De entrada es dulce y cristalina, como a punto de romperse. Está en su voz, en su sonrisilla. De entrada es esa niña pequeña, radiante, vestida de pastorcilla asturiana. Pero cuando la mecha se consume, y es corta, empiezan las pedradas. Y la niña se convierte en esa mujer, con vestido y tacones, que sujeta el hierro y pega tiros. Macarena Olona (Alicante, 1979), la portavoz adjunta de Vox en el Congreso, es sin duda la política del momento. Es, como cantaba Camarón, un potro de rabia y miel: “Tú eres mi reina y señora, y por ti rezando voy y por ti blanca paloma (...) llevo dentro de mi sangre un potro de rabia y miel, se desboca como un loco, no puedo hacerme con él”.
Olona, Molona como la llaman cariñosamente los suyos, empezó en Vox casi como una más. Desde que Santiago Abascal e Iván Espinosa de los Monteros la llamaran personalmente para ficharla en marzo de 2019, ha ido a caballo entre dos mundos. Cayó como paracaidista en Granada, donde borró toda oposición interna, pasó a ser la mujer que sostenía la carpeta de Por España para tapar su embarazo y poco a poco ha ido escalando hasta convertirse, a sus 40 años, en el ala más dura de Vox. La salida de tono más llamativa, cuando llamó a Pedro Sánchez genocida por su gestión de la pandemia de coronavirus y le acusó de aplicar una eutanasia colectiva. Y sin olvidar cuando, en plena crisis, la mejor pregunta que se le ocurrió aprovechando que tenía al Gobierno a tiro, fue que si iba a desistir de imponer en España el modelo chavista bolivariano. Todo esto con su ya popular mascarilla verde con la bandera patria.
Sin embargo, toda esa dureza y crudeza la ha ido llevando a la par que su lado más sensible y humano. Cuentan algunos diputados de Vox que cuando se enteró de que tenía coronavirus se puso a llorar por su hijo, Diego, de apenas unos meses. No sabía cómo podía afectarle. Y en su confinamiento habilitó un teléfono para hablar con la gente que se sentía sola. “Ese aspecto cariñoso no te lo esperas. Crees que va a ser como el resto de los políticos, que te dan una palmadita y pasan”, cuenta a EL ESPAÑOL una de las personas a las que Olona prestó su apoyo durante el confinamiento.
Para comprender cómo forjó su lado más duro hay que retrotraerse a su etapa como abogada del Estado en País Vasco. Ahí se le empezó a curtir el carácter. Se convirtió rápidamente en azote de la corrupción y del nacionalismo vasco y nació su fascinación por la Guardia Civil que todavía le queda hoy en día: en su casa tiene una base para cortar jamón con el escudo de la Benemérita. Muchos se preguntan cómo alguien de su perfil, tan elevado, acaba en un partido de ultraderecha como Vox. Y ahí puede estar la respuesta. Primero, fue purgada por Mariano Rajoy a petición del PNV y, después, fue purgada por el PSOE al investigar irregularidades en la empresa pública de Mercasa.
Pero para comprender de dónde sale su dulzura y su lado más humano, hay que retrotraerse algo más. Olona es nieta de un empresario y escritor, Felipe Choclán, amigo de Camilo José Cela que acabó viviendo en Alicante. En la ciudad costera nació su madre, Toñi, que crió ella sola, sin figura paterna a Macarena y a su hermana pequeña, Lucía. En ese seno, en esa casa toda de mujeres que se quiere y ha tenido que hacer piña nace la Olona sensible. Quizás de esa ausencia del padre también nació el poso de su dureza, quién sabe.
Abuelo discípulo de franquistas
Aunque Macarena Olona es extremadamente celosa de su intimidad -ha rechazado hacer declaraciones para este reportaje, está divorciada y ni sus compañeros de Vox saben quién es el padre de su hijo, Diego- EL ESPAÑOL ha conseguido rastrear los elementos que hoy la hacen ser quién es. Pero para empezar a contar su historia no hay que hacerlo desde Alicante, su localidad natal, sino que hay que viajar a Ceuta, “tierras africanas pero españolas”, como las define su tío, hermano de su madre, Felipe.
En la ciudad autónoma nació el abuelo materno de Macarena, Felipe Choclán. Hijo de Francisco, un coronel de Artillería destinado en el continente africano, Felipe comenzó sus días en Ceuta y, poco a poco, fue desarrollando dos de sus facetas más reconocidas. Una como cazador, que arrancó su trayectoria en Marruecos, y otra como político.
Tras salir de Ceuta, el abuelo de Olona llegó a Jaén como secretario del Gobierno Civil de la provincia. Le otorgaron la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio por su labor de alfabetización en Andalucía y fue el más joven de la historia en recibir esa condecoración. Después fue al Gobierno Civil de Alicante y acabó abandonando su carrera política para dedicarse a ser ejecutivo y a ser cabeza de familia. Al llegar a la ciudad pudo empezar la bonanza económica que ha acompañado a la familia de Macarena Olona desde entonces. Felipe se dedicó principalmente al negocio inmobiliario, anuncios de la época en el diario ABC dan cuenta de ello, y trabajó principalmente conectando España con Marruecos, abriendo las puertas del país africano a la empresa e inversión española.
