Navidades: encuentros familiares, fechas para celebrar, los regalos, la nieve, la lotería, la fiesta… y un policía que se suicida. Es casi una costumbre. Acabamos de entrar en el mes crítico. Hace tres días: un agente de la Ertzainza llamado Gorka se pegaba un tiro en una comisaría de Bilbao. 55 años, tenía. El suicidio es la mayor causa de mortalidad entre policías y militares y estamos viviendo un año especialmente trágico en este aspecto. Pero hacía un par de meses que no ocurría ninguna desgracia… hasta esta semana. “En diciembre repunta; raro es el año que no hay tres o cuatro casos”, sentencia Alberto Martín, el ertzaintza protagonista de esta historia.
El 10 de septiembre de 2017, EL ESPAÑOL publicaba un reportaje que se titulaba: “¿Por qué se suicidan los policías? Los agentes piden ayuda”. Han pasado 26 meses, los policías se siguen quitando la vida y continúan pidiendo ayuda. El famoso Protocolo contra los suicidios, que por entonces estaba al caer, todavía no ha salido adelante. No hay protocolo y sí un mal endémico que va en aumento.
27 agentes se han quitado la vida en España en lo que llevamos de año. En lo que va de siglo, más de 300. Un mal endémico y silencioso, porque el tratamiento de este tipo de información en nuestro país sigue teniendo mucho de tabú. Esos 27 casos no han trascendido. No se habla.
Los agentes piden recursos y la administración no se los da. Al final han tenido que ser los mismos compañeros los que se arremanguen y se metan en este fangal. Los mismos agentes y exagentes que saben por lo que puede pasar el cerebro de un policía. Los que conocen toda la mierda que se traga en la labor de proteger y dar seguridad a los ciudadanos, y lo poco que se le gratifica. Los que también, en algún momento, tuvieron el impulso de quitarse de en medio como única solución.
Con Karanka y Julen Guerrero
Uno de ellos es Alberto Martín, el hombre que está dedicando su vida a evitar que los policías se suiciden. Un antiguo agente de la policía autonómica vasca que tiene detrás una dura historia de sinsabores y experiencias traumáticas, pero también de coraje y superación. Nació en Portugalete (Vizcaya) en 1974. Podía haber sido una estrella del fútbol: un central que compartió vestuario en los juveniles del Athletic con Julen Guerrero, Aitor Karanka o Edu Alonso.
Nuestro protagonista luego jugó en Segunda con el Sestao. Pero cuando cumplió 18 siguió su vocación y con 19 ingresó en la academia de policía. Quería ser ertzaina. “Lo soy”, explica en una conversación con EL ESPAÑOL, “el que es policía nunca deja de serlo”.
A Alberto le tocó trabajar en la demarcación de Eibar, en la que se produjeron los grandes secuestros de ETA: Jose María Aldaya, Cosme Delclaux… y sobre todo, Miguel Ángel Blanco. Alberto Martín formó parte del operativo de cinco agentes que acompañó a la familia del concejal de Ermua asesinado. De hecho, todas las llamadas que se realizaron para las primeras comunicaciones de aquel caso se hicieron con su terminal telefónico. “Era 1997 y casi nadie tenía móvil. A mí me regaló uno mi expareja, de aquellos Motorola enormes con antena. Era el único que había y el que se utilizó para realizar todas las llamadas".
De aquel grupo de cinco agentes ya han muerto dos. Uno de ellos, Juan Carlos, fue el que protagonizó la icónica imagen en la que un policía le da la fatídica noticia al padre de Miguel Ángel Blanco y ambos se funden en un abrazo. Juan Carlos se quitó la vida el año pasado. Se repetía la historia: otro policía muerto. “Yo al menos he conocido personalmente a 10 agentes que se han quitado la vida”, asegura Alberto Martín.
