Julián Díaz, chaleco marrón y camisa a cuadros, conduce por su finca en la Axarquía malagueña como el que lo hace por su vida. Señala, instintivamente, a un lado y a otro del terreno; recorre, entre el atropello de anécdotas e historias, pasado y presente. “¡Son muchos años dedicado a esto!”, esgrime. Concretamente, desde los 60. Él fue el primero en advertir el futuro glorioso del aguacate. Lo introdujo en la Península cuando no se consumía ni se conocía. “Le pagaba cinco pesetas a los camareros canarios (donde ya había con anterioridad) para que me guardaran los huesos. Después, los transportaba y los plantaba”, explica. Jamás pensó que, tras décadas de lucha por comercializarlo, este fruto tropical se fuera a vender a precio de oro (más de 3€ el kilo en origen y entre 5’5€ y 7€ en supermercados). Mucho más que, por ejemplo, las naranjas.
El ‘boom’ del aguacate –o la ‘burbuja’, ya veremos– ha superado cualquier estimación previa. Ni el más optimista podría habérselo imaginado hace tan solo un lustro. En Europa su consumo crece un 14% anualmente y en España cada persona toma de media casi un kilo. “La demanda ha superado con creces la oferta y el precio se ha disparado muchísimo. No hay ningún fruto que pueda dar tanto beneficio”, explica, sorprendido, Benjamín Faullí, de Asaja Málaga. Esto se ejemplifica con un dato: la producción en España (entre 50.000 y 60.000 toneladas por campaña) tan ‘sólo’ representa un 10% de lo que se compra en Europa, según datos de ASOPROA.
Porcentualmente, a nivel global, es poco (en comparación Sudamérica). Sin embargo, es muchísimo a nivel continental. España es la huerta europea de este fruto. Pero no da (de momento) para más. Málaga y Granada son las dos provincias con mayor número de hectáreas de cultivo (15.000) pese a que su producción se “mantiene constante desde hace años”. Le siguen las Islas Canarias (1.400 ha.), Huelva (1.000 ha.), Cádiz (800 ha.) y la Comunidad Valenciana (600-800 ha.), que en muchos casos está sustituyendo naranjas por aguacates. Demasiada poca superficie (alrededor de 19.000 ha.) para lo que pide el mercado, que ha ido evolucionando conforme ha aumentado la demanda: ya hay restaurantes especializados, helados o turrones de aguacate. La ‘fiebre’ se ha disparado.
Pero el camino hacia el éxito ha sido largo, muy largo. Julián Díaz Robledo lo sabe mejor que nadie. En estos años, se ha negado, por activa y por pasiva, a compartir su edad, pero no su experiencia. Ha escrito 10 libros sobre frutas tropicales, ha cultivado más de 40 y fue el pionero a la hora de comercializarlo y exportarlo a Europa. Es la mayor institución en esta materia. Tiene 40 hectáreas de terreno en el mar de plantaciones de aguacate de la Axarquía malagueña y disfruta, como otros tantos, de las ‘mieles’ de su boom. El negocio, ahora, va sobre ruedas. De hecho, su venta genera 600 millones de euros en España e incontables puestos de trabajo. Antes, sin embargo, no era así. Su implantación fue mucho más complicada.
El origen del aguacate
Julián, a principios de los 60, tuvo que echarle imaginación para introducirlo en la Península. Sabía de su origen proto-azteca, de ese fruto tropical que ellos llamaban nahatl (traducido testículo, por su forma) o ahuacatl. De su consumo en México y Guatemala, de su leyenda como oro verde, de sus muchos beneficios para la salud y de la existencia de cultivos en Güimar (Tenerife) –incluido uno propio–. Todo eso lo tenía en la cabeza. “El problema era exportarlo a la Península. No sabía cómo hacerlo porque estaba prohibido traer la planta del exterior”, recuerda en conversación con EL ESPAÑOL. ¿Y qué hizo? Pagar a los camareros de los restaurantes para que le guardaran los huesos del aguacate para después impulsar plantaciones en Almuñécar (Granada). En total, 600 y 800 árboles en tres hectáreas del llamado Rancho California. Allí empezó todo.
Conseguido su primer objetivo, cultivar aguacates, encontró una dificultad aún mayor: comercializarlos. “Los fruteros no los querían; no sabían qué era aquello”, recuerda. ¿Y qué hizo? Regalarlos. Así de sencillo. Tenía (y quería) introducirlos en el mercado de alguna forma. Por eso, les daba los frutos a los restaurantes y a los hoteles. “Y, después, les explicaba cómo se consumían”. Esa era su estrategia, la que aplicó con los aguacates y con otras 40 frutas tropicales: el mango, el kiwi, los lichis…. De todo.
