Lejos de cualquier barullo, en un edificio anodino, sito en una calle de un único carril, está el lugar tranquilo, el sitio al que Isabel Díaz Ayuso vuelve, una y otra vez. Su casa. Su centro de gravedad hasta la crisis del coronavirus: un piso en su barrio, el de las calles de su infancia.
Ahí, en pleno distrito de Chamberí, emancipada ya de la efervescente Malasaña, reside la presidenta de la Comunidad de Madrid. Una residencia de 60 metros cuadrados, aproximadamente, en una finca sin portero. Muy discreta, sin ni siquiera la enseña nacional adornando la terraza. Aunque, claro, a ella hace semanas que no se la ve.
La última vez que la líder madrileña atrevesó el portal de su edificio, al que se mudó hace ahora justamente un año, como ha podido confirmar EL ESPAÑOL de fuentes oficiales, fue hace unos diez días. Se llevó bastantes “trajes y ropa”. Desde ese momento, nada.
“He dicho que no tengo familia, pero no que mi apartamento esté vacío”, aducía el personaje de Jack Lemmon en El apartamento, la mítica cinta de Billy Wilder. Pero en el caso de Díaz Ayuso es al contrario: porque vive con su pareja, el peluquero Jairo Alonso, sí, pero, a tenor de sus últimos movimientos, ni ella ni él están ocupando en la actualidad la propiedad.
Desde el PP de Madrid afirman, en conversación con este periódico, que Isabel “no es de pretensiones ni de lujos”. Que estableció allí su domicilio por volver a su barrio, a su distrito, al sitio donde nació y se crió. “El piso es lo que es”, aducen con respecto al tamaño.
Diversas fuentes, conocedoras del edificio, aseguran que los pisos -uno por planta, hasta conformar seis- son de 60 metros cuadrados, aunque el catastro recoge, en cambio, 78 metros cuadrados. Sea como fuera, la construcción tiene 52 años de antigüedad, y fue reformada hace ya unos años.
Quizás fuera el montante del alquiler -en torno a los 1.500 euros mensuales, según los precios de mercado consultados por este periódico- o la cercanía tanto a la residencia de su madre -y escenario de su infancia-, que se encuentra a menos de diez minutos a pie, como a la sede del PP, a unos quince a paso ligero, lo que convenciera a la pareja para decantarse por él.
Vida de barrio precovid-19
En los alrededores, Isabel y Jairo hacen vida de barrio, pero de manera discreta. A ella es habitual verla en una churrería cercana, o tomando el aperitivo en uno de los locales próximos a su casa. Él baja a comprar a los comercios y se detiene a hablar con los dueños, explica, sonriente, uno de ellos, cuando este periódico le interpela.
La seguridad que lleva consigo la presidenta apenas ha variado la vida de la calle. Tanto, que muchos vecinos ni siquiera saben que tienen al otro lado de la acera a tan ilustre habitante.
Pero sí en su mismo bloque. "En este barrio es querida y bienvenida", comenta un vecino. "No se merece lo que le están haciendo: ella es muy discreta y no molesta a nadie. Al contrario". En el mismo distrito se encuentran todos los lugares que la vieron crecer: tanto su colegio -el centro Blanca de Castilla- como el local que los populares tienen en el barrio y donde ella se afilió.
La mudanza coincidió, relatan desde el entorno de la presidenta, con las elecciones autonómicas de hace ahora doce meses. En aquel momento, el futuro político de la Comunidad era incierto: Isabel había salvado los muebles, tras unos años muy convulsos para el PP madrileño, pero no lo suficiente como para poder formar gobierno en solitario.
Venía lastrada por el escándalo Cifuentes, sumado al cambio de partido del entonces presidente en funciones, Ángel Garrido, al no haber optado el PP por situarlo a él al frente del ticket electoral. Pero Isabel, en aquel momento, seguía siendo una desconocida para el grueso de sus vecinos.
Antes residía en un pisito más modesto aún: eran cincuenta metros en una bocacalle de Sagasta, que también compartía con su pareja. Ya planeaba la idea de mudarse, tal y como contó en una entrevista para El Mundo. "Si tengo otras responsabilidades, cuando sea presidenta de la Comunidad, evidentemente necesitaré una casa de mayor tamaño y con armarios más grandes, porque te cambias muchas veces de ropa al día", adujo entonces.
Mucho ha variado la situación en los últimos doce meses. Al sudoku político, que resolvió ofreciéndole la mitad de su consejo de gobierno a Ciudadanos y con el apoyo externo de Vox, pronto se le unieron más y más polémicas. Especialmente las que pivotaban sobre el mismo tema: la inmobiliaria.
Polémicas inmobiliarias, una tras otra
La última, como es por todos sabidos, sobre la cesión -o no- de dos apartamentos de lujo en el complejo Be Mate Plaza de España para ocuparlos mientras durara la crisis del coronavirus. Pero, especialmente, lo que preocupa a propios y ajenos es por qué se subió a la plataforma de contratación "por error" -según la presidenta- un contrato por valor de 565.000 euros a la empresa propietaria del apartahotel en el que se hospeda desde el 16 de marzo, el día que dio positivo en coronavirus.
Su equipo, contactado por este periódico, no ha querido ahondar en el tema. Porque esta marejada no la habían visto venir, ni siquiera su jefe de gabinete y principal asesor, Miguel Ángel Rodríguez. Hasta que la revista Vanity Fair desveló cuál era la localización de la lideresa de todos los madrileños.
Pero antes de los apartamentos y el covid estuvo el caso Avalmadrid. Porque Isabel Díaz Ayuso posee una vivienda en propiedad. Concretamente, en nuda propiedad. Fue la herencia en vida de su padre y cuya sombra la ha perseguido hasta la actualidad, con la comisión de investigación que se lleva a cabo en la Asamblea de Madrid sobre el caso Avalmadrid y la posible comisión de un delito de alzamiento de bienes.
“Ese piso se cede la nuda propiedad, mediante acto notarial, en medio del impago del crédito concedido a su padre. Ya era conocimiento de Ayuso la situación de impago”, inciden desde Más Madrid. Pero lo cierto es que aún la presidenta no tiene ninguna acusación formal a la que hacer frente.
Sin embargo, esas sesiones, como todo, quedaron congeladas con la llegada del covid-19. De momento, y de acuerdo a fuentes parlamentarias, no está previsto que se celebren más comisiones a ese respecto. El calendario acaba de empezar a retomarse y en el horizonte no aparece, ni de lejos, Avalmadrid.
Mientras, siempre tuvo a su lado a su pareja, Jairo Alonso. Antiguo peluquero, y actual responsable -tal y como él mismo publica en su perfil de LinkedIn- de comunicación y márketing en una franquicia de restaurantes de comida de Líbano llamada Shukran Group, forman un tándem. Así lo certifica cualquier persona que haya pasado algún tiempo con él.
"No es que él esté enamorado de ella, no, es que está enamoradísimo", comenta en charla con este diario una amiga cercana de Ayuso. "Realmente, nunca le he preguntado a qué se dedica. Pero sea a lo que sea tiene mucho tiempo libre , porque la acompaña a la gran mayoría de los actos, siempre que puede".
Se conocieron en el pueblo de ambos, Sotillo de la Adrada, en Ávila. Y desde que son pareja, viven juntos. Primero en Malasaña, después en Chamberí. Aunque él sí estuvo viviendo en este piso mientras ella pasaba el covid-19, hace días que no se le ve por su actual domicilio.
Jairo Alonso inició su vida profesional trabajando como peluquero y estilista a la edad de 16 años. Durante un tiempo fue el máximo responsable de comunicación y marketing en la cadena de peluquería Rizo's.
Quizás la presidenta de la Comunidad contara con su consejo para que una de sus primeras decisiones, adelantándose al Gobierno central, durante los primeros embates del coronavirus, fuera cerrar las peluquerías. Lo cierto es que él ha continuado haciendo tutoriales de peluquería en sus redes sociales, privadas, claro.
Pero la única polémica que resuena ahora en la cabeza de los madrileños, más allá de las caceroladas y las manifestaciones en el barrio de Salamanca -que, a ojos de Ayuso, se quedarán pequeñas para lo que está por venir y serán como “una broma”-, es la de su apartamento.
Ahí sí consigue consenso la presidenta. Tanto sus compañeros de filas, como de Gobierno, consideran que se está llevando a cabo una “cacería” de la que es inocente. La oposición clama, mientras, al cielo. Está por ver si, cuando vuelva a su casa, a Chamberí, consigue las mismas opiniones. Aunque todo parezca apuntar a que sí.