Luis García, a media tarde, en Colmenar de Oreja (Madrid), camina sin prisa, tranquilo. Vive, a priori, sin estrés, aunque no cuando trabaja, pendiente siempre de mil cosas. No sabe lo que es renovar el abono de Metro cada mes, meterse en un atasco diariamente o escuchar el runrún de las prisas mañaneras de la capital. Sin embargo, pese a la lejanía, pese a la quietud que ofrece la sierra, su preocupación es la de todos: el coronavirus. “Ojalá y no pase nada. Es una desgracia. No queremos que muera nadie”, insiste, varias veces, dejándolo claro para que no se malinterpreten sus palabras en EL ESPAÑOL. Pero, al mismo tiempo, el dichoso virus es su ‘bendición’; le va a permitir seguir cultivando. “Los chinos no están exportando los ajos y, en el último mes, estamos recibiendo más peticiones de compra y se están vendiendo 50 céntimos más caros. Yo, ya listos para comer, lo hago a 1,95€. En origen, a mucho menos (1,25)”, reconoce.
Al ajo, tan bendito él, siempre se le han atribuido propiedades curativas y preventivas contra infinitud de enfermedades: ayudan a tratar problemas pulmonares y resfriados, mejoran la circulación de la sangre, reducen los niveles de colesterol, cuidan el aparato digestivo… Pero, esta vez, pese a lo que se pueda pensar, el aumento de las ventas no responde a sus beneficios, sino al cerrojazo de las exportaciones Chinas (el 80% de los ajos que se consumen a nivel global son suyos). “Muchos de los países que normalmente le compran a ellos se han quedado sin productos y han recurrido a nosotros”, explica Luis, presidente de Apica.
El precio, según la Asociación Nacional de Productores y Exportadores de Ajos, ha crecido entre un 20 y un 30%, y las peticiones se han multiplicado. “Yo ya vendí muchos de los que tenía algo más caros y estoy esperando a vender también las 40 toneladas que me quedan en el almacén”, confiesa Luis. “No los vamos a vender a precio de oro, sino al que deberían estar realmente. A mí, personalmente, me va a servir para tapar agujeros y seguir en esto”, prosigue.
Su cruz, aunque ‘bendecida’ por la crisis china por el coronavirus, es la de todo el sector. Luis heredó la pasión por el campo de su abuelo, frutero, y de su padre, agricultor. “Decidimos quedarnos cultivando ajos porque eran más rentables, o más fáciles, o no sé por qué”. Pero se quedaron. En Colmenar de Oreja, Luis empezó siendo un pequeño productor. “Ahora ya no queda nadie. Soy el único que hace este trabajo”, lamenta.
La dureza del campo, las condiciones laborales, el precio, el escaso relevo generacional… Las circunstancias ‘expulsaron’ del campo a gran parte de los productores de Colmenar de Oreja –y de España, por extensión. Luis, sin embargo, siguió cultivando ajos con su hermano. Al año, producen 200 toneladas –aunque cada vez lo hacen más fatigados por los múltiples inconvenientes. “Estamos vendiendo ahora al mismo precio que cuando entramos en la Comunicad Económica Europea, pero los costes se han incrementado muchísimo y las medidas de calidad, también. Medidas que, claro, no cumplen los países como China”, se queja.
Los últimos tiempos han sido particularmente duros para Luis –y para todo el sector. Hace dos años, tuvo que sacrificar gran parte de su producción por una enfermedad. “Sólo me quedó el 30% y todavía estoy esperando para cobrarlo”. Y el año pasado, vendió el ajo –ya manipulado– a 1,15 euros el kilo. “Estamos manejando precios muy bajos y los costes no paran de aumentar. Puedes ir a pérdidas un año, o dos, pero si sumas tres, prácticamente quiebras. Así está el sector. En España, hay cuatro empresas en suspensión de pagos”.
Entre esos costes, el aumento del salario mínimo interprofesional. Luis, en los últimos meses, ha tenido que subir los sueldos de sus tres contratados muy por encima de lo que han aumentado sus beneficios con la venta de ajos. “De momento, los sigo manteniendo, pero el día que no me lo pueda permitir y vaya a pérdidas… No podré hacerlo”, lamenta. “El problema es que se toman medidas por decreto sin tener en cuenta cómo afecta a la velocidad a la que crece un sector”, finiquita.
No hay ajos para todos
El ‘problema’ del sector es que el cerrojazo de China ha llegado a final de temporada. “Yo sólo tengo 40 toneladas. Después, nada de nada”, lamenta Luis. Y como él, muchos otros. España, principal productor de ajos de la Unión Europea durante décadas –y sexto-séptimo a nivel mundial–, cultiva 200.000 toneladas de ajo al año, el 65% en Castilla-La Mancha –sobre todo, en Las Pedroñeras (Cuenca). Exporta el 70% y deja el otro 30% para consumo interno.
La temporada del ajo empieza en septiembre y termina en mayo. Es decir, las principales empresas carecen de existencias para proveer todas las peticiones, o tienen acordado lo que les queda en los almacenes. “No se pueden atender todas las peticiones”, siente Julio Bacete, de Coopaman (Cooperativa de Las Pedroñeras). “No hay ajos ni tiempo para enviar”, añade Antonio Escudero, vicepresidente de la Asociación Nacional de Productores y Exportadores de Ajos.
Pendientes del futuro
En el presente, por tanto, habrá algunos que sacarán partido de la situación. De hecho, en 2020, los agricultores ya lo estaban vendiendo algo más caro que en los últimos años (de media ha estado a un euro y ahora se vendía a 1,25€, a “precio de coste”, según los agricultores). Y, con el coronavirus van a poder subirlo algo más. Pero sólo unos pocos, a los que les queden ajo. El resto, quizás, con suerte, puedan ganar algo más durante la próxima campaña.
El cerrojazo chino abre dos posibles escenarios. El primero, que suba el coste del ajo en origen al quedar desabastecidos los principales países con los que comercializaba el gigante asiático. Por ejemplo, Indonesia, al que vende 500 millones de kilos; o Rusia, con 200 millones de consumo. Y el segundo, que China tenga más producto para exportar –y más barato– y que bajen los precios, lo cual sería perjudicial para el sector español.
“En cualquier caso, en lo que nos puede ayudar esta desafortunada situación –que, repetimos, no queremos el mal para nadie, la salud es lo primero– es en que se conozca la calidad de nuestro ajo y haya países que no quieran los chinos por ser de allí”, explica Antonio Escudero, vicepresidente de la Asociación Nacional de Productores y Exportadores de ajo.
En cualquier caso, esta situación palía momentáneamente la precaria situación del campo, en plenas movilizaciones por toda España reclamando precios dignos en origen. Al menos, en el ajo. “Es una pena que sea por una desgracia como esta. Ojalá y fuera por otro motivo”, repiten todos los implicados. Pero así es. Las peticiones llegan desde casi cualquier parte (Colombia, Ucrania, México, Líbano…). Y qué puede hacer el campo español sino proveer a estos países, aunque sea por una desgracia como el coronavirus.