El pueblo de Villar de Plasencia (Cáceres) se levanta a los pies de una colina y está coronado por un campanario gótico del siglo XVI. Llueve y hace viento, algo poco habitual en estas tierras de secano salpicadas de olivos. Si alguien sale aquí a la calle es para pasar de un refugio a otro.
Este pueblo extremeño abrió las puertas de su cementerio, como todos los de España, en el Día de Todos los Santos. Lo que no esperaban los vecinos es que su camposanto recibiría pronto un inquilino inesperado que terminó en una tumba sin nombre. El mismo 1 de noviembre, Carlos Marugán, alias El Kepa, estrellaba su Renault Megane contra la parte trasera de un camión en la A-66, a apenas un kilómetro del pueblo. Casi un mes después aún se pueden ver las marcas del accidente. El Kepa tenía 29 años. Murió en el acto.
Lo habitual en estos casos es que la familia reclame el cuerpo del fallecido. No fue el caso de El Kepa, sobre quien pesaba una orden de búsqueda y captura por numerosas denuncias de abusos sexuales. Recientemente había quedado en libertad provisional acusado de abusar de un chico de 14 años en Salamanca, donde vivía. Antes ya había pasado por la cárcel por otros delitos.
Un juez decretó entonces que era responsabilidad de Villar de Plasencia dar sepultura a El Kepa. Así se hizo. El pueblo cacereño pagó los 1.500 euros que costó enterrar a este delincuente, y la indignación se apoderó de los vecinos. Lo que muchos aún no saben es que este miércoles el padre de El Kepa, Francisco, se acercó al pueblo, pagó el coste del entierro y se deshizo en disculpas. “Han venido el padre y un tío del chico y me han pagado. Me han dado las gracias y han estado muy educados”, asegura María José Pérez, la alcaldesa del municipio. Pero, ¿quién era El Kepa y por qué huía?
Carlos era uno de los cabecillas de una pandilla que se hace llamar RS2, y que se mueve por el polígono industrial de El Montalvo, en Salamanca. Conducía un Megane negro con llantas rojas, estilo tuning. Sobre él pesaban acusaciones muy graves de varios menores de Salamanca, a los que supuestamente obligaba a realizar actos sexuales bajo amenaza y falsas promesas, según publicó Salamanca24horas. Los abusos se solían dar en una nave semiabandonada de la calle Juan de la Cierva del mencionado polígono. Allí obligó a varios jóvenes a dejarse penetrar analmente y a hacerle felaciones, según las denuncias de las víctimas. Además, trapicheaba con drogas, como cuenta su padre.
El Kepa y Francisco, su padre, apenas tenían relación. Estuvieron sin verse más de 10 años, entre los 11 y los 24 del hijo. Mucho atrás, Francisco se había separado de su mujer, Almudena, al descubrir que Carlos no era su hijo biológico. El Kepa llamó a la puerta de su padre a los 24 años y este le dio cobijo un mes y medio. Sin embargo, los trapicheos del hijo terminaron enfriando esa relación.
Con quien sí tenía relación El Kepa era con su abuela paterna, quien ha terminado pagando su entierro. "Está destrozada", asegura Francisco. Por su parte, la familia materna no ha pagado nada, según denuncia el padre.
¿Un suicidio?
Cuando fue detenido se encontró en su casa una pistola Astra de 9 mm con seis balas en el cargador, además de una caja de munición con otros 22 proyectiles para el arma. Las denuncias empezaban a ser tantas que un juez decretó su puesta en prisión preventiva inmediata, pese a que unos días atrás había sido puesto en libertad provisional. El Kepa huyó. Su despedida fue un simple “adiós” en las redes sociales.
Lo siguiente que se supo de él es que su coche se había estampado contra un camión, en la A-66 a la altura de Villar de Plasencia, a 113 kilómetros de Salamanca. Su Megane tuneado quedó completamente destrozado. Los técnicos tuvieron que romper la carrocería para poder sacar el cuerpo. El camión circulaba despacio, según le contó la Guardia Civil al padre del fallecido. El tramo es prácticamente recto y con buena visibilidad. Entonces, ¿fue un accidente o provocó él el accidente para suicidarse? La respuesta se fue con él a la tumba. "A mí no me encaja [el suicidio] porque tenía planes", asegura su padre.
El cuerpo fue trasladado a Cáceres donde permaneció más de dos semanas a la espera de saber qué se hacía con él. La familia aseguró no poder hacerse cargo de los gastos. Un juez llamó entonces a Maria José, la alcaldesa, para decirle que Villar de Plasencia debía hacerse cargo del cuerpo. El juez se amparó en el artículo 9 del Reglamento de Policía Sanitaria Mortuoria, aprobado en 1974. Según este reglamento es el municipio donde fallece una persona el que debe encargarse de la misma si nadie reclama el cuerpo.
El Ayuntamiento tuvo que pagar 1.500 euros por el traslado del cuerpo de Cáceres a Villar de Plasencia y su sepultura. “Por suerte la funeraria nos hizo una buena rebaja”, afirma la alcaldesa, que reclama que se cambie esa normativa. “Igual que ha pasado en nuestro municipio puede pasar en cualquiera. Hay muchos pueblos que lindan con esta carretera y en caso de accidente puede pasar esto. Esa ley se tiene que modificar”.
El entierro de El Kepa fue un evento extraño en el pueblo. Estaban la alcaldesa, seis amigos del fallecido y una cámara de televisión. El cuerpo quedó encerrado en una tumba sin nombre, solo con una inscripción que apenas se consigue leer: C. M. LL.
Los muertos de Villar
Pese a todo, este martes la muerte que se llora en el bar del pueblo no es la de El Kepa, si no la de El Loco, un toro semental de raza blonde d’Aquitaine. Podría parecer anecdótico de no ser por dos factores. Uno es que este animal puede costar unos 7.000 euros. Y dos, que la ganadería es el principal sustento de este pueblo. “Sobre todo vaca y cochino”, afirma Jesús García, concejal del Ayuntamiento y ganadero.
De los 216 habitantes que tiene censados Villar de Plasencia, más de la mitad son jubilados. Apenas habrá “10 o 15” niños en edad escolar, que van al colegio en Plasencia, ya que el del pueblo cerró hace años. Es un retrato fidedigno de esa España despoblada cada vez más común. Sin colegio, sin cuartel de la Guardia Civil, sin centro de Salud, sin apenas vida en los meses más fríos.
Todos los vecinos consultados por este diario conocían la noticia. ¿Qué les parece? “Hombre, los que somos demócratas no nos queda otra que aceptarlo”, opina Jesús, el concejal. “No me pareció bien pero, ¿qué podemos hacer?”, asegura la dueña del bar encogiéndose de hombros. “Si todos los días se fueran cuatro o cinco como él, yo lo pagaba con gusto”, afirma tajante Luis, en referencia a los antecedentes penales de El Kepa.
Esta última opinión no la comparte María José. Este ha sido el mayor problema con el que ha tenido que lidiar en los cinco meses que lleva en su cargo. En las elecciones municipales del pasado mayo el PSOE conquistó el consistorio villariego tras 40 años de gobierno del PP. Tan pronto llegaron los socialistas, se fueron las calles franquistas. Hace solo unos meses este pueblo tenía en su callejero a Franco, Sanjurjo, Queipo de Llano, Mola y Primo de Rivera.
Es la primera vez que el pueblo se tiene que hacer cargo de un muerto. Sin embargo, este municipio está familiarizado con la muerte. Hace una semana dos vecinos se encontraron muerto a un paisano del municipio vecino Oliva de Plasencia. Hace 25 años sucedió algo similar. “También de vez en cuando aparece alguien colgado de un olivo”, afirma un cliente del bar. Pero todos estos muertos fueron reclamados por su familia.
Cae la tarde en la plaza mayor de Villar. La lluvia no da tregua en un pueblo habitualmente seco. La única presencia que hay es un cachorro de gato que se aferra a los pies de este periodista en busca de cobijo. Una señora de avanzada edad se asoma a la ventana al grito de “¡llévatelo!”. Preguntada por los hechos acaecidos en el pueblo muestra tajante su opinión: “Me parece fatal. ¿Por qué tenemos que pagarlo nosotros que no tenemos nada? Eso tiene que pagarlo la familia”. Para tranquilidad de esta vecina, así ha sido finalmente.