Pero durante ese tiempo también desarrolló una faceta sorprendente: la de escritor. Felipe, además de empresario y político puede añadir a su currículum el haber sido poeta. Y parece que no uno malo. Entabló amistad con Camilo José Cela, premio Nobel y censor de lápiz rojo durante el franquismo. Y Cela, en alarde de su amistad, le prologó a Felipe uno de los títulos más célebres de su bibliografía, La Caza. Asimismo, guardaba amistad con Jaime de Foxá, también escritor y político, falangista, que fue gobernador civil de Toledo y procurador en las cortes franquistas. Felipe siempre consideró a De Foxá su maestro. Estos nexos familiares con el franquismo son una de las cosas que Macarena Olona comparte con sus compañeros de Vox.
Criada por la madre
Esa buena posición social y económica que nació con el abuelo Felipe la sigue ostentando la propia Macarena Olona. Es una de las políticas más adineradas del Congreso, con una renta de 121.728 euros el año pasado, según su declaración de bienes. Además, tiene 98.000 euros acumulados en cuentas corrientes y conduce un Porsche Panamera desde que lo compró en 2013. También tiene una propiedad, una casa dúplex con plaza de aparcamiento, en Alicante, que adquirió en el año 2000, cuando Macarena sólo tenía 21 años y la tiene alquilada, por lo que también recibe una buena renta económica.
A lo largo de su longeva vida -falleció a los 88- el abuelo Felipe tuvo cuatro hijos; dos chicas y dos chicos. De ellos, el más importante para Macarena Olona, por motivos evidentes, es Toñi, su madre. Ella es la cariátide de la familia, la columna con forma de mujer que sostiene el templo. Del padre de Olona, que le da el apellido, se sabe poco, sólo que la portavoz de Vox fue criada por su madre en soledad y que ahora la mantiene como referente, por su trabajo para sacar adelante la familia. Ahí está su lado dulce.
Toñi siguió los pasos del abuelo y también se dedicó al mundo inmobiliario. Estudió en la Universidad de Alicante, igual que Macarena, y en 1996 fundó la empresa que todavía regenta a día de hoy. Ella es la administradora única y se trata de una inmobiliaria al uso, que se dedica a mediar en la venta y alquiler de viviendas. También es administradora de otra empresa en el mismo sector.
En 1979 vino a nacer Macarena, la primogénita, que estudió en los Jesuitas de Alicante, y más tarde su hermana pequeña Lucía. Entre las tres hacen una piña considerable, tanto que ambas hijas tienen participaciones en la inmobiliaria de Toñi. La hermana de la diputada de Vox actualmente vive en Londres y es la coordinadora en España de una empresa con presencia internacional que se dedica a organizar conciertos y viaja, o viajaba antes del coronavirus, a Madrid al menos una vez al mes.
A pesar de las distancias y del trabajo de cada una de las tres, aprovechan cuando pueden para recorrer mundo. Ya sea en Londres, viendo a una hija, o en Madrid, viendo a la otra, disfrutan cuando encuentran la ocasión de reunirse. Y van más lejos: las tres también han viajado juntas a Berlín, Miami o la exótica Bali.
Ascenso a la dureza
Y hasta ahí la Macarena Olona dulce y enternecedora, familiar y cercana. Hasta ahí la niña pastorcilla. Tras graduarse en la Universidad de Alicante, con premio extraordinario en la carrera de Derecho, en 2003, Olona empezó a opositar para ser abogada del Estado. Esos tiempos fueron duros en la familia, según cuentan los que la conocen. Seis años estuvo opositando, hasta 2009, y tocaba arrimar el hombro entre todos para ello. Pero lo consiguió.
Comenzó su carrera en Burgos pero fue en País Vasco, donde llegó en 2011 como abogada del Estado jefe, donde más se curtió y entró en el radar de los ahora dirigentes de Vox. No hay que olvidar que Santiago Abascal, antes de dar el salto a la política nacional, conocía al dedillo su País Vasco natal. En Euskadi, Macarena Olona enarboló sus dos señas de identidad: la lucha contra la corrupción y a favor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
En País Vasco, Macarena Olona consiguió que los tribunales permitieran a los agentes sentarse en el banquillo de los acusados con el uniforme puesto, para que a nadie se le olvide, y asumió muchos de los juicios que tenían que ver con terrorismo y con la dignidad de las víctimas. Consiguió que absolvieran a cuatro guardias civiles acusados de torturar, denunció a todos los ayuntamientos de Guipúzcoa menos uno por no poner la bandera española, arremetió contra el mundo abertzale y se especializó en procesos concursales que tenían como benefactores a cargos del PNV.
Su presencia no tardó en molestar y, cinco años después de su aterrizaje, el PNV puso su cabeza como condición para aprobar los presupuestos de Mariano Rajoy. Y el popular pasó por el aro y llevó a Macarena Olona como secretaria general de Mercasa, una empresa pública plagada de corrupción que intentó limpiar y que ahora la hacen formar parte de la casta de Vox, que arremeten contra aquellos que han estado cobrando sueldos públicos toda su vida, como el propio Santiago Abascal.
