Eduardo Bella, 52 años, vuela de dos formas. Una, a los mandos de su avioneta como piloto de fumigación agrícola. Para su otro vuelo, se sube en el pueblo sevillano de Utrera al campanario de la iglesia de Santiago el Mayor y despega convertido en un angelote sin alas. Junto a sus compañeros de asociación, nos enseña cómo lo hace.
Desde la terraza interior del campanario, tira de la soga de una de las colosales campanas hasta hacer que redoble a ritmo vertiginoso. Con un hábil movimiento de manos, engancha la soga al contrapeso o “cabeza” de madera de la campana cuando le pasa más cerca. Entonces, la inercia lo arrastra con potencia y Eduardo sale volando en vertical con sus 1,80 de alto y 80 kilos de peso hasta el equivalente a un segundo piso, para meterse en el hueco que queda entre la campana y el dintel de la abertura exterior del campanario.
El piloto completa su acrobacia montándose de pie a lomos de la campana sobre su contrapeso, asomado al vacío en equilibrio, quieto “en balanza”, como dicen, mientras sujeta la cuerda como el vaquero que refrena a un caballo salvaje. Ahí queda suspendido unos segundos, en asombrosa armonía, hasta que se deja caer de espaldas de nuevo hacia el interior del campanario para que el peso de su caída sujeto a la soga impulse aún con más fuerza el redoble y repique de la campana, cuyo arrebatado jolgorio metálico retumba en todo el casco antiguo de Utrera.
Patrimonio de la Humanidad
“Es una inyección de adrenalina”, confiesa el piloto y campanero sobre la sensación, seguramente muy parecida a un éxtasis religioso, de impulsar con su cuerpo la campana y volar sobre ella para celebrar con su música las fiestas litúrgicas del año. Ya lo hacía cuando tenía “entre 15 y 19 años”. Pasados los 50, ha retomado su afición a estos vuelos musicales como miembro de la Asociación de Campaneros de Utrera, que mantiene una tradición con al menos dos siglos de historia y aspira a que las autoridades culturales la protejan declarándola Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en su categoría de riqueza inmaterial. Un vertiginoso arte al que este martes, 31 de diciembre, se le dedica una última exhibición para despedir el año. Desde luego, lo merece: es algo único en España y ellos no conocen nada igual en el mundo.
Los jinetes de campanas siguen volteando y practicando sus saltos al borde del vacío en ocasiones especiales, en este campanario de la iglesia de Santiago el Mayor (últimamente lo hacen en el lado que da al tejado del templo, a menor altura) y en el de la iglesia de enfrente, la de Santa María de la Mesa (a unos 20 metros sobre la calle). A veces, incluso, los ejecutan en los dos campanarios a la vez. Según la costumbre, las cuadrillas de campaneros de una y otra, apodados Quícalos (lechuzas) los de Santa María y Mochuelos los de Santiago, han sostenido duelos a lo largo de las generaciones para ver quién voltea mejor.
“Cuando se calientan los campaneros, mal asunto, saltan cada vez más rápido”, dice con una sonrisa Rafael Aguilar Vega, policía local jubilado y uno de los socios del grupo. Él ya no salta pero sigue enseñando las campanas, su historia y los habitáculos donde vivía antiguamente dentro de la torre la familia de los campaneros fijos de la iglesia de Santiago el Mayor.
Pesan hasta 1.104 kilos
Todas las campanas tienen nombre: las mayores de volteo (sin contar las pequeñas) se llaman San José, Nuestra Señora del Socorro o Campana de Plata, San Antonio y San Pablo, en la iglesia de Santiago; y Santo Domingo, San Rafael, San Juan Bautista, San José, Santa Catalina y la Esquila, en la de Santa María. Pesan entre 714 kilos (San Antonio) y 1.104 (San José). Aunque la mayoría se fundió en los siglos XVIII y XIX, la más antigua, San Fernando, en la parroquia de Santiago, lleva inscrita la fecha de 1493, lo que indica que ya desde finales del XV hay campanas de volteo en Utrera.
Criados en campanarios
En el bar donde se reúnen a tomar cerveza, situado a medio camino entre las dos parroquias, tienen forradas las paredes con fotos de sus saltos y equilibrios. En una, en blanco y negro, se ve a un hombre sentado tan campante en la cabeza de la campana. “Se crió en el campanario de Santa María. Es Joaquín Ramírez, el Quilino. Emigró a Alemania, vino con 60 años y todavía se subía”, dice uno de sus sucesores.
Recuerdan que se empezó a estudiar y valorar esta tradición hace unas décadas gracias al escritor Salvador de Quinta padre, que a principios de los años 70 publicó en la revista local Via Marciala un reportaje sobre la decena de chavales que habían tomado el relevo de esta tradición. Hoy, la historia de los campaneros está documentada a fondo en el libro, recién reeditado por la asociación, La singular historia de las campanas de Utrera. Tratado de repiques y tañidos, de José Giráldez Sousa.
Tres muertes en más de un siglo
En otra foto del bar hay dos campaneros montados de pie, lado a lado, en sendas campanas que se asoman a la calle desde lo alto de Santa María. Uno de ellos es Carlos Palacios, joven padre de familia que admite que su pasión es ésta y no quiere dejarla. La misma pasión le costó la vida a un compañero. En una imagen de junio de 2004 aparece José Pérez Cela, médico de 45 años y presidente entonces del colectivo. Tres días después de esta foto, José, Pepe para sus amigos campaneros, falleció el 13 de junio en el único accidente mortal que han sufrido en época reciente, más de un siglo después de otro que a principios del XX causó dos muertos y un herido grave por el impacto de una campana suelta.
