15:00 horas. Calle Tineo, número 4. Villa de Vallecas (Madrid). Valentín, Dmitry y Javier aguardan en el portal del edificio, mientras vigilan, con rostro serio, a los viandantes de los alrededores. Están preparados para entrar en acción en pocos minutos, pero todavía faltan por llegar dos personas que esta tarde les ayudarán en su cometido, en el interior de la vivienda. ¿Su misión? Desalojar un loft de lujo okupado por varias personas desde hace algo más de un año.
Los tres hombres de gesto serio, en realidad, son tres trabajadores de Fuera Okupas, la empresa líder en desokupación de viviendas en España. Los dos primeros, de aspecto corpulento y gran altura, son expertos en artes marciales y deportes de contacto como el boxeo, cuya labor es ser elemento de disuasión frente a posibles problemas. Mientras que Javier, el jefe de operativos, se encarga de la parte legal y jurídica. Quienes completan el equipo son este periodista y el fotógrafo, que se infiltrarán en el operativo junto a la brigada de boxeadores para ser testigos de cómo trabaja la empresa y cuál es el modus operandi del okupa en España.
¿Cómo lograron entrar los okupas en la casa y permanecer durante un año? ¿Les ayudó alguien? ¿Convencerá el equipo a los indeseados inquilinos? ¿Cómo reaccionaran? ¿Pedirán algo a cambio?
Cuando EL ESPAÑOL llega al centro del operativo, Javier y los dos boxeadores explican en qué va a consistir el trabajo. Se trata de la última fase de un operativo en el que Fuera Okupas lleva trabajando alrededor de tres semanas. El loft okupado era hasta hace unos años una oficina, pero tras quedar desierta fue usurpada por un grupo de jóvenes de entre 22 y 27 años. De eso, ya ha pasado más de un año. Ahora, como medida desesperada, los propietarios han recurrido a la empresa para poder recuperar su propiedad. Si todo sale bien, el coste del desalojo supondrá aproximadamente unos 2.500 euros para el dueño.
Entramos al loft
En estos 21 días, lo primero que hizo Fuera Okupas fue estudiar el entorno de los inquilinos e intentar ponerse en contacto con ellos para informarles de que tenían que abandonar la vivienda. Ante la imposibilidad de comunicarse con ellos, días después entró en juego el papel de Jorge Fe, el fundador, gerente y jefe de seguridad de la empresa. Este agente sí lo logró y tras mantener lo que denominan como "conversaciones en términos muy serios y concretos", los okupas se doblegaron y aceptaron abandonar el loft "amigablemente" en un periodo de dos semanas. Tiempo en el que deberían vaciar la propiedad y dejarla como la habían encontrado.
Una vez se ha cumplido el plazo, el trabajo de este operativo será desalojar finalmente la vivienda, revisarla y firmar con los okupas el acuerdo por el que aceptan salir, si la empresa no toma acciones civiles o penales contra ellos. ¿Habrán cumplido su palabra?
Accedemos al portal y subimos las escaleras hasta la primera planta. Tras atravesar una laberíntico pasillo, llegamos al apartamento: el 16. La puerta está abierta y en el interior, una joven de unos 20 años y otro de 27, los okupas. Parecen amables con el equipo y dispuestos a acabar cuanto antes. El loft es de aproximadamente 80 metros y está dividido en dos plantas. Tiene un gran ventanal, una terraza y está equipado con mobiliario moderno. Si bien, el estado de todo es deplorable. La mayoría de los electrodomésticos y los enchufes están rotos, hay suciedad por todas partes y las telarañas son más que visibles en cada rincón de la vivienda. Eso sí, de sus pertenencias no hay rastro.
Llama la atención la elevada temperatura a la que está la casa, es casi inaguantable. La calefacción, por supuesto, la seguía pagando el dueño. Al igual que el agua y la luz. Lo único que pagaban los okupas era el Wifi y la alarma que pusieron en el piso, una vez lo usurparon. "¡Hola, qué tal! La otra vez no te vi a ti, estaba otro compañero", le dice Javier a uno de los okupas. Más tarde el jefe de operativos nos confesará que, en realidad, el loft no solo estaba okupado por estos dos jóvenes, sino por muchos más. Y no solo eso, sino que se trata de una mafia de jóvenes perfectamente estructurada la que vivía en este piso, y que todavía está desplegada en otros tres apartamentos del edificio.
Una mafia de jóvenes
En un momento determinado, cuando ya hemos regresado a la primera planta, Javier me mira y me dice que suba arriba de nuevo. "Llama al representante de la propiedad para que venga", ordena a este periodista. Tras subir, me pide que improvise y me quede allí porque los okupas se han podido dar cuenta de que llevamos una cámara. Desde arriba, se puede escuchar cómo los jóvenes siguen hablando incluso con los boxeadores: "Sí, este piercing me lo puse cuando cumplí 18 años; aquí nos llevamos muy bien con todos los vecinos...".
