¿Murió Franco en su cama, como siempre se ha dicho? En realidad Franco murió en una colchoneta de gomaespuma que estaba apoyada sobre un colchón Flex. Además, expiró doblando la cabeza… hacia la derecha. Para exponer su cuerpo en la despedida pública, le pintaron los labios de rojo. Y después de muerto se puso a sudar. Por eso le tuvieron que secar la cara con una gasa mientras los madrileños le daban su último adiós.

En la semana en la que el Tribunal Supremo ha dado luz verde a la exhumación de los restos de Franco, EL ESPAÑOL revela un documento inédito: la crónica escrita por el embalsamador de su cadáver. El doctor Modesto Martínez-Piñeiro mecanografió cinco páginas en las que describe, con todo lujo de detalles, cómo fueron las primeras horas post-mortem del caudillo y las vicisitudes que tuvo que afrontar el equipo médico formado por cuatro prestigiosos doctores que se encargaron de adecentar el cadáver y prepararlo para su sepultura. Un texto a caballo entre un informe médico y un relato periodístico. Un documento que que podría dividirse en tres actos y que demuestra que, de los cuatro doctores, el que realmente hizo el grueso de la labor de embalsamamiento fue Martínez-Piñeiro.

Acto I: La llamada

No eran ni las 4 de la madrugada del 20 de noviembre de 1975 cuando el médico forense Modesto Martínez-Piñeiro recibió una misteriosa llamada a su domicilio. El mensaje era escueto: “un automóvil de la Casa Civil de Su Excelencia pasaría por mi domicilio, en la Avenida Felipe II, para recogerme”. A la hora acordada llegó el coche. La sorpresa para Modesto es que en él viajaba un conocido: el doctor Antonio Piga Rivero, hijo de Bonifacio Piga, que era otra eminencia médica española. Modesto le preguntó por su padre y Antonio le contó que estaba ahí al lado. Que viajaba en su coche particular y que también estaba citado esa noche. 

Todavía faltaba el cuarto y último miembro del equipo. Tal vez hoy en día se hubiese mandado un coche oficial para recoger a cada uno de los médicos. Pero no el día en que murió Franco. El automóvil realizó un trayecto de madrugada por Madrid con varias paradas y fue hasta Capitán Haya para subir al último componente de la expedición: Antonio Haro-Espín, experto en labores de tanatopraxia. Ya estaban todos.

Gente llorando al ver el féretro de Franco

A las 5 de la mañana llegaron al Hospital de La Paz, ese mismo en el que nunca ha querido visitarse el actual Rey Emérito Juan Carlos I. Allí les esperaba el Ministro de Comunicación, que fue la persona que se encargó de llevarlos al lugar donde requerían de sus servicios. Los 4 fueron conducidos a una fría habitación del hospital. Lo que encontró este equipo médico al llegar fue el cadáver de Francisco Franco, el jefe de estado. Desnudo sobre un catre y cubierto por una sábana. Su aspecto , absolutamente demacrado. "Su peso rondaría entre los 55 y los 60 kilos", apunta Martínez-Piñeiro. Silencio y miradas entre los doctores.

La colchoneta

Franco había muerto y ellos 4 habían sido seleccionados, cual grupo de élite, para embalsamar su cadáver. “El español más grande de nuestro tiempo”, como lo define el doctor Martínez-Piñeiro en su texto, requería un laborioso proceso para mantener su cadáver imperturbable al paso del tiempo. El forense señala con precisión milimétrica la escena que encontró al llegar: “El Caudillo yace en la cama en la que falleció. Se trata de una cama corriente de la Residencia. El cuerpo descansaba directamente sobre una piel blanca de cordero curtida colocada sobre una colchoneta delgada, y esta a su vez sobre un colchón Flex”. 

Ahora tocaba ponerse manos a la obra. Los cuatro atesoraban dilatadas carreras en sus áreas médicas. Pero este caso, el de un cadáver, era con diferencia el más difícil de todos los que habían atendido. Jamás habían trabajado bajo una presión tan extrema. 

