José Enrique Abuín, el Chicle indica a los investigadores por donde mete el cuerpo de Diana para sumergirlo en el pozo de la nave de Asados.

José Enrique Abuín, el Chicle indica a los investigadores por donde mete el cuerpo de Diana para sumergirlo en el pozo de la nave de Asados.

ANÁLISIS

La pelea de forenses se alía con El Chicle: a un paso de que se libre de la prisión permanente

Las diferentes versiones de José Blanco Pampín y Fernando Serrulla pueden llevarlo a evitar la máxima condena. 

23 noviembre, 2019 18:39

Había llegado la hora de los sabios. Era la semana de los forenses. Los cadáveres son, muchas veces y por desgracia, los principales testigos de los hechos. Los expertos dicen que incluso hablan. De ellos se obtiene gran cantidad de información, incluso en un cuerpo, el de la joven Diana Quer, que permaneció sepultado un año y medio en un pozo repleto de agua, de 10 metros de profundidad. Pero hay circunstancias que hacen que algunas pruebas se evaporen para siempre. Un ejemplo de ello son los restos de la agresión sexual.

Había tensión en la sala. El momento lo requería. Determinar si José Enrique Abuín, alias 'El Chicle', violó a Diana, es la clave del caso. Siempre lo fue, pero más ahora que la coartada del asesino se ha desvanecido, porque las pruebas han sacado a la luz que no estuvo donde dijo, que no hizo lo que dijo que había hecho, que no mató a Diana por error. Solo falta probar la agresión sexual, pero nadie estaba allí para verlo, y las pruebas en ese punto, en el interior de la nave de la aldea de Asados (Rianxo), desaparecen. Por eso, hubo más testigos que nunca la jornada de este jueves, sentados ante los miembros del jurado, el juez y las partes. 

A un lado, Fernando Serrulla y su equipo, uno de los mejores antropólogos forenses de España. Fue quien analizó los cadáveres exhumados de los soldados desconocidos de la guerra de Las Malvinas. También quien hizo frente la inhumana brutalidad que sacudió Madrid el 11-M de 2004. Al otro, tres especialistas y un matemático dirigidos por José Blanco Pampín, jefe de Patología Forense del Imelga (Instituto de Medicina Legal de Galicia). Suyas fueron las autopsias de la niña Asunta Basterra y de Ramón Sampedro. La diferencia de criterio entre ambos, muy conocidas en los círculos de la criminología gallega, pronto quedaron patentes. Es ese resquicio quizás al que pueda agarrarse Abuín para evitar la prisión permanente revisable.

No hay quien pueda olvidar el frío que atravesó aquella mañana el pecho de quienes estaban a los pies de la nave industrial. Ni tampoco la lluvia que se desprendía de un cielo amargo, que lloraba por todos. Era Nochevieja. La rabia del pueblo de Asados (Rianxo) se agolpó en torno a aquel vetusto edificio cuando apenas despuntaba el último día del año. Uno de sus vecinos había puesto en el mapa a un pueblo humilde al esconder, en el corazón de la aldea, el cadáver de una mujer de 18 años a la que había asesinado casi 500 días atrás. Aquella mujer era Diana

La brida con la que, según los forenses, 'El Chicle' asesinó a Diana.

La brida con la que, según los forenses, 'El Chicle' asesinó a Diana.

Resultó enormemente complicado sustraerse a tensión y a la adrenalina que flotaban en el ambiente. No iba a ser la última vez que José Enrique Abuín Gey, alias 'El Chicle', accediese al sótano de aquel lugar abandonado (lo haría meses después durante la reconstrucción del crimen), pero nunca volvió a abrir la boca para desvelar el misterio de lo ocurrido en aquel lugar la noche del 22 de agosto de 2016. Es precisamente en ese punto, lo sucedido en el interior del inmueble, sobre el que orbitan todos los elementos del caso. Y sobre el que pende la prueba que determine la agresión sexual.

