Los empleados de las líneas de envasado de los deliciosos tomates y sandías de Susaña trabajaban a buen ritmo. Entretanto, la zona de empaquetado no cesaba de montar cajas en palés para los muelles donde aguardaban los camiones. Era jueves 23 de julio. Podría haber sido otro día más de duro curro en esta empresa agrícola de Mazarrón (Murcia), pero a las 12.30 horas todo cambió para su plantilla: les ordenaron cesar la actividad y abandonar el almacén porque una trabajadora había notificado que no cubrió su turno tras dar positivo por Covid-19. “En cierta forma te sientes responsable de la situación aunque hayas actuado con rapidez”, reflexiona Julián Campillo, administrador de Susaña.
No es de extrañar la enorme preocupación que sufre este empresario: entre el centenar de empleados de su almacén hay 30 positivos por coronavirus y 70 están bajo sospecha por haber estado en contacto directo con los contagiados. Este jueves la Consejería de Salud ordenó el cierre del almacén de Susaña porque la mercantil aglutina más de la mitad de los 55 casos del rebrote que mantiene en vilo a la Corporación del Ayuntamiento de Mazarrón: una localidad de 32.209 habitantes, situada en el litoral murciano, y que en plena campaña turística se está jugando retroceder a la Fase 1.
“Esto es una catástrofe; lo único que quiero es que toda mi plantilla se ponga bien”, insiste una y otra vez Julián Campillo, de 54 años. A este empresario mazarronero no le importa el dinero que está perdiendo a diario porque el cierre de sus instalaciones logísticas le ha obligado a redirigir toda la producción que recoge en el campo a otra superficie para seguir atendiendo a sus clientes. “A pie de finca seguimos trabajando porque no hay jornaleros afectados: el foco de casos está en el almacén”. Toda la plantilla de las líneas de envasado, empaquetado y carga y descarga, en teoría, debe permanecer ‘confinada’ en sus casas para ver si durante ese periodo de aislamiento domiciliario dan positivo.
El sector agrícola, junto al ocio nocturno y las reuniones familiares, están en la diana de las autoridades sanitarias como algunos de los principales factores que están contribuyendo al ascenso de la curva de contagios de coronavirus en la Región de Murcia. La cifra de positivos ya asciende a 644 por el incumplimiento de la distancia social, por no utilizar la mascarilla... El administrador de Susaña, Julián Campillo, accede a atender a EL ESPAÑOL para defender que el brote de la mercantil que fundó en 2007 no ha tenido nada que ver con la vulneración de la normativa de riesgos laborales ni de las restricciones impuestas a la actividad empresarial para afrontar la ‘nueva normalidad’.
Prueba de ello es que la Consejería de Salud confirma a este diario que “no se ha registrado ninguna denuncia sobre mala práctica en la empresa agrícola de Mazarrón”. La Jefatura de la Policía Local corrobora que “no constan” quejas ni expedientes contra la mercantil. Desde el departamento del consejero Manuel Villegas aclaran que la alerta sanitaria de Susaña “se trata de contagios que vienen de otros brotes”. Para más señas, la paciente cero de Susaña es una empleada que tiene familia en Totana: un municipio que vive su particular día de la marmota con el ‘bicho’ porque en dos ocasiones ha retrocedido a la Fase 1.
La Consejería ha anunciado que Totana seguirá una semana más en la misma fase sanitaria porque la cifra de contagios crece a diario y ya asciende a 163 positivos. “Parece ser que esta trabajadora celebró una reunión familiar”, tal y como explica Julián Campillo, administrador de la empresa agrícola clausurada en Mazarrón. En ese contacto con familiares, algunos de ellos residentes en la localidad totanera, pudo estar el origen del contagio de esta empleada. Tal hipótesis es la que no solo maneja el responsable de la mercantil sino varios miembros de la plantilla que prefieren guardar el anonimato: “Esa empleada tiene familia en Totana, estuvo de visita por allí y luego empezó a padecer síntomas”.