Tras firmar la toma de posesión con los okupas —tal y como habían prometido—, con la que aceptan abandonar la vivienda en pro de los dueños, uno de los jóvenes dice: "¿Os lo hemos puesto fácil, no?". "¿Fácil? Si tenéis otros tres apartamentos okupados", le responde Javier. "¿Dónde vais a ahora?", pregunta, de nuevo, el jefe de operaciones. "Tranquilo, ya hemos encontrado otro sitio...", responde el okupa.
A Javier no le sorprende esa respuesta. En la investigación previa, ya habían observado que los okupas del 16 "tenían colegas repartidos por todo el edificio" y que, tarde o temprano, también tendrán que desalojarlos. "Será cuestión tiempo que los okupas de este apartamento vuelvan al 18, también está okupado", sostiene el abogado.
Los propietarios
Tras un año, los dos jóvenes —y el resto de su prole— han abandonado el loft por su propio pie. El jefe de operativos nos da permiso para bajar de nuevo a la primera planta y, al instante, aparecen tres personas más. Dos representantes del dueño de la vivienda, con gesto preocupado y cara de pocos amigos, que revisan cada rincón y no quieren hacer declaraciones a este diario; y el cerrajero, que sin más dilación se pone manos a la obra para reforzar y cambiar la cerradura del loft.
La operación está cerrada y solo queda entregarle las llaves a los propietarios. “Todo listo, gracias, y recuerden, pongan una alarma lo antes posible”, les dice Javier para despedirse. No obtiene respuesta. Los dos representantes siguen observando todos los espacios, cuando nosotros salimos de la casa.
Llama la atención, mientras atravesamos el pasillo que conduce a las escaleras, la presencia de dos jóvenes, que cuchichean y no nos quitan ojo. Tienen la misma edad que los okupas del 16 y más tarde, ya en el portal, volverán a bajar para observarnos. No son propietarios, ni vecinos, son okupas de la misma mafia de la que Javier nos habla.
— ¿Eran demasiado simpáticos, no?
— (Se ríe de forma irónica) Los okupas tienen muchas subidas y bajadas de ánimo. Al principio, las cosas son muy tensas, se mantienen conversaciones muy agresivas. Luego menos, luego más y así. Aquí hemos estado a punto de poner un control de acceso, pero al final el desalojo se ha llevado a cabo de manera pacífica.
Lo que Javier denomina como control de acceso supone poner a uno o varios de sus boxeadores en el portal de la vivienda durante varios días. De este modo, una vez que el okupa sale del bloque, ya no vuelve a entrar. En esas ocasiones es cuando esta brigada de agentes ha llegado incluso a poner en riesgo su vida, ante las agresiones de los usurpadores.
— ¿Se trata de okupas expertos o son víctimas del engaño de una mafia?
— Estos chavales son la mafia en sí. A estos nadie les ha dado las llaves a cambio de un alquiler y luego ha desaparecido, como ocurre en otras ocasiones. Son ellos mismos los que controlan este tema. Antes de okupar esta vivienda, estudiaron cómo era la finca, quienes eran los vecinos, cuáles eran los momentos más vulnerables para entrar... Cuando les he preguntado dónde se iban me han dicho que ya tenían otro sitio donde irse.
¿Se van a cambio de dinero?
— Es curioso que se hayan ido sin más, simplemente firmando un papel. ¿Les habéis ofrecido dinero?
— No, pero si me preguntas si alguna vez le hemos dado dinero a un okupa no te digo que no. Pero siempre ha sido para que hiciesen la mudanza, no podemos premiar la okupación. Estos han vivido como reyes en este loft, sin pagar luz, agua ni calefacción.
Con oficina en Barcelona, Valencia y próximamente en Madrid —tres enclaves en los que se concentran la mayoría de okupas—, Fuera Okupas trabaja a un ritmo frenético. Cada día llevan a cabo seis dispositivos de desalojo en diferentes puntos del país. En total, contabilizan ya más de 400 viviendas y edificios. Y tiene pendientes más de 100.
Sus clientes son, en la mayoría de casos, propietarios de segundas viviendas okupadas que, desesperados por la lentitud de la Justicia y la inacción de las fuerzas de seguridad, optan por contratarles para expulsar a los extraños de sus casas. En un 70% de los casos, los inquilinos acaban de asentarse en la vivienda, frente al 30% que suele llevar tiempo con esa residencia y, según señala esta empresa, termina por destrozarla.
La clave de su éxito está en la negociación. El objetivo es alcanzar una solución pactada con los okupas de la mano de agentes profesionales. En la empresa hay departamento comercial, abogados especializados y un compendio de expertos en deportes de contacto: artes marciales, boxeo, judo... Esto no significa que empleen sus habilidades contra los indeseados inquilinos, pero sí resultan un elemento de disuasión fundamental. Todo ello, aseguran, cumpliendo siempre con lo que permite la ley.