La vida golpeó a Maximino con crueldad en tres ocasiones: en 2011 su primer hijo nació con una encefalopatía hipóxico-isquémica a causa de una incorrecta asistencia durante el parto; en los meses posteriores la salud de su mujer, Celia, se deterioró de tal manera que en 2012 murió fruto de un cáncer fulminante y solo dos años después, en 2014, el pequeño Maxi falleció a causa de las graves secuelas que arrastraba desde el mismo día de su nacimiento.
“Ante un mazazo así solo hay dos aptitudes: una es caer en el victimismo y la otra es tirar para adelante”, sostiene Maximino. Este controlador aéreo no solo optó por la segunda opción, sino que además peleó en los juzgados para demostrar que hubo mala praxis médica en el alumbramiento de su pequeño. El Juzgado de Primera Instancia número 50 de Madrid le ha dado la razón y ha condenado a Berkley, la aseguradora del Servicio Murciano de Salud, a que le indemnice con un millón de euros por la encefalopatía que sufrió su único hijo durante sus dos años de vida, así como por su posterior muerte.
Tan elevada cuantía de dinero resulta de la suma de los 416.611 euros de la indemnización principal fijada por el juzgado, más los intereses legales de 583.389 euros, fruto de este tortuoso proceso judicial que arrancó años atrás y en el que Maximino ha contado con el asesoramiento legal de un experto en derecho sanitario: Ignacio Martínez, el abogado de la Asociación el Defensor del Paciente.
“Puede ser una cifra que llame la atención, pero más de la mitad de ese dinero ya me lo he gastado: solo en mi mujer me gasté 136.000 euros en operaciones y en mi hijo, Maxi, más de 400.000 euros en los viajes a Filadelfia, Pisa y Santiago de Compostela para ver a especialistas, en las cuatro cuidadoras que tenía internas en casa, en cinco terapeutas que venían a tratarlo a diario...”, enumera mientras aclara a EL ESPAÑOL que parte de la indemnización la donará a la Asociación Brandon Por una Vida Mejor.
“Esto que hago en la asociación da sentido al paso por la vida de mi mujer y de mi hijo”. Maximino ha convertido la tragedia personal que sufrió en una cruzada para ayudar a niños que padecen patologías graves, especialmente de tipo neurológico, a través de la mencionada asociación que fundó este controlador aéreo. “Yo no me cuelgo ninguna medalla por hacer esto porque lo hago de motu propio: la vida me puso ahí”. Y lo hico de manera dramática cuando su familia comenzó a desmoronarse el 19 de abril de 2011. Ese día, su mujer, Celia, ingresó en el Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia para dar a luz al primer hijo del matrimonio. La pareja ansiaba tanto embarcarse en la aventura de ser padres que se había sometido a un tratamiento de fecundación in vitro para traer al mundo al pequeño Maxi.
En el Maternal de La Arrixaca el alumbramiento también era muy especial porque Celia era una de las matronas del hospital. Sin embrago, una serie de decisiones que de forma encadenada se tomaron mal y tarde obligó a finalizar el parto mediante una cesárea urgente por pérdida de bienestar fetal. El pequeño Maxi vino al mundo sin oxígeno y acabó ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos por una encefalopatía hipóxico-isquémica por sufrimiento fetal agudo.
Ignacio Martínez formalizó la demanda contra el Servicio Murciano de Salud alegando que durante el parto de Celia supuestamente se produjeron diversas negligencias porque a pesar de los signos de alarma que se evidenciaron, como desaceleraciones variables y bradicardia fetal, la cesárea no se realizó con la precocidad necesaria para evitar la asfixia del bebé.
