Me proponen desde la redacción de EL ESPAÑOL en Madrid un experimento sencillo. Una especie de juego: “Vete a Vic y habla español; a ver qué pasa”. La idea surge tras las recientes declaraciones de Anna Erra, la alcadesa de este municipio, en las que pedía no hablar en español a la gente llegada de fuera: “Hemos de concienciar a los catalanes autóctonos que hay gente que quiere y necesita hablar en catalán” soltó en el Parlament esta diputada de JxCat, que pedía además “poner fin a la costumbre, muy presente en determinadas zonas del país, de hablar siempre en castellano con cualquier persona que, por su aspecto físico o por su nombre no parece catalán”.
Para contextualizar brevemente: Vic es la capital de la comarca de Osona y también, para muchos, del independentismo catalán. La presencia constitucionalista en el Ayuntamiento está limitada al PSC... que son los que permitieron gobernar a Anna Erra. La plaza del pueblo es, tal vez, la que más parafernalia secesionista tiene en toda Cataluña. Está literalmente empapelada de pancartas y banderas indepes. A los lazos amarillos de rigor se le suman retratos de los políticos presos catalanes, de los fugados… y hasta de Valtonyc.
Esa plaza fue el primer lugar en el que los indepes instalaron jaulas para que la gente pudiese “experimentar en su propia piel lo que están pasando los presos”, decian los vecinos que hacían cola (larguísima, por cierto), para encerrarse y pasar horas dentro. “Freedom tothom” (“Libertad todos”) dice un cartel en un balcón, ahorrando así nombres y espacio. Todos los árboles del casco histórico tienen su lazo amarillo. Frente al Ayuntamiento, una pintada acusa a Roger Torrent de “traidor” y “botifler”, que es lo mismo, pero con connotaciones nacionalistas.
Del Ayuntamiento cuelga una estelada y la alcaldesa tuvo que ir a declarar por haber utilizado la megafonía de dicha plaza para emitir mensajes separatistas: “"Recordemos cada día que hay presos políticos y exiliados. No nos desviemos de nuestro camino: la independencia de Cataluña", repitieron como un mantra los altavoces durante varios días. Sus últimas declaraciones suscitan muchas preguntas: ¿Es necesario, Anna Erra, que ahora además se aleccione a los catalanes ‘puros’ para que no se dirijan a los nuevos en español? ¿Es necesario concretamente en Vic? ¿Cuál es el aspecto de un catalán autóctono y en qué se diferencia del de cualquier otro español? ¿Hay un problema con eso en Vic? ¿Cuál es la respuesta habitual de los vigatanos? Y me fui a comprobarlo.
El experimento
Las fases del experimento: llegar y dirigirme a alguien diciéndole “hola”, que es igual en los dos idiomas (tratando de no marcar demasiado la “l”, que es lo que diferencia al saludo catalán). A ver en qué lengua me contestan. La segunda fase (si me habla en catalán) es responder en castellano sin decir de dónde soy y observar la reacción. La última etapa: si sigue hablando en catalán, decirle que soy de fuera y ver cómo prosigue la conversación.
No veía yo, a priori, el experimento. He estado varias veces en Vic y jamás he tenido ningún problema al respecto, pero también es cierto que allí siempre he hablado catalán. Esta vez iba de pasar por alguien de fuera, que no entiende el idioma. Y aunque me fui sin muchas esperanzas de hallar una historia, lo que encontré al llegar, casi por casualidad, superó mis expectativas. Dudo que haya muchos sitios en España donde alguien se pueda encontrar en esta situación.
