Cuando se apagan las luces, terminan las ruedas de prensa y el hombre más fotografiado en nuestro país en los últimos tiempos, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, vuelve a casa, ni la ciencia, ni la comunicación se quedan fuera de ese hogar. Porque allí, en una casita unifamiliar del madrileño barrio de Alameda de Osuna, también vive la investigadora y periodista María Romay. Su mujer.
María Carlota Romay Barja de Quiroga, la prominente doctora de origen gallego con quien comparte su vida Simón, llegó al mundo de la ciencia casi por casualidad. Porque primero otra vocación se cruzó por mitad de su camino: el periodismo. María, tal y como es conocida, se decidió primero por estudiar comunicación.
Pero de ahí dio el salto: tras diversos voluntariados y trabajos que le llevaron a estar sobre el terreno, mucho antes de oficializar su relación con el protagonista de la pandemia del covid-19 en nuestro país, se decidió por especializarse en Políticas y Planificación para el Desarrollo y que culminó con un doctorado en Epidemiología y Salud Pública hace unos años.
La doctora Romay, aunque con raíces gallegas, estudió en Madrid, en el barrio de la Estrella. Pero toda su familia entronca con el norte de España: no en vano, en su genealogía se encuentra el que fuera ministro de Sanidad en el primer Gobierno de José María Aznar, José Manuel Romay Beccaría, que también ocupó los cargos de diputado, conselleiro de Sanidade o Agricultura y presidente de la Diputación de A Coruña.
Aunque la gran figura central de su vida es su madre, María Josefa Barja de Quiroga. A ella le une un fuerte vínculo, como a todos sus hermanos -especialmente al productor teatral Carlos Juan, fallecido el pasado año-, porque perdieron jóvenes a su padre: el Capitán de las Fuerzas Armadas Carlos Romay Custodio, que falleció en acto de servicio en 1969.
A ella, a María Josefa, a su labor y su rol como madre, María le dedicó la tesis doctoral con unos delicados versos de Goytisolo, incluido en su memorable Palabras para Julia: “Nunca te entregues, ni te apartes, / junto al camino, nunca digas / no puedo más y aquí me quedo, / y aquí me quedo”.
Pero María no siguió los pasos al poner la mira ni en el sendero político ni en el militar. No, ella se decidió por cursar Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, licenciatura que obtuvo en 1989. El gusanillo de la información científica estaba ahí, sí, pero antes probó suerte con unas prácticas en el diario La Gaceta de los Negocios.
Su recorrido internacional
De ahí Romay dio el salto internacional. Era el arranque de la década de los 90 y aún no estaba formalizada su relación con Fernando Simón. Primero, de la mano de la asociación Medicus Mundi, estuvo -al igual que su futuro marido- en Burundi. Fuentes cercanas a la pareja certifican que sí, que en el país africano “todavía estaban solteros”.
Era el pequeño pueblo de Ntita y mientras Fernando se hacía cargo del hospital de la zona, que cubría un área de 40 km a la redonda y en la que era “médico de todo”, sin especialidad concreta, ella se encargaba de llevar a cabo una actividad de Educación para la Salud. Pero fue visto y no visto: al año siguiente, en el 91, María recaló en Madrid.
Su carrera ya quedaría ligada, por siempre, a la ciencia, pero con una mirada especial para con lo africano. En su ciudad se dedicó, durante doce meses, a trabajar para una asesoría de integración de ciudadanos de dicho continente en nuestro país. Aunque pronto volvió a cambiar de residencia.
Fueron tan solos unos meses, pero esta vez de la mano de Médicos Sin Fronteras, María se fue, primero, a Garissa (Kenia) a llevar a cabo una serie de encuestas nutricionales; después, a Johar (Somalia) para trabajar en la rehabilitación de los servicios básicos de salud de la zona, y finalmente, durante unos meses apoyó en La Habana al sistema de salud cubano.
En el 93 se estableció en Londres y, en el curso siguiente, se mudó a Swansea, a algo más de tres horas de la capital británica. Ahí desarrolló su máster y perfeccionó su inglés, pero nada la retuvo e hizo las maletas para volver a los países en desarrollo. En esta ocasión, le llegó el turno a Mozambique y le siguió Guatemala. Ya, en 2003, la familia Simón-Romay volvió a España, de la mano de sus tres hijos.
María se especializó en Enfermedades Tropicales y pronto encontró trabajo en el Instituto de Salud Carlos III, dando datos sobre fallecimientos por coronavirus y cuyas estadísticas no coinciden con las ofrecidas por el doctor Simón. Ella, allí, se lleva labrando una amplia carrera profesional desde 2007. Sus labores han ido variando: desde la docencia a la investigación, pasando por la gestión de las redes sociales de la Red de Investigación Cooperativa en Enfermedades Tropicales (RICET).
Entre sus especialidades, las líneas de investigación que tratan sobre malaria, tuberculosis, chagas. EL ESPAÑOL se ha puesto en contacto con María Romay para hablar sobre su carrera investigadora pero la científica ha declinado la oferta.
Confinamiento estricto
Nada que ver con el virus que ha puesto su hogar patas arriba, el SARS-CoV2. María ha llevado a cabo un confinamiento estricto, junto con sus hijos Guille, María Josefa -Fefa- y Marcos Simón Romay. Los nombres no son baladíes: Fefa tiene el nombre de su abuela, María Josefa Barja de Quiroga, y Marcos el de su tío, el hermano menor de Fernando Simón.
María, que no duda en solidarizarse en sus redes sociales con causas como el Blackout Tuesday o el feminismo, ha navegado las aguas cada día más difíciles de una pandemia en la que su familia estaba en el centro de la diana, hasta el punto en el que el virus convivió con ellos mientras Fernando Simón enfermó de covid-19. Quizás sea uno de los leitmotivs de la científica e investigadora lo que les haya ayudado a resistir el embate, como tantos y tantos hogares en España: una frase de Hipócrates muy especial para Romay: “Curarse es cuestión de tiempo pero, a veces, también es cuestión de tener la oportunidad”.