Los 28 ancianos de Cádiz que han demostrado que miles de muertes pudieron evitarse en geriátricos
“Si no los hubiésemos evacuado, nuestra residencia se hubiera convertido en otro mortuorio", dice el alcalde de Alcalá del Valle. En España han muerto casi 17.000 residentes de centros de la tercera edad.
12 mayo, 2020 02:21Noticias relacionadas
Cada mañana, cuando Loli Sánchez pasaba por delante de la puerta de la residencia La Pasionaria en Alcalá del Valle (Cádiz), tenía por costumbre saludar a José Luis, uno de los ancianos del centro. Loli siempre lo veía ahí, fumando en su silla de ruedas aparcada junto al portón de entrada al geriátrico, con su pelo cano y su lata de refresco como cenicero.
Daba igual que hiciera frío o calor. José Luis no fallaba a su cita constante con el pitillo. Cuando Loli se alejaba unos metros y ya casi le daba la espalda, el hombre de vez en cuando le soltaba en voz alta: “¡Adiós, rubia, qué guapa te veo hoy!”. A Loli, una mujer de unos 50 años, la picardía tierna de José Luis le dibujaba una sonrisa en el rostro. “Menudo zalamero está hecho”, pensaba ella.
Pero durante más de mes y medio José Luis y Loli no se han podido volver a saludar. El pasado 24 de marzo la Junta de Andalucía decidió evacuar a los residentes del geriátrico La Pasionaria tras despertarse un brote del coronavirus SARS-Cov-2. De los 44 ancianos de la residencia, 38 se habían contagiado. Desde el gabinete de comunicación del Gobierno andaluz explican que la Dirección de Cuidados Sociosanitarios cerró la residencia porque incumplía la normativa vigente.
También contrajeron el virus 28 sanitarios del centro, gestionado íntegramente por el Ayuntamiento de Alcalá. Ese día, el alcalde, Rafael Aguilera, cedió las competencias al Gobierno andaluz, que trasladó a 28 de los residentes hasta La Línea de la Concepción, a 125 kilómetros de allí. Los otros 10 ingresaron en hospitales de la comarca.
48 días después de aquella evacuación, José Luis y Loli volvieron a verse este lunes. Ocurrió sobre las dos de la tarde. La Pasionaria volvía a albergar vida. Él, como siempre, fumaba en la entrada de la residencia. José Luis acababa de bajarse de una ambulancia y ni siquiera había subido a la habitación. Ella lo veía desde la valla perimetral del geriátrico, a una veintena de metros.
- ¡Qué alegría me da verte otra vez!- le grita ella. Él, sonriente y casi al borde del llanto, le contesta con su habitual socarronería.
- A mí me ha salvado esta- dice José Luis levantando la mano con la que sostiene el tercer pitillo que se enciende en cinco minutos-. El virus y la nicotina no se llevan nada bien.
Loli ríe.
Hace 48 días, como todo su pueblo, Loli lloraba.
“Si no se les llega a evacuar, hoy, en vez de alegría por la vuelta de la mayoría de nuestros ancianos, estaríamos llorando las muertes de todos ellos”, explica Rafael Aguilera (IU). “Si no hubiésemos lanzado ese mensaje de socorro, nuestra residencia se hubiera convertido en otro mortuorio más como ha pasado en el resto de España. Menos mal que la Junta reaccionó a tiempo, aunque pudo hacerlo mucho antes”.
Según un recuento efectuado por la agencia Europa Press, a fecha de 7 de mayo la pandemia había matado ya a unas 16.500 personas usuarias de residencias de ancianos públicas, concertadas y privadas. La Comunidad de Madrid encabeza ese deshonroso ranking, con 5.876 muertes. Le siguen Cataluña, con 3.155 fallecidos, y Castilla y León, con 2.449. Esa cifra global supone el 61% de las muertes registradas por COVID-19 en España hasta el momento.
“Se me mueren los mayores en las manos”
Jueves 18 de marzo. Rafael Aguilera, Rafi para sus 5.000 vecinos, lanza un SOS. La mayoría de los ancianos de la residencia del pueblo están contagiados. “La Junta tiene que sacarlos de aquí”, ruega públicamente.
Durante los tres días posteriores todo su equipo de gobierno se centra en evacuar a hospitales a los residentes que presentan síntomas graves y en desinfectar la residencia.
El lunes siguiente, con la muerte de tres ancianos de La Pasionaria que habían ingresado en hospitales de la comarca, el alcalde de Alcalá insiste: “Se me mueren los mayores en las manos”. A las pocas horas acuerda ceder sus competencias sobre la residencia a la Junta de Andalucía. Una vez efectuado el traslado, 24 profesionales de SAMU atienden día y noche a los 28 pacientes en un contexto de medidas sanitarias extremas.
Martes 24 de marzo. El Gobierno andaluz, empujado por la presión del regidor, traslada a 28 del total de 38 ancianos contagiados a la Residencia de Tiempo Libre ‘El Burgo Turístico’, un centro público de vacaciones pensado para familias en apuros económicos. Aquel lugar, en La Línea de la Concepción, se convierte en un pequeño hospital de campaña.
Sólo tres de los 28 ancianos que ingresan allí no están contagiados. Uno de ellos es José Luis Guerrero, ese gaditano de 69 años que se pasa el día fumando y que intentó amarrarse a los barrotes del balcón de su habitación para evitar su traslado a La Línea.
El pasado 1 de abril fue el cumpleaños de Carla, la única nieta de José Luis. Dos días antes le dijo a este reportero: “Una de mis ilusiones es verla hacerse mujer”.
“Deseaba volver aquí”
48 días después del traslado a La Línea, con Carla un año mayor y con su abuelo de vuelta en Alcalá, José Luis sonríe cuando unas jóvenes se acercan a saludarlo. “Se nos ha hecho muy largo estar en La Línea. Yo deseaba volverme aquí”, explica a EL ESPAÑOL. “Nos han tratado muy bien, pero este pueblo y su gente son como mi casa”.
Este lunes, numerosos vecinos de Alcalá se lanzaron a las calles y a los balcones del pueblo para recibir el autobús y las ambulancias que trajeron de vuelta a los 28 ancianos.
En La Residencia La Pasionaria se les esperaba con globos y una pancarta en la fachada que recordaba la memoria de los 11 fallecidos -siete de ellos en La Línea y cuatro en hospitales-. “Sólo muere quien es olvidado y vosotros permanecéis vivos por siempre en nuestros corazones”.
Un nutrido cordón policial impedía que los alcalareños se aproximaran a la entrada de la residencia. Cada vez que aparecía un anciano se coreaba su nombre. Había mujeres llorando al ver la escena. Francisco Bolilla aguardaba la salida de su tía Dolores de una ambulancia. La anciana tiene 99 años y está ciega. Nunca tuvo hijos. Sólo sobrinos. Seis.
Francisco, durante el tiempo que su tía ha estado en La Línea, la veía a través de las videollamadas que le hacía el personal sanitario que la ha atendido durante el último mes y medio largo. “Ella sabía todo lo que estaba ocurriendo. No tiene visión pero la cabeza le funciona a las mil maravillas”, explica su sobrino.
“Me decía que se quería volver a Alcalá. Menos mal que ya está aquí. Por ahora no vamos a poder venir a verla, pero bueno, al menos sabemos que está aquí, a un paso de nosotros”.
El día que los ancianos llegaron a La Línea, un grupo de alrededor de 60 personas los recibieron con una cacerolada. Algunos exaltados lanzaron piedras contra los agentes de Policía que custodiaban el perímetro del recinto.
Varios de ellos amenazaron por mensajes de Whatsapp con "salir a las calles" y "liarla" con cócteles molotov y ruedas incendiadas si se traía “un infectado más” a la ciudad fronteriza con Gibraltar. Se produjeron dos detenciones. El alcalde de La Línea, Juan Franco, pidió disculpas por el comportamiento de estas personas, pero subrayó que no representaban al pueblo linense.
Este lunes, tras recibir de nuevo en Alcalá a los ancianos, su alcalde, Rafael Aguilera, daba las gracias a La Línea por su colaboración “a la hora de recibirnos”. Ambos regidores ya han acordado realizar un acto de hermanamiento entre los dos municipios.
“Les estaremos eternamente agradecidos pese a que unos cuantos quisieron manchar la imagen de esa ciudad”, dice Rafi en conversación con EL ESPAÑOL. “Ahora sólo queda disfrutar la vuelta de nuestros viejecitos. Los hemos salvado entre todos".