La batalla de los forenses

Habló primero Serrulla. Fue conciso, prudente, parco en palabras pero firme en sus sentencias. Detalló cómo analizó cada músculo, cada hueso de la joven, en busca de toda clase de evidencias. Explicó que para estrangular a alguien por el cuello, para romperle el hueso hioides y matarle -que fue lo que hizo Abuín- tenían que pasar por lo menos cinco minutos. Tuvo que llevársela, forzosamente, a la nave para matarla allí después. La discusión entre los dos grupos (el que analizó al milímetro el cuerpo y el que revisó una por una los centenares de fotografías de la autopsia) supuso la hora crucial del juicio. No es ningún secreto la rivalidad y las desavenencias entre dos eminencias de la medicina y la antropología forense como son Serrulla y Blanco Pampín, los principales forenses del Imelga (Instituto de Medicina Legal de Galicia).

Esta vez discreparon en su diagnóstico. Pampín estaba de baja cuando apareció la víctima y no pudo ponerse frente al cuerpo para realizar la autopsia. Lo analizó en un segundo examen. Eso sí, sobre el papel. Sin embargo, él vio un edema compatible con un acto sexual de naturaleza violenta en las partes íntimas de Diana. Un dato de suma importancia que era desconocido para todos hasta estas últimas horas. Serrulla negó con la cabeza. No aceptó la tesis, y dijo que su equipo advirtió ese fenómeno en distintas partes del cuerpo, pero que la razón de esas hinchazones no era otra que la absorción prolongada e ininterrumpida del agua.

Juan Carlos Quer expulsado de la sala del juicio tras gritarle a 'El Chicle'

No hay pruebas ni datos de lo que ocurrió allí. Y por eso en ese punto se producen las discusiones más vibrantes de estos días en los Juzgados de Santiago de Compostela. Todo va hacia ese edificio ajado y roto situado a escasos 200 metros de la casa de los padres del asesino. Los habitantes de la zona sabían mejor que nadie quién era aquel hombre. Le vieron jugar por los senderos, trastear por las pequeñas y sembradas parcelas particulares. Le habían visto crecer. Y de ahí lo aterrador del asunto.

La revelación de Pampín, del hallazgo del edema en la vulva del cadáver, provocó una enorme agitación en la sala. Fue una escena inédita que no suele verse en los juzgados. Dos grupos de forenses enfrentados, discutiendo por un detalle novedoso, desconocido hasta la fecha. Pampín no había recogido ese dato en el informe judicial presente en eel sumario. Y por eso el juez Pantín le reprendió, visiblemente molesto, incluso para lo que tiene acostumbrados a los espectadores de la vista oral: "Esto merece una explicación, señor Pampín".

"El tejido laxo de la vulva se llena más de agua que el del resto del cuerpo", dijo Serrulla. Él y los suyos lo ven como "un fenómeno claramente post mórtem. Hasta los huesos rezumaban agua". 

Pampín respondió: "Un cadáver tiene enfisemas, no edemas. Yo he visto miles de cadáveres de mujeres en estado enfisematoso. Pero este es un edema idéntico al que se aprecia en otras víctimas vivas. Es un fenómeno vital y no lo he visto en ninguna otra parte del cadáver". Tuvo que intervenir el magistrado en pleno debate para poner orden.

-"¿No es importante, para llegar a esas conclusiones, haber estado en la sala de autopsias?"

-"Es importante -zanjó Pampín- pero a mí me basta una fotografía".

Ambos equipos de profesionales pudieron ver más que las gentes de la aldea de Abuín, que convivieron sin saberlo con la tumba del cuerpo de aquella joven. Con el hallazgo pudieron constatar de primera mano aquello que escribió Hannah Arendt en Einchamnn en Jerusalén, la forma en que el mal llega a esconderse incluso detrás de hombres "terrible y terroríficamente normales". Sabían que el hijo de Margarita era un prenda, que le precedía la fama de chivato, que había protagonizado alguna que otra fechoría. Hoy conviven con el regusto amargo de la vergüenza. 

