Al principio, cuando abre la puerta de su casa, Leonor se encuentra un poco desubicada. Tiene el cocido encima de los fogones, en la televisión a los reyes y se disculpa porque no ha barrido el suelo. Saluda a Melendi, un catalán que llegó hace 14 años al pueblo y al que todos llaman así por las rastas, y dice que en vaya marrón la han metido. Toda una vida así, más o menos tranquila en el pueblo, y ahora todo anda dando vueltas por una coincidencia: se llama igual que la princesa de Asturias y es una de los 98 habitantes de Asiegu, el pueblo que la princesa tocaya visitará este sábado.
Leonor Niembro (87 años) nació en el pueblo aturiano en 1932. Por su memoria cabalga, como por la de la mayoría de las personas mayores, suficiente material como para hacer una novela. Está la Guerra Civil, sus noches en el campo de cuando era pastora, las anécdotas del pueblo que todos conocen, cuando el pote asturiano se llamaba simplemente cocido, la radio encendida en esa noche de los transistores que fue la intentona golpista de Antonio Tejero… en fin, lo que podría contar cualquiera que atesora tantos años en la guantera.
Pero el pasado mes de septiembre, la vida vino a dar un divertido golpe sobre la mesa. Los Premios Princesa de Asturias reconocieron Asiegu para darle el Premio al Pueblo Ejemplar de Asturias 2019. Así, la localidad, ubicada en el concejo de Cabrales, sí, donde el queso, en la vertiente meridional de la sierra del Cuera, se ha convertido en uno de los protagonistas de la jornada. Los reyes, la princesa y la infanta se pasearán por la localidad de sólo 98 habitantes este sábado. Aquí dará Leonor su segundo discurso después de su estreno este viernes, en el que habló de su relación con Asturias. Y cómo no, había que presentarle a la única Leonor del pueblo, de 72 años más que la heredera a la corona.
“Fue Javier, el del bar, el que me dijo que venían los reyes y me dejó fría”, comenta Leonor a EL ESPAÑOL en la cocina de su casa, un antiguo garaje que ahora hace de zona común de la vivienda. “Estaba barriendo y me dijo que me tenía que decir una cosa, y fue que tenía que ir con los reyes, acompañarlos y para que me viera la princesa”, añade. “Y pensé… madre mía… en que embolado me han metido. Y nada más que por que se llama Leonor también, ¿qué mérito tiene eso?”.
Aún recuerda el día que nació la entonces infanta, el 31 de octubre de 2005. Leonor (la señora) siempre durmió un poco mal y esa noche tenía también la radio encendida. “Entonces, dijeron que se llamaba Leonor y no sé cuántos nombres más. Pensé que Ave María, no tendrían otra cosa que ponerle más que ese nombre tan horrible”, dice, con gracia, con un marcado acento asturiano, convirtiendo las ‘o’ del final de las palabras en una ‘u’ bien cerrada.
Ahora todo son nervios, aunque bien llevados y con ironía. “Saber que iba a conocer a los reyes fue una puñalada. En la que me han metido. Si no valgo yo, que tengo que andar con aquellos palos que no me tengo en pie y soy una vieja que vamos… ya no sé ni por dónde ando ni qué digo”, comenta. Pero el consejo que le han dado es fácil: sé tu misma.
Estrenadas a los 14
Leonor nació cuando la vida no era como ahora. Ahí pujaban el hambre, la guerra y el trabajo infantil. Pero, a pesar de la vida de más absoluta plebeya, comparte algo más con la princesa de Asturias. Leonor, la mayor, empezó a trabajar con 14 años. Leonor, la pequeña, la ‘real’, es con la misma edad con la que pronuncia por primera vez un discurso y se convierte en la protagonista absoluta de los premios que llevan su nombre.
“Pues verás. Yo nada más que valí para trabajar”, explica la abuela Leonor, quitándose mérito de nuevo. “Éramos seis hermanas y, aunque yo no era la mayor, a los 14 años me echaron para el puerto con las ovejas y las vacas, a hacer el queso y la manteca. Mira que juventud”, comenta, y aquí de nuevo ya de disipan de golpe todas las coincidencias que pueda haber.
“Era trabajadora, a la fuerza. Pero no éramos del todo infelices. Cantábamos, bajábamos siempre de la montaña cantando, con el tambor y la gaita. Todos los pastores estábamos muy unidos. Si le faltaba una vaca a uno, a la hora de volver al pueblo, esperábamos todos a por ella. Éramos como una familia”, añade.
