Las tres primeras sesiones del juicio a Ana Julia Quezada celebradas hasta la fecha han servido por el momento para dos cosas, esencialmente. La primera: comenzar a desmontar la versión de la acusada de que ella intentó, pero no pudo por falta de valor, confesar que había matado a Gabriel Cruz y que el día que movió el cadáver pretendía suicidarse tomando medicamentos. La segunda: que la Guardia Civil, a tenor de las declaraciones de varios de sus agentes este miércoles, mordió el anzuelo que la acusada les lanzó durante los 12 días que duró la búsqueda del niño.
En la sala de vistas se ha escuchado este miércoles una frase rotunda que evidencia cómo Ana Julia consiguió despistar a los investigadores durante ese tiempo: “Todo lo que le decíamos a él [el padre del niño], ella lo acababa sabiendo, y podía ir anticipándose a los planes que teníamos".
Han sido las palabras del teniente que instruyó las diligencias de la investigación del caso. De ahí que Quezada les planteara una partida de ajedrez en toda regla y que ahora no puedan más que asumir que ella “intentó en todo momento dirigir" las pesquisas, lo que “consumió tiempo y recursos" de los investigadores.
(1) Los llevó a la finca
Ana Julia Quezada demostró una sangre fría arrolladora cuando, sabiendo que ya levantaba sospechas, llevó a la Guardia Civil a la finca donde tenía enterrado el cadáver. Lo ha contado el teniente a cargo de la instrucción de la investigación a preguntas de la Fiscalía. Ese hecho provocó que, en cierta medida, durante los primeros días de la búsqueda del niño se ganara la confianza de los investigadores.
Fue tal el grado de confianza que depositaron en ella hasta el sábado 3 de marzo, cuando aparece la camiseta del niño, que este teniente de la Guardia Civil ha señalado que “no tenía sentido" realizar una batida ni un registro exhaustivo de la finca donde estaba enterrado el niño porque consideraban que no era necesario.
“No se hizo por el mismo motivo por el que no se miró en la casa de la abuela", ha dicho el agente. “Los familiares habían estado pernoctando allí. Ella nos llevó también a nosotros. No tenía sentido". El primer cebo que mordió la Benemérita fue al asumir como factible que una presunta asesina sería incapaz de llevar al lugar del crimen a los investigadores.
(2) La recompensa
El segundo de los señuelos tuvo forma de recompensa. Desde el inicio de la búsqueda la familia de Gabriel Cruz ofreció una retribución económica a quien aportase información relevante del caso. El sábado 3 de marzo de 2018 los padres del niño tenían pensado incrementar esa cantidad y darlo a conocer en una rueda de prensa. La Guardia Civil, en el transcurso de una reunión previa a esa intervención pública, se lo desaconsejó a Patricia Ramírez y a Ángel Cruz. Les explicaron que iba a perjudicar la labor de los investigadores. Finalmente, se echaron atrás.
Hasta esa fecha, Ana Julia siempre había insistido en la necesidad de la recompensa. Tras aquella reunión, Ángel le contó que no se iba a aumentar el dinero ofrecido. Un agente de la Guardia Civil ha explicado que Patricia Ramírez les trasladó que vio ofuscada a la novia de su ex al enterarse de que se habían echado atrás. Ese énfasis de la acusada en la recompensa les llevó a pensar que el niño estaba secuestrado -y posiblemente vivo- y que Ana Julia Quezada podría estar involucrada en el rapto.
(3) La camiseta y (4) la furgoneta blanca
Ana Julia hizo dos maniobras para evitar que los investigadores se fijaran en la finca donde tenía el cadáver del niño y para sembrar de sospechas sobre terceros: poner una camiseta de Gabriel “a unos 800 metros” de donde vivía su exmarido y llevar al propio Ángel a la casa de éste para que su novio viera que ese hombre era propietario de una furgoneta de color blanco, como la que varios testigos de Las Hortichuelas dijeron ver la tarde de la desaparición de Gabriel.
S. M., el exmarido de Ana Julia, declaró como testigo este martes. Contó que el viernes 2 de marzo de 2018, tres días después de que Gabriel desapareciera, Ana Julia, Ángel Cruz y una amiga se personaron en su casa. Explicó que Ana Julia aparentó no conocerle y que, al marcharse, le susurró algo al oído a Ángel. Ángel se dio la vuelta y le preguntó a S. M.:
- ¿Es tuya esa furgoneta?
- Sí, respondió S.M., según su propio testimonio.
Ángel, Ana Julia y la amiga se marcharon. El exmarido de la acusada se quedó mirándolos a través del cristal de una ventana. Pensó: “Esta está tramando algo”. Así se lo contó este martes a la fiscal. “Hizo como que no me conocía. Ni siquiera saludó a mi perra, que se acercó a ella. Tuve el pálpito de que algo estaba pasando allí”.
Pero ese tercer señuelo no fue suficiente para la acusada. Hubo un cuarto. En su afán por “dirigir las pesquisas” hacia su exmarido, al día siguiente de llevar a Ángel hasta la casa de S. M., Ana Julia Quezada le pidió a su novio volver a una zona de monte donde ya se había rastreado en busca de Gabriel. Era 3 de marzo de 2018. Sábado. Ángel aceptó. Ana Julia se llevó consigo una camiseta seca de Gabriel. La dejó entre unos cañaverales a menos de un kilómetro de la vivienda de su antiguo marido.
Ese último señuelo fue un error, aunque solo a medias. Le sirvió para ganar tiempo y, a su vez, provocó que las sospechas se centrasen aún más en ella. Sin embargo, evitó que el foco se pusiera en la finca, de donde desenterró el cadáver de Gabriel ocho días después, el domingo 11 de marzo del año pasado.