Su salto a las grandes ciudades fue progresivo. No le costó demasiado introducirlos, poco a poco, en Valencia, Madrid o Barcelona. “Sí, por ejemplo, en el País Vasco. Allí siempre han sido de buen comer, pero muy tradicionales. Les gustaba lo suyo. No querían pijotadas. Ahora sí se consumen, pero entonces era complicado”, cuenta. Eso, sin embargo, no le echó para atrás. Todo lo contrario. Él siempre tuvo fe en los aguacates y fue el primero en exportarlos a Europa. Pese a las señales de advertencia, él se tiró a la piscina de cabeza. Y le salió bien.
Durante años, tuvo la exclusividad en la comercialización de aguacates y de otros muchos frutos tropicales tanto en España como en Europa. Es más, otros tantos se sumaron al carro en la zona de Granada. El propio Alfredo Amestoy, rostro durante décadas de la televisión (TVE, Antena 3 y Telecinco), también empezó su propia aventura. “Compré un apartamento en Motril y pensé: ‘Voy a poner aguacates’. Planté unos 300 o 400 árboles que todavía conservo. Entonces, la gente no sabía ni qué era aquello. Me decían: ‘¿Qué es esto, guacamayos?’. La gente no sabía ni pronunciarlos”, bromea en conversación con EL ESPAÑOL.
El popular presentador, sin embargo, ya está “retirado” del negocio. Julián, en cambio, siguió en otro lugar. Le expropiaron sus terrenos en Almuñécar y compró una finca en 1979 en la Axarquía malagueña. En total, 40 hectáreas en las que, desde entonces, cultiva aguacates, lichis y mangos, entre otras cosas. “Aunque, realmente, dinero empezamos a ganar a partir de los 90”. Entonces, es cuando se empezó a democratizar su consumo.
La Axarquía malagueña, una sabana de cultivos
Julián levantó, de nuevo, su ‘imperio’ de frutas exóticas en la Axarquía malagueña. “¡Mira, mira, aquí no había prácticamente nadie ni nada cuando yo llegué!”, exclama, señalando el terreno. Él lleva años implantado con éxito en la zona. Su finca es un claro ejemplo de la profesionalización del sector. Una semana cualquiera, en pleno mes de noviembre, el llamado Rancho Antillano está a pleno rendimiento: la temporada del aguacate va desde mediados de octubre hasta finales de mayo. A las 12:00 horas, cuando EL ESPAÑOL visita el campo, en torno a 10 personas trabajan en la recolección del fruto tropical.
Su finca, una colina repleta de árboles, está en el mejor lugar posible para producir aguacates. “Aquí, en la Axarquía malagueña, hay un microclima tropical que favorece su cultivo. No hiela por las noches (lo que facilitaría que el fruto se estropeara) y la temperatura es la adecuada”, explica. El único problema es la falta de agua. Por eso, Julián tiene su propio embalse. Lo necesita para producir aguacate ecológico, más caro aún que el normal (esta campaña se va a vender por encima de los tres euros el kilo y llegará al supermercado por encima de seis). Él ya no recolecta, pero está pendiente de todo. En nuestra visita, saluda a todos sus trabajadores y explica, con minuciosidad, cada una de las tareas. Por ejemplo, cómo se suben en una máquina para alcanzar el fruto o cómo, después, el producto sale hacia el almacén.
Después, Julián vende su aguacate a Trops, una cooperativa que facturó del orden de 120 millones de euros en la última campaña. Pero no es el único. La Axarquía malagueña es una sabana de árboles de aguacates. No se ve otra cosa en torno a Torre del Mar (Málaga). El boom de este fruto ha favorecido la implantación de este tipo de cultivo. “En los últimos cinco años el precio se ha disparado. Hemos pasado de vender el producto a 1’20 euros aproximadamente el kilo a hacerlo a más de tres euros. Es una barbaridad”, reconoce, sorprendido, Julián.
Naranjas por aguacates
Este ‘boom’ ha llevado a muchos malagueños a apostar por este cultivo. Pero no sólo ellos. “En Valencia, por ejemplo, muchos productores han dejado las naranjas para dedicarse al aguacate”, explica Benjamín, de Asaja Málaga. Es el caso de Mariano Condomina, actual vicepresidente de la Asociación Española de Productores de Aguacates (ASOPROA). Él, como muchos agricultores de la zona, decidió cambiar: se calcula que hay entre 600 y 800 hectáreas de este fruto en la Comunidad Valenciana.