Olona llegó a Mercasa, en 2017, cuando la sede había ya sido registrada por agentes de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil. Ella inició una investigación interna desde el seno de la organización, enviando la información al juzgado, pero no llegaría a testificar. El 1 de octubre de 2018 el Gobierno de Pedro Sánchez cesó al presidente, nombró otro, a José Ramón Sempere, y 10 días después él echó a Olona. No querían que declarara y, ya traicionada por el PP y por el PSOE, apareció Vox.
Su fichaje por la formación ultraderechista cuajó en marzo de 2019. Envalentonado por los buenos resultados en las elecciones andaluzas y de cara a pegar el batacazo en las Generales de abril, Santiago Abascal e Iván Espinosa de los Monteros la llamaron para unirse a sus filas. Accedió. Participó en las negociaciones locales de Vox y mandaron a Olona a Granada, con la que no tenía ninguna vinculación, para hacer campaña ahí y asegurarse un puesto en el Congreso.
“Mandaron a Olona al amparo de Manuel Martín. Él es empresario y era el presidente de Vox en Granada, muy cercano a Abascal porque colaboró con dinero cuando a su padre le fue mal y necesitaba financiación económica”, explica a este diario una fuente de Vox en Granada. “Como este hombre era íntimo de la familia Abascal, pues puso a Olona en sus manos”, añade. Y barrió con la oposición.
-¿Cuál fue la influencia de Martín en Olona?
-¿Influencia? Ninguna. Hizo su equipo y no contaba con la gente de aquí. Madrid decidió mandar a una paracaidista para formar un grupo fuerte en el Congreso que fuera de la onda de Abascal. Cuando llegó ya tenía en mente cómo iba a ser la campaña.
-¿Y cómo es de carácter?
-Hay una fotografía de ella muy significativa. Está en una escuela de tauromaquia. Esa es la impresión, que le echan al toro y a torear. Parece dulce pero usa mano de seda con guante de hierro, como quien dice. Da un golpe encima de la mesa si lo tiene que dar y no le duelen prendas.
Azote de Sánchez
El resto, como dicen algunos, es Historia. Tras conseguir su puesto en las primeras elecciones que Vox obtuvo escaños y revalidarlo en las de noviembre, Macarena Olona ha ido cogiendo un protagonismo cada vez más activo dentro de la formación. Ahora es la cara femenina más conocida tras Rocío Monasterio, que en estos días de coronavirus está prácticamente diluida.
Se curtió como experta, evidentemente, en todas las cuestiones legales, junto a Espinosa de los Monteros y ha ido creciendo y entrando dentro del núcleo duro de la formación. Su primera abrupta aparición fue en octubre de 2019, cuando forzó que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, la expulsara. La presidenta la llamó al orden hasta en tres ocasiones por intentar incluir una iniciativa sobre Cataluña no prevista en el orden de la Diputación Permanente. “Esto no es un circo, es el Congreso”, le espetó Batet y a Olona incluso la tuvo que ir a echar una ujier.
Desde entonces, los españoles se han ido acostumbrando a esa presencia abrupta en la institución que les representa. Ha llamado al presidente del Gobierno sepulturero, le ha dicho genocida, le ha dicho que “aplica la eutanasia por la vía de los hechos”. Además, aboga por la creación de un Gobierno de “salvación nacional”, que es un eufemismo de un golpe de Estado. Y antes de todo eso, respecto a las charlas LGTBI y de violencia de género en los colegios, dijo que a los niños se les enseñaba sexo anal. Ahora, incluso ha puesto de moda una mascarilla sanitaria, verde color Guardia Civil y con la bandera de España, que le regaló una simpatizante desconocida a varios miembros de Vox, también a Abascal.
Pero, incluso en esas, no ha dejado de lado su parte humana y cariñosa. Cuando se enteró de que tenía coronavirus, al poco de que lo tuviera Javier Ortega Smith -al que Olona ha relevado como provocador ahora que está desaparecido y que también tiene imágenes disparando- habilitó un teléfono para aquellas personas que, pasando por una situación similar, se sintieran solas. EL ESPAÑOL ha logrado contactar con una de esas personas, Vanessa, que ha hablado en varias ocasiones con Olona y que le ha apoyado en su lucha contra el cáncer.
“Yo necesitaba desahogo”, cuenta Vanessa. “Le mandé un WhatsApp contándole mi situación y ni pensé que me fuera a contestar. Pero me llamó y nos pasamos una hora hablando. Súper cariñosa”, añade. “Hablábamos de qué íbamos a hacer cuando todo esto terminara y, a partir de ahí, como una amiga”, comenta, vía telefónica, mientras recibe la quimioterapia. “Cada vez que tiene un hueco y se acuerda me escribe, ‘mañana tienes médico, ¿cómo vas?’, me dice. Ayer mismo me escribió, ‘venga, campeona, vamos a por la segunda’”, apuntala. Y el lobo feroz deja paso a la niña pastorcilla de nuevo, como si nunca se hubiera ido.