Sucedió a la hora de comer en el Restaurante Casino de Vic, justo al lado de la plaza de los lazos amarillos. Decidí no alejarme mucho del epicentro indepe. Vaya por delante que el Casino es un lugar fantástico para comer. El menú diario pasaría por menú de fin de semana en cualquier restaurante. La comida es muy buena y casera, los 15,90 euros por tres platos son más que razonables y el trato es excelente. Dicho esto…
"Pollastre, pero en gran"
Me recibe una camarera que, si seguimos las pautas antropológicas (?) de Anna Erra, no es catalana autóctona. Parece del Magreb. Nos saludamos con un “hola” bastante neutro. Le pido mesa para uno y me contesta en catalán: “Al fons a l’esquerra” (“al fondo a la izquierda”), me indica. “¿Perdón?”, le contesto con cara de no entenderla y me lo repite en catalán señalándome la mesa en concreto. “Aquella”, me dice apurada al ver que no reacciono.
Me trae la carta. Solamente está en catalán. Lo primero que hay es crema de fredolics, que es una palabra que significa “friolero” y le da nombre a una seta muy popular en Cataluña (negrilla en castellano). Le digo que soy de Madrid, que no hablo catalán y le pregunto qué son los fredolics. Me dice que “bolets” (pronunciado "bulets"). Le pregunto qué son los bulets y se lo piensa un buen rato para decirme setas. Ok, seguimos.
Segunda opción: “Pèsols saltats amb pernill”. Le pregunto qué son los “pèsols” y ella une el pulgar con el índice, indicándome que son cosas muy pequeñitas. La miro extrañada, se ríe nerviosa, me dice “ara crido al jefe” (“ahora llamo al jefe”) y pasa ella automáticamente al tercer plato de la carta:
“Carpaccio de gall dindi. ¿Saps lo que es?”, me pregunta. Le digo que un carpaccio sí, pero que un gall dindi no sé lo que es. Me contesta “com un pollastre, pero en gran” (“como un pollo pero en grande”). Le pregunto que si es algún tipo de pollos gigantes que crían ellos en el casino. Sonríe, pero no sé si me entiende, me repite que va a preguntarlo y se va. Vuelve en medio minuto con la libretilla de las comandas, en la que le han apuntado la palabras guisantes (pesols) y pavo (gall dindi).
10 años en España... sin hablar español
Al final le digo que pido paella, que se entiende bien, y le pregunto de donde es ella. En efecto, me dice que no es catalana autóctona: “Sóc marroquina”. La miro extrañado y le pregunto cuánto tiempo lleva viviendo aquí y si no sabe hablar castellano. Me dice que “deu (10) anys”, y que no, que no habla español. Que cuando llegó de Marruecos se apuntó a la escuela en Vic y que allí no le enseñaron castellano, que solamente catalán. Pero que en Vic todo el mundo habla catalán, que no ha necesitado el castellano en estos 10 años. Que si viene algún cliente hablando en español y hay algún problema, ella llama al jefe y él lo explica. Todo esto me lo dice en catalán muy lentamente y gesticulando, intentando que la entienda.
La comida me la sirve rápido; le hago breves preguntas cuando trae el plato y ella trata de contestar corto, breve y con evasivas. Se le nota incómoda. El postre me lo trae directamente el jefe, que se dirige a mí en español muy amablemente. Con un marcadísimo acento de la Plana de Vic y traduciendo mentalmente a medida que habla, se disculpa porque “la chica no habla castellano. Lo entiende, pero cuando llegó le enseñaron solamente catalán en la escuela de adultos. Aquí es que todo el mundo habla catalán y le sirve más. En cocina tengo a otra mujer marroquí que está en la misma situación. Se esfuerzan y lo entienden, pero si hay que traducir algo, pues ya vengo yo que soy bilingüe, no tenemos problema con el idioma aquí”.
