Pepe ‘MasterChef’, el cocinero habla claro: “En España alguien no sabe por dónde coger el toro”
EL ESPAÑOL visita el Bohío en su reapertura para hablar con él. Hijo de torero, acude a misa preocupado por las repercusiones del coronavirus.
19 julio, 2020 03:07Noticias relacionadas
Pepe Rodríguez, pese a reunir a tres millones de personas en la última final de MasterChef –la segunda con mejor cuota de pantalla de la historia del programa (30%)–, no gasta aires de galán. No tiene esa pretensión. En Illescas, su pueblo (1968), camino de su restaurante, El Bohío, como el “humilde hostelero” que gusta definirse, se para con unos y con otros; sin aires de grandeza, con una camiseta de los Rolling Stones, unos vaqueros y unos zapatos.
— ¿Has visto esto, Pepe? —le pregunta un vecino a la entrada del local.
Y él, Pepe, el de El Bohío, se para y escucha a pesar de los muchos quehaceres que le esperan durante el día: hablar con EL ESPAÑOL –lo más duro–, ver a otras dos personas antes del mediodía –una de ellas, para intentar reducir algo la factura de la luz–, estar en cocina a la hora de comer y coger un avión para viajar a Ibiza esa misma tarde para grabar MasterChef celebrity. Sólo con pensarlo, agobia. Pero él no pierde los nervios. Está acostumbrado a tanto trajín: no se consigue una estrella Michelín sentado en el sofá.
Sin embargo, este Pepe, el de la tele, hasta llegar a lo alto, lo ha pasado mal. “Cuando me llamaron para ser chef en el programa estaba en una situación muy complicada porque los negocios son así y por mucho empeño que le pongas nunca cuadran las cuentas. Pero ocho años después y tras 18 ediciones puedo decir con orgullo que he tenido la gran suerte de poder transformar el Bohío en el restaurante que siempre soñé (…) MasterChef, a mí, también me ha cambiado la vida”, esgrimía, esperanzado y emocionado, en la final del programa.
— Cuénteme, ¿cómo vivió aquella situación complicada? ¿Se parece a la de ahora?
— Ha sido diferente. En la crisis de 2008 no sabíamos por dónde tirar. Teníamos la sensación de que quizás no era nuestro momento, de que igual nos habíamos equivocado apostando por Illescas; pensábamos que quizás tendríamos que haber estado en otro sitio… Esta vez, yo estaba asustado por la pandemia, por el coronavirus. Nunca habíamos vivido algo así. Fíjate que, al principio, decía: ‘Yo no puedo tomarme una caña en un local con una mascarilla y que me atienda un camarero’. No tenía claro que volviera a abrir. Veía una nube muy rara.
Y fíjate que el Bohío ha sufrido mil crisis, pero aquella de 2008 fue diferente. Cuando mi padre tenía el restaurante era todo muy familiar; conmigo y mi hermano era otra cosa. Entonces lo estábamos pasando mal y, de repente, apareció MasterChef, se convirtió en un fenómeno y el restaurante empezó a funcionar.
En la final hice ese paralelismo porque estábamos grabando aquí, en el Bohío, y por aquello de que MasterChef te cambia la vida. A mí me la cambió. Y a esto se suma la situación que estábamos viviendo con la pandemia. En mi caso, cuando grabamos ese último programa, llevaba un mes y pico sin venir al restaurante y, al final, con unas cosas y con otras, he estado casi cuatro sin abrir. Así hemos estado todos los hosteleros de España.
El Bohío cierra
En aquel 2008, antes de entrar en MasterChef, Pepe, el de Illescas, se llegó a plantear todo: irse a China y buscarse algo, reconvertir el bar… Con la construcción en caída libre, Seseña y Cobeja –poblaciones colindantes– cerrando las fábricas… “Se hundió todo”, explica el cocinero. Pero tuvo la suerte de recibir la llamada de MasterChef.
Ana Rivas, hoy directora de entretenimiento de la productora, se puso en contacto con él para que viera el programa que Gordon Ramsay –cocinero británico con 17 estrellas Michelín– hacía en televisión. Pepe lo vio y aceptó el reto. Grabó un piloto del programa que se convertiría en MasterChef y empezó su carrera en la televisión. Aquello fue el principio del final de sus problemas económicos y dio un impulso a su restaurante: “Siempre habíamos tenido tirón porque tenemos una estrella Michelín desde hace 20 años. Aquí ha venido el Rey Juan Carlos dos veces y su padre, por ejemplo. Pero la televisión nos ha dado otra dimensión. Ahora vienen extranjeros, niños que se lo piden a su padre por la comunión…”, cuenta.