Según lo que se le pregunte, Leonor muestra un semblante u otro. Por lo general, se lo toma todo con sentido del humor. Para ella, todo lo que está viviendo es un lío, como ha dicho, pero se muestra divertida. Sin embargo, cuando se le pregunta por la familia, echa a llorar. Su hijo, de 59 años, murió hace dos. Su marido, hace 32. “Y aquí estoy sola”, apuntala secándose las lágrimas por debajo de las gafas, tanto que ya uno deja de indagar por ahí.
-Aunque de joven, vivió usted la guerra. ¿Guarda algún recuerdo?
-Sí me acuerdo. Del hambre que pasábamos. Mi madre, como era francesa, era muy adelantada para sus tiempos y sabía hacer cosas. Matábamos cerdos y ovejas porque no podíamos comprar carne y el día de San Roque podíamos hacernos un arroz con leche. Una vez, teníamos una lata de chorizos y nos la robó un miliciano que entró en la casa. Un republicano.
Aunque era todavía muy pequeña, vivió la guerra de los cuatro a los siete, Leonor recuerda que se pasaba gran parte del tiempo en la misma cueva a la que Javi, el del bar, ahora lleva los quesos de Cabrales a que echen el tiempo que necesitan. “Estaban tirando bombas sin parar”, explica. “Pero, un día, yo estaba en la puerta de la cueva y vi a un miliciano. Iba a echar a correr pero me dijo ‘No corras, que ya acabó la guerra’. Y entré en la cueva y le dije a mi familia que había acabado la guerra y vivimos encantados”, añade.
Más de Felipe VI que de Juan Carlos I
Este viernes, la localidad asturiana de Asiegu es puro trajín. Se ve que han terminado de asfaltarla recientemente. Melendi, el de las rastas, está colocando los carteles que ponen nombre a los barrios. En el bar, en el único que hay y sobre el que cuelga un diploma de la ‘Guía Michigrín’ -chigre, en bable, es bar-, un vecino entra y pregunta que si puede echar una mano en algo. En la plaza, si se le puede llamar así al hueco entre cuatro casas que hay a la entrada, varios vecinos barren. Todo tiene que estar impoluto para la llegada de los reyes este sábado. Incluso han compuesto una canción para la ocasión y se la cantarán a sus majestades.
¿Usted qué opina de la monarquía, Leonor? “¿Yo qué voy a opinar? Que podían hacer un poco más, en todos los sentidos”, espeta. “Veo que la gente está loca. Mira lo que está pasando en Barcelona. Y hay gente por ahí matando mujeres y madres a sus críos. Lo veo todo echo una calamidad. Yo creo que aquel que tiene poder tiene que usarlo para mejorar alguna cosa, digo yo”, añade. Ahí va el recado.
Pero, aunque se declare monárquica, todos los reyes son iguales aunque unos son más iguales que otros, parafraseando a George Orwell. Felipe VI le cae bien. En cambio, cuando se menciona el nombre de Juan Carlos I suelta un largo suspiro que parece que lo araña de las profundidades del alma. “Ese no tiene nombre. Cómo me va a gustar. Pobre Sofía (en referencia a la reina emérita), lo que se tendría que aburrir”, cuenta.
“Felipe me cae bien pero Juan Carlos no valía para nada. Lo único que me gustó de Juan Carlos fue cuando el golpe de Estado”, recuerda. “Mi hijo acababa de volver de la mili en Vitoria y pensé que, madre mía, igual tiene que volver. Estábamos muy tristes y esperando a ver qué decían. Cuando él salió por la radio, pensé: Ay, qué bien que no se escapó. Entonces lo va a arreglar”, dice. Su tono indica que lo celebró como se celebró el gol de Iniesta.
-¿Y la princesa Leonor?
-Me cae muy bien. La veo humilde. Y ella y su hermana son muy guapas. También veo a Letizia, que para ser asturiana tiene mucho genio.
-¿Y le daría algún consejo a Leonor para ser feliz o para ser una buena reina en el futuro?
-¿Qué consejo le voy a dar yo? La veo que está tan preparada y tan estudiada… yo no soy nada más que una pastora. Sí, tengo más vida pero muy trabajada y muy sufrida. Pero no lo sé, yo no estoy a la altura de ella. Mañana (en referencia a este sábado) a lo mejor hago el tonto.
Leonor todavía no tiene pensado en si les va a decir algo a los miembros de la familia real. Al final, le impone que sea una pastora frente a sus majestades los reyes y la princesa de Asturias. Pero es, en cierta forma, el terreno de ambos. Las montañas que unos representan, la otra las ha vivido. Se lo merece, si quisiera. ¿Leonor, le podemos hacer unas fotografías para el artículo? “Bueno, a estas alturas, qué más dan dos que tres”.