Mariano, desde pequeño, había visto cultivar a su padre naranjas y, a los 20 años, decidió seguir su camino. “Al principio, se vivía de esto”, reconoce a EL ESPAÑOL. Ahora, en cambio, es más difícil. ¿Los motivos? La excesiva competencia exterior (sobre todo, de Sudamérica y África) y el descenso del precio (este año se está pagando a 42 céntimos el kilo). Por eso, hace 13 años, quitó algunos naranjos y empezó a poner árboles para cultivar aguacates. “Es de las mejores cosas que he hecho”, se alegra.
Ahora, vende en torno a 30.000 kilos –aunque depende del año– a Montasa, empresa que tiene en previsión facturar 140 millones de euros este año –y la que le vende el producto, por ejemplo, a Mercadona–. ¿Las diferencias con la naranja? “Hay muchas. Pero, sobre todo, los costes de cultivar aguacates son menores y los beneficios mucho mayores (esta campaña venderá a más de 2’50 euros el kilo)”. Lo básico para seguir trabajando en el campo.
Turrones y helados de aguacate
La ‘fiebre’ del aguacate no se circunscribe tan solo a su consumo de fruta por considerarse saludable. No, no es solo porque ayude a bajar de peso o sacie, porque reduzca el colesterol y genere actividad cerebral, porque sea antioxidante y combata naturalmente la celulitis, porque prometa la vida 'eterna'… No, no sólo se toma por los beneficios nutritivos y saludables que aporta. También, obviamente, porque gusta. Y mucho. Por eso, en la Axarquía malagueña se hacen helados o turrones de aguacate, entre otras cosas.
Los turrones, concretamente, los hacen Damián y Sebastián Guerrero en la Pastelería Ramos (Caleta de Vélez, Málaga). Ellos dos, dueños de una confitería con más de 35 años de vida, son los que, en 2013, decidieron innovar. Crearon, entonces, el primer turrón de torta de Algarrobo. A este le siguieron el de mango, el de vino dulce de Zumbral y, finalmente, tres años atrás apostaron por el producto estrella de la zona: el aguacate.
El turrón, totalmente artesanal, se compra en lingotes a 10 euros –y sólo el primer año se vendieron 600–. “Es trufado, es algo así como un bombón, pero en formato más grande. Está compuesto por un crumble de almendra, que es la parte de fruto seco que lleva el turrón; por ganache de lima y aguacate con chocolate blanco; sal de Himalaya, pimienta y azúcares”, explica a EL ESPAÑOL el propio Damián.
No son los únicos que han aprovechado el tirón. Natalia, hace dos años y medio, decidió abrir Yummy en Málaga, una heladería saludable con productos sin gluten, para celiacos o personas con intolerancia a la lactosa. “Pensamos en hacer algo con aguacate porque es una fruta que tiene muchas vitaminas, nutrientes… Y, en definitiva, que es muy buena para el cuerpo. Por eso lo incorporamos a nuestra carta de helados veganos”, explica a EL ESPAÑOL.
Natalia, en total, tiene 40 kilos de esta fruta tropical en su tienda. Este helado lo hacen artesanalmente y en diferentes formatos. “Hicimos uno que se llamaba El increíble Hulk, en el que mezclábamos aguacates con piña, espinacas y hierba buena… Estaba buenísimo”, cuenta. El coste es elevado (necesita dos kilos para hacer una cubeta y vende el vaso pequeño a 2’50), pero no le importa. Es una de las estrellas de su comercio y, en este caso, prioriza la calidad al resultado de dicha inversión.
Tanto Natalia, en su heladería, como Damián y Sebastián, en su pastelería, son los últimos en apostar por el producto de moda. Pero, ¿hasta cuándo va a seguir subiendo el precio? Eso no está claro. “Yo creo que de aquí a unos años hemos vuelto a lo de antes y costará en torno a un euro el producto en origen”, aventura Julián Díaz Robledo. ¿Por qué? “Primero, porque esto es una moda. Y con las modas hay que tener cuidado. Y, segundo, porque hay mucha gente que va a cultivar y va a llegar un momento en el que la oferta sea mayor que la demanda”, finiquita. Esa es su apuesta. Lo dice su introductor en España. Avisados quedan.