El tiempo se paró en Portbou en el siglo XX… y ahí siguen. La gasolinera del pueblo continúa siendo una vieja garita con un par de surtidores. En sus calles se pueden ver reliquias circulando, como un Renault 9 del 84. Incluso camina por la calle algún paisano con un transistor a pilas, desafiando al móvil. Al preguntarle si sabe lo del suceso de hace 30 años, responde casi de forma automática: “Lo de la novia aquella que se ahorcó en la playa, ¿no?”.
Porque Portbou es pequeño y casi todos conocen esa historia, aunque cada uno tenga su versión: el suicidio de una veinteañera una noche de verano de 1990. Una novia que en realidad no era tal. Un cadáver ahorcado en la subida del cementerio, que acabó siendo embalsamado por las mismas manos que embalsamaron a Dalí. Una comuna hippy, un niño llorando que desaparece, un ataúd con la inscripción “NN” y mucho viento. Historias de frontera, de estraperlo y contrabando. De exiliados y prostitución. De gentes de paso, que no dicen dónde van ni de dónde vienen. De extranjeros que llegan y se suicidan, que Portbou es conocido por varios de ellos.
En este pueblo fronterizo de la Costa Brava llevan tres décadas buscando la identidad de aquella joven muerta que nadie reclamó. Hace tres meses se produjo el último giro. Con motivo de los 30 años del suceso, EL ESPAÑOL se adentra en su historia. Un relato en el que el pueblo, Portbou, es un personaje más. La frontera. Fue uno de los lugares más prósperos de España por el negocio aduanero; ahora es un pueblo sin turistas, sin jóvenes y donde se respira la decadencia en cada rincón. Portbou es un kilómetro cuadrado, mil habitantes y un millón de historias. Y de fondo mucho viento, la terrible tramontana que es capaz de trastornar a cualquiera.
El suicidio de la ‘novia’
“Una joven de unos 20 años de edad cuya identidad se desconoce fue encontrada ayer ahorcada en un pino de la montaña donde se encuentra ubicado el cementerio municipal de Portbou”.
Así abría el Diari de Girona del 5 de septiembre de 1990. El suceso iba en portada, con una foto en blanco y negro de un cuerpo colgado de una rama y cubierto por una sábana. “El primero que se la encontró fue el Gari, que era un policía que había en el pueblo, ese día tenía libre y se fue a pescar. Al pasar por debajo del pino vio un coche con un niño dentro llorando. Siguió su camino pero se quedó con la cosa y volvió a ver qué pasaba. El niño seguía en el coche llorando y mirando hacia arriba, a la montaña. Cuando el Gari se dio cuenta de que arriba había un cuerpo ahorcado, subió la cuesta. Al bajar ya no había coche ni niño”, cuenta el propietario del Bar Riky, ubicado en la playa, justo enfrente del árbol donde se encontraron el cadáver. Pero el Gari ya está muerto y no se le puede preguntar.
El cartel del Bar Ricky es de estética ochentera, de la época dorada. Portbou es el primer pueblo de España. O el último, según se mire. Y cuando se ahorcó la joven, en 1990, todavía era importante. Es la frontera con Francia y en torno a la aduana se conformó un próspero negocio. El tren resultó fundamental en ese desarrollo. Fue uno de los nudos ferroviarios más importantes de nuestro país y la cubierta de su estación es una obra de arte.
Portbou era uno de los lugares de veraneo favoritos de la aristocracia catalana, al final de la Costa Brava. “Fíjate si sería importante, que yo un año vi aquí a Albano y Romina Power. No actuando, no. Bañándose en la playa, que vinieron de vacaciones”, asegura una pareja de pensionistas de Castellbisbal (Barcelona) que lleva 40 años veraneando en el pueblo. En el siglo XX, Portbou era alegría: en la plaza del pueblo vivía un mono alcoholizado que se llamaba Pitty y dormía en lo alto de un platanero. Portbou estuvo de moda, había mucho dinero y muchos intereses. Mafias del contrabando y de la prostitución, porque a media hora está el gran burdel de Europa (La Jonquera). Portbou era el filtro y todo pasaba por allí.
El ocaso
Pero llegó el siglo XXI y se fueron las fronteras, las aduanas y los trenes. Se fueron los turistas, que ahora son una rareza. Se fue el contrabando, el estraperlo, el dinero y el glamour. Se fueron todos y no vino nadie; ni siquiera la burbuja inmobiliaria. Sólo se quedó la tramontana. Dicen en el pueblo que, cuando sopla fuerte en las noches de invierno, silba canciones al pasar por la monumental cubierta de la fantasmal estación.
Ahora Portbou es otro Ferrol, otro Detroit, pero en un kilómetro cuadrado. Edificios históricos abandonados y mucho silencio en las calles, roto sólo por el viento. No huele a ladrillo nuevo, porque aquí hace mucho que no se construye nada. El agua de la playa es cristalina, aunque es pleno julio y está casi vacía, porque no hay apenas turistas, ni niños ni fiesta. Portbou es un tesoro para quien aprecie la silenciosa belleza de la decadencia. El lugar equivocado para quien busque diversión.
