Este primer párrafo, para la desgracia de todos, podría ir plagado de cifras macroeconómicas. Ya saben, que si el PIB (Producto Interior Bruto) se desplomó un 30% sólo en los últimos 15 días de marzo; que si el paro ya ronda los 3,8 millones; que si España no alcanzará niveles previos al confinamiento hasta 2023… Hay datos para todos los gustos y para cualquier público. Pero, sin duda, el drama no es el de las bolsas cayendo, sino el de los negocios cerrando, los autónomos y familias pidiendo dinero, o los jóvenes sin alternativa tirados en el sofá.
La fotografía de la pobreza, en España, va a cambiar. “Vamos a ver en esta instantánea a rostros sorprendidos porque va a ser la primera vez que se enfrenten a esta situación; gente conocida que, hasta ahora, tenía una vida absolutamente normal, con ingresos suficientes para sobrevivir de manera más o menos digna y que esta crisis le va a arrastrar a ese precipicio de vulnerabilidad, que si se prolonga en el tiempo puede derivar en exclusión social”, ha aventurado, con conocimiento, José Manuel Ramírez, presidente de la Asociación de Directoras y Gerentes de los Servicios Sociales.
Muchos de estos afectados, empresarios que han cesado su actividad, “41.000 hasta el momento”, según reconoce David Álvarez, presidente del sindicato de Autónomos SAE19. Otros, trabajadores en ERTEs (3,3 millones de personas) incapacitados para buscarse la vida en esta situación, o guías turísticos, o dueñas de academias…
Todos, arrastrados por la caída de la economía, que, según el Gobierno, se desplomará en torno al 9,2%: con una tasa de paro que podría rondar el 19%. Lo que, en sectores, se traduce en 40.000 bares que no volverán a abrir tras el confinamiento o 20.000 peluquerías que cerrarán para siempre; pero también en 30.000 familias que viven de las ferias y que este verano no tendrán en qué trabajar, o el 85% de las startups que se han visto afectadas por la crisis según Bankinter... Nuevos rostros, en definitiva, que EL ESPAÑOL ejemplifica en estas 10 historias de gente común –eso sí, hasta hace muy poco.
1. Teresa González, profesora
Teresa González, hace 11 años, abrió junto a su socia una academia de idiomas (TCM) y refuerzo educativo en Lugones, una pequeña localidad a escasos kilómetros de Oviedo. Pero, el pasado 16 de marzo, se vio obligada a cerrar. De un día para otro, sus cerca de 90 alumnos se dieron de baja y tuvo que incluir en un ERTE (Expediente de Regulación de Empleo Temporal) a su única empleada. “En verano no sacamos nada… y esto nos deja prácticamente sin ingresos hasta octubre. Son muchos meses…”, lamenta en conversación con EL ESPAÑOL.
El Gobierno les aprobó el cese de actividad, pero no es suficiente. Teresa tiene dos hijos, de 26 y 29 años respectivamente –ambos sin saber qué será de su futuro laboral–, una hipoteca que pagar –aunque haya pedido una moratoria al banco–, las facturas, las cuotas de autónomo que el Ejecutivo prometió devolver… “Me dice mi madre: ‘Te pongo el táper en el ascensor’. A mi edad”, bromea. Ha tenido la suerte, eso sí, de que el dueño del local de la academia les ha perdonado el pago de los meses de abril y mayo. “En junio ya hablaremos…”, espeta.
“Nos hemos planteado no abrir el curso que viene”, reconoce, categóricamente. Teresa tiene miedo de que el Gobierno les reduzca el número de alumnos que pueden acudir a la academia y su negocio no sea rentable. “Tal y como están planteadas las tarifas de las clases, tengo dos opciones: o subo el recibo o igual no compensa dar clases. Son muchos meses los que vamos a estar cerrados”, reitera.
Su plan, tras escuchar que el próximo curso puede ser telemático para la mitad de los alumnos, pasa por ceder su espacio a los ayuntamientos –a cambio de un cheque clase u otra fórmula– para que los alumnos no se queden en casa y tengan un profesor cerca. “Pero esto no está claro que salga...”, maldice. En ese caso, a sus 56 años, se dedicaría a volver a dar clases particulares en su casa. “Ya lo he hecho. Habilito una habitación y listo. A mí edad, desde luego, lo que no puedo hacer es reinventarme”, finiquita.