— Y justo, en ese buen momento, con el restaurante renovado, llega el coronavirus y tiene que cerrar.
— Fue extraño. Yo, sobre todo, tuve sensación de abandono. El día siete y ocho de marzo, en Illescas, teníamos un jaleo de la leche. Había corrida de toros en la Plaza y el pueblo estaba lleno de gente. Nadie hablaba del coronavirus. El día nueve, de repente, los políticos se dan cuenta de que pasa algo. ¡Y el 10 viajo a Canarias para grabar MasterChef! Íbamos en el avión y a mí me hubiese gustado grabar las conversaciones. La gente decía: ‘No te preocupes, la mascarilla no vale para nada’. Era una cosa como de cachondeo. Pero, de pronto, volvemos y yo empiezo a tener WhatsApps de cocineros de Madrid que me dicen que están cerrando. Y yo pensaba: “¡Pero si tengo reservas!”. Pero, claro, se van cayendo. Y el viernes 13, que era el día de mi cumpleaños, yo lo que quería es que alguien me hubiera dicho si tenía que cerrar o no. Ese mismo día llamé a Maite, la chica que lleva el restaurante, y le dije: ‘Cierra y mañana nos vemos’.
— ¿Qué sintió aquellos primeros días en su casa?
— Incredulidad, miedo, tristeza y placer –sin que se malinterprete–. De repente, estuve cuatro días seguidos en casa, libre, comiendo con mi familia y mis hijos. ¡No había tenido cuatro días libres en mi vida! Era un estado muy raro, de felicidad dentro de la preocupación. Porque en lo económico imagínate: un negocio que pasa cerrado tres-cuatro meses… Todavía estoy mirando los números, pero de refilón. Si los miro de frente entro en pánico.
— ¿En qué situación se encuentra el Bohío ahora mismo?
— Hemos estado casi cuatro meses cerrados; es casi medio año perdido. Obviamente, cierras, te van llegando las facturas y te van haciendo un agujero, pero ahora veo la luz: la gente tiene ganas de reservar. Aun así, yo no soy la media del país. Soy cauto. Este restaurante tiene mucho tirón mediático porque la final de MasterChef llegó a más de tres millones de personas.
Confinamiento
Pepe Rodríguez, tras cuatro meses cerrado, ha vuelto a reabrir el Bohío con aforo reducido, pero con buena acogida. Tanto él como Jordi Cruz, aprovechando el tirón lógico de la final de MasterChef, han vuelto a la rutina en una aparente normalidad –dentro de la preocupante situación que se avecina, sobre todo en Barcelona, donde no paran de incrementarse los casos por coronavirus–. Sin embargo, Samantha Vallejo-Nágera –dueña de un catering– está pasando por “más problemas” ante la ausencia de eventos y las pocas celebraciones que se esperan.
Los tres, copresentadores de MasterChef, tuvieron que suspender la grabación del programa el pasado 14 de marzo y lo finalizaron en plena desescalada, con esa final en el Bohío junto a Ana –la ganadora–, Iván, Luna, Alberto y Andy.
— ¿Llegó muy indignado a esa final, tras el confinamiento, y con el restaurante cerrado?
— Me sigue pasando. Estaba viendo esta mañana las noticias (por el martes) y ves que en Lérida quieren hacer una cosa, que en el resto de España algo distinto… Eso no suma. Hay alguien aquí que no nos cuenta las cosas o que no sabe por dónde coger el toro. Eso genera incertidumbre en la gente, que al final no sabe si se podrá ir de vacaciones, si tiene que llevar mascarilla (o no). No hay un criterio de alguien de quien te puedas fiar de verdad. Esto es muy serio como para estar así.
— ¿Cuando menciona a ese “alguien” se refiere al Gobierno?
— Entiendo que sí porque no quiero entrar en política. No es mi historia y no sé si se puede hacer mucho mejor. Sé que esto ha sido insólito y que no ha sido fácil de gestionar. Pero, dentro de eso, yo necesito alguien que me transmita tranquilidad o seriedad, algún sanitario. No un político que te cuenta la película según le conviene. No, yo quiero que los tres señores más importantes de este país que sepan de esto me digan qué tenemos que hacer.
