Rafael, de poner una antena en el campanario del pueblo a ofrecer fibra a 600 mb, móvil y tv
Andalucía, con 218 operadores locales, es la comunidad autónoma más activa en este sector, que genera 1.695 empleos directos y factura 208 millones de euros.
12 enero, 2020 02:43Noticias relacionadas
Cuenta Rafael que todavía no sabe cómo a sus 71 años ha llegado a vender 600 megas de fibra óptica, telefonía fija y móvil y 160 canales de televisión a los 5.954 vecinos de su pueblo, Constantina, situado en la Sierra Norte de Sevilla. Por sus fachadas encaladas de inmaculado blanco todavía discurren los sucesores de aquellos cables que allá por el año 1979 configuraron la primera televisión por cable de España. Era la solución a un problema de cobertura de señal de televisión, que Rafael arregló poniendo una antena colectiva en el campanario. Eso sí, con permiso del cura y del obispo.
“Me hicieron prometer que no emitiría nada indecoroso por la señal”, recuerda el septuagenario, que, aunque jubilado, todavía echa sus mañanas en la sede de la KTV, la televisión por cable que él mismo fundó en 1986. La pionera y ejemplo para muchas otras locales que hoy han virado el negocio hasta convertirse en telecos que venden fibra, telefonía y televisión a la carta. Un paradigma de éxito que bien podría estudiarse en las escuelas de negocio más prestigiosas.
Andalucía, Murcia, Valencia, Cataluña y Extremadura son las comunidades autónomas con mayor presencia de estas compañías implementadas en municipios de menos de 50.000 habitantes, que prestan servicios de telecomunicación y que, en muchos casos, tienen su origen en los primigenios vídeos comunitarios. Solo en Andalucía, que aglutina el 27% del total de España, hay censados 218 operadores locales según el registro de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC). El sector genera solo en esta comunidad 1.695 empleos directos y 208 millones de facturación.
Aunque Rafael llegó ahí casi de casualidad. A los 11 años, en los ratos libres que le quedaban después de ayudar a su padre en la bodega de vinos familiar, empezó a arreglar los transistores que los vecinos le llevaban. Su afición acabó convirtiéndose en su oficio después de formarse como Técnico de Radio y Televisión por correspondencia en Radio Maymó. Después de esos tres años, siguió formándose en el taller de Marconi en Sevilla. Allí fue donde vio por primera vez un televisor.
“¡Era lo nunca visto!”, recuerda con el mismo entusiasmo de entonces. A su pueblo no llegaron hasta meses y meses después. Ni siquiera sabe concretar el año exacto, pero sí los recuerda con nitidez. “Los primeros fueron de la marca Philips, de 21 y 23 pulgadas, que se podían ver en el Casino y en el Moderno, dos bares de la época”, recuerda Rafael. El primero llegó a su casa cuando él tenía 19 años, en 1967. “Era muy redondito y de madera, recuerdo que lo tiré, pero no debí hacerlo —se arrepiente—; no por el valor económico, por el sentimental”.
En su etapa en Marconi había aprendido a montar y desmontar un televisor y en su pueblo empezó a ganarse la vida arreglando aparatos. Se los llevaban de todas partes de la Sierra Norte. Todo iba bien, hasta que se topó con un problema: la señal que llegaba a Constantina era tan mala que sus vecinos tenían problemas de visionado. En algunas partes del pueblo era imposible sintonizar La 1 o La 2, los únicos canales de la época. El municipio está situado en un valle que va de norte a sur y, para colmo, había mucha imagen doble por culpa del reflejo de la señal en el tendido eléctrico de la sierra noroeste.
Los primeros 54 abonados
“La gente viendo el fútbol se ponía muy nerviosa porque veía veintitantos balones. En el blanco y negro no había problema, pero llegó cuando empezó el color. Había miles de imágenes superpuestas”, explica Rafael entre risas. Corría el año 1979 y al joven técnico de radio y televisión se le ocurrió que la solución podría estar en crear un sistema que llevase la señal captada desde el campanario del pueblo hasta 54 hogares.
“Hablé con Televés, una empresa de telecomunicaciones, con el ingeniero Parajuá y diseñamos el sistema —recuerda—; necesitábamos poner la antena en un punto cercano a las viviendas, así que pensé que podría ser el campanario de la torre. La 1 se cogía por Guadalcanal con una antenilla pegada a la reja de sujeción de la torre mirando hacia el norte; La 2, con una antena oculta detrás de la esfera del reloj para que no se viese”.