2. Manuela Torres, organiza eventos
Manuela Torres, cuatro años atrás, montó una empresa para eventos, team building, actividades... (Adara). “Desde entonces, he compaginado ese trabajo con el de hacer de guía con grupos del Imserso a Asia”, explica. Es decir, le iba relativamente bien. Pero, claro, el coronavirus le ha afectado –y de qué manera– a sus dos ‘oficios’. “Hay negocios que van a abrir el día 11, pero yo no sé cuándo se volverán a celebrar eventos o si la gente va a querer ir”, cuenta, escéptica.
“La peor época para mi trabajo es enero y febrero; ahora, teníamos previstos muchos eventos”, reconoce. Pero todos se han suspendido por la crisis sanitaria y Manuela Torres lleva casi tres meses sin convocar a nadie. “Ahora mismo no facturo nada. No es que haya bajado un 70% o lo que sea… No, la caída ha sido de un 100%·, lamenta.
Con el cese de actividad en la mano, ha pedido una moratoria de tres meses para poder pagar su hipoteca, se ha acogido a un ICO, está a la espera de que le devuelvan las dos cuotas de autónomo… y trata de reinventarse, con un hijo, ante la incertidumbre sanitaria y económica que vive España.
En mente, tiene dos proyectos. El primero, vender geles hidroalcohólicos. “De momento, sólo dos”, bromea. Pero, sin duda, esa puede ser una de sus salidas. “Pedí información a una empresa que los fabrica en Galicia y mandé mails a todos mis contactos… y se lo venderé a quién quiera”, explica. “Y, por otro lado, estoy mirando temas inmobiliarios, para vender pisos”. Porque su negocio, el de los eventos, lo da por perdido a corto-medio plazo. No cree que se reactive hasta después de Navidades. Por eso, se ha puesto en marcha.
3. José Jurado, dueño de un bar
José Jurado heredó un bar de 104 años de su familia en Hinojosa del Duque (Córdoba) y, el 15 de marzo, cuando se decretó el estado de alarma, estaba esperando que llegara la Semana Santa para hacer su particular ‘agosto’. “Es cuando gano el 70% de los beneficios de todo el año”, cuenta en conversación con EL ESPAÑOL. Sin embargo, tuvo que cerrar y, a día de hoy, no sabe si volverá a abrir.
Su bar es uno de los muchos que pueden decir adiós definitivamente con la crisis del coronavirus. Hostelería de España calcula que 40.000 establecimientos podrían no volver a abrir tras el confinamiento, con lo que eso supondría para el empleo: una pérdida de más de 200.000 puestos de trabajo. Una auténtica barbaridad para un sector que representa (entre fabricantes, distribuidores, locales…) un 29% del Producto Interior Bruto (PIB) y que da trabajo a siete millones.
“En el bar éramos dos, y mi mujer, que estaba en la cocina”, explica. José ha tenido que incluir en un ERTE a su único trabajador y cerrar por cese de actividad. Pero sigue pagando facturas del luz, de internet, cuotas… “Me habrán dado en este tiempo 800 euros y habré pagado 1.000… No me da”, espeta. Para pagarlo todo, ha tenido que pedir ayuda: “Gracias a mi cuñado que me ha dejado 3.000 euros”, explica.
Sin embargo, a pesar de la situación, no se plantea abrir porque eso le supondrían más costes que beneficios. Por eso, lo tiene claro: “Si esto sigue así, cierro y fuera. Y conozco mucha gente en la costa de Málaga que va a hacer lo mismo”, reconoce. Eso sí, ante el posible cierre, tiene un plan: dedicarse a la venta de seguros –que ya la hace actualmente.
