L. S. tenía 14 años y estudiaba en el Liceo Francés de Madrid. El pasado sábado, ella y una amiga subieron a la azotea del número 74 de la calle Agastia para hacerse unas fotos. En un momento dado, L. se apoyó sobre el plástico (o metacrilato) que cubría una claraboya que da a un patio interior. La tapadera cedió y la joven se precipitó cinco pisos abajo. Las primeras informaciones sobre este suceso indicaban que la niña colgaba habitualmente selfies (autorretratos) arriesgados en la red social Instagram. “Eso es mentira, no sé de dónde se lo han sacado”, afirma un compañero suyo del Liceo con cierta indignación.
El perfil de L. en Instagram es privado, solo pueden acceder las personas a las que ella concedió acceso expresamente y tenía cerca de 700 seguidores. Otra compañera muestra a EL ESPAÑOL el contenido de su red social: posados, algún autorretrato, fotos de viajes, una haciendo snowboard y alguna otra con una tabla de surf. Estampas normales en una chica de su edad. Hay pocas fotos y ninguna es un selfie extremo o arriesgado.
L. iba al Liceo Francés de Madrid, en el barrio de Hortaleza. Este centro es uno de los mejores colegios de la capital, aunque oficialmente sea territorio soberano galo, igual que una embajada. En sus aulas estudian más de 3.000 chavales que cursan todas las asignaturas en francés, salvo Lengua Castellana, obviamente.
Este lunes no se habla de fútbol ni del coronavirus a la salida de los alumnos. La malograda estudiante de tercero de la ESO es la conversación predominante. L. era muy querida entre los que la conocían. “Era muy buena gente, un amor de niña”, cuenta una chica con la que compartió clase en cursos anteriores. Todo el corrillo asiente cabizbajo. La joven practicaba baile moderno, funky, concretamente. “Llevaba poco tiempo pero se le daba muy bien”. También era una alumna destacada por sus buenas notas.
Tendencias peligrosas
El denominado skywalking es una tendencia creada por jóvenes rusos a mediados de esta década que consiste en grabarse o fotografiarse en lo alto de rascacielos. De unos años a esta parte la tendencia se extendió por el mundo y por todo tipo de paisajes: al borde de un precipicio, de un acantilado o colgando de un andamio alto. Todo por los likes.
A principios de este año fue sonado el caso de la modelo británica Madalyn Davis, de 21 años, que cayó 30 metros acantilado abajo mientras se hacía una foto en la reserva Diamond Bay de Sydney (Australia). Algo similar le ocurrió a la rusa de 17 años Xenia Ignatyeva en 2014 que al caer de un edificio se agarró a un cable y murió electrocutada. Hay mucho ejemplos de personas que han perdido la vida por una foto en la que se juegan la vida, pero L. no es una de ellas.
La joven se arriesgó a subir a la azotea sin autorización y, según cuenta el conserje del edificio, tuvo que escalar desde una ventana hasta el último piso. Sin embargo, no fue esa temeridad lo que le costó la vida a L.
No era la primera vez que esta chica subía a la azotea de su abuela, lugar donde pasaba los fines de semana cuando su padre viajaba, como es el caso del pasado sábado. Según relatan algunos trabajadores del edificio de oficinas de enfrente ya habían visto en alguna ocasión a chicas jóvenes haciéndose fotos allí.
Los servicios de emergencia recibieron la llamada de socorro poco después de las 18 horas del sábado. Cuando llegaron al lugar de la tragedia, L. seguía con vida. La adolescente fue trasladada al hospital donde permaneció unas horas en coma antes del fatal desenlace.
En la azotea solo estaban ella y una amiga suya, sin embargo, uno de sus hermanos pequeños (L. era la mayor de tres) también fue testigo del suceso desde una altura inferior. El pasado domingo se celebró en Madrid el velatorio de la joven estudiante. Muchos compañeros de su clase se han acercado a despedirse de L. y mostrar su apoyo a la familia.