— Bueno, está Fernando Simón.
— Simón me parece un fenómeno, nos ha contado todas las versiones.
— ¿No ha estado el Congreso, con tanto grito, a la altura de la situación?
— Es lo que digo. Yo ficharía a los 10 tíos más importantes que haya en sanidad. Ahora, tanto que hablamos de los asesores de los políticos, lo que necesitamos es gente que nos asesore de sanidad y de economía. Me da igual quiénes sean. Quiero alguien que me diga: ‘Este es el camino’. Pero veo lo de Lérida, con un juez diciendo si se hace bien o mal…
— ¿Se fía de alguien?
— No, ya no. Llevo la mascarilla todo el rato –de hecho, no se la quita durante toda la entrevista aunque estemos a más de dos metros de distancia–, me echo gel… Y en el restaurante tenemos un protocolo anticovid: limpiamos más de lo normal, utilizamos productos desinfectantes, llevamos mascarilla todo el rato… Pero no se puede hacer más. No tengo ni más argumentos ni otras posibilidades.
— ¿Os han obligado a algo desde las administraciones?
— A nada. Yo sé que pasé el coronavirus porque me han hecho dos test serológicos y tengo anticuerpos. ¿Pero qué quiere decir eso? No lo sé. No sé cuánto me pueden durar. No estamos a salvo de nada. Mañana sale un camarero de fin de semana con tres amigos suyos que vienen de Huelva, se infecta… y tengo que cerrar. Pero nadie nos ha dicho nada. No sé, es un caos. O igual es que no se puede hacer mejor. En ese caso, convivamos y ya está.
— ¿Le preocupa España?
— No, joer. Me preocupa todo. Yo soy feliz llenando mi restaurante, pero no me sirve de nada ser feliz yo solo. También quiero que lo sea el del bar de al lado. Al final, esto es una cadena: si me va bien a mí, le va al pescadero, al de la carne… Quiero el bien para todos.
— ¿Era de los que pensaba que íbamos a salir mejores?
— No, no. Hay un momento en el que estás en tu casa, con ese buenismo, saliendo al balcón a aplaudir… Pero el ser humano es como es. Eso acaba rápido. Sólo hay que ver los macrobotellones que se organizan, o a los aficionados del Cádiz… Hemos visto a la gente morir como chinches –sobre todo, a los mayores– y hoy ya vale todo. Este confinamiento ha servido a muchos para aprender que tienen cocina y para ver que se podía ser solidario. Parecía que había que ser solidario ahora y no… hay que serlo siempre. Hay algunos que lo somos desde hace tiempo y lo seguiremos siendo. Pero bueno, hay gente que ha descubierto en la pandemia que puede ser solidario y que tiene cocina, pero no somos mejores personas, eso se nos va rápido.
— Usted, de hecho, ayudó a toxicómanos en un momento determinado de su vida.
— Sí, era una época en la que había muchos problemas con la droga en España y en Illescas y yo colaboré, creamos una asociación. En fin, cosas…
— Los hosteleros, en ese sentido, se han portado muy bien. Con José Andrés a la cabeza, han sido de los sectores más visibles en cuanto a ayudas.
— José Andrés hay muchos. Él es el mediático. Esto es como si dijeras: ‘Pepe Rodríguez y Jordi Cruz son los cocineros más importantes de España’. Pues no. Y esto es lo mismo. José Andrés es un fenómeno, pero hay gente en este país, como Chema de Isidro, un chaval estupendo que hay en Madrid que estuvo repartiendo bocadillos en Mercamadrid, que intenta reinsertar a los chavales jóvenes a través de la cocina… Hay mucha gente como él haciendo cosas para ayudar.
El Bohío
El actual Bohío, situado en la avenida Castilla-La Mancha de Illescas, es el heredero del restaurante que, en 1934, sus abuelos, que habían vuelto de Cuba, montaron en el municipio. Y, sin duda, también es heredero del mesón de carretera que sus padres, en 1971, abrieron en la localidad. Allí, Pepe, a los 20 años, comenzó de camarero, sirviendo a los toreros que acudían a la Plaza de toros, muchos de ellos amigos de su padre, novillero y fotógrafo taurino.
Pero él, pese al poso de su padre, eligió los fogones por encima de la fiesta nacional. Se quedó con el restaurante y lo ha transformado. El Bohío, que siempre tuvo fama, se ha convertido en los últimos años –con la exposición de Pepe en televisión y el tirón que supone– en un lugar de peregrinación para los amantes de la alta cocina o del programa.