Portbou es un pueblo tétrico en ocasiones: en el muro que sube al cementerio, a unos metros de donde se ahorcó la joven, hay escrito en letra gótica un texto de la escritora Mercé Rodoreda que explica cómo una niña cubierta de sangre intenta suicidarse durante toda la noche (sin éxito) tirándose una y otra vez desde el tejado de un cobertizo. Y es que, como en todas las zonas donde el viento castiga fuerte, el suicidio es otro elemento muy presente en Portbou. Aquí se dieron dos que son conocidos en todo el mundo: el del filósofo Walter Benjamin cuando huía de los nazis en 1945... y el suicidio de ‘la novia’ el verano del 90.
El falso vestido de novia
Al lado del Bar Riky hay un restaurante que se llama España y eso no provoca ningunas tensiones políticas entre vecinos. Otra prueba de que el tiempo se detuvo en Portbou en el siglo XX. Su propietario, un cordobés que lleva medio siglo en el pueblo, aún lo visualiza: “Claro que me acuerdo del suicidio. Vaya día me dio. Toda la mañana estuve viendo el cuerpo colgado porque tardaron horas en llevárselo”. Esa tardanza es una de las claves de la historia.
En cada lugar cuentan distintas versiones de la historia, pero un punto coincidente en la mayoría es decir que la chica iba vestida de novia, lo que dio pie a muchas y románticas elucubraciones. Incluso los guardia civiles que la custodiaron la llamaban “la novia”, por sus bellas facciones. Pero es un error.
Lo aclara el periodista Ramón Iglesias, que fue quien firmó aquella noticia en el Diari de Girona y es ahora director de informativos de SER Catalunya. Hijo, vecino y cronista de Portbou, se encontró con el suceso cuando se iba a trabajar. Su hermano Álex hizo varias fotos. Una de ellas no se puede publicar, por lo explícito de la imagen. Es un primer plano de la chica ahorcada. Pero ahí se aprecia que la chica no iba vestida de novia, ni siquiera de blanco. “Fíjate que lleva una camiseta de color turquesa y un mono tejano. La encontraron sobre las ocho de la mañana y estuvo mucho tiempo colgada hasta que levantaron el cadáver. Alguien, no sé si la mujer que avisó a la policía o un agente, trajo una sabana blanca para cubrirla. Los vecinos la vieron de blanco y de ahí quizás alguien diría lo del vestido de novia”, le explica a EL ESPAÑOL.
Acerca de la chica
Lo que se sabe de la chica: tenía unos 20 años y era caucásica. “Creen que alemana o escandinava, llegaron a esa conclusión por una cuestión estética: llevaba vello en las piernas, no estaba depilada. Y en aquel tiempo, eso era bastante habitual entre las mujeres nórdicas”, le revela a EL ESPAÑOL el actual alcalde de Portbou, Xavier Barranco.
Su pelo era rubio ceniza y no tenía marcas de pinchazos en los brazos. Lo que sí tenía en las manos eran unas durezas, una especie de callos. Podrían deberse a que la joven montaba a caballo. O tal vez que se dedicase a la navegación y esa fuese la marca de manipular cuerdas y nudos. De hecho, la cuerda con la que se ahorcó procedía de una pequeña embarcación próxima. No llevaba documentación encima.
Los médicos forenses que se hicieron cargo del cuerpo fueron Narcís Bardalet (el mismo que embalsamó a Salvador Dalí y actual presidente de la UE Figueres) y Rogeli Lacaci. “Esperamos que alguien reclamase el cadáver, pero pasaba el tiempo y nunca llegó nadie. Nos extrañó, una chica tan joven. La embalsamamos y pasó meses en la morgue”, cuenta a EL ESPAÑOL Bardalet.
El ataúd “NN”
Nadie reclamó el cadáver y la chica fue finalmente enterrada el 5 de diciembre de 1990 en el nicho 134 del cementerio de Figueres. En su lápida pusieron dos siglas: “NN”, que se pueden encontrar todavía hoy en muchos cementerios. Significan “No Name” (sin nombre) y corresponden a los fallecidos que no han sido reclamados por nadie. Personas a las que nadie echó de menos, o todavía los buscan como desaparecidos, con la esperanza de encontrarlos vivos. En el último recuento, en Cataluña había 74 cadáveres en esa situación.
A principios de los 90 no había registros de ADN. Lo único que se conserva de esa joven son las huellas dactilares. Porque el cuerpo permaneció enterrado en ese nicho los 10 años siguientes. Y por una cuestión de espacio en el cementerio, los operarios acabaron echando los restos a la fosa común, sin tener en cuenta que el caso seguía abierto y era un cadáver bajo custodia judicial. Ese despropóito fue perpetrado en el año 2000. Solamente un año después, la policía puso en vigor el ‘Programa Fénix', que identifica personas por el ADN. Tarde para el caso de Portbou: los restos de esa joven han desaparecido para siempre.
