Cuando era pequeño y sus padres le preguntaban a qué quería dedicarse en el futuro, lo único que Manuel García Cortés (Valladolid, 1985) tenía claro era que jamás haría lo mismo más de dos días seguidos. Dejándose llevar por lo que leía en sus libros o veía en sus películas favoritas, lo que quería, sencillamente, era vivir aventuras. Algo utópico, pensará el escéptico; pero lo cierto es que este vallisoletano no fantaseaba con sus palabras. Treinta años después lo demostraría convirtiéndose en el primer empresario español que ponía en marcha con sus propias manos una mina de diamantes en África.
Su máxima aspiración se hacía realidad en 2015. Desde entonces, la historia de Manuel (34) se ha escrito entre piedras preciosas, especies salvajes e innumerables peligros en la sabana africana, al mando de su equipo de mineros tanzanos.
Tras haber formado parte de las Fuerzas Armadas españolas y, años más tarde, haber montado un par de restaurantes en México. En 2012, con 26 años y algo de dinero ahorrado, este emprendedor vio el momento perfecto para su incursión en el negocio del diamante en el continente africano. Entonces, no obstante, todavía le quedaban obstáculos que sortear. No tenía conocimientos sobre el sector y las gemas, necesitaba más dinero y no sabía qué país era el más idóneo para instalar su empresa.
Empezó por estudiar a cuenta propia gemología [estudio de la composición orgánica y propiedades de las gemas o piedras preciosas] y tasación. Y meses después, cuando se encontraba de viaje en Amberes (Bélgica), se topó por sorpresa con Daniel. Su futuro socio y miembro de una de las dinastías familiares más importantes en el mercado de las joyas de todo el mundo. Las incógnitas se despejaban para Manuel y junto a este italiano daba comienzo a su proyecto, bajo el nombre D.V.L Diamonds.
Su mina de diamantes
"Estuvimos un tiempo viendo varios países, revisando la legislación, la seguridad jurídica que había... y finalmente elegimos Tanzania", cuenta Manuel García, en una entrevista con EL ESPAÑOL. Pero el principio no se antojó nada fácil para este vallisoletano. Estuvo dos años haciendo frente a toda la burocracia del país africano para conseguir las concesiones de los terrenos y poder empezar a explotarlos.
Veinticuatro meses a caballo entre Valladolid y Domona, la capital tanzana, en los que veía como su inversión de 260.000 euros —entre ellos, 100.000 como depósito para el Gobierno tanzano— se desangraba cada día por la imposibilidad de empezar a trabajar. El papeleo se convertía en casi una costumbre para este empresario, pero finalmente lo conseguía y fundaba su mina, Mwanza, de más de 40 hectáreas, en la región de Shinyanga, al norte del país. Su excavación está situada a escasos kilómetros de la mina Williamson, una de las más importantes del mundo y que alberga alrededor de 18.000.000 millones de quilates de diamantes.
Tras contratar a abogados y contables para solucionar los problemas administrativos, a unos 15 mineros autóctonos y pagar todos los impuestos, los diamantes comenzaban a relucir entre la tierra. "Estar tanto tiempo sin poder trabajar supuso perder 15.000 euros cada mes y empezamos casi de golpe y metal en el campo; la maquinaría era austera, pero aún así hemos logrado recuperar el 50% de la inversión en dos años", explica este empresario.
La mina de diamantes de este vallisoletano no es probablemente como imaginarán. No se trata de una excavación a decenas de metros bajo el suelo y de condiciones ínfimas, sino a campo abierto y en la que los empleados trabajan desde las excavadoras para dar con las codiciadas piedras preciosas.
Un día en busca de gemas
La jornada suele comenzar sobre las seis de la mañana, antes de que salga el sol. Enfundado en sus vaqueros, con camisa, cinturón y su sombrero a lo indiana jones, Manuel García Cortés y sus quince trabajadores comienzan a excavar la tierra. Antes ya se ha revisado todo el material y el agua para que nadie se deshidrate.
Una vez se extrae la tierra, pasa por varios filtros hasta que los minerales quedan en una especie de cesto, donde se lleva a cabo un segundo cribado, se revisa su calidad y se clasifica. Un proceso que se repite una y otra vez a lo largo de toda la jornada. En la mina de este vallisoletano solo hay diamantes blancos de índole secundaria, de los cuales se han vendido decenas de miles. Una piedra de este tipo, de un quilate, por ejemplo, se vende en el mercado a 3.000 euros. Si el diamante es de color rojo el precio podría ascender hasta el millón de euros. Cuanto más rara es la pieza, más valor tiene.
"En la mina no todos los diamantes tienen el mismo valor para el mercado, un 70% sí son gemas. Los demás, que suelen tener suciedad, manchas y no brillan, se venden a las industrias para cortar metales", detalla Manuel a este diario. La mejor forma de un diamante en bruto, según prosigue, es esférica o en forma de octaedro para que cuando se lapide se pueda aprovechar al máximo la pieza. En ocasiones, se tarda hasta una semana en cortar las piezas debido a su complejidad.