El perfil del paciente cero
El perfil del paciente cero del brote de la empresa agrícola de Mazarrón es una mujer, de unos cuarenta años, de nacionalidad española, casada y con hijos, que comenzó a sentirse mal días antes del jueves 23 de julio. Esta trabajadora no acudió a su puesto en la línea de envasado de Susaña porque fue al centro de salud a hacerse las pruebas y dio positivo por Covid. “En cuanto nos lo comunicó paramos voluntariamente la actividad”. Ese jueves un sudor frío recorrió a Julián Campillo: se temía lo peor en plena temporada de recolección de sandía y tomate.
El viernes 24 de julio, a través de su servicio de prevención de riesgos laborales, el administrador de la mercantil mazarronera citó a los cien empleados destinados en el almacén para someterlos a test rápidos de COVID. “Contraté una unidad móvil”. El resultado de las pruebas fue preocupante: “Descubrimos que había otros dos empleados que eran asintomáticos y automáticamente aislamos a sus contactos directos”. Ese viernes nadie se incorporó al trabajo: a la plantilla se le dio el día libre para someter a un zafarrancho de limpieza el almacén, las cintas, las oficinas...
“Durante todo el fin de semana estuvo limpiando una empresa especializada, emplearon todo tipo de desinfectantes, incluido ozono”. Este fue otro gasto que junto a los tets tuvo que abonar de su bolsillo Julián Campillo para tratar de salvar sobre la marcha la actividad de sus instalaciones logísticas, situadas en una de las arterias principales de Mazarrón, la avenida de las Moreras. El lunes 27 de julio estaba previsto retomar la actividad en el almacén y el panorama con el que se encontró el empresario fue desolador. “El 60% de la plantilla faltó, unos no tenían que ir porque estaban aislados por haber estado en contacto con los positivos, pero otros no acudieron por miedo”.
Los test rápidos fallaron
El caso de esta empresa agrícola vuelve a poner de manifiesto que los test rápidos fallan más que una escopeta de feria puesto que el miércoles 29 de julio comenzaron a notificarse nuevos casos entre empleados que habían dado negativo el viernes 24 de julio. “Parece ser que estaban incubando el coronavirus”. Este empresario, con experiencia en el sector agrícola desde los años ochenta, jamás se había enfrentado a algo así, pero tenía la sensación de que el ‘bicho’ le estaba acorralando poco a poco, de manera silenciosa. “Sentía impotencia y este jueves llamé a la Consejería de Salud y les dije: aquí paro ahora mismo la actividad porque nos tenemos que hacer todos la PCR ya que los test rápidos los pagué yo y tenemos que saber de una vez por todas qué tenemos”.
El tono de la llamada surtió efecto: este jueves 30 de julio el Servicio de Epidemiología entendió la gravedad de la situación y ordenó el cierre de la empresa. “La situación era alarmante y yo mismo les envié por correo un listado con los trabajadores para hacerles las pruebas PCR”. El palo que ha supuesto bajar la persiana del almacén es lo de menos para este empresario al que tampoco le importa el dinero perdido intentando evitar el cierre logístico con la limpieza de sus instalaciones y los test a la plantilla para identificar a los empleados que portaban el ‘bicho’. Lo único que le quita el sueño a Julián Campillo es la evolución de su plantilla. “Lo que menos me preocupa es el dinero, gracias a Dios ningún trabajador está en el hospital, todos están en sus casas, algunos con fiebre”.
Este empresario todavía no he terminado de encajar este golpe cuando acaba de sumar otra nueva preocupación: su hijo, de 19 años, tiene que hacerse una PCR. “Estuvo jugando un partido de fútbol con uno de mis empleados contagiados en el almacén”, precisa con un nudo en la garganta porque no quiere pensar que su primogénito se pueda ver afectado indirectamente por el brote de su empresa. “Espero que la prueba le salga negativa”, sentencia.