Allí, se encuentran con Pepe, que ha pasado de estar entre fogones a salir, cada día, a saludar a los comensales, a hacerse fotos y a ejercer de estrella de la cocina.
— ¿Le gustan los toros como a su padre?
— Los sigo lo justo. A mis hijos no les gustan y yo no les he llevado nunca a una corrida. Creo que no lo aguantarían. Ellos tienen otra conciencia sobre el animalismo. Mis hijos no le tiran una piedra a un perro. Y el mundo del toro tiene un componente muy personal, muy visceral… Si no lo has vivido, es difícil.
Yo lo he vivido porque en las fiestas de Illescas venían por aquí todos los toreros a cambiarse a mi casa y eran amigos de mi padre, que luego fue fotógrafo taurino. He visto cómo es el mundo del toro, pero siempre de lado. Sé lo que es seguir a José Tomás porque me parece maravilloso, pero hace mucho que no voy a una corrida… He perdido la afición, pero no reniego.
— ¿Es antitaurino?
— No, no lo soy, pero creo que, como todo en la vida, las cosas nacen, se reproducen y mueren.
— ¿Los toros son patrimonio de la derecha?
— No, los toros siempre fueron del pueblo y el pueblo puede ser de derechas o de izquierdas. Es verdad que, si miras a un determinado tendido de la plaza, puede que estos sean de derechas, pero los toros han sido un sentimiento muy español, una manera de ver el mundo, de ver algo diferente, de vivir de una manera cultural algo… No pertenecen a la izquierda o a la derecha. Es como el fútbol.
— Alguien que lea la entrevista puede decir: ‘Es taurino, católico… ¡Pepe es de derechas!’
— No, eso lo dices tú. Lo de taurino me viene dado por mi padre y, aunque no ejerzo de taurino, tampoco reniego.
— No quería decirle que fuera de derechas. Me refería más bien a que en España tendemos a etiquetarlo todo.
— ¡Y encima soy del Real Madrid! Lo tengo todo. Lo dices tú…
— No, no, ya le digo, lo digo por este país, por la tendencia a etiquetarlo todo.
— Por cualquier cosa te encasillan. Ya no se puede hablar de nada. Es terrible. Para los que nos gusta el humor… Ves a los humoristas siendo tan políticamente correctos. Esto es una cosa que se ha llevado al insulto rápido para aquel que piensa diferente a ti. A mí lo que me molesta es la gente mala, no la que piensa diferente a ti. Es como la cocina. Cuanto más mestizaje tengamos, mejor. Pero ahora… es el Twitter ese. Es la cosa más mala del mundo entero. Yo lo sigo de lejos. Pero es que… le das me gustas a no sé qué y aparecen 170.000 locos a reprocharte que le has dado un like a un tuit de Arturo Pérez Reverte. Y si le doy es porque coincido con lo que dice. Igual que le puedo dar a uno de Sabina o a uno de Pedro Sánchez porque pienso: ‘Lo suscribo’. No sé cuándo se ha engangrenado esto. Es terrible. No tienes defensa. Me da mucha pena esto.
— Veo que le cuesta meterse en política. Durante la pandemia, todo le mundo lo ha hecho: cantantes, artistas… ¿Por qué los hosteleros no?
— Es una máxima de la hostelería. Nosotros tenemos que dar de comer a todo el mundo, sean de izquierdas o de derechas; tenemos que hacerlos felices a todos. No nos pronunciamos porque en la hostelería hemos sido siempre muy servilistas. Nuestra obligación es tratar bien a todo el que viene a nuestra casa, sea más pobre o más rico. Eso llevado a la política hace que no nos pronunciemos.
— Aun así, es uno de los pocos sectores que no se ha pronunciado.
— Es mucho de artistas. Les gusta alinearse a un sitio y a otro, más a la izquierda que a la derecha. Tiene un punto más reivindicativo, más molón. No sé por qué. A veces parece que si lo ha dicho un artista tiene que tener más validez, parece que tiene sentido. Y no, no lo tiene. Yo soy un humilde cocinero y cómo voy a decir yo… No sería capaz de rebatirle al presidente del Gobierno, o a Fernando Simón. Estos señores estarán preparados… Pero estos artistas que se ponen la bandera, parece que han salido todos de la universidad de Harvard. Ya lo hemos normalizado y es hasta gracioso.
