Fue de un momento para otro: en un tris, todos los planes que tenía Enrique Sarasola Marulanda, Kike para los suyos y para los medios, se congelaron. Era principios del mes de marzo y al empresario -un rostro más que conocido en nuestro país, tras décadas y décadas acudiendo sin falta a su cita con el kiosko y las revistas- toda la crisis del coronavirus le dejó fuera de juego.
No por estar lejos de su casa madrileña, no. La pandemia le pilló en Cartagena de Indias (Colombia), pero el país iberoamericano no le es ajeno. Su madre es colombiana, heredera de una de las grandes fortunas del continente -hija del primer accionista de Avianca y gran terrateniente-, y él goza de la doble nacionalidad.
Es porque vive su peor momento profesional. “No sólo porque al ceder efectivamente sus hoteles [para su medicalización y como residencia para santiarios] está perdiendo dinero, más allá del que no se genera sin turismo, es que encima le está causando un desgaste reputacional enorme”, comentan desde su entorno en conversación con EL ESPAÑOL.
La tormenta Ayuso -y Rivera- ha descargado, definitivamente, sobre el empresario “de éxito”, ese que levantó un “imperio”, en palabras de quienes más le conocen, de la nada, tras una carrera olímpica frustrada por una lesión. El que cargó como quien lleva una losa, o eso dice, con el apellido que le recuerda, día a día, la prolífica carrera de su padre en el mundo de los negocios.
Al calor, una vez más, de la clase política. La historia, como parece, es cíclica.
Kike Sarasola (12 de noviembre de 1963, Madrid) nunca ha rehuido de su linaje. No en vano, su padre, Enrique Sarasola Lerchundi, un empresario vasco conocido por su rol de comisionista, gran amigo de Felipe González, se hizo un nombre durante los años de la Transición. A su sombra creció Kike.
Mucha deuda con los bancos
De momento, en el plano empresarial no vive un momento esplendoroso. Dentro de sus diversas sociedades, donde destaca Room Mate S.A., la tónica es el endeudamiento, las pérdidas y la ampliación de capital.
Las deudas con los bancos superan los 64.000.000 euros. Con todo y con ello, Sarasola no para de abrir hoteles, por lo que, según los expertos, su salud financiera “podría ser mejorable”, pero es “perfectamente normal si están apostando por inversiones”. Entre los planes precovid de la cadena hotelera para 2020 se incluían la apertura de dos nuevos establecimientos, uno en la Gran Vía madrileña y otro en Roma.
Según las últimas cuentas presentadas por Sarasola, correspondientes a 2018, Room Mate tuvo unas pérdidas de 5.700.000 euros, con unas ventas de casi 36.000.000 y una facturación de 83.000.000 euros, un 5’7% más con respecto a 2017. Así, las pérdidas, aunque continuaban con respecto al ejercicio anterior, se redujeron en algo más de un millón.
Sin embargo, esa sociedad no es la propietaria de la marca Room Mate. La dueña es Castaño 55, que, a su vez, tiene relacionada otra empresa, Tafay, que sí está a nombre de Sarasola. Además, está relacionado con otro tipo de firmas de otros ámbitos económicos, como algunas relacionadas con los caballos y otras de tipo fotovoltaico. Una pequeña matrioska de sociedades.
La sombra del padre
“El padre fue el que le orientó. Era un encantador de serpientes. Cantaba boleros, bailaba, era todo un personaje”, afirma una vieja amiga de la familia a preguntas de este diario. La influencia de Enrique padre, más conocido como Pichirri, no sólo se quedaba en el ámbito familiar: fue una figura estelar en la España democrática. “Era ese tipo de hombre que representaba la vieja cultura del pelotazo urbanístico, al que toda la jet conocía”, ahonda.
Su amistad con González, a quien conoció antes de que llegara a la secretaría general del partido y, posteriormente, a la presidencia del Gobierno, le catapultó. El franquismo daba sus últimos coletazos en España y aún no se habían legalizado los partidos políticos. La oficina de Sarasola, que se había marchado a Colombia a hacer fortuna y había vuelto, y la sede secreta del PSOE en Madrid compartían calle y número. Pronto, la relación entre ambos cristalizó.