Aunque la extracción y el filtrado del diamante parezca una proceso sencillo, lo más importante es saber dónde se realiza. José Manuel Cantó Romera es la mano derecha de Manuel, y el geólogo que se encarga de aconsejarle qué zonas son las mejores para explotar, o de qué manera se puede sacarles más rendimiento. "Se trata de una mina modesta, pero muy interesante. Sin lugar a dudas hemos constatado que hay diamantes de calidad y en cantidad. Por ejemplo, está el SAMRECH sudafricano, el JORC australiano o el N.I. 43-101 canadiense", explica el también explorador minero, con más de 40 años de experiencia, y que trabaja en otros proyectos con la Unión Europea.
Jugarse la vida
La burocracia o el hecho de que el Gobierno cambie que cada dos por tres la legislación en el negocio de los diamantes no han sido los mayores problemas para este empresario de las gemas. Tampoco las especies salvajes, que de pronto han aparecido durante alguna noche de trabajo en la mina. El principal obstáculo ha sido la inseguridad y la atenta contra empresarios como Manuel en Tanzania. "He tenido dos capítulos peligrosos, el primero fue un intento de secuestro que notifiqué a la Embajada y la segunda cuando registraron mi vivienda de manera violenta sin orden y sin motivo", relata el empresario.
Tampoco es fácil entrar en sofisticado y casi secreto mercado del diamante. Una vez se han cortado y clasificado los diamantes, se debe certificar que son en brutos. De este modo, cuando un cliente quiere comprarlo, con el número de serie y las características puede comprobar de qué piedra se trata. Manuel García tiene clientes joyeros repartidos por Italia, Bélgica, Londres e Israel y ha vendido sus gemas en mercados tan importantes como el de Tel Aviv, donde se encuentran los mejores talladores de diamantes del mundo.
Lo más curioso para este vallisoletano es cómo se cierran los negocios en los mercados. "Solo se está y se permanece en este mundo siendo claro y limpio, un solo fallo te deja fuera y no hay segundas oportunidades. Así que es tal la confianza que para sellar una transacción basta con darse la mano, más allá que firmar cualquier documento", relata.
Suazilandia
La falta de regulación en torno al diamante y la inseguridad, sin embargo, han llevado a Manuel García a centrar su mirada empresarial en Sualizandia, un pequeño país africano, situado entre Sudáfrica y Mozambique, en el que acaban de adquirir la concesión de una mina de diamantes, que pondrán en funcionamiento en unos meses. Se trata de la antigua mina de Dokolwayo, de más de 2.000 metros cuadrados y que fue explotada hasta 1995.
Una excavación, según explica José Manuel Cantó, que tendría disponibles alrededor de 500.000 quilates de diamantes para explotar en un periodo de 15 años. Y en la que, en base a los estudios del terreno, como por ejemplo la falta de vegetación, podrían hallarse diamantes de colores, rojos, naranjas y amarillos, valorados por los mercados en millones de euros. "Vender un diamante de este tipo supondría directamente recuperar toda la inversión en la mina", cuenta, emocionado, el vallisoletano.
El proyecto ha sido aprobado por la familia real, en concreto por el rey absolutista, Mswati III, quien decide qué empresas extranjeras entran o no en el país. Todo comenzó hace unos meses, cuando una de las princesas reales contactó con un socio del empresario del diamante. "Viaje por primer vez en septiembre y me sorprendió tanto el país que incluso me gustaría traer a mi familia a vivir aquí, nada comparado con nuestra situación en Tanzania; el país es muy seguro y cada vez aterrizan allí más empresas extranjeras", cuenta García Cortés.
Las condiciones para el acuerdo son que una parte del beneficio del negocio vaya a parar a la familia real, en concreto un 50%. Del que un 20% "va para población y el otro para el Gobierno", prosigue. Además de esos porcentajes, una parte de las ganancias de Manuel y sus socios debe ir destinado a financiar una fundación donde puedan formar profesionalmente a sualizis [gentilicio del país africano].
La 'Suiza de África'
A diferencia de lo que han publicado medios internacionales, según subraya Cantó Romero, el país no tiene índices de pobreza tan elevados. "He leído que el 80% de la población vivía con un dólar al día, explotado... Me he movido por todo Suazilandia y puedo verificar que no es así. Se trata de todo lo contrario, es una monarquía absoluta muy respetuosa con su gente, el medio ambiente, hay niveles muy altos de educación; en realidad, parece incluso la suiza de África", insiste.
Hubiese salido adelante o no el proyecto suazili, el afán aventurero de Manuel García Cortés parece que nunca descansará. Ya sean piedras preciosas o cualquier otro tipo de negocio, este vallisoletano está dispuesto a recorrerse el mundo entero. "Haré todo lo posible por no caer nunca en la rutina, me parece que es como morir en vida. Aunque tuviese que comer arroz, siempre optaría por hacer algo distinto cada día", concluye.