Que nadie vea en este texto un ataque, porque no va por ahí. De vez en cuando algún indepe indignado tuitea su experiencia en algún bar donde le han atendido en castellano y llama al boicot. Yo no. Recomiendo que vayan al Casino y se pidan la cuajada de coco, que es un escándalo. El jefe es el que más sabe qué necesita su negocio. Si esa mujer lleva 10 años ahí y no ha necesitado hablar español, no seré yo quien se lo exija. Ojalá esa mujer esté muchos años trabajando ahí. Pero lo que es sorprendente es que en la Cataluña profunda realmente haya establecimientos donde hay gente que no sabe hablar español. Siempre pensé que eso era un mito, o que era algo reservado a ciertos locales de Mallorca regentados por alemanes. No me esperaba encontrarlo a 80 kilómetros de Barcelona.
En el resto de establecimientos me atienden ‘catalanes autóctonos’ que diría Anna Erra (una Anna Erra que ha sido contactada por EL ESPAÑOL para hacerle una entrevista y no nos ha contestado al mail ni para llamarnos “botiflers”). En todo los bares se dirigen a mí en catalán. Yo contesto en en castellano y pido un cortado (“tallat”). En tres bares cambian al español y en otros tres me entienden (y por lo tanto me atienden), pero me siguen hablando en catalán (“gràcies”, “cinquanta” o “de res”).
El drama del inmigrante
Cuando ya tengo más cafeína que oxígeno en la sangre, me dedico a hablar con inmigrantes. O como diría Anna Erra, “personas que, por su aspecto o su nombre, no son catalanes”. Y es que en toda la comarca de Osona hay un componente fuerte de inmigración: marroquí, subsahariana y latina esencialmente. ¿Estarán todos en la misma situación que la camarera del Casino? Enseguida me doy cuenta de que no. Aziz, un marroquí rifeño que llegó de Nador hace 19 años, me dice que “aquí en Vic un poco racistas si no hablas catalán. Viví en Madrid y muy bien. Viví en Barcelona y muy bien. Pero aquí solamente catalán. Yo lo entiendo pero no hablo y hay gente que me dice que aprenda catalán”, se queja en la terraza de un bar mientras apuro mi quinto cortado.
Le pregunto también a Francis, un dominicano que reparte comida a domicilio. Lleva en Vic tres años y me confiesa que “yo sabía cuando me vine a España que iba a tener problemas por inmigrante, pero no el del idioma. Coño, que me voy a España. Pero aquí sólo se habla catalán. Yo no tengo muchos problemas en el trabajo, porque doy la comida, cobro y me voy. Pero en las tiendas a veces cuesta más”, reconoce.
Y es que Osona es la zona cero del independentismo catalán. A 7 kilómetros de Vic está Manlleu, el segundo pueblo más grande de la comarca. Allí atiende a EL ESPAÑOL Francisco Javier Jiménez, coordinador de Ciudadanos en su municipio. “Cuando me metí en el partido empecé a encontrarme situaciones bastante incómodas, como ir al colegio a buscar al crío y ver como gente me mira y cuchichea. Padres que antes me saludaban y dejaron de hacerlo cuando se enteraros de que estaba en C’s...”
“Manlleu está al lado de Vic, donde yo también he estado viviendo. Y allí se han dado episodios muy tristes, como la alcaldesa usando la megafonía de la plaza para lanzar mensajes independentistas o el escrache a Inés Arrimadas. Nos quieren fuera, quieren echarnos de la comarca, pero no lo vamos a consentir. Aunque ahora no tengamos grupo en ninguno de los dos ayuntamientos, nosotros vamos a seguir porque hay gente que nos lo pide”.
Volviendo a Vic, justo antes de marchar, trato de analizar a los adolescentes y jóvenes que conversan por la calle. El catalán es la lengua vehicular en todos los casos, incluso entre chicos de aspecto asiático, norafricano o subsahariano. La batalla por los “nouvinguts” o la “nova inmigració”, en Vic la han ganado los indepes, hasta el punto de que algunas personas como la cocinera tendrían problemas si tuvieran que ir a buscarse la vida ahora a otra parte de España. Anna Erra lo sabe e insiste. Es otra forma de hacer país: negar el idioma español a los recién llegados. Y hay casos donde lo ha conseguido.