“Mi mujer somatizó la situación de mi hijo”
El delicado estado de salud con el que nació Maxi provocó un calvario personal a Celia y Maximino. “Mi mujer enfermó porque somatizó todo lo que le ocurrió a mi hijo”, asegura este controlador aéreo, de 54 años. Y no exagera ni un milímetro porque los juzgados de Madrid consideran probado que los padres del pequeño convivían con sentimientos diarios de “zozobra, ansiedad y angustia” porque su hijo sufrió múltiples ingresos hospitalarios y estaba obligado a tener asistencia especializada las 24 horas del día para seguir con vida porque la encefalopatía hipóxico-isquémica que le causó el parto le provocaba problemas respiratorios o ataques de epilepsia.
“Mi mujer cada vez estaba más afectada anímicamente”. A Celia le acabaron diagnosticado un cáncer de estómago por el que falleció, en agosto de 2012, cuando solo tenía 36 años. Maximino no tiró la toalla y siguió luchando para mejorar la calidad de vida de su hijo. “Maxi no podía cruzar el Atlántico en avión por los problemas con el oxígeno, así que volé a Filadelfia para visitar a especialistas y durante 15 días recibí formación sobre tratamientos”. Cada seis meses, este hombre voló puntualmente a Estados Unidos para informar a los médicos sobre la evolución de su hijo con el objetivo de ir adaptando los tratamientos y ejercicios que recibía en España. “Tenía una UCI montada en casa con todo tipo de aparatos, cuidadores y cinco terapeutas que atendían a mi hijo a diario”, resume gráficamente.
Con tal de ver mejorar a Maxi también lo llevó a la Fundación Foltra, un centro de Santiago de Compostela dedicado a la rehabilitación física e intelectual de pacientes con daños neurológicos, incluso visitó a especialistas en la ciudad italiana de Pisa. Lo siguiente que hizo este padre coraje fue pedir a Aena su traslado como controlador aéreo al Aeropuerto de Málaga porque el clima de la ciudad andaluza le venía mucho mejor a su pequeño.
Entre tanto puente aéreo, viajes por carretera, largas estancias en Galicia y cambios de domicilio, Maximino sacó fuerzas para impulsar la creación de la Asociación Happy Hope con el objetivo de abaratar los desplazamientos y los enormes costes de los tratamientos que afrontan las familias con hijos que sufren parálisis cerebral.
“Esta asociación la creé para que los profesionales de Estados Unidos que tratan a los niños europeos viniesen a España. De forma que semestralmente se empezaron a hacer las revisiones en Valladolid y en Santander, a cargo de expertos en neurorehabilitación que venían de Harvard y de Boston”. En ese tiempo el esfuerzo de Maximino permitió que su pequeño pudiese ver y oír, incluso caminar, sin embargo todo el dinero invertido en tratamientos rehabilitadores para ver a los mejores expertos no impidió que el corazón de Maxi dejase de latir con solo dos añitos de vida. El 12 de febrero de 2014 murió. Tan tremendo fue el varapalo que volvió a sufrir este controlador aéreo que se desvinculó de la Asociación Happy Hope.
La Asociación Brandon nació en Tailandia
Nueve meses después, en noviembre de 2014, su hermana trató de animar a Maximino convenciéndole para desconectar de todo participando en un viaje con amigos a Tailandia. “Soy una persona creyente y creo que las cosas no pasan de forma casual: fuimos a una playa tailandesa donde solo van lunas de miel, nosotros íbamos a darnos un masaje, y allí me encontré a un niño que balbuceaba, solo movía un brazo y no andaba”. Eran las secuelas de las lesiones neuronales que padecía el pequeño New desde que nació y que le habían condenado a sufrir de por vida porque su familia carecía de los recursos económicos necesarios para tratarle.
“Cuando me marché en el barco iba pensando que ese niño era hijo del mismo Dios que el mío y entonces decidí que iba a ayudarle”. Ese viaje a Tailandia en el que se cruzó en su camino New, unido a la experiencia personal y a los contactos con profesionales de primer nivel sobre neurorehabilitación que atesoraba Maximino, fueron el germen de la segunda ONG que fundó: la Asociación Por una Vida Mejor. “La asociación ayuda a familias que no tengan medios de financiación y cuyos padres estén totalmente involucrados con niños que sufran graves patologías, sobre todo de tipo neurológico”.
