La llamada al 112 es puro desgarro. A Jesús Arteaga apenas se le entiende, está llorando, muy nervioso. Su mujer, Antonia González, está tendida en la cama de su habitación y no se mueve. Es el 9 de octubre de 2012. La mujer que le atiende, al otro lado de la línea, intenta tranquilizarlo y sacar algo en claro. “¿De qué está enferma? ¿Qué edad tiene? ¿Cómo se llama?”, pregunta la voz. “Por favor, mándenme a alguien. Por favor. Traigan a la ambulancia. Está muy mal, muy mal”, responde él. “¿Está consciente? ¿Está respirando?”, de nuevo la voz. “No lo sé, creo que no. No puedo abrirle la boca”, solloza Jesús.
La grabación de la llamada se está escuchando dos años después, en 2014, en una sala de la Audiencia Provincial de Jaén. Esta vez, Jesús Arteaga (nacido en 1961) también está llorando, hay demasiadas cosas juntas. No sólo está recordando aquel fatídico día sino que también le están juzgando por el asesinato de su pareja, Antonia González (nacida en 1966). Todo apunta a un claro caso de violencia de género. Jesús entró en la cárcel el 31 de octubre de ese año y el nombre de Antonia lo hizo en el registro oficial de mujeres asesinadas por violencia de género, que contabiliza desde 2003 a 1.017 víctimas mortales de esta lacra.
Pero él no lo hizo, según apunta la sentencia del conocido como ‘Caso de la enfermera’, a la que ha tenido acceso EL ESPAÑOL. Este pasado mes de julio, cinco años después de que absolvieran a Jesús, la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género borraba el nombre de Antonia de la lista. Se hizo tarde pero se hizo, y se trata de la primera vez en la historia del registro oficial en la que un nombre es eliminado, no hay precedentes.
Esta rara avis ha resucitado un caso que se ha diluido en el tiempo. Pero hubo un momento en el que para Jesús todo estaba en juego. Era un caso de violencia de género de manual, eso parecía. Él había descubierto que Antonia le era infiel, estaban pasando una mala racha y ese mismo día habían discutido, tanto que él no había ido a dormir a casa esa noche. Ella no le había denunciado por malos tratos, pero eso pasa muchas veces.
Las primeras pruebas de la investigación policial vinieron a apuntalar aún más la teoría. Los forenses e investigadores concluyeron que Antonia había sido asfixiada, que no había entrado nadie externo en la casa y que en el momento de su muerte, Jesús estaba con ella. La mujer, además, apareció con una jeringuilla y un frasco de medicamento a su lado. La Fiscalía y la Junta de Andalucía, que actuó como acusación popular, lo tenían claro: Jesús mató a Antonia y luego simuló su suicidio. Jesús sabía que él no lo hizo e incluso le apoyó la familia de la propia Antonia, que en el juicio se manifestaba a su favor.
Pero los titulares de aquellos años, los que recogieron el suceso, lo decían todo. El único acusado por el crimen de la enfermera irá a juicio por asesinato, Ingresa en prisión acusado de asfixiar a su mujer y simular su suicidio y Derribo de una “coartada minuciosa” fueron algunas de ellos. No cabía la menor duda. Aunque todo ello resultó no ser verdad.
Una enfermera popular
Antonia, natural de Jaén, trabajaba en el Área Quirúrgica del Hospital Universitario de la ciudad andaluza. Tras haber pasado por varios puestos dentro del centro, cayó como enfermera asistente en las cirugías, con un cómodo turno de mañana que le dejaba las tardes liberadas.
Entre sus compañeros era bastante popular, muy querida. A fin de cuentas llevaba ahí toda la vida. Antonia participaba activamente en las acciones del hospital y hacía de docente en algunos cursos de prácticas enfermeras seguras aplicadas a su especialidad. Su muerte, y las circunstancias que la rodearon conmocionaron a todo su círculo. Muchos de sus amigos aparecieron en la prensa mostrando su dolor y pidiendo justicia.
Antonia y Jesús -que trabajaba y sigue trabajando en la Universidad de Jaén como administrativo- se conocieron, se casaron y se fueron a vivir juntos a un modesto piso en el barrio de Peñamefécit de la ciudad, a unos escasos minutos andando de la estación de tren. Llevaban una vida tranquila, discreta, pero en 2010 todo pareció truncarse.
Ese año, Jesús descubrió que Antonia estaba teniendo un affaire con otra persona. Esto resintió la relación y, aunque nunca llegó a ponerse el divorcio encima de la mesa, en el momento en el que Antonia murió no estaban pasando su mejor momento como pareja. Por supuesto, la infidelidad fue utilizada en el juicio contra Jesús.
Además, las crónicas de la prensa recogieron que Antonia abusaba de algunos medicamentos, algo que añadió más dificultad a la convivencia y que se ratifica en la sentencia de la absolución de Jesús. EL ESPAÑOL ha contactado con Jesús, pero ha rechazado amablemente hacer declaraciones al respecto, prefiere dejarlo todo atrás.