— ¿Le molesta esa actitud de los artistas?
Es que siempre es por el mismo lado y de la misma manera. Me parece hasta aburrido. Los hosteleros somos más serviles. Estamos aquí para que comas, disfrutes y pagues. Nada más.
La cocina actual
Y, en esta situación, Pepe no tiene claro cómo puede afectar al mundo de la restauración. Desde Hostelería de España, en pleno estado de alarma, calcularon que un total de 40.000 establecimientos cerrarían ante la situación de crisis actual y que se podrían perder 270.000 empleos. Sin embargo, a día de hoy, sigue sin haber cifras y los cocineros están a la expectativa de lo que pueda ocurrir durante los próximos meses: no abrir durante cuatro meses les ha lastrado económicamente, pero un nuevo confinamiento los podría conducir al cierre total.
— ¿Le puede afectar más a usted por estar en La Mancha?
— Siempre se han sorprendido de que yo montara un restaurante aquí (en Illescas), pero siempre digo que a mí me vino dado. Esta es la casa donde mis padres pusieron un bar y aquí fuimos creciendo. El último sitio donde se debería montar el Bohío, probablemente, sería Illescas. Este es un restaurante para estar en Madrid y llenar todos los días, porque esto es un pueblo en el que en invierno, a las 10 de la noche, no pasan ni las águilas. Pero llevamos aquí toda la vida, la gente viene a vernos y tenemos un nombre.
— ¿Le va a afectar más esta crisis a la alta cocina?
— No va a resultar sencillo para nadie. El bar que ya fuera justito y haya cerrado tres meses… Seguramente, a ese le han rematado. La alta cocina tiene otros recursos para poder salir, pero es difícil. En la alta cocina ha primado muchas veces el ego por encima de lo económico y vamos a ver qué pasa en esta crisis y hasta dónde estamos dispuestos a endeudarnos. Si nos vuelven a confinar… cuidado. En cualquier caso, al final, la diferencia es si las crisis te pillan con el bolsillo lleno o vacío.
— Ustedes, al menos, van a tener el escaparate de MasterChef. ¿Han democratizado la alta cocina con el programa?
Yo creo que sí. Este país ha sido bastante memo para los cocineros y la televisión. Teníamos miedo escénico. Yo también. Parecía que si salías en televisión te prostituías y perdías tu esencia. Eso es una torpeza, una memez que nunca acabaré de entender y que sólo podía pasar en este país. En Francia salen en revistas, hacen mil historias… Por eso Francia es tan grande. Pero aquí parecía que si salías en televisión ya no estabas entre los puristas. Y nosotros rompimos con eso. Nos costó, eh. No fue fácil. Ahora, visto desde arriba, pero la primera y la segunda temporada fueron duritas hasta que se asentó el programa… Hubo chefs que recelaron, pero ahora quieren venir. Tuvimos que pagar ese peaje… Pero lo hicimos y ahí están los resultados.
Gracias a MasterChef esa alta cocina se ha popularizado y democratizado. La gente tenía cosa a los platos grandes con cosas pequeñas. Por eso ahora viene la gente y dice: ‘Nunca habíamos estado en un restaurante como este’. Y yo digo: ‘¿Cómo? Con sillas, con mesas...’.. Se refieren, claro, a un sitio en el que te cuelgan la chaqueta, tienes un sumiller que te da la carta de vinos… Por eso, entendemos que MasterChef ha conseguido normalizar eso y entendemos que es bonito y que hemos hecho algo por la cultura gastronómica.
— Ya para terminar. Tengo entendido que va usted a misa los domingos. ¿Qué le pide a Dios?
— Domingos y fiestas de guardar, como dicen… Soy un hombre creyente. Rezo, pero soy más de dar las gracias que de pedir. ¿Qué más puedo pedir? Aunque soy ambicioso, siempre he sido un ambicioso comedido. He intentado dar el máximo para obtener el máximo. He estudiado para el 10, porque quería el 10, pero si me he quedado en el seis, doy las gracias por lo que tengo. Es algo que nos pasa a todos: cuando estamos bien, buscamos siempre problemas, pero cuando en la vida te tocan la salud, dices: ‘Mecagüen la mar’. Todo lo demás pasa a un segundo plano y piensas en que todo lo anterior (la avería del coche, el problema de casa…). Todo eso no son problemas. Intento ser consecuente con la suerte que tengo. Lo tengo todo, incluso problemas.