El accidente
Para entonces ya se hallaba inmerso en el proyecto que le ocupa todo el tiempo en la actualidad: es fundador y presidente de la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial (AAPSP), una entidad destinada a la ayuda y la prevención en el ámbito de las fuerzas de seguridad. Sin ánimo de lucro, sin subvenciones y sin fronteras. Está radicada en Sevilla, pero “me voy de inmediato a cualquier punto de España si le hace falta a alguna persona”, asegura Alberto.
¿Por qué en Sevilla? Porque allí fue a parar este vasco que ahora tiene 45 años después del accidente. Y es que Alberto también podría haber formado parte de esa extensa lista de más de 300 agentes suicidados desde el año 2000. Lo pensó e incluso pidió ayuda para ejecutarlo. En 2014, Alberto tuvo un accidente trabajando. Una caída durante un ejercicio de entrenamiento. No parecía revestir mayor gravedad que la de las contusiones. Se fue al médico por su propio pie y por su propio pie salió de allí.
No sabe lo que le inyectaron; lo que sí que sabe es que aquello complicó sobremanera su espalda. Acabó pasando tres veces por el quirófano; hasta le quedaron lesiones medulares. En su espalda ahora hay placas, tornillos a mansalva. Una especie de encofrado de titanio que le ocupa media columna y que le condenaba a pasar el resto de su vida en silla de ruedas o, en el mejor de los casos, a caminar no más de diez metros. Así se lo dijo el doctor que le dio el diagnóstico en el hospital.
“Amá, ayúdame a morir”
“Sientes que tu vida se ha acabado. Deportista toda la vida, policía… que me acuerdo que cuando me desperté, sin saber todavía lo que tenía, les pedía que no me jubilasen. No me imaginaba dejar de ser policía”, confiesa ahora Alberto recordando aquellos días. Sabedor de lo que le deparaba el futuro, dijo la frase que helaría el alma a cualquier madre: ”Amá, ayúdame a acabar con esto”, le pidió llorando en la cama.
Su madre, lejos de derrumbarse, le dijo que sí, que le ayudaba… pero a recuperarse. “Alberto, yo te he visto superarte día a día en el deporte y en la policía. Siempre has sido una persona que transmite seguridad. Ahora transmites lástima. Yo te quiero ver superar esto también y que le demuestres al médico que estaba equivocado. Piénsalo, deja de llorar, yo te ayudaré hasta que puedas volver a caminar”.
Lo que le esperaba por delante iba a ser más duro que subir con el Athletic. Más duro que defender un córner en el embarrado campo del Sestao. Más duro que mirar bajo el coche cada mañana si le habían puesto una bomba. Más duro que trabajar día a día mirando a la cara a los terroristas. Se trataba de sobrevivir. De intentar volver a caminar con la espalda destrozada. Una misión casi imposible. Todo se hace un mundo. La idea del suicidio rondaba más a menudo de lo normal. No iba a ser el primero. Los policías se suicidan. Tenía un arma en casa. La tentación de quitarse la vida estaba ahí, la pistola también. Un disparo y adiós al sufrimiento…
Pero al final lo que consiguió fue caminar. Con muchísimo esfuerzo y dolor. “De una cama a una silla de ruedas, de ahí a un andador para volver a saber caminar y recuperar la movilidad y toda la musculatura deteriorada por dos años de mórfidos antes de la operación”.
El titánico proceso de rehabilitación le llevaba cada día a nadar en el Cantábrico, lloviese o tronase, para recuperar movilidad desde cero. Después eligió un entorno más propicio para seguir su recuperación. El sol. Andalucía. Sevilla. Allí sigue viviendo.
