida, no una asesina.
El primer día del proceso tuvo un gesto de cercanía con Ana Julia Quezada al agarrarla del brazo durante unos segundos. Ella lloraba. Quiso transmitirle tranquilidad. Luego, Esteban Hernández contó que él estaba de viaje en el extranjero cuando se enteró de la desaparición de Gabriel. Explicó que llegó a compartir varias noticias sobre la búsqueda del niño en sus redes sociales. Al día siguiente le llegó la defensa de la presunta asesina a través del turno de oficio.
“No es fácil su tarea. Más allá de la complejidad del caso, que es indudable, la repercusión mediática y los testimonios que por el momento se están dando le hacen aún más complejo su trabajo en este juicio”, dice un abogado almeriense que conoce a Hernández Thiel desde hace dos décadas. “Pero es un gran letrado. Aunque lo noto desubicado, es capaz de darle la vuelta a la tortilla en cualquier momento”.
Con el sumario en la mesa
Esteban Hernández Thiel no para de mirar los tomos del sumario durante cada sesión del juicio. De vez en cuando comenta algún detalle con su compañera Beatriz Gámez, la mujer que más cerca está de Ana Julia en estos últimos días. Su codo izquierdo en ocasiones roza el derecho de la acusada. “Tranquila, tranquila”, le dice Gámez a Ana Julia este martes cuando una policía le quita las esposas justo antes de comenzar a declarar. “Muy bien, Ana Julia. Todo ha ido bien”, le dice cuando termina su testimonio.
Hernández Thiel se licenció en Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Cursó sus estudios entre 1987 y 1992. Luego pasó por el King´s College University, una de las escuelas más prestigiosas del mundo. Años después, todavía joven, fundó su propio despacho de abogados, que todavía hoy sigue funcionando.
Aunque se formó en el área de Derecho Internacional, está especializado en Penal. Esteban también es profesor y ofrece asesoramiento legal en España, América Latina y Reino Unido. De poder elegir, hubiese cerrado el juicio al público y a la prensa, y no dejaría en manos de un jurado popular el veredicto final sobre su defendida.
Uno de los casos que logró revertir en favor de su cliente fue durante el juicio por la conocida como ‘la patera de la muerte’. Los hechos ocurrieron en diciembre de 2014. Un camerunés de 36 años fue acusado de seis delitos de homicidio. Se le acusaba de arrojar por la borda de una patera en el mar de Alborán a seis personas. En aquel viaje desaparecieron hasta 20 de los tripulantes que viajaban en la embarcación. Siete eran bebés.
Aquel hombre fue juzgado por un jurado popular. Y fue Esteban quien se hizo cargo de la defensa del acusado, que se enfrentaba a una petición de 90 años de cárcel. El ministerio fiscal le acusaba de haber golpeado a los pasajeros con tablones de la zodiac. Tras agredirles, la acusación argumentaba que les había arrojado al mar. La Policía y la acusación basaron sus argumentos en las declaraciones de cuatro testigos protegidos que viajaban con él en aquella embarcación.
Aquel día la tempestad era infernal. Según el relato de la acusación, el procesado comenzó a golpear a otros ocupantes cuando un pastor católico que iba embarcado con ellos se puso a rezar. El acusado, según los testigos protegidos, culpó al pastor y a sus rezos de la tempestad y del posible naufragio de la patera. Entonces la emprendió a golpes.
Aquel fue el relato de la acusación. Entonces llegó el de la defensa. Esteban logró sacar a relucir las contradicciones que los testigos tenían entre sí. Logró desmontarlo todo y provocar que el jurado popular absolviera a su representado.
Esteban y su equipo vieron las contradicciones y las acusaciones “inverosímiles” de los cuatro testigos protegidos, también ocupantes de la patera. Ninguno de ellos declaró en la vista oral. En cuanto les pusieron en libertad, se les perdió de vista. Alguno aseguraba que el acusado había golpeado en la cabeza a las víctimas. Otros decían que no. Hubo también quien contó que, en cuanto el acusado tocaba a los otros ocupantes de la patera, estos morían de forma instantánea. El veredicto final fue la absolución.
Dean Carroll
Hernández Thiel no olvidará nunca el 12 de noviembre del año 2000. Aquel fue uno de los casos más complicados de resolver. Ese día, un jurado popular declaró inocente a Dean Carroll, un ciudadano estadounidense acusado de matar a su novia arrojándola por un terraplén. La mujer, inválida, se desplazaba en silla de ruedas.
Ocurrió el 28 de enero de 1998, dos años antes del juicio. Dean Carroll conducía desde Lorca (Murcia) hasta Garrucha (Almería) cuando se le pinchó una rueda del coche. En el parón, Freda, su pareja, pidió bajar del coche. Llevaba tres años en silla de ruedas. Según relató a los agentes de la policía, cayó por el precipicio al borde de la carretera después de que Dean la empujase.
El jurado consideró en su veredicto que no la había tirado, sino que todo fue producto de un accidente. En aquel momento, Esteban tenía bien claro cuál era la clave de este caso: probar la hipótesis de la fiscalía era una tarea casi imposible. La acusación aseguraba que la había arrojado por el barranco para cobrar luego una póliza de seguros que tenía contratada la mujer y valorada en 10 millones de pesetas. Esteban logró demostrar que esto era imposible de demostrar.
No pudieron aporta ninguna documentación que demostrase esta teoría, ya que además el beneficiario de la póliza era el hijo de ambos. Y no el acusado. Los argumentos de Esteban convencieron a todos. Seis de los nueve miembros del jurado votaron a favor de absolverle. El letrado todavía guarda en su despacho recortes de aquel juicio a modo de recuerdo. Si gana ahora y salva a Ana Julia Quezada del delito de asesinato quizás enmarque los titulares del día siguiente.