Bernardino Lombao (Ribas de Sil, Lugo, 1938 – Boadilla del Monte, Madrid, 2020) no se dejó nada por hacer. Fue especialista en 400 metros vallas, decatleta, jugador de balonmano del Atlético de Madrid, preparador del equipo olímpico español de baloncesto femenino para Barcelona 92, presentador de televisión… Lo probó todo, lo intentó todo y destacó –aunque tan solo fuera por su particular carácter– en absolutamente todo. Sin embargo, fuera del deporte, su fama se sustenta en un hecho anecdótico, pero que, a fin de cuentas, encabeza cualquier obituario estos días: su ‘trabajo’ como entrenador personal del expresidente José María Aznar, al que conoció cuando era un “ruin” y convirtió en un atleta con unas abdominales que, durante un tiempo, fueron devoción de muchos y repulsa de otros tantos –depende de la ideología.
“No tengo palabras para expresar la tristeza que siento por su fallecimiento; Lombardino, como le llamábamos cariñosamente en casa”, escribía el expresidente del Gobierno en su cuenta de Facebook, cariñosamente, despidiéndose de su amigo. Ambos compartieron 24 años de ‘castigo’ físico, de mensajes con marcas y tiempos de carreras, de entrenamientos multidisciplinares a las siete de la mañana en Moncloa, cuando el sol todavía no se había puesto. “Siempre optimista, vital y cada día con un nuevo reto”, lo recordaba José María Aznar.
Su legado personal, imborrable para tantos dentro del mundo del deporte (Alfonso Reyes, Raúl Chapado, Carlota Castrejana, Abel Antón o Martín Fiz) ha dejado al expresidente sin su brújula durante años. La relación entre ambos, fundamentada en la amistad, bebe de tantas anécdotas como momentos para el recuerdo. Como aquella Nochebuena que Bernardino y él se hicieron 3.150 abdominales. O como aquel día que el periódico italiano Corriere della Sera puso de moda su tableta tras 'pillarlo' en la playa luciendo torso.
El origen de la tableta
José María Aznar supo de Bernardino a principios de los 60, cuando iba a Vallehermoso, a una pista de ceniza donde le veía correr. Entonces, el expresidente jugaba al balonmano en el colegio y Lombao lo hacía en el Atlético de Madrid, con el que ganaría tres campeonatos de España. “Estando en Moncloa vino a verme y me propuso entrenar con él. Hemos estado juntos 24 años”, contaba. Aquello fue el comienzo de una relación que ha trascendido a lo meramente deportivo.
Bernardino engatusó a José María Aznar con su particular método. “Te enganchaba con su forma no convencional de entender el deporte. Te enseñaba lo que era el compromiso, cómo cambia tu cuerpo… y la parte de recompensa que tiene el sufrimiento”, explica a EL ESPAÑOL Carlota Castrejana, pupila suya, a la que convenció para que dejara el baloncesto profesional y se dedicara al triple salto, llegando a ser campeona de Europa.
Con esa pasión, con esa forma de hacer las cosas, Bernardino consiguió transmitirle al expresidente los beneficios del deporte. “Él te miraba y veía lo que te faltaba, sabía qué tenías que mejorar...”, prosigue Carlota. Y, en buena medida, en José María Aznar vio un atleta, por mucho que, en los primeros entrenamientos, “no corriera ni 10 minutos”. Con su particular sonrisa, con esa capacidad para “meter caña” de buenas maneras, con su carácter, Lombao lo convenció para seguir sus pautas.
Así, ambos, durante años, mantuvieron la misma rutina: de siete a ocho de la mañana –aunque los horarios fueran cambiando en función de la agenda del político– entrenaban juntos, según cuentan a EL ESPAÑOL personas cercanas a Lombao. Muchas veces, corrían por Moncloa, y otras hacían otro tipo de ejercicios: aeróbicos, anaeróbicos, de fuerza y de velocidad. Intercambiaban sensaciones, fijaban retos y bromeaban. Incluso, a la hora de hacer los abdominales.
Con Antón y Fiz
El expresidente del Gobierno puso esa rutina a prueba junto a Abel Antón y Martín Fiz. “Íbamos a correr los dos nuestra última maratón en Madrid y el presidente del Gobierno nos quiso recibir en la Moncloa antes de que nos retiráramos”, cuentan ambos a EL ESPAÑOL. La idea, cómo no, fue de Bernardino, que puso a prueba a José María Aznar junto a los dos atletas profesionales.
El expresidente esperó a los dos en Moncloa. “Nos vinieron a recoger en coche oficial y nos llevaron a Moncloa”. A las siete de la mañana, todos comenzaron el entrenamiento. “Una carrera continua por allí”, explica Martín. Y a buen ritmo. “Tenía el nivel de muchos de los runners que ahora se presentan a carreras populares los fines de semana. Aguantó bien aquel día, porque el circuito era exigente, con subidas y bajadas”, prosigue Fiz.
“Aunque hacía todo tipo de ejercicios, salía a correr. Aquel día llevaba buen ritmo, se picaba con nosotros”, recuerda Abel Antón. “Nos preguntaba, además, sobre deporte, y vacilaba mucho con Bernardino”, prosigue Martín Fiz. Y eso que, por aquel entonces, lo que mejor se le daba –en eso coinciden ambos–, era el pádel. "Después desayunamos todos. Nos trato como si fuésemos sus hijos", bromean.
Y, también, hacía abdominales, los “lombardinos”, como los llamaba José María Aznar. Todo eso, conjugado con una buena alimentación. “Comía mucha fruta, desayunaba sus tostadas de aceite y un café con leche. Aznar era muy cuidadoso con la alimentación”, cuenta Abel Antón. Y, desde luego, Bernardino así se lo exigía. ¿Y cómo consiguió esa tableta? "Entrenando", tan sencillo como eso, coinciden los dos atletas profesionales.
Con esa rutina de gimnasio, carrera, ejercicios de velocidad y retos –de todo tipo– de Bernardino, Aznar llegó a hacer el kilómetro en menos de cinco minutos. Consiguió que el expresidente se convirtiera en un atleta y, sobre todo, en su amigo. Hasta el punto de que, en muchos entrenamientos, el expresidente corría y Lombao iba en bicicleta –y eso que este último estaba en forma, compitiendo en pértiga hasta hace bien poco.
“Te echaré de menos”, lo despedía José María Aznar este jueves. Y lo hará tanto él como el mundo del deporte. Lombao, a los 81, se ha marchado como aquella película que tanto le gustaba, como El sargento de Hierro que era, pero también con un anecdotario que va más allá de la tableta del expresidente. Como cuando se presentó con zapatillas de clavos al entrenamiento de baloncesto, o como cuando llegó con una profesora de Yin Jazz para que las jugadoras cogieran ritmo… Como tantas y tantas cosas que deja un hombre metódico, original, distinto. “Una buena persona”. Tan sencillo (y tan difícil) como eso.