Albert Rivera llegó a presidente de Ciudadanos casi por casualidad. Por llamarse Albert. Formaba parte de una plataforma cívica catalana llamada Ciutadans, fundada por intelectuales catalanes contrarios al independentismo, como Arcadi Espada o Francesc de Carreras. Corría 2006 y dicha plataforma preparaba su transformación a partido político. Buscaban presidente dentro de dos corrientes internas enfrentadas. Finalmente decidieron elaborar dos listas y ordenar los nombres alfabéticamente. Ganó la lista de Rivera y él, Albert, era el primero.
Albert Rivera era un joven y prometedor abogado, campeón de natación y exjugador de waterpolo. Se convirtió en una de las apariciones políticas más fulgurantes de la historia democrática de España. Llegó a tocar el cielo con los dedos en los últimos comicios de abril, cuando amenazó incluso con el sorpasso al PP. Pero estas últimas elecciones le han dado la puntilla. Rivera el nadador acabó hundido y ahogado, preso de su propia codicia política. En la mañana posterior a la debacle electoral ha anunciado ante su Ejecutiva su dimisión.
El batacazo electoral de ciudadanos no tiene parangón. El partido naranja ha pasado de 57 escaños a 10. De ser tercera fuerza política hace unos meses a prácticamente certificar su defunción. Ha perdido 47 escaños, ha fortalecido a la ultraderecha (muchos de sus votos se han ido a VOX), ha servido de bálsamo al PP, partido al que muchos votantes han vuelto tras flirtear con Cs, y no ha impedido que la izquierda sume. Ciudadanos tiene ahora mismo menos representación en el Congreso de los Diputados que Esquerra Republicana. Un absoluto desastre.
Desnudo
Lejos queda ya aquel joven que apareció desnudo en un cartel electoral, rompiendo las reglas establecidas hasta entonces. Albert Rivera llegaba sin experiencia alguna en política. Lejos de ser un factor contraproducente, aportó la frescura que muchos electores demandaban. Significaba la nueva política, vislumbrar el fin del bipartidismo, la vuelta del centro a la política de partidos española tras la desaparición del CDS. Un joven abogado de La Caixa que se había formado en el extranjero (estudió en Finlandia y Estados Unidos) con un poder de oratoria formidable: no en vano había ganado la liga nacional de debate cuando era universitario. Un tipo acostumbrado a ganar. También en las piscinas, donde llegó a ser campeón de Cataluña en su juventud.
Rivera siempre navegó en la indefinición. Con el parapeto de ser de centro, pivotaba a derecha izquierda en función de sus intereses. Confesó haber formado parte de Socialistes en Positiu (una corriente crítica del PSC), así como haber estado preparando su ingreso en las Juventudes del PP. Esto le convirtió en la figura ideal para representar a un partido de centro no independentista. Nacido en Barcelona (se crió en La Barceloneta antes de mudarse a Granollers), su madre es natural de Cútar (Málaga), pueblo en el que la familia todavía tiene residencia.
3 escaños para empezar
En 2005, Ciudadanos todavía no era un partido. Pero la plataforma cívica sabía que su destino irremisible era convertirse en partido político. Ciudadanía, Libertad e Igualdad, Laicismo, Bilingüismo y Constitución eran las máximas de la formación. Con estas, con su furibundo rechazo a las imposiciones nacionalistas catalanas y con una forma inédita de hacer política en España (como sacar al candidato desnudo en los carteles electorales), se metió a gran parte del electorado catalán en el bolsillo desde su primera aparición en unas autonómicas, las de 2006, donde consiguió 3 escaños.
Desde entonces, la figura de Rivera se ha ido agrandando hasta haber convertido Ciudadanos en “un partido tan personalista como Podemos con Iglesias”, tal y como critican algunos de los que han ido abandonando el barco naranja. Las discrepancias dentro del seno del partido se saldaron con purgas y los divergentes fuera. Se rodeó de una guardia pretoriana cuyos nombres más importantes ahora se quedan fuera del Congreso. Nombres como Juan Carlos Girauta, José Manuel Villegas o José María Espejo-Saavedra, uno de los fundadores del partido, se han quedado sin escaño tras el tsunami que ha arrasado la piscina de Rivera.
'Morir' a los 13 años
Hace 13 años de su nacimiento político. Una de las mayores explosiones políticas que había dado España después de la dictadura. Un hombre llamado a sentarse en La Moncloa. O esa impresión daba en las últimas elecciones, las de abril, cuando Ciudadanos quedó tercera y aspiraba a quitarle al PP su cetro de partido mayoritario del bloque de la derecha. Para entonces, Ciudadanos ya había virado demasiado de su posición primigenia. Ya no pontificaba desde el centro y se había escorado demasiado a la derecha. Planteó un cordón sanitario al PSOE, que fue lo que evitó que ambos partidos acabasen gobernando en coalición. Rivera, acostumbrado en su vida, a ganar hasta por orden alfabético, no tenía suficiente. Quería más. Confiaba en que una repetición de elecciones derivaría, esta vez sí, en un sorpasso al PP. Y siguió nadando.
Tenía que haber guardado la ropa. El electorado le ha castigado con una contundencia que no se recuerda. Algo que ha certificado su defunción. Al menos la de Albert Rivera. Quién sabe si también la de Ciudadanos. Su comparecencia tras los resultados fue la más amarga de todos los partidos. Con una voz quebrada, anunció que convocaba un congreso extraordinario para el día siguiente y que ponía su cargo a disposición de la militancia. Se le fue de las manos. Estuvo a un paso de la gloria y ahora está en su final. En unas aguas infestadas de tiburones como son las de la política española, el nadador que surgió desnudo ha sido devorado por no saber parar a tiempo.