En los últimos 10 años, Hokman Joma, kurdo de pasaporte sirio, ha perdido el poco pelo que le quedaba y ha levantado en Sevilla un par de prósperos locales de venta de kebabs, pizzas y comida de raíz andalusí. Entretanto también ha pasado casi tres años encarcelado.
El 22 de febrero de 2010, hace ahora una década, Joma tiró un zapato, el derecho, al por entonces primer ministro y ahora presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. Ese gesto, considerado despectivo entre los musulmanes, simboliza un desprecio extremo hacia algo o alguien. Joma lo hizo después de que Erdogan recibiera un premio en el ayuntamiento de la capital andaluza.
“Viva el Kurdistán”, “criminal”, “asesino”, gritó Joma mientras los guardaespaldas de Erdogan lo reducían. Había comprado los zapatos en El Corte Inglés. De la talla 44. El que lanzó el hombre no llegó a impactar en el mandatario turco. Joma fue detenido y concenado a prisión.
Dos años antes, el periodista iraquí Muntazer al Zaidi hizo lo mismo contra el expresidente de EEUU George Bush en una rueda de prensa que ofrecía junto al ex primer ministro de su país Nuri al-Maliki. El reportero también llamó “perro” a Bush.
Cuando Joma se comportó de forma idéntica, residía en Sevilla de forma irregular. Su padre, años antes, le había entregado 3.000 euros para que emigrara. Entró en Europa pagando a una mafia. Ahora, a las 12 horas de un lunes, mientras abre las puertas de su bar de comida rápida ‘El Zapatazo’, en el centro de Sevilla, explica que su activismo político ya quedó atrás. “He dejado la política. No quiero saber nada de ella. Sólo quiero vivir en paz y tranquilo”, explica a EL ESPAÑOL.
Detrás del zapatazo de Joma a Erdogan había un profundo resentimiento, según le contó este kurdo de cabeza rasurada a su abogado en una carta mientras estaba entre rejas. “El Gobierno turco ha iniciado cinco guerras contra mi pueblo, ha matado a miles de mujeres, niños y ancianos. Yo lo único que quería era llamar la atención para que la gente sepa que existe el pueblo más grande del mundo sin Estado: el kurdo”, decía en aquella misiva enviada al letrado Luis Ocaña.
Hokman Joma, nacido en el Kurdistán sirio en 1983, llegó a España como refugiado político huyendo de la represión que el gobierno de Bashar al-Ásad imponía en las calles. La tensión había enrarecido la ya de por sí complicada convivencia en la región siria de Hasake, en el noreste, una zona de mayoría kurda.
Allí, Joma, activista en favor de la creación de un Estado kurdo, participó en numerosas manifestaciones. En una de ellas, con miles de personas en las calles, tiraron “la estatua de Hafez al-Ásad, lo que enfadó mucho a su hijo [Bashar al-Assad, actual presidente de Siria], que armó a los árabes con la colaboración de la Policía y los servicios secretos”.
Aquello tuvo consecuencias. “Hubo más de 5.000 detenidos y los que pudimos escapar, lo hicimos”, contaba a este periódico en septiembre de 2016. Los que se quedaban y eran capturados se exponían a las palizas de los militares para que señalaran a nuevos detenidos.
Tras abandonar Siria, Joma vivió un periplo que lo llevó por Turquía, Argelia y Marruecos. Desde Tetuán cruzó a Ceuta con un pasaporte falso y dinero, diez dírham -un euro-, para sobornar a la policía marroquí. Ya en España, se dirigió a la primera comisaría que vio y solicitó asilo político. Se le concedió la tarjeta roja de refugiado, que expiraba a los seis meses. No se le permitía trabajar. Pero sí quedarse ese tiempo en España.
En Ceuta, ingresó en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), que estaba desbordado. Lo trasladaron después a Sevilla. Allí, además de aprender castellano, trabajó de operario de mantenimiento de caravanas, de soldador o de cocinero de kebab.
Joma también montó su propio negocio, un locutorio que regentó durante un año después de pagar 8.000 euros a su antiguo dueño. Lo vendió por 9.000 y se dedicó a montar muebles en otra empresa. Hasta que el 22 de febrero de 2010 cambió su vida.
"Es un zapato, no un arma"
Aquel día de hace ahora 10 años, España estaba gobernada por José Luis Rodríguez Zapatero. El expresidente socialista, que había promovido la Alianza de Civilizaciones, decidió premiar a Erdogan con el galardón Entre Culturas.
Joma, que había quedado con un amigo kurdo al que hacía tiempo que no veía, vio varias banderas rojas con la estrella y la luna por el centro de Sevilla. Al acercarse a la entrada del Ayuntamiento, Erdogan salía de él. Joma, sin reflexionar apenas, se quitó el zapato derecho ayudado de la punta del izquierdo y lo lanzó. “Pensé: a lo mejor me cae una multa, 500 euros, o tres meses de cárcel… Es un zapato, no es un arma”.
Un guardaespaldas de Erdogan evitó que el zapato impactara en el primer ministro turco o en su mujer. A Hokman le imputaron un delito contra la comunidad internacional (artículo 605.3 del Código Penal) en su modalidad de atentado contra una autoridad. Un juez de Sevilla lo condenó a tres años de prisión, “la pena mínima”, aunque parezca “excesiva”, argumentó en la sentencia.
En la cárcel terminó de aprender el idioma, a escribir y leer en castellano, hizo un curso de cocina... Dos años, ocho meses y 15 días después, el 20 noviembre de 2012, el Boletín Oficial del Estado (BOE) publicó su indulto firmado por el entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón.
Los dos bares de comida de Joma están en la calle Peris Mencheta, en Sevilla. A uno lo llamó El Zapatazo. Al otro, El Alcázar. Desde la capital andaluza, muy lejos de las montañas del Kurdistán, ayuda a los suyos repartiendp alimentos entre los refugiados sirios que recalan en la ciudad gracias a un acuerdo con la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Pero la política quedó atrás. Aquel zapatazo le salió demasiado caro.