Durante todo este tiempo se ha estado elucubrando con infinitas hipótesis sobre su identidad. Desde que era una veraneante adinerada y que de ahí las marcas de las manos (por las cuerdas cabalgar o navegar) hasta que era una hippy de una comuna que había acampado en la playa esos días. Eran jóvenes de cinco nacionalidades distintas, que declararon a la policía no conocerla ni haber escuchado ningún ruido la madrugada del ahorcamiento.
También hay quien dice que la chica era una de esas víctimas de trata que acababan en cualquier burdel de La Junquera, uno de los municipios con más prostíbulos por metro cuadrado de Europa, y que no se mató ella: “El árbol está igual que hace 30 años: la base está llena de cactus. A la chica la encontraron colgada y descalza, con los zapatos bien puestos a cierta distancia. Pero en sus pies no encontraron ni un pincho. ¿Realmente se suicidó?”, cuestionan todavía en el Bar Riky.
Christine
La historia del prostíbulo se la quedó Rafael Jiménez, un inspector de policía que ya ha escrito cinco libros, uno de ellos prologado por Alfredo Pérez Rubalcaba: “En 2015 quería escribir mi tercer libro de ficción y leí un reportaje sobre ese suceso en el diario El Punt. Contacté con la periodista que lo firmaba, Tura Soler, y le pedí permiso para escribir una novela de ficción tomando como arranque ese hecho real”, cuenta Rafael a EL ESPAÑOL. Rafael fabula con su supuesta identidad la convierte en una joven nórdica que acaba en el norte de Cataluña presa de una red de prostitución. A la protagonista le puso Christine.
Las fotos y huellas dactilares de la joven ahorcada fueron cruzadas con bases de datos de policías de toda Europa. Y en dos ocasiones pareció llegarse a la solución del misterio. “La primera vez se creyó que la joven muerta era en realidad una chica de Alburquerque, Badajoz, que se vino a trabajar por ese tiempo a Cataluña y desapareció. Pero por una casualidad se dieron cuenta de que esa chica había sido detenida en Girona por delitos menores. Cruzaron las huellas y la descartaron”, cuenta Tura Soler, la periodista de El Punt que más ha investigado y mejor ha escrito sobre el tema: desde crónicas a ficción. Ella también tiene un relato imaginando la identidad de la chica de Portbou. En su caso era una joven siciliana que se quedó sin familia.
Descartada la joven de Badajoz, la última candidata llegó en abril de este mismo año, y esta vez parecía que sí se cerraba el círculo. Se trata de una joven alemana que desapareció en Halle (Alemania) el 10 de enero de 1990. Tenía 22 años y era madre de dos hijos. Sus fotos y las del cadáver de Portbou son muy parecidas. Y por cosas del destino o por la magia de Portbou, su nombre es el mismo que eligió en 2015 Rafael Jiménez para la protagonista de su libro: Christine.
Pero el jarro de agua fría llegó en abril. Los investigadores volvían a descartar que esta desaparecida germana, llamada Christine Hermert, fuese la mujer que andaban buscando. Las huellas dactilares no coincidían. Pero además, la alemana desaparecida tuvo dos hijos, y el análisis de la autopsia que le realizaron al cadáver de Portbou constataba que aquella joven no había parido nunca. El misterio de ‘la novia’ de Portbou, por tanto, sigue sin resolverse.
El viento y la estación
La estación de Portbou ya no es importante, de vez en cuando pasa algún Cercanías. Por eso sorprende que todavía queden vagabundos por el pueblo, llegados todos del extranjero. Hay un húngaro que está desesperado, pide un euro y dice que no sabe cómo ha llegado hasta ahí. Otro que lleva un sombrero de ala ancha y dice que tampoco sabe qué hace en Portbou, ni siquiera de dónde es. En realidad lo que quiere es que le dejen en paz y no le pregunten, porque a eso ha venido a Portbou. A desaparecer. Se sienta en uno de los bancos de la estación y se pasa las horas con la cabeza casi oculta en sus rodillas, como huyendo de algo. Tal vez de sí mismo.
Y no es el único. El filósofo alemán Walter Benjamin cruzó los pirineos huyendo de los nazis y dejó una carta para sus amigos anunciándoles que había venido a morir voluntariamente a Portbou, un pueblo en el que nadie lo conocía. Un turbio episodio que tampoco ha quedado nunca del todo esclarecido. La ‘novia’ que no era tal y se quitó la vida una noche de verano también vino al pueblo a morir. Quizás también iba huyendo. Aunque Portbou es muy pequeño, ya no pilla de paso de nada y haya que desviarse para llegar, sigue siendo el lugar elegido por algunas personas para desaparecer.