Aquel 8 de julio de 2012, tras acabar cada uno su jornada laboral, Antonia y Jesús se fueron a comer juntos en su piso. Después del almuerzo, él llamó a un amigo suyo para decirle que se iría a dormir a su casa, que ese día no quería estar con Antonia. “El acusado dejó el domicilio por la dificultad de la convivencia debido al consumo de medicamentos por la fallecida”, recoge la sentencia.
Por la tarde, entre las 20.30 y las 24 horas, Antonia murió. Estaba tumbada en la cama, boca abajo, con la cabeza colgando por el borde y, a su lado, había una jeringuilla y un frasco de Propofol, un potente anestésico conocido por ser el que mató a Michael Jackson.
Así se la encontró Jesús al día siguiente. Lo que vino después fue el dolor y la burocracia de la muerte. Primero, la llamada angustiosa al 112. Nadie pudo hacer nada. Luego, la autopsia, el velatorio, el funeral en la iglesia El Salvador, al lado de la casa de ambos, y el entierro en el cementerio de San Fernando de Jaén. Tres semanas después la Policía Nacional detenía a Jesús.
Giro “sorprendente”
Todo lo que vino siguiendo su detención está rodeado de una especie de halo de misterio. Una serie de investigadores que se equivocan, una autopsia que erra el tiro y una cadena de custodia de pruebas que se rompe. Muchos indicios que apuntaban a Jesús directamente pero él sabiendo que no había sido. En los vídeos del juicio, su incredulidad y la dificultad para comunicar que es inocente recuerda al personaje de Josef K. intentando tocar una justicia que se le escapa en un tremendo sinsentido en El proceso de Kafka.
Dirigidos por el Juzgado de Violencia de Género de Jaén, los investigadores y forenses llegaron a la conclusión de que él la había matado y que había intentado simular un suicidio en un plan que calificaron de “minucioso”. El informe definitivo de la autopsia venía a indicar que Antonia había sido asfixiada. Las autoridades determinaron que, en el momento en el que se produjo la muerte, Jesús estaba en casa con ella y no había nadie más. Antonia tenía bajo las uñas ADN de su marido y ese día habían tenido una fuerte discusión.
Pero en un giro que el propio juez que llevaba el caso calificó de “sorprendente”, todo cambió. La defensa de Jesús presentó un estudio, realizado por forenses de la Universidad de Málaga, en el que se indicaba que la muerte de Antonia se debió al consumo del Propofol. Además, la defensa sugería que no se tomaron suficientes muestras en los órganos para descartar esto.
Al mismo tiempo, durante el juicio, el Instituto de Medicina Legal de Jaén que determinó que Antonia murió entre las 17.00 y 18.00 horas del 8 de octubre, cuando Jesús todavía estaba en la casa, se retractó y estableció que había sido más tarde, cuando el marido ya se encontraba en casa de su amigo tras la discusión. Además, se cometieron algunos errores como no tomar la temperatura corporal en el levantamiento del cadáver o permitir que se rompiera la cadena de custodia en el envío de pruebas al laboratorio del Instituto de Toxicología.
Jesús había entrado en la prisión de Jaén el 31 de octubre de 2012 y ahí permaneció, por un delito que no había cometido, hasta el 2 de julio de 2013, casi un año después, al haberle sido concedida la libertad provisional hasta que arrancara el juicio. Cuando salió del centro penitenciario, la propia familia de Antonia fue a buscarle. Nunca creyeron que hubiera sido él. La sentencia absolutoria del 26 de mayo de 2014, les dio la razón. Antonia murió, o bien a causa de tomar el medicamento, o bien asfixiada por la postura que tomó en la cama y de la que no pudo reaccionar. Nunca se sabrá ese detalle.
Primera eliminada del registro
Cinco años después de que Jesús haya quedado absuelto, la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género ha excluido el nombre de Antonia del registro oficial de víctimas de violencia de género. Aunque con uno menos, la retahíla de nombres sigue siendo larga: 42 mujeres han sido asesinadas por el machismo en lo que va de 2019 y 1.017 desde que empezaron a contarse en 2003.
La decisión de la Delegación ha solucionado una suerte de desfase extraño en el que Jesús no es responsable del asesinato pero en esa lista seguía apareciendo como tal. Esta medida ha sido tomada tras una reunión celebrada el pasado 25 de junio por parte del Observatorio de Violencia Doméstica y de Género. Es la primera vez que algo así sucede.
El Observatorio, que depende del Ministerio de Igualdad, ya avisó el pasado mes de octubre de que estaba revisando el registro oficial de víctimas mortales por violencia de género. Al mismo tiempo que quitaban a Antonia de la lista, metían a Romina Celeste Núñez, la mujer que desapareció el pasado 1 de enero en Lanzarote y cuyo marido asegura que se la encontró muerta y que lanzó el cadáver al mar.
Quitar a Antonia González del registro oficial de víctimas de violencia de género es lo último que le faltaba a Jesús para resarcirse por completo de todo lo que sucedió. Aunque intentó cobrar una indemnización por haber pasado por prisión siendo inocente, no se la concedieron y dejó de intentarlo. Tampoco nadie recurrió la sentencia que le absolvía. Y él ya no quiere hablar de ello. Es hora de olvidar.