No recibe ni un céntimo de subvenciones
Desde aquel viaje a Tailandia, la labor de Maximino a través de ese colectivo ha permitido financiar intervenciones quirúrgicas y tratamientos mejorando la calidad de vida de niños de España, Tailandia, Papua y Ucrania. Uno de ellos fue Brandon: padecía una grave parálisis cerebral y su familia recibió un apoyo económico que permitió alargar la vida de este pequeño hasta los 3 años, 3 meses y 8 días. La madre de Brandon le escribió a Maximino, desde Torremolinos, una emotiva carta el 27 de junio de 2017: “Te doy las gracias por todo ese corazón tan grande, gracias a la labor tan linda y maravillosa que haces por tantos niños que pueden tener una vida mejor aunque no sea tan larga como todos desearíamos (…)”. La respuesta a estas líneas fue rebautizar la ONG que desde hace tres años se llama Asociación Brandon Por una Vida Mejor.
Todo el trabajo desinteresado de este controlador aéreo tiene doble mérito porque su asociación nunca ha recibido ni un solo céntimo de subvenciones públicas ni privadas en ninguno de los concursos a los que se ha presentado. “No le reprocho nada a nadie porque yo hago esto porque creo en la solidaridad en estado puro”.
Prueba de ello es que Maximino destinará a este colectivo parte de la indemnización millonaria que el Servicio Murcia de Salud le tendrá que pagar tras recibir sendas condenas. La primera, en 2017, cuando el Juzgado de Primera Instancia número 17 de Madrid consideró probado que hubo mala praxis durante el parto de su mujer porque se perdieron, como mínimo, veinte minutos en practicar la cesárea. De forma que tanto la grave encefalopatía hipóxico-isquémica que padeció el pequeño Maxi, como las secuelas que sufrió durante sus dos años de vida, fueron fruto “de una incorrecta asistencia obstétrica”. El citado juzgado no concretó la cantidad a indemnizar posponiendo tal trámite a un nuevo pleito. Todo ello contribuyó a alargar mucho más el sufrimiento de este hombre que una vez más se negó a rendirse.
En diciembre de 2019, el Juzgado de Primera Instancia número 50 cifró la cuantía de la indemnización en 416.000 euros más los intereses legales de demora, que elevan la suma a un millón de euros. “Esta sentencia es una inyección vital para otros niños”, subraya ilusionado. Uno de los que se va a seguir beneficiando es New: el niño tailandés al que Maximino conoció en 2014, que le motivó a crear la Asociación Brandon Por un Mundo Mejor, y al que visita dos veces al año para supervisar y coordinar con un hospital de Bangkok y sus rehabilitadores el programa que está financiando para que tenga una vida mejor. En estos años el pequeño ha pasado de no poder moverse a dar sus primeros pasos de forma autónoma con la ayudada de un andador y también ha sido escolarizado.
Paralelamente, la asociación de este controlador aéreo que trabaja en Málaga ha ido ampliando su labor a los siguientes fines: atiende a niños con patologías neurológicas y enfermedades raras, como el Síndrome de West, esclerosis o autismos, ofrece ayudas a personas en riesgo de exclusión para su reinserción social y favorece la integración de inmigrantes. Maximino no ha vuelto a rehacer su vida sentimental desde que perdió a su mujer porque todo su tiempo lo invierte en los demás.
-Usted ha perdido a su familia y ha padecido años de litigios hasta demostrar que hubo mala praxis en el Servicio Murciano de Salud. ¿De dónde saca fuerzas para embarcarse en constituir la Asociación Brandon Por una Vida Mejor?
-Esto lo hago porque soy una persona que ha pasado por lo mismo y tengo una empatía brutal con una familia que tiene un niño con parálisis cerebral porque conozco la tragedia que eso supone. Hay una vía de neuorehabilitación en mayor o menor medida. A nivel personal me crea una enorme satisfacción ver a niños que mejoran motrizmente.