Su compañero no se precipitó al exterior, aclara Jesús Quesada, presidente de la asociación. Tras un salto con la campana Santa Catalina de la iglesia de Santa María, mientras repicaba en celebración del Corpus, al bajar colgado de la soga hacia el patio interior del campanario, cayó de espaldas. Eran cuatro metros, lo que no hacía temer consecuencias graves, pero el mal golpe que se dio en la cabeza le produjo un derrame cerebral.
Explica Quesada que no hay peligro de caer hacia afuera, puesto que el campanero impide con el peso de su cuerpo y tirando de la soga (sujeta por delante de él al borde exterior del contrapeso, y agarrada por sus compañeros desde abajo) que la campana siga girando hacia la calle sobre su eje o yugo; el riesgo está, señala, en el descenso colgado de la cuerda, si se cae mal.
El siniestro de 2004 provocó un parón en la actividad de los campaneros, a los que las autoridades eclesiásticas de Sevilla suspendieron temporalmente los permisos. El presidente explica que están asegurados con un seguro equivalente a los de deportes de riesgo y que cuentan con el apoyo de los párrocos, los vecinos y el Ayuntamiento, que aprecian su dedicación para preservar y revitalizar esta muestra extraordinaria de la religiosidad popular andaluza y también de la identidad local de Utrera.
Trabajan como voluntarios
Su próxima y última exhibición de 2019, gratuita, será este martes 31 de diciembre, de 12 a 13 horas en la iglesia de Santa María y de 13 a 14 en la de Santiago. El público interesado sólo tiene que presentarse a esa hora, sin necesidad de inscripción. Además de sus demostraciones, su trabajo como voluntarios incluye restaurar y conservar en buen estado las campanas y los campanarios, que muestran en visitas guiadas y difunden en su página de Facebook (Asociación de Campaneros de Utrera). Para informarse más adelante sobre las visitas guiadas de 2020, aún sin fecha, se puede contactar con la Oficina de Turismo de Utrera (oficinaturismo@utrera.org, 954873387); y para las visitas concertadas especiales, con la asociación (campanerosdeutrera2018@gmail.com, 634724064). Con la subvención que reciben del Ayuntamiento por las visitas, arreglan y mantienen campanas y sogas.
En el campanario de Santiago, durante el redoble al que asiste EL ESPAÑOL, toma el relevo José Suárez, guitarrista flamenco de 38 años, uno de los jóvenes del grupo. Cuenta que lleva menos de dos meses practicando, pero ya se le da de maravilla, como demuestra saltando por los aires agarrado de la soga para cabalgar grácilmente de pie sobre la campana y su contrapeso, asomado al cielo nocturno de Utrera.
Los veteranos celebran que “se está recuperando la tradición”, como dice Paco Bosque, industrial autónomo de productos de hostelería y campanero de apoyo. La asociación, registrada en 2001, tiene 73 miembros, de los que están en activo unos 40, y de éstos son entre 12 y 15 los que, además de repicar las campanas, se montan sobre ellas, detalla el presidente.
Sólo se necesita maña
Señalan como ejemplo de su futuro a un chaval de 12 años que ya está aprendiendo con ellos a tirar de las sogas, aunque aún no salta. Otro de los acróbatas, que no ha podido venir hoy, es José Manuel, un médico de Urgencias que trabaja en Córdoba y acude siempre que tiene ocasión. Es fascinante verlos volar durante unos segundos como ángeles cotidianos de carne y hueso. Son ágiles pero no tienen cuerpo de atletas o acróbatas; es más bien maña y arrojo lo que emplean para revolotear por los aires y repiquetear los badajos de campanas que pesan mil kilos.
Su presidente, Jesús Quesada, de 53 años, tapicero de profesión desde que era un niño de 11 y con un hijo ingeniero en Australia, enseña cómo hay que tirar de la cuerda de una de las campanas menores (sin espacio para montarse sobre ella) y enganchar la soga al contrapeso para que la fuerza te eleve más de un metro en el aire. Muestra también las habitaciones de la torre, ocupadas por piezas y carteles que informan de su historia y del lenguaje de los toques y sus distintos significados.
Casa de pobres
Aquí vivía antes la familia, “muy pobre”, que se encargaba de repicar las campanas en los toques de rutina; cuenta que entonces la mujer, su marido o los hijos tenían que despertarse de noche cada sesenta minutos, estirar la mano y tirar de la cuerda que había junto a la cama para dar la hora.
La mejor garantía para que no se pierda esta tradición, explica Jesús Quesada, es que se conozca y reconozca. Tras conseguir que la Junta la incluya en el Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía, ahora intentan que el gobierno español (al que ya presentaron su información) movilice su candidatura ante la Unesco para que el organismo cultural de la ONU la declare Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
“He estado con María Jesús Montero, ministra en funciones de Hacienda, y se lo he recordado; pero si el Gobierno no nos hace caso, presentaremos nuestra candidatura en París por nuestra cuenta”, dice Quesada. Añade que ya hay una candidatura presentada por una asociación de Madrid para que reconozcan el lenguaje musical de las campanas como patrimonio mundial, pero insiste en que los campaneros de Utrera reclaman su propio reconocimiento específico.
En los grandes repiques de antaño, los hombres tiraban de las cuerdas “pero las mujeres dirigían”, rememora el líder del grupo. “Antes, subían los pobres porque les invitaban a comer, les daban tocino, jamón, vino”. Hoy lo hacen gratis, por gusto y por amor a su pueblo, hombres de profesiones diversas. A cambio, como único privilegio, pueden celebrar conciertos especiales de campanas, como el que dieron, de duelo, cuando el padre de uno de ellos murió. Esta noche, en cambio, no redoblan las campanas por el alma de un difunto, sino de alegría para honrar a la Virgen de la Estrella, con fuegos artificiales y a un ritmo endiablado… O divino.