Tener un arma en casa
“Yo ahora duermo un par de horas al día, por los dolores. Me medico, tengo una rigidez considerable en la columna. Pero me ves llegar de frente y no piensas que yo esté operado. No iba ni a caminar 10 metros, decía el médico, pero ahora camino, nado, salí de la silla...”. Una experiencia que le llevó a plantearse mucha cosas: “Yo sí que quise acabar con mi vida, pero tuve la lucidez de identificar el problema y entregar el arma a la Guardia Civil. Es el principal método que emplean los agentes que se suicidan. Hay agentes que están de baja y van a la comisaría a por el arma, para pegarse un tiro”, explica Alberto. El porcentaje está en torno al 72% de los agentes que cometen el suicidio. En segundo lugar está, muy de lejos, el ahorcamiento, El tercero es lanzarse al vacío. Sistemas casi residuales. Quién necesita ideas cuando tiene un arma a mano.
Llevan los policías 30 años quejándose de la lacra del suicidio. Alberto pasó demasiado cerca de ese tema. Peligrosamente cerca. Decidió que algo tenía que hacer y fundó la asociación. El sistema de financiación fue su propia historia. Había escrito un libro biográfico que tituló 'Historia de un juguete roto'. Lo autoeditó pagando de su propio bolsillo, pero no lo puso a la venta. Le sirvió para obtener fondos para la causa. No me compréis el libro: donad lo que podáis para poder sacar adelante una asociación de ayuda a los agentes, a los que la administración sigue olvidando.
8.000 muertos al año
¿Qué falta por hacer? Según Alberto, “para empezar, el Plan Nacional de Suicidios". Hay un Plan Nacional de Drogas, otro de Tráfico. Pero de suicidios no, aunque se lleva a más de 8.000 vidas al año en nuestro país. Donde más aprieta es en las fuerzas de seguridad. Y cuando más aprieta es durante estas fiestas que justo están a punto de empezar. “Es a partir del 15 de diciembre cuando se empiezan a disparar las cifras otra vez. El año pasado, una chica el 31 de diciembre. Este año llevábamos dos meses sin casos conocidos”. Pero ha empezado diciembre y se ha pegado un tiro Gorka, en una comisaría de Bilbao. “Ahora mismo cerraríamos con 27 muertos el año”, concluye Alberto.
La propia naturaleza del trabajo, la dificultad para conciliar la vida familiar, la movilidad geográfica, el estigma dentro de los propios cuerpos de seguridad, el miedo de un policía a decir que tiene ansiedad, porque no le llamen flojo, el hostigamiento de los jefes, los abusos que se callan, la poca gratificación que obtienen por parte de la sociedad, por la que se juegan a diario. Son, según los principales sindicatos policiales, los principales factores que llevan a los policías a quitarse la vida.
Pero también darse de bruces con la realidad. En la Asociación trabajan los procesos de duelo y ofrecen a los agentes talleres de readaptación. Les enseñan a redefinir sus vidas: “El trabajo de policía es duro y el agente, estando dentro del cuerpo, cree que eso es lo normal. Cuando sales del cuerpo, a menudo, te cuesta digerir la vida normal. Se podría decir que no sabes vivir. A eso les enseñamos. A readaptarte a todo, a no tener estigmas”. A eso, entre otras cosas, contribuye su asociación que está recibiendo solicitudes de colaboración por parte de sindicatos de fuerzas de seguridad de toda España. Desde Ertzaintza a Mossos d’Esquadra, pasando por policías locales. Hacen cosas que tendrían que estar haciendo el Ministerio de Salud.
Se podría decir que ya han salvado vidas. “Seis familias nos han dado las gracias por el trabajo hecho con agentes que se encontraban en una situación crítica. Porque esto en realidad es un problema de salud mental. Se tiene que abordar como tal y se tiene que afrontar desde la administración”. A finales de 2019 tendría que haberse publicado el famoso Plan Nacional contra el suicidio genérico, pero sin gobierno no hay nada. Aquí también se está padeciendo el bloqueo político español. Mientras, siguen cayendo agentes. 24 el año pasado. 27 en lo que llevamos de año. Y justo ahora, empieza la época crítica. La melancolía del invierno. Las negras navidades, no tan felices para los que tienen que protegernos día a día.