Acto II: El embalsamamiento

Los cuatro facultativos trabajaron sin descanso lo que restaba de madrugada y varias horas más. “A través de los labios entreabiertos aparecen los dientes postizos”, escribe el doctor Martínez-Piñeiro, encargado de coserle la boca a Franco. El forense cuenta el proceso con todo lujo de detalles. En la parte más escabrosa de su texto, enumera los compuestos que se le inyectaron al cadáver para embalsamarlo. El llamado ‘líquido conservador’. Una solución de formol, alcohol, suero fisiológico, urotropina y un colorante rojo. Irónico que fuese de ese color el último líquido que entró en el cuerpo del dictador. De esa mezcla le introdujeron 6,5 litros al cadáver, mediante pequeñas intervenciones con agujas y varias ligazones. De toda esta operativa se encargó Martínez-Piñeiro, según explica su texto. Los otros tres médicos hicieron de apoyo.

Franco bajo la cruz. Durante el velatorio se le tuvieron que realizar un par de retoques.

Una duda que siempre ha planeado sobre la muerte de Franco fue la veracidad de la fecha de su muerte. Oficialmente consta el 20 de noviembre. El doctor Antonio Piga, el único que queda vivo de aquel equipo de 4 personas, ha declarado en varias ocasiones que él cree que no fue así, que el cuerpo que él se encontró ya llevaba varias horas muerto. El texto de Modesto Martínez-Piñeiro viene a refrendar esa versión. Señala que, cuando pinchaba en algunas venas, no quedaba ni una gota de sangre: “Al abrir la carótida y ver que estaba vacía y que por lo tanto no salía sangre, comprobamos ese signo de muerte real”.

El líquido conservador fue administrado con no pocos problemas, porque a menudo salían chorros de dicho líquido al practicar pinchazos o cortes. El cuerpo se hallaba en mal estado, por lo que, en ocasiones, la tarea de inyectar la mezcla resultaba fallida. Entonces había que parar y volver a empezar.

Esta es la transcripción íntegra del documento al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL:

Crema hidratante

Una vez concluido el arduo proceso de embalsamamiento, quedaba maquillarlo y vestirlo. Cuenta Martínez-Piñeiro que se incorporaron entonces nuevos personajes a la escena: "Por el escultor Santiago de Santiago se hace la mascarilla del Caudillo y de sus manos. Al término de esta intervención, el cadáver es lavado con jabón líquido. Enjugado y Espín procede a aplicar una crema hidratante sobre su cara". Ese detalle, a la postre, resultó más relevante de lo esperado. 

La escolta a caballo del vehículo fúnebre del dictador durante el funeral

Tras la higiene, tocaba vestirlo. “Por las ayudas de cámara de Su Excelencia y por nosotros es vestido con las prendas siguientes: calcetines negros, calzoncillos y camisa blanca, pantalón negro con franja dorada y zapatos de charol negros. Se enjuga la cara y se coloca la casaca azul con solapas rojas bordadas en oro, lo que presenta alguna dificultad por la instauración rigidez cadavérica”. El cuerpo inerte del dictador estaba ya tan rígido que era casi imposible colocarle el pomposo atuendo completo. Al final, el doctor aclara que consiguen enfundarle la casaca “sin romper la prenda”. Entonces se coloca el cinturón y una gran banda, y se le colocan unos guantes blancos en las manos. Para finalizar la faena, el doctor Haro Espín “lo maquilla, los labios ligeramente rojos y la faz sonrosado oscuro”.

La tarea de maquillar su cara tampoco fue sencilla, porque, tal y cuenta como el médico en la carta, “la muerte debió ocurrir teniendo la cara inclinada hacia el lado derecho”. Eso provocó que una mitad de su rostro tuviese un color más blanquecino que la otra. Por ello, Haro Espín procedió a maquillar toda la cara “de una coloración oscura, en consonancia con el color natural del Caudillo”. Tras el trabajo de maquillaje, el cadáver del Generalísimo fue enterrado en un doble ataúd. Ya estaba listo para ser trasladado al Palacio de Oriente, donde los madrileños tendrían que darle su último adiós. 

Acto III: La despedida

Miles de personas desfilaron durante los días 21 y 22 de noviembre por delante del féretro del dictador. Todo estaba yendo y bien y sin sobresaltos. El equipo médico estaba tranquilo porque el cadáver aguantaba inalterable. El día 21 por la mañana, Haro Espín y Bonifacio Piga tuvieron que darle un retoque de maquillaje al bronceado artificial de Franco. Pero el verdadero problema llegó la tarde del día 21, en pleno velatorio público: Franco se puso a sudar.