Atenta de oído, la venda en los ojos

Este gélido noviembre llegó la justicia, atenta de oído, con la venda en los ojos. 'El Chicle', una mirada torcida e impávida durante el juicio, se guardó para siempre el secreto de ese lugar y de las maldades que en él perpetró aquella noche. Abuín dibujó, el primer día del juicio la coartada de un temerario ladrón que echa cuatro horas de noche en plenas fiestas del pueblo vecino para robarle unas garrafas de gasoil a los feriantes y que mata por accidente. Luego se cosió los labios, escondió su pérfida sonrisa y se quedó a vivir en ella mientras todo lo demás ardía a su alrededor.

Había quedado como un tipo sin neuronas, un pobriño. Abuín esbozó el crimen como un despiste, el descuido de un tipo cualquiera que no supo (ni pudo) controlar su fuerza. Pero la coartada se le ha ido desmoronando al asesino confeso de Diana como un castillo de naipes. El miércoles 13, segunda sesión del juicio, el jurado pudo oler, sentir y ver en la misma sala a todas las víctimas de 'El Chicle'. Cada una con su respectivo cuento de terror. Y así desfilaron todos, hasta sus amigos, los más fieles, para definir el perfil de un acosador de niñas acechando a las puertas de los colegios de la zona.

El círculo se iba cerrando no solo sobre él,  sino también sobre aquella noche concreta, sobre aquella hora aciaga, sobre las mentiras relativas a los momentos previos al crimen, sobre el lugar donde había ocultado el cadáver. Todo ha sido examinado al detalle, los minutos antes y los minutos del asesinato, qué hizo entonces, cómo se comportó, cómo el día siguiente logró irse a la playa con su familia y no modificar ni un ápice su comportamiento. Todo converge, al final, en saber qué hizo esos minutos que pasó en el interior de la nave con ella, probablemente viva todavía. 

Si este miércoles la tecnología de la telefonía móvil permitió determinar el punto exacto del rapto de Diana (que volvía sobre las dos y media de la madrugada hacia su casa por el paseo marítimo de A Pobra do Caramiñal) el día después los forenses explicaron cómo Abuín tuvo que matar a Diana necesariamente con una brida. Nada de lo que él dijo en su día había sucedido: ni había estado en la zona de los camiones, ni "una gitana" le había sorprendido, ni tampoco fue la mató por accidente.

Todo converge, al final, en saber qué hizo esos minutos que pasó en el interior de la nave con ella, probablemente viva todavía

Se llegó ahí a la nuez del caso, la que han analizado los forenses sin ponerse de acuerdo entre sí. Esa hora concreta que permitirá determinar lo que pasó de verdad aquella noche. La abrumadora prueba indiciaria parece conducir a eso, pero nadie, por desgracia, nadie más que José Enrique Abuín Gey sabe lo que ocurrió en aquella nave antes de arrojar el cadáver de la joven a aquel pozo, lastrado con dos bloques. Y es justamente eso lo que puede llevarle a pasar el resto de su vida en la cárcel. Desde entonces -así quedó patente en el juicio- él solo calla y aparta la mirada. Una posibilidad que se aleja por momentos.

El martes el jurado empezará a definir el objeto de su veredicto. Es extraño vivir tan de cerca todo esto. Resulta comprensible el dolor de la familia. Todas y cada una de sus reacciones estos días han sido de una extraordinaria humanidad. Entretanto, los cronistas, tocan y observan de cerca el dolor de unos hechos que no suyos. Y luego vuelven para contarlo. Es como acercarse al sol lo suficiente como para no salir ardiendo, pero lo necesario para que aparezcan las ampollas. Sobre esas se superponen luego otras, y así uno lo va sobrellevando.  

La lluvia, por cierto, del día en que comenzó el juicio era la misma que la de la mañana en la que se encontró el cuerpo.

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