El único punto débil: la línea de cajas
Este diario se ha puesto en contacto con varios trabajadores de Susaña y aseguran que la empresa cumplía la normativa sanitaria: “Todos recibimos mascarillas, guantes y geles hidrolíticos para desinfectar las manos”. También enumeran otras medidas como las mamparas que se instalaron en las mesas de envasado para mantener la distancia de seguridad. Sin embargo, los empleados coinciden en señalar un supuesto punto débil que pudo ayudar a propagar el ‘bicho’ entre la plantilla: “Las dimensiones del almacén hacen que en ocasiones la gente trabaje muy cerca y a veces sí que había alguna aglomeración de gente en las cintas”.
Valga como ejemplo de ello que la paciente cero, la empleada de la línea de envasado que tenía familia en Totana, supuestamente contagió a dos compañeros de la línea de al lado y a partir de ese momento el coronavirus empezó a ganar terreno.
“En el almacén, aunque vayas con mascarilla, es inevitable el roce en la zona de las cintas porque no se puede mantener la distancia de dos metros para recoger las cajas que van saliendo y que hay que poner para montar los palés”, ejemplifica de manera didáctica otra empleada. Al hándicap de la superficie de las instalaciones se suma una vez más la alargada sombra de Totana: todavía no se ha aclarado si algún empleado de la empresa agrícola de Mazarrón pudo estar de fiesta en el famoso Pub Dubai que ha originado el rebrote totanero o si mantuvo contacto con algún empleado del citado local de copas.
Entre los doce positivos de la mercantil hay empleados españoles, pero también sudamericanos y africanos, por lo que no se descarta que otro factor que favoreció la propagación entre la plantilla fuesen los pisos patera: en estos inmuebles suelen residir grupos de empleados agrícolas extranjeros y conviven con otros que a su vez trabajan en explotaciones ubicadas en distintos puntos de la Región. Todo ello se traduce en una ecuación sanitaria: a mayor movilidad y contacto con otras personas más posibilidades de contagiarse de coronavirus.
Incertidumbre en la plantilla
“Toda esta situación es muy preocupante porque la empresa está cerrada y estoy aislada en mi casa esperando a los resultados de la PCR, sin saber si soy positiva por coronavirus”, admite una trabajadora. “Son días de mucha incertidumbre”, coincide en apuntar otro empleado. Esos sentimientos se repiten entre el centenar de miembros que componen la plantilla del almacén de Susaña y que han sido ‘confinados’ en sus domicilios mientras aguardan -aislados de sus propios familiares- a saber si son portadores del ‘bicho’. “Las horas pasan muy despacio”.
En la localidad mazarronera este brote ha caído como un jarro de agua fría porque hay muchas empresas agrícolas que se dedican a producir tomate durante todo el año. El cierre obligado de Susaña mantiene en vilo al resto de productores. Además, el administrador de la mercantil, Julián Campillo, es hermano de Ginés Campillo, primer teniente de Alcalde en el Ayuntamiento de Mazarrón y socio de Gobierno con el PSOE en la Corporación municipal. Se trata de una familia muy conocida en la localidad porque décadas atrás su padre fue el propietario de los cines de la localidad y su madre la primera mujer concejal en la historia del Consistorio de la mano de UCD. Todo ello ha situado este caso en la diana de todas las tertulias vecinales.
En la empresa centran sus esfuerzos en cerrar 2020 con los mismos números de 2019 colocando 15 millones de kilos de sandía y 2 millones de kilos de tomate. “Algunos de nuestros clientes son de Barcelona y nos compran para ‘pan tumaca’”, apunta con humor Julián Campillo. Es el único momento de la conversación telefónica con este diario en el que sonríe porque acepta resignado que el futuro de su empresa pinta mal a corto plazo: “En principo me han dicho que el almacén estará cerrado quince días, pero eso depende de la cifra de contagios en la plantilla y seguramente habrá más. Estoy de acuerdo con la medida de cierre porque no podemos seguir sin saber si nos estamos contagiando”.