Todo le costó 500.000 pesetas de la época, que puso él mismo de su bolsillo. Para afrontar el gasto habló con los vecinos interesados. “Si iba bien, ellos pagarían los gastos; si no, yo me haría cargo de la inversión”, apunta. “No lo hice por ganar dinero, solo me motivaba el desafío de solucionar un problema. Y funcionó. Los vecinos estaban muy contentos, porque de no verse apenas a verse la televisión de forma nítida… imagina”, presume Rafael. Pagaron 9.400 pesetas de la época.
Al ver los buenos resultados, los abonados se multiplicaron por cuatro a las pocas semanas. Luego se sumaron los canales autonómicos a la exigua oferta de televisión. Y así estuvo el negocio hasta que, unos siete años después, algunos vecinos le sugirieron la idea de poner cosas del pueblo en el resto de canales que quedaban libres.
“Me compré una cámara y empecé a grabar las cosas del pueblo”, resume el septuagenario. Lo primero que se emitió fue una procesión de la virgen de Robledo, patrona de Constantina. “Recuerdo que al principio respiraba muy fuerte y se movía muchísimo la cámara, porque las antiguas no tenían estabilización. Aprendí a respirar lento. La gente me pedía que los grabara para verse luego en la tele. Había cierto noveleo a la hora de verse en televisión. Estaban todos contentísimos, a la gente le gustaba muchísimo ver las cosas del pueblo. Eso de verse por la televisión fue un boom”, presume Rafael.
Y así nació en el año 1986 la KTV, la televisión local de Constantina.
“¿Qué por qué KTV? Porque la gente leía en las cajetillas que se instalaban en las fachadas las iniciales CATV, el acrónimo de Community Antenna Television, Sistema de Televisión por Cable en español. La gente lo leía como KTV y empezó a conocerse como KTV. Y se le quedó”, explica su fundador.
Teletexto
La programación era básica: vídeos de las fiestas del pueblo repetidas una y otra, y otra, y otra vez. Y cuando no se emitía nada, se ponía una carta de ajuste con los números agraciados en el cupón de la ONCE, la farmacia de guardia o los teléfonos de la policía o de la Guardia Civil. “No había precedentes en toda España, éramos pioneros nos lo fuimos inventando e incluso venían de fuera para saber cómo lo hacíamos. Televés dijo que éramos la primera televisión por cable de España”, defiende Rafael.
Poco a poco la programación se fue ampliando con programas específicos de Semana Santa, de carnavales, de resúmenes deportivos o tertulias. También contaban con productoras que surtían de programas enlatados a los vídeos comunitarios. Hacían sorteos y concursos con los jóvenes del instituto. También actuaciones musicales. “Pero solo de dos en dos, porque no cabía nadie más en el plató, que era un salón en mi casa con dos cámaras y dos focos”, apunta entre risas. Si el programa era en Navidad, se decoraba con unas guirnaldas; si era cofrade, con lo propio.
Incluso hacían emisiones en directo. “Yo no he visto cosa igual”, le decían los ingenieros que recalaban por la zona. “También se sorprendían los americanos, que me decían que estábamos locos por hacer una programación con una sola persona”, recuerda.
—¿Cuándo tuvo la conciencia de que esto era un negocio en sí?
—Pues todavía no me lo creo y fíjate si han pasado años. Hemos sufrido muchas calamidades.
Su hijo, también Rafael, está ahora al frente del negocio. Estudió Económicas, trabajó en la banca y desde hace unos doce años dirige la KTV bajo la tutela de su padre. Él explica cómo los vertiginosos avances tecnológicos actuales han dificultado la viabilidad del proyecto. “No acabas de amortizar una tecnología cuando ya ha salido la siguiente”, razona el hijo. Del cable coaxial a la fibra, y ahora al 5G. “No paramos”, se queja. “Y por no hablar del equipamiento”, argumenta.
Memoria de un pueblo
En las vitrinas de los estudios de la KTV se guardan como reliquias las primeras cámaras de 80 lux, otras de Super VHS. Las mesas de mezclas, los reproductores, el revox… “Yo antes era un mecánico”, apostilla el padre. “Y ahora todo esto se hace desde un ordenador”, explica con cierta incredulidad. Aunque no todo pasa por la informática, su archivo, que se remonta al año 1984, sigue disparándose directamente desde las cámaras.
“Nos gusta decir que somos la memoria de Constantina”, apunta Rafael hijo. De hecho, esta parte de la programación —que se prolonga actualmente unas tres horas diarias— es la más aplaudida por sus abonados. “Tienen un éxito increíble, porque a la gente le gusta verse años atrás. Es hipnótico, ves a personas que han muerto, los cambios en las calles del pueblo…”, sostiene Rafael padre.