4. Juan José, vendedor
“Llevo perdidos 15.000 o 20.000 euros. No sólo perdemos las cosechas, sino que dejamos de ganar”, explica a este periódico. Sin saber, todavía, cuando volverá a ganar dinero. “Vamos a empezar a trabajar el jueves e iremos viendo. La gente tiene miedo a juntarse y en los mercadillos vamos necesitamos tener una distancia de seis metros entre unos puestos y otros”, cuenta.
Por eso, su miedo se acrecienta. “Si la gente tiene miedo a ir… No sé”, espeta. Aunque sí tiene claro que él no va a cerrar. “Llevo toda la vida en esto. Aunque ganes poco, saldrá el jornal… y como tenemos cultivos, pues vamos aguantando”. Eso sí, no tiene claro si podrá (o no) mantener a los empleados que tiene.
5. Paco Cecilio, empresario
Paco Cecilio tiene tres tiendas de moda de hombre en diferentes centros comerciales de Madrid. Las cerró el 13 de marzo, mandando a todos sus empleados a un ERTE, y tiene previsto, en el mejor de los escenarios posibles, reabrirlas el 25 de mayo. “Echamos la persiana y desde entonces ingresamos 0, pero tenemos los mismos gastos. En mi caso, los alquileres son elevadísimos, entre los 18.000 y 20.000 euros”, explica.
Su situación, reconoce, es “dramática”. “A pesar del cese de actividad, hemos tenido que pagar las cuotas de autónomos de marzo y abril, y ya veremos si nos las devuelven…”, se queja. “Entre lo que he pagado de autónomo y lo que me ha dado la mutua, me quedaron 260 euros para vivir en abril”, reconoce. Hasta el punto de tener que pedir ayuda a familiares y amigos.
Paco tiene contratados a ocho trabajadores, pero no sabe si los va a poder mantener. “Quiero, pero si seguimos con esta situación...”, lamenta. La previsión es que las ventas del sector textil caigan un 80% de junio a diciembre. Por eso, no sabe lo que va a tener que hacer con sus tiendas. “Si esto sigue así, no sé si voy a tener que cerrar una, dos o las tres”.
Pero, sin descartar nada, va a abrir. Ese es su plan a corto plazo. “Apretar el culo y ya está”. Pero también intentar sobrevivir en un panorama muy complicado. “Dicen que el 50% de las tiendas van a cerrar”. “Esto no tiene nada que ver con 2008. Entonces, fue un descalabro. Esto ha sido caer al 100%”, finiquita.
6. Montserrat Ortega, peluquera
Montserrat Ortega, al menos a corto plazo, no se plantea cerrar. Ha abierto su peluquería en Jaén –donde trabaja junto a su hermana–, de nuevo, esta semana. Pero lo ha hecho con una empleada menos, y tras unos meses muy complicados. “He estado sobreviviendo con 300 euros que me ha dejado mi madre, intentando gastar lo mismo posible, haciendo comidas de cuchareo, que duran más”, explica.
El problema que tiene, ahora, es que en su peluquería tan solo puede entrar una persona. “No es muy grande y, para mantener las medidas, sólo puede pasar un cliente. Es decir, va a facturar menos. Y, sobre todo, vive gracias a las ayudas. “Menos mal que nos han dado la moratoria del alquiler y he podido aplazar la hipoteca”, reconoce.
Espera no cerrar, pero no sabe qué le deparara el futuro. Desde las Asociaciones de peluquería calculan que 20.000 tendrán que cerrar después de este periodo. Monserrat espera resistir y que la suya no pase a engrosar estos números.
7. Kevin Mora, conductor de VTC
Kevin llegó a España hace menos de un año, en junio de 2019, concretamente. Es natural de Venezuela y llevaba casi tres años viviendo en Argentina. Lo que le trajo a España fue que su hermano sufrió un accidente que le dejó inválido. Al llegar aquí se puso a trabajar descargando hielo de un camión. “En enero me dieron el permiso de trabajo y empecé a trabajar en Cabify”, cuenta el joven.
La plataforma de VTC aplicó un ERTE en cuanto se decretó el estado de alarma. “Actualmente creo que tienen unos 50 coches funcionando en Madrid nada más, los más antiguos”. Kevin no ha cobrado todavía ninguna ayuda y asegura que sus compañeros tampoco. “Con los ahorros que tenía pude pagar el mes pasado, pero ya esté mes…”. El silencio lo dice todo.