Lo inmobiliario era el pivote central de los negocios de Sarasola. Bajo su batuta, se construyó, por ejemplo, la sede socialista de Ferraz, en 1982. Se convirtió en el bastón económico de González, y su relación les benefició en ambos sentidos.
Si Felipe contó con líneas de financiación de América Latina para el PSOE, Pichirri obtenía beneficios de las comisiones de operaciones económicas o de comercio bajo el paraguas del Estado. Tan estrecha fue esa relación que el 23 de febrero de 1981, día del golpe de Estado, Sarasola ofreció su casa a la familia de González.
Entre su círculo se encontraban nombres tan relevantes como Alberto Cortina y Alberto Alcocer (más conocidos como Los Albertos), Mario Conde, Manuel Prado y Colón de Carvajal o Javier de la Rosa. Junto a ellos, realizó operaciones que coparon titulares y titulares, como la construcción de las torres KIO para acabar en manos kuwaitíes, un escándalo que llegó a investigarse en la Audiencia Nacional. Pero no fue el único.
Sarasola también se vio implicado en una investigación por la construcción del metro de Medellín. Era lo que, en aquel momento, se consideró el contrato del siglo. A Pichirri le acusaron de cobrar unas comisiones por valor de 27,3 millones de dólares en un banco panameño por sus labores como intermediario de las citadas obras entre 1985 y 1986.
Fueron muchas y muy diferentes las empresas que pujaron por llevarse el contrato del suburbano, pero, finalmente, el Gobierno de Colombia, a través de su entonces presidente, Belisario Betancur, se decidió a favor de España.
La acusación partió de una investigación de El Mundo sobre la recepción del dinero del empresario en un banco en Panamá y, posteriormente, de una querella presentada por José María Ruiz Mateos. Según denunció el citado periódico, Betancur, a instancias de Felipe González, se decidió por la opción española, representada por Sarasola.
De la hípica a los negocios
Con todo y con eso, a pesar de sus idas y venidas de los tribunales, Sarasola padre no perdió un ápice de su brillo entre la alta sociedad de nuestro país. “Su padre tenía una personalidad arrolladora. Esa sombra de un padre brillante los hijos siempre la han tenido encima”, relata una persona cercana a la familia, testigo de aquella época.
Sus contactos financieros, conseguidos por aquí y por allá, le abrían las puertas de muchas oportunidades de negocio. Entre ellas, destaca la compra de su finca segoviana de El Espinar, donde montó una yeguada, de las más importantes de nuestro país.
Por eso a nadie le extrañó, ni a propios ni a ajenos, que sus dos hijos, Kike -el mayor- y Fernando, alias Gigi, se dedicaran a los caballos de manera profesional. Sobre Kike, desde su círculo destacan que “siempre ha sido una persona con muchas ganas de hacer cosas. Cuando se dedicaba a la hípica, ponía mucho empeño. Es algo que ha mamado. Le apasionaban los caballos, nunca pensamos que una vez dejase los caballos se dedicara a la hostelería”.
Quizás fuera por el peso del apellido, por ver que, aunque te signifiques políticamente, los negocios pueden ser redondos, Kike decidió tomar el testigo de su padre como empresario.
Antes había logrado en cinco ocasiones el título de campeón de España y un diploma olímpico en Barcelona, Atlanta y Sídney. También fue pionero en algo: fue el primer deportista de élite en nuestro país en salir del armario. En todo ello había contado con el apoyo familiar.
Pero puede que precisamente el recuerdo de su padre lo que le llevó a hacer operaciones algo arriesgadas. En otra esfera, claro. Cuando Kike decidió dar el paso y poner la mira en el mundo de los hoteles. “Su padre nunca se hubiera metido en un hotel. Él vio ahí un filón, un negocio en un momento determinado del gran turismo que venía España”, incide una amiga de la familia.
Kike estaba decidido a prosperar. Se lo debía a su padre, a quién se lo había prometido en su propio funeral, cuentan testigos del momento a este diario. Quería triunfar y seguir abanderando el apellido Sarasola como sinónimo de éxito. "No existe el éxito ni el fracaso. Existe el trabajo, trabajo, trabajo y levantarse para lograr nuevas metas", se puede leer en la web de Room Mate, el proyecto final.
Antes de fundar esa cadena de hoteles, Kike Sarasola probó suerte en el sector inmobiliario y tecnológico. Finalmente, acabó materializando la idea de alojamientos urbanos low cost junto a su pareja, Carlos Marrero, y su amigo Gorka Atorrasagasti.