—¿Qué es la KTV para los vecinos?
—Es su televisión local, parte de la historia del pueblo. Incluso la memoria colectiva. La gente espera ver en su televisor las cosas que le pasan al resto de vecinos, las fiestas… todo lo que ocurra. Y si no puede verlo por la tarde, lo ve por la mañana, y si no por la noche, porque lo repetimos muchísimo.
Pero hay mucho más. Desde que llegó internet, la KTV se ha subido al carro de las grandes empresas de telecomunicaciones, aunque obviamente en un volumen menor. Su presencia en el entorno rural facilita el acceso de las nuevas tecnologías allá a donde las grandes no llegan. El sector se halla inmerso en una gran transformación tecnológica de sus redes. Innovaciones acompañadas de importantes inversiones que han posibilitado la migración hacia las Redes de Nueva Generación y servicios cuádruple play, Internet, telefonía móvil y fija y contenidos televisivos.
En España, se agrupan en la AOTEC, la organización profesional empresarial cuyo objetivo es la representación, impulso, coordinación y defensa de los operadores locales de telecomunicaciones. Desde su creación en 2002, es la única entidad de ámbito nacional en este campo y agrupa a más de 150 empresas. Según sus estimaciones, 6.000 personas dependen directamente del sector.
En Andalucía, ofrecen servicios en poblaciones como Ítrabo o Dúcar, municipios granadinos con apenas mil y trescientos habitantes respectivamente. O en El Viso del Alcor, Jamilena o la aldea de El Rocío en Almonte. Aunque también están presentes en capitales como Córdoba, Sevilla, Málaga y Huelva.
Ganan las grandes
Sus vecinos ven en estas empresas proveedoras de Internet, telefonía fija y móvil y televisión a la carta con una oferta de cientos de canales la calidez que no encuentran en las grandes compañías. “Aquí el contacto es directo y personal. No hay teléfono por medio. Nos ven en la calle y acudimos. La competencia tiene oferta, mensajes de gratis, pero los que se van, siempre vuelven. En la cercanía y en el servicio somos imbatibles”, presume Rafael hijo.
La KTV empezó vendiendo un mega por conexión coaxial, luego fueron tres y posteriormente seis. “Llegamos a ponerle a una perrita el nombre de Tres Megas, porque fue una revolución en el pueblo. Todavía recuerdo cuando se perdió y la gente nos iba diciendo que habían visto a Tres Megas por tal o cual calle”, rememora entre risas Rafael hijo.
Actualmente la empresa ofrece hasta 600 megas de fibra y llamadas ilimitadas. El todo en uno de 150 megas de fibra cuesta 47,40 euros. Las ilimitadas con 30 gigas de datos móviles, 19,90 euros. Y en la tele están incluidos canales temáticos e internacionales. “Y resolvemos los problemas incluso en los fines de semana. Eso se comenta por el pueblo. La gente nos valora”, apunta el actual director.
Rafael padre recuerda el año que casi se come las uvas en la casa de unos clientes a los que se les fue la señal de La 1 en pleno 31 de diciembre. “La gente nos llama para arreglar la tele, pero al final acabamos moviéndole el ropero. Nos percibe como algo suyo, nos han visto nacer”, se enorgullece el fundador. Este año, ha sido el primero en dar en directo las campanadas de su pueblo para sus más de 670 abonados.
La plantilla la forman siete personas. De ellos, cinco son familia directa. Hijos de Rafael y uno de sus yernos. “Hasta mi mujer ha estado trabajando cobrando los recibos”, recuerda el fundador, que vive junto a su esposa en el mismo edificio de la KTV. Allí está el nuevo plató y la sala de control y montaje. Y hasta allí acuden los colaboradores de la tele a hacer sus programas, la mayoría enlatados. “Muchos de los que empezamos ya se han muerto”, lamenta Rafael.
—¿A dónde va el futuro?
—[Rafael padre]. Ay si lo supiésemos…
“Nos iremos amoldando a lo que vaya saliendo. El miedo siempre está ahí. Varias veces han avisado ya del fin de la televisión, pero ahí estamos manteniéndonos. La tele bajo demanda se va a imponer”, zanja el hijo, consciente de que la tendencia actual del mercado es a que las grandes empresas compren pequeñas televisiones locales como la suya.
—¿Y si reciben esa llamada?
—[Rafael padre, entre risas]. Yo les vendo hasta a mi suegra.