“Por la tarde de ese mismo día nos avisan de que se ha observado una alteración en la cara. Literalmente nos dicen: “El Caudillo suda”.”, cuenta el forense en su texto. ¿Era eso posible? El Cid ganaba batallas después de muerto. Y Franco… ¿sudaba?. El doctor Martínez Piñeiro y el doctor Bonifacio Piga procedieron a comprobar la certeza de la alerta. Y, en efecto, se percataron de que en la región frontal media, en el párpado superior izquierdo y en la mejilla derecha, se hallaban unas gotas deslizándose por la cara del Generalísimo. Era cierto: sudaba el Caudillo después de morir.

Enseguida encontraron la explicación al fenómeno. El sudor era el resultado “de la fusión de la crema hidratante empleada en el maquillaje, lo que es debido a que no absorbiera por la piel dicha sustancia. Bajo la acción del calor ambiente se ha licuado”. La solución, la más simple: la cara de Franco fue secada con una gasa y “continuó el desfile silencioso y emocionado del pueblo madrileño”.

Improvisando

“El 23 de noviembre, a las siete y media horas, se efectúa la última vela. El Gobierno en pleno va a presenciar el cierre del féretro. Lo que se inicia a las ocho horas. Momentos antes, el Marqués de Villaverde besa la frente del Caudillo, así como sus ayudas de cámara”, va concluyendo el texto del forense. Le retiraron las condecoraciones, los gemelos y otros enseres de valor antes de cerrar el ataúd. El equipo médico depositó allí “semillas de sésamo en cantidad para tratar de conservar inalterados los bordados en oro”. Las semillas de sésamo, al parecer, fueron una improvisación; la solución de emergencia porque “no disponemos de bolsas deshidratantes y el DDT que nos proporcionaron no podemos utilizarlo por estar disuelto en un líquido inflamable”.

Carmen Franco, esposa del dictador, y su hija Carmen Martínez-Bordiu

El cadáver de Franco fue depositado en un doble ataúd, cuya tapa se selló mediante soldadura la mañana del día 23. Después fue clausurado con una llave que le entregaron a la familia. “Con este acto termina nuestra actuación”, relata Modesto Martínez-Piñeiro en su texto. Llevaron el féretro a la Plaza de Oriente para que recibiera la misa de ‘corpore insepulto’, fue presidida por Don Juan Carlos y Doña Sofía. Y de ahí al Valle de los Caídos. Una estancia que está a punto de acabarse.

Se acabará como se acabó la aventura de los 4 médicos que embalsamaron a Franco. En torno a las 4 de la tarde del 23 de noviembre fueron regresados a sus respectivos domicilios. Tal y como se iban bajando, los miembros del equipo se despedían con la frase “misión cumplida”, felicitándose por el trabajo y agotados ya por el trajín de esos tres días: “Las horas de intensa tensión han dejado paso a la satisfacción y la tranquilidad de haber respondido a la conservación de el español más grande de nuestro tiempo”. Eso último, en mayúscula, para cerrar con su firma.

Epílogo

De aquel equipo de cuatro embalsamadores, sólo queda uno vivo. Es Antonio Piga, que ha sido el único que ha hecho declaraciones respecto a la inhumación de Franco. Modesto Martínez-Piñeiro, en cambio, nunca hizo ninguna intervención pública al respecto. Nació en Santander pero desarrolló la mayor parte de su carrera en Madrid. Forense y cirujano de cuatro especialidades, varios de sus descendientes se dedican a la medicina como él. Es el caso de su hijo José Antonio, que a sus 92 años sigue ejerciendo como urólogo en Madrid. 

Antonio Piga es el único médico de aquel equipo que queda vivo La Sexta

Cuando el cuerpo del dictador sea exhumado en breve, si alguien logra ver los restos, podrá comprobar si la improvisación del sésamo hizo su labor con los bordados en oro. Si queda rastro de aquellos labios ligeramente pintados de rojo. Si el cadáver está descompuesto o, como pronosticaban los miembros del equipo médico, los 6,5 litros de aquel líquido rojo que le inyectaron habrán mantenido su aspecto inmune al paso del tiempo.

Sea como fuere, lo que sí que hace este manuscrito es poner fin a una polémica que dura ya más de 40 años. ¿Cuál de los cuatro doctores embalsamó en realidad a Franco? Tanto Haro-Espín como Antonio Piga reclamaron posteriormente para sí (o en caso de Piga, para su padre), la autoría de las intervenciones practicadas en el cadáver del caudillo. Martínez-Piñeiro no lo reivindicó públicamente, aunque este documento, y otros detalles, demuestren que fue él. Pero esa es otra historia que EL ESPAÑOL ofrecerá mañana en una segunda entrega.