Su familia no percibe ningún ingreso. “Mi madre tenía la cita para conseguir el permiso de trabajo hoy [martes], pero se canceló. A saber cuándo se la darán”. Actualmente los tres comen gracias a la Cruz Roja.
Sin embargo, el joven se niega a dar pena y sigue “guerreando” con una sonrisa. “Estoy buscando empleo constantemente y haciendo un curso con Google Activate de programación en la nube. Lo empecé como hace cuatro días. También estoy apuntado a uno del SEPE de energías renovables en el sector agrario”.
8. Inés Ligero, guía turístico
“Cuando empezó todo esto estábamos a punto de empezar la temporada alta, que es la primavera. Un día como hoy yo tendría que estar agotada y estresada”, cuenta la guía oficial. “El turismo ha crecido mucho en Madrid y teníamos mucho trabajo. Nos ha ido muy bien pero también hemos tenido bastante competencia con los free tours”.
Pero ahora el panorama es muy distinto. “No tenemos perspectivas. Llevo muchos años en turismo, pero ahora me lo estoy planteando todo porque no vemos futuro”. Mientras Inés se plantea cómo volver al mundo laboral, actualmente recibe una ayuda estatal. “Estamos cobrando una ayuda que es un 70% de lo que cotices como autónomo”, afirma.
Lo único a lo que se puede aferrar este sector es al turismo nacional, hasta el punto de plantearse la visita de “Madrid para madrileños”, así como centrarse más en los museos.
9. Francisco Yáñez, gimnasio
Su negocio echó el cierre el pasado 12 de marzo, es decir, dos días antes de que el Gobierno decretase el estado de alarma. “No estaba viniendo nadie”, explica. Desde entonces, ha dejado de ingresar cerca de 50.000 euros. No cobra ningún tipo de ayuda, ni se prevé. Sus 11 empleados se encuentran, cómo no, sufriendo un ERTE.
Su reapertura “dependerá del acuerdo al que llegue con el dueño del local”, ya que el grueso de sus ingresos se van en pagar el alquiler. “También hay que ver la respuesta que da la gente a la hora de volver al gimnasio. Nosotros con un tercio ya te digo que no es viable”.
A diferencia de otros, el sector de los gimnasios va a poder aguantar esta crisis por las grandes cadenas que lo dominan. “Tienen fondos de inversión detrás que pueden aguantar todo lo que se les eche encima. Incluso hay empresas que han dicho que pueden estar uno o dos años cerradas y sin necesidad de hacer ERTE”, asegura el también presidente de la FEDA (Federación Española de Actividades Dirigidas y Fitness).
10. Gonzalo, hostelero
Hace cuatro años que Gonzalo se lanzó al emprendimiento y abrió un restaurante en Madrid, bajo el paraguas de una franquicia. “Antes trabajé en una gestoría, donde precisamente llevábamos mucho con restaurantes y ahí fue donde me empapé un poco de como funcionaba un restaurante”.
Ahora su aventura emprendedora tienen todas las papeletas de llegar a su fin, tras dejar de ingresar entre “35.000 o 45.000” euros al mes. “Yo no creo ni que abra. Creo que voy a ir a cerrarlo del todo”, lamenta el joven empresario. tiene en su plantilla 7 empleados a los que tuvo que aplicar un ERTE en cuanto se declaró el estado de alarma. “La puesta en marcha sería difícil y más aún si te dicen que tras el ERTE tienen que trabajar todos los empleados. Me olvido, quiebra total. Concurso de acreedores o traspaso o lo que sea”.
La idea de que su restaurante pueda empezar a funcionar con un tercio del aforo tampoco supondría su salvación. “Es inviable. A lo mejor ni con el 70%. Nosotros necesitamos llenar”.
Gonzalo, por fortuna, tiene otros negocios que le permitirán salir a flote si finalmente se ve obligado a cerrar su negocio. “Tengo con mi familia una empresa de inversión. Si solo tuviera mi restaurante no sé qué haría”.