Jamal -llamémoslo así porque durante los 90 minutos que el periodista pasa con él no llega a conocer su verdadero nombre- es un tipo de mediana edad, con un tono de voz tranquilo y ademanes sosegados. Dice ser ciudadano francés, pero cuenta que su familia procede del Magreb. Sus padres emigraron hace décadas a la periferia de Marsella, donde creció y trabó amistad “con quien controlaba el barrio”. De allí, donde se hizo un ratero local, daría el salto al crimen organizado internacional.
La cita con Jamal y su abogado se produce a mitad de mañana de este pasado jueves en la cafetería de un hotel a las afueras de Marbella (Málaga). Jamal toma café solo. Uno tras otro. De vez en cuando, sale a la calle a fumar pitillos de tabaco picado. Si no lo dijera él mismo, sería difícil imaginar que es un asesino a sueldo que se mueve por media Europa, aunque “con especial interés en el sur de España”.
“Sí, soy sicario desde hace unos años, no sé, unos diez o así, ya no recuerdo el año de mi primer asesinato. Pero en este mundo se hace de todo: muevo droga de aquí allá, llevo dinero de una mano a otra, asusto a chivatos, pongo el oído en otras bandas... Mi jefe actual -del que ni siquiera dice su nacionalidad- me paga para que haga todo tipo de trabajos, no solo clavarle un par de balazos a un tipo en el pecho”.
EL ESPAÑOL se cita con Jamal menos de 48 horas después de que un francés de 60 años muriera dentro su coche acribillado a tiros. Sucedió la tarde de este pasado martes en las inmediaciones de un camping a las afueras de Marbella. Varios agentes de la Guardia Civil repostaban en ese momento en una gasolinera próxima al lugar de los hechos.
Los gatilleros emprendieron la huida por la autopista AP7, reventaron la barrera de un peaje y calcinaron el vehículo en el que iban, que era de alquiler. Continuaron su fuga en otro coche que tenían aparcado unos kilómetros más allá, cerca de Mijas. Se les perdió la pista.
Todo estaba organizado al detalle: incluso llevaban máscaras para evitar que las cámaras de seguridad de alguna carretera o negocio pudieran grabarlos. “Si son finos, como mínimo usan guantes y capucha o máscara”, explica un policía de un grupo especializado.
Marbella, epicentro del crimen organizado
Ese ciudadano francés asesinado es la sexta víctima, y por el momento la última, del trimestre negro que ha sufrido la Costa del Sol como consecuencia de la ‘narcoguerra’ que vive la zona desde hace años, recrudecida desde 2017.
En 92 días, los que van del 2 de septiembre al 3 de diciembre de este año, se contabilizan cinco muertos a balazos. El sexto apareció en la cuneta de una autovía con signos de haber sufrido una paliza. Un búlgaro, un galo, un británico, un marroquí y dos españoles. En los últimos 19 días de ese período se concentraron tres muertes. Dos en Marbella y una en Mijas.
“Esto es el salvaje oeste”, asegura con crudeza un alto agente policial especializado en la lucha contra la delincuencia organizada. El policía lleva más de una década en la Costa del Sol, comarca al oeste de la provincia de Málaga que, además de Marbella, engloba a unos 530.000 habitantes repartidos por Fuengirola, Benalmádena, Mijas, Casares, Benahavís, Estepona, Manilva y Torremolinos.
“Se está trabajando muy bien y nuestro esfuerzo da sus frutos -continúa el policía con el que se cita EL ESPAÑOL-, pero aquí te salen bandas por todos sitios. Es como una tubería que revienta: aunque la tapones, el agua rebosa. Junto con Miami, donde los colombianos hacen mucho mal y llevan décadas establecidos, Marbella es el otro epicentro del crimen organizado en el mundo. No tengo dudas. Si lo medimos por su población, en ningún otro sitio hay tantos delincuentes y tantas bandas estructuradas como aquí. Se ha instalado lo peor de todo el mundo y la gente rica de antes se está yendo: ahora hay mafiosos rusos, indios, holandeses, colombianos, marroquíes, ingleses, irlandeses, suecos... Incluso ya empiezan a aparecer chinos en nuestras investigaciones, algo impensable hasta hace poco”.