Desde entonces, el empresario ha sabido codearse con dirigentes políticos que abarcan todo el espectro ideológico, así como con distintas personalidades de la aristocracia y del papel cuché. De hecho, fue precisamente Felipe González el encargado de casar a Kike y su marido en el año 2006, una ceremonia que acaparó portadas y a la que no faltaron otras altas personalidades de la política y la aristocracia española como José Bono o Eugenia Martínez de Irujo. También es muy amigo de los hijos de Adolfo Suárez.
Pero si el nombre de su padre estaba asociado al PSOE, el suyo lo está a Ciudadanos. Kike nunca dudó en mostrar su apoyo público a Albert Rivera, e incluso le introdujo en las altas esferas de nuestro país. El gran nexo de unión entre ambos fue la gestación subrogada, dado que Sarasola y su marido son padres de dos niños por medio de vientres de alquiler y el partido naranja buscó su regulación en nuestro país.
Tanta amistad derivó en un nuevo escándalo: el piso de lujo que Sarasola le cedió al expresidente de la formación liberal, del que aún no se sabe si fue un alquiler en condiciones ventajosas para el político o un regalo. Un detalle crucial, porque habría incumplido la normativa del partido, de ser así.
Pese a ello, él se define como un hombre de izquierdas. En 2015, al recibir la Medalla de Oro al Mérito Turístico por parte del Ejecutivo de Mariano Rajoy, no dudaba en hacer referencia a su orientación sexual y a su posición política: "Tengo que agradecerle al PP que me la haya dado siendo públicamente rojo y gay... Tiene mucho mérito", bromeó.
Aunque si ha habido una relación que le ha desgastado ha sido el acuerdo con la presidenta de la Comunidad de Madrid y líder del PP en la región, Isabel Díaz Ayuso. Desde su entorno arguyen que, si bien sí que era amigo personal de Rivera, a Ayuso no le une ningún lazo.
“Kike es una persona muy generosa, muy trabajadora, que podía haberse dedicado a vivir de su padre, de su madre, de su herencia, y sin embargo ha creado un imperio, triunfando y con gran acierto”, relatan. Poco más: el cerrojazo es palpable tras la crispación política.
Otras fuentes van algo más allá: “No me extraña nada que le haya dejado un piso a Albert o a la presidenta, porque es generoso con todo el mundo. Es muy cariñoso y hace lo que esté en su mano por sus amigos, por eso tiene tantos”.
“Todo él es herencia de su padre, sí. Pero no le reconozco en muchas cosas que se están diciendo de él. Cuando se habla de él como empresario… ese no es el Kike real”, aduce una voz de su entorno más cercano. “Hay empresarios malos y otros muy buenos. A los emprendedores siempre le tienen que ayudar alguien, a Kike fue Rosalía [Mera, la primera mujer de Amancio Ortega y copropietaria de Inditex, ya fallecida]. Pero todo es mérito propio”, le defienden.
Aunque los problemas no le son ajenos. En 2016, una investigación de El Confidencial vinculaba a su familia materna con la trama de evasión fiscal de Los papeles de Panamá, demostrando que tanto los hermanos Sarasola como su madre, María Cecilia Marulanda Ramírez, habían transferido buena parte de su patrimonio a empresas offshore.
En diciembre del pasado año, el Área de Delitos Económicos de la Fiscalía Provincial de Madrid pedía cuatro años de prisión para Kike y Gigi Sarasola, así como para su madre, acusados de un supuesto delito contra la Hacienda Pública en relación a la actividad de varias sociedades opacas que fundó Enrique Sarasola padre.
Según la acusación, cada hermano habría defraudado a Hacienda más de 916.000 euros en el Impuesto de Sucesiones, mientras que la madre está acusada de defraudar más de 2,3 millones de euros en su IRPF del año 2002, por lo que se pide a María Cecilia Marulanda una indemnización de cerca de 10 millones de euros y de cuatro millones para cada uno de los hermanos Sarasola.
Está por ver si esta vez, con los apartamentos de Ayuso, Sarasola, como Ícaro, no siguió a rajatabla el consejo paterno y sus alas se han podido derretir. Una vez más, por orbitar cerca de la política.
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