Las seis últimas muertes han provocado que Málaga viva el año más sangriento de la última década, con 23 fallecimientos por causas violentas en lo que va de 2019. Hasta el 30 de septiembre se habían producido 17 homicidios o asesinatos, según el último balance trimestral de criminalidad del Ministerio del Interior. En esa cifra se contabilizan los dos ajustes de cuentas del 2 y el 23 de septiembre, uno en Mijas -a tiros- y otro en Marbella -cuerpo en una cuneta-.
A esa cifra habrá que sumar los cuatro asesinatos a balazos que han seguido hasta la fecha, un apuñalamiento mortal en un bar y una muerte por violencia de género. La suma alcanza las 23 víctimas, dos más que en 2018, el año más sangriento de la última década.
Cada muerte tiene un precio
Tras tomar de un solo sorbo otro café -creo que durante la entrevista llega a pedir cuatro-, Jamal comienza a ponerse nervioso. Dice que prefiere que no sigamos hablando, que el encuentro ha sido un error. De repente sale a la calle y se fuma otro cigarro mientras hace una llamada de teléfono. “Venga, sigue preguntando. Disculpa”, dice al volver a sentarse a la mesa.
"¿Por cuánto dinero estás dispuesto a matar?", pregunta el reportero. “Cada muerte suele costar entre 15 y 60.000 euros”, explica Jamal, que conoce la Costa del Sol como los surcos de piel que se dibujan en la palma de sus manos. “Depende de varios factores: el tipo de víctima, la dificultad... También de si se abren oficinas nuevas [se refiere a ‘oficinas de cobros’ de deudas] que quieran tirar los precios por los suelos. Es complicado hablar de una tarifa tipo”.
- ¿’Trabajas’ solo?
- No. Casi siempre con una o dos personas más, aunque también he hecho encargos yo solo.
Hay algunas preguntas a las que Jamal no quiere responder. Se le nota incómodo con la presencia del reportero. En ningún momento llega a abrirse del todo. Prefiere no hablar de medidas de seguridad que toma, de tiempo que emplea en planificar un asesinato o de qué función cumple cada uno de esos hombres que en ocasiones trabajan con él.
Jamal tampoco quiere que en el reportaje se diga a cuántas personas ha matado, aunque en el encuentro da una cifra que resulta sobrecogedora.
En cambio, Jamal sí habla de miedos.
- Asumes que cualquier día te pueden matar, pero nunca pierdes el miedo a morir. Puede acabar conmigo otra organización rival a la que le haya matado a alguien, compañeros que quieran mi puesto, miembros de mi banda con los que no me llevo bien, personas a las que debo dinero...
- ¿Y has pensado en dejar este mundo?
- Cada día. Pero no sé si realmente quiero dejarlo. La primera muerte duele. Las siguientes dejan de hacerlo poco a poco. Pero sí es algo que suelo plantearme y que no se me va de la cabeza.
Del narco a la prostitución o la venta de armas
El narcotráfico es el eje vertebrador de todas las mafias que operan en la Costa del Sol, casi dos centenares, según manejan las fuentes policiales consultadas por este periódico. El hachís entra en lanchas semirrígidas por toda la costa andaluza, aunque principalmente a través de las aguas del vecino Estrecho de Gibraltar.
La coca, mucho más lucrativa -y dañina para la salud, de ahí que su tráfico acarree mayores penas- entra en contenedores por el puerto de Algeciras, a media hora en coche de aquí. Esta ciudad portuaria gaditana se ha convertido en uno de los principales puntos de acceso de la ‘dama blanca’ en Europa. Ya no sólo los narcos gallegos la trabajan.
Del negocio del tráfico de drogas derivan otras actividades delictivas que guardan relación entre sí, como son la prostitución de mujeres, la venta de armas o el blanqueo de capitales. Se trata de vasos comunicantes. En ese caldo de cultivo, los brotes de violencia se desatan con un simple chispazo, como ha ocurrido en los últimos tres meses en la Costa del Sol.
En ese contexto de cercanía, las mafias de medio mundo cobijan a sus miembros en la vecina, agradable, turística y multicultural Costa del Sol, donde cualquier extranjero pasa desapercibido. Y la guerra prende, como ahora. A los policías ya no les extraña ver dibujada ‘la sonrisa del payaso’ en el rostro de un cadáver o que durante una operación contra un grupo criminal se incauten de chalecos lastrados con peso para hundir muertos en el mar.
Una cuestión de Estado
La alcaldesa de Marbella, Ángeles Muñoz, aboga por “asumir” la criminalidad en la comarca como “una cuestión de Estado”. La regidora solicita refuerzos policiales para combatirla. “No estamos hablando de que sea un problema de delincuencia local, sino nacional, con personas que, probablemente, estén en un momento determinado en la zona pero que pueden venir de cualquier otra parte del territorio nacional”.
La ciudad que gobierna Muñoz cuenta con 85 cámaras de videoviglilancia urbana de ultradefinición. Están ubicadas estratégicamente por la localidad según la ratio delincuencial que manejan las autoridades policiales. Todo parece ser poco en la lucha contra el crimen organizado.
Mientras Marbella es esfuerza en reducir la criminalidad, el Gobierno español asegura que la espiral de violencia de los últimos tres meses responde a “incidentes aislados”. El delegado del Ejecutivo español en Andalucía, Lucrecio Fernández, entiende que la Costa del Sol es un sitio “seguro” y que las muertes por tiroteos se circunscriben “a bandas que roban a otras bandas”.
Desde el pasado mes de marzo, tras el hallazgo del cuerpo sin vida de un congoleño en el polígojo Guadalhorce, en Málaga, la Policía Nacional creó un nuevo cuerpo al unir dos grupos especializados, la Unidad de Homicidios y la de Drogas y Crimen Organizado (UDYCO). A los 20 días ya tenían identificados a los asesinos, cuatro franceses. Se les detuvo el pasado mes de septiembre.
“La realidad nos ha demostrado que es necesario coordinar fuerzas entre grupos. Y por eso han llegado los resultados”, explica por teléfono el jefe de UDYCO en Málaga. “Nos enfrentamos a auténticos profesionales del crimen, sicarios que se mueven por toda Europa matando a quien le indican”. En muchas ocasiones, añade, los asesinos a sueldo realizan viajes exprés de cuatro o cinco días, planifican el ataque, lo ejecutan y se marchan.
Guerra entre clanes y 360.000 euros
El 15 de noviembre de 2019, en la urbanización Andasol de Marbella, dos pistoleros acabaron con la vida del marroquí Abdelkader El Hichou El Maya e hirieron de gravedad a la persona que lo acompañaba.
Según fuentes del hampa de la Costa del Sol, llevaba encima 360.000 euros, un dato que también maneja la Policía. La principal hipótesis que se baraja es que alguien cercano a él lo sabía y le robó el dinero a balazos.
Seis días después, el 21 de noviembre, moría en Mijas el británico Peter Andrew Williamson. Era miembro de la banda de Manchester llamada ‘Anti A Team’, enfrentada desde hace años a la ‘A Team’. La guerra entre ambas organizaciones se ha saldado con varios muertos en Manchester, incluidas víctimas inocentes.
Algunos de los miembros de ambos clanes están afincados en la Costa del Sol. Williamson, de 39 años, era uno de ellos. Aquel día le descerrajaron tres tiros en la puerta de su casa, ubicada en la urbanización Riviera Sol.
Dos semanas después, este pasado martes, alguien mató a tiros cerca de un camping de Marbella a un francés de 60 años. Desde entonces, según contó el periódico SUR, se busca a un joven holandés de origen magrebí que podría estar relacionado con el homicidio. Es la otra cara de la glamurosa Costa del Sol, donde los balazos de los